
En los últimos años he ido acompañando una lucha por la cuestión de género o como mínimo, sobre la desigualdad femenina. Ya vi esta puja, casi sin fin, con los de cupos de ingresos a las universidades brasileñas, en nombre de las minorías, el indigenismo y la negritud.
Los estereotipos, las posiciones adquiridas, las actividades, roles sociales y atributos que cada sociedad fue construyendo, asignando espacios a las personas, mujeres y hombres, y en cuyo emplazamiento las primeras pueden haber quedado en la oscuridad, ignoradas o sometidas al hombre. Entiendo básicamente que ésta sea más una cuestión de Derechos Humanos.
Hay controversias por todos lados y fuentes de discusión por doquier, empezando por Isabelita Perón, la primera mujer presidente del país, que aparece en los buscadores como ex bailarina, antes de ex presidente. Hemos tenido otra mujer mandataria, y sigue la lista con gobernadoras, grandes empresarias o comerciantes, senadoras, diputadas, intendentes, escritoras, médicas, científicas, actrices, deportistas, etc. Dicho esto, una gran abuela o madre, costurera o manicura, limpiadora o zapatera, no deja de ser una Gran Mujer por estar restricta al hogar; el ámbito, oficio o profesión, en mi visión poco importa, para con los hombres es igual.
Hace miles de años en el lejano Egipto
Por todo esto y con la sencilla intención de arrojar una luz histórica es que me incentivé a escribir sobre las mujeres, pero no las contemporáneas y sí quienes vivieron antaño, hace miles de años en el lejano Egipto. Es un ejercicio mental interesante para no caer en anacronismos, no medir todo con la vara del presente y podamos ver, un poco más allá del ombligo del hoy.

Para poder entender el lugar que las mismas ocuparon en su tiempo debemos ponderar, antes de todo, la importancia y ascendencia que tuvo la mitología, en esa sociedad egipcia extremadamente creyente en lo Alto. De nada serviría sintetizar comportamientos sin colocar la cosmovisión de esta civilización que se comportaba en total conformidad con sus mitos y creencias religiosas.
Según la existencia de este mito explicativo de la estructura social, la diosa Isis, su esposo (y hermano) Osiris, representantes del bien, se enfrentaron con otra deidad: Seth, alineado con la figura del mal. En este enfrentamiento Seth vence a Osiris, donde además de matarlo lo despedaza y envía sus partes a todos los rincones del Nilo, para que no pudiera “reconstituirse” nunca más.
Pertinente a lo que estoy diciendo, no se olvide usted de que la visión maniqueísta religiosa (bien versus mal) no es un atributo cristiano reciente, es mucho más antiguo, viene del imperio persa: Ahura Mazda (la luz) contra Arimah (las tinieblas).
Volviendo al Nilo; defendiendo los valores celestes Isis empieza un penoso peregrinaje por el cuerpo de su compañero, mediante partes de su anatomía pudo embarazarse y trajo a la vida a otra divinidad, que será fundamental para el panteón egipcio: Horus, el halcón que con su ojo todo lo ve, mitificando la omnipresencia divina (cualquier semejanza con otras religiones monoteístas posteriores será obra de nuestra imaginación). Digamos que para el imaginario egipcio Isis haya legitimado a un dios, que será el mismo que amparará a los faraones. Concluyendo, en primer lugar, esta diosa facilitó -de alguna manera- la importancia de las reinas egipcias, representando una parte muy importante del poder político.
En un segundo momento del mito de creación aparece otra diosa: Háthor, amada esposa de Horus y considerada Divina Madre de los faraones (el pueblo creía que el faraón de turno era un dios encarnado), Señora del Cielo, hija de Ra (dios Sol). Esta diosa casi tan importante como Isis era la responsable por aliviar tensiones y provocar alegría, proteger a las mujeres, consiguiéndoles marido a las jóvenes y ayudándolas a la hora del parto.
Soy impelido a destacar la importancia que esta sociedad antigua daba al hecho de tener hijos; para ellos no se tendría felicidad sin los niños, tanto en la vida aquí en la tierra como en la vida eterna, en la cual ellos creían fielmente, tanto como el agua que bebían. Es comprensible la importancia de la prole, al dar a luz, cada mujer se transformaba, de alguna manera, un poco en Isis, dándole continuidad a la vida como la diosa lo había perpetrado.
De la mujer egipcia tenemos harta documentación que nos permite hablar con mucha precisión. Un visir (consejero faraónico) llamado Ptahotep (2380 a.C.) le deja carta de consejos a su hijo, en la misma le recomienda que en la prosperidad ame a su mujer con ardor, le llene la barriga de comida, le vista las espaldas, dé aceites para su cuerpo y le alegre su corazón mientras viva. Así siendo la mujer le será como un campo fértil. También lo orienta a evitar peleas con la esposa y mantenerla lejos del poder, pues éste la perturba, de esa manera conseguirá que se quede en su casa.
Muy bien preservadas encontramos también las enseñanzas de un escriba, de nombre Any, probablemente de la XVIII dinastía (Nuevo Reino). Entre sus orientaciones encontramos:
– Esposarse mientras se es joven, tener hijos porque el hombre es saludado de acuerdo a su prole.
– Tener cuidado con las mujeres extrañas, no mirarlas, no conocerlas carnalmente, porque son como aguas profundas cuyo curso es desconocido.
– Retribuirle a cada madre el doble de la comida que ella haya dado: “(…) tuvo en ti un fardo pesado y no te abandonó (…)”.
– Tratar bien a la esposa, no darle motivos para maldecir, que no tenga que levantar sus manos para dios y que Él la tenga que oír llorar.
– No controlar a la mujer en casa cuando se sabe que ella es eficiente.
– Todo hombre que funda una familia debe dejar para atrás su corazón impetuoso, no ir atrás de otra mujer, no dejar que le robe su corazón.
Comprendiendo el Mito de Creación egipcio podemos rescatar el importantísimo papel femenino en la formación social del país. Ejemplificando lo dicho vemos que las jóvenes podían casarse entre 12 y 15 años, edad que se presuponía ya tenían madurez para ello. Podían tener bienes a su nombre, administrarlos o pasarlos en herencia a quien deseasen. Son mencionadas en los textos como firmes y soberanas en el hogar, entendiéndose con empleadas, criadas o concubinas.

Así como el resto de la sociedad eran llamadas por el Estado al trabajo compulsivo, aun así, era raro verlas en trabajos de la Administración Faraónica, cargo destinado a los hombres. Sí se comprueba que ellas cuidaban de los negocios de la familia, mientras sus maridos estaban trabajando, por temporadas, para el faraón.
Las mujeres eran partícipes de ceremonias religiosas y procesiones; extraían perfumes de la recolección de flores y plantas elaborando esencias para rituales en los templos. Los niños egipcios llevaban apenas el nombre de sus madres, quienes no se designaban como esposas de alguien. Mujeres descontentas con el trato recibido podrían desheredar a sus hijos o quienes se sintiesen infelices en el casamiento podían solicitar el divorcio a sus maridos.
Otras señoras ganaban su sustento en las frecuentadas Casas de Cerveza, eran llamadas de Mozas de la Alegría, normalmente eran extranjeras, venidas de la región babilónica. Además de los favores sexuales prestados eran excelentes ejecutantes de instrumentos musicales: flauta y cítara, como aparecen en los jeroglíficos y papiros, de varios períodos.
La 1ª reina de destaque fue Nitocris, sucediendo al faraón Pepi II. 400 años después Sobkneferu legitimó el poder y gobernó junto a Amenemhat III, posiblemente su padre, ella fue la última reina de la XII dinastía.
Hatshepsout en 1490 a.C. sucedió a Tutmés I, su padre, debido a que Tutmés II (hermano y marido) murió muy joven. Esta faraona le pasó la corona a su ahijado y sobrino, Tutmés III uno de los más importantes faraones-generales egipcios.
Los dos últimos cargos de relevancia en Egipto fueron ocupados por Tawosret, de la XIX dinastía, esposa de Seth I. Finalmente, la más conocida faraona Cleopatra VII, quien tuvo un hijo de nombre Cesario, con el romano Julio César y dos más con otro líder de Roma, Marco Antonio: Alexandre Helios y Cleopatra Selene.
Para finalizar, aquí apenas quise mostrar la posición privilegiada de la mujer en Egipto para poseer más amplio abanico de criterio y opinión. Tenemos en nuestro entendimiento actual la vigente idea de que la sociedad siempre evoluciona y que somos mucho mejores que nuestros congéneres del pasado; a pesar de más encorsetados que antes, ciertamente en diversos campos se ha avanzado para vivir mejor y tener apreciaciones un poco más justas con el prójimo. De cualquier modo, dejo la inquietud y la reflexión para que cada persona la realice sola, en el seno de su hogar, probablemente administrado y protegido por una diligente mujer.
Por: Guillermo Burgos |: @GABurgosOk
Licenciado en Historia del Brasil – Capitán de la Marina Mercante
Por: Redacción