Océano Pacífico. Hacia Galápagos.
Aún no amaneció. Estoy despierto pero acostado en la cucheta frente a la mesa de navegación. En la penumbra sólo resaltan los números digitales rojos de varios instrumentos. Hay aroma a electrónica. Protegida por el pétreo abrazo de la escollera de la pequeña bahía de la marina, la Adriática también duerme, inmóvil, en un estado absolutamente atípico para un velero. Pienso en lo que estamos haciendo y pantallazos de lo vivido acuden a mi consciencia como el agua al tajamar cuando un barco la surca. La noción del tiempo gambetea a mi raciocinio. Me hace sentir que fue ayer cuando cargábamos todo en Cala de Médici porque zarpábamos mañana, es decir hoy, dentro de un rato apenas. Entiendo, estoy lejos en tiempo y espacio, pero los recuerdos tienen algo de mecánica cuántica y esos conceptos espaciotemporales clásicos son apenas un detalle menor. Mi ducha imposible en Arbatax, Cagliari y su nocturna pasta al dente, mirto y pecorino a raudales. Todo quedó muy atrás, pero persiste en el hoy, los recuerdos de acciones se niegan a perder la identidad de “presentes” que oportunamente han tenido. Mi Mallorca, nuestra huella el puerto de Las Palmas de Gran Canaria, el cruce del Trópico. El padre Ottavio, el hospital y la mano -flor sin pétalos- de aquel leproso de sonrisa vacía, una sonrisa y una mano aparecidas en alguna guardia de luna. En este momento de silencio, cada milla vivida es una desordenada estampida en el alba de mi consciencia.
¿A qué altura sobre la superficie terrestre seremos ya invisibles en el mar? ¿Cómo hace un marino para pensar en alguien y que éste lo sienta en el mismo instante? ¿Cómo saber cuándo uno es pensado y por quién? Quizá haya más preguntas que moléculas de agua. Es mucho lo hecho y aún no llegamos ni a la mitad. Nos estamos alejando todavía, aún falta medio continente para sólo llegar al punto más lejano de nuestro puerto de zarpe y destino.
Comienzan los primeros ruidos de a bordo. Algún bostezo, seguido de tenue murmullo. Luego cruje un payol[i] al ser pisado y una puerta de baño se cierra con mucho cuidado para no molestar, buena intención que será destruida por el peor de los ruidos existentes a bordo con excepción del producido por un encallamiento. El sonido más impiadoso con un alba silenciosa es el del motor del W.C. eléctrico. Horrendo. Y en pocos minutos, hay un quinteto de ellos. Luego, caras espectrales asoman al salón comedor. Llegan de las antípodas del barco: la proa y la popa. Gestos y palabras de saludo. Dentro de minutos estaremos casi todos a la mesa. Ya aparece el íntimo aroma a café, el ruido a cubertería y el de los platos apoyados sobre la mesa. El desperezamiento de papel celofán aporta lo suyo, delatando al goloso de las galletitas dulces. Algún iluminado hace tostadas y ese aroma me promete delicias. Al que ose tocar una lo paso por la quilla, aunque será más práctico hacer respetar mis fueros saltando ya mismo de la cucheta.
El día no ayuda, pero nada importa. Hay espíritu de seguir. Cada uno conoce sus obligaciones. Bajo una molesta lluvia, cargamos combustible y descubrimos que el existente estaba muy sucio. Estamos listos a zarpar, pero el viento viene justo del lugar hacia donde debemos ir. Decidimos postergar la salida y darle más tiempo al mecánico a que nos traiga los repuestos solicitados para la travesía.
Para este trayecto a Galápagos se embarcaron con nosotros Rita la pelirroja (Testa Rossa), Sabrina (la paparazza), Alessandro (D’Artagnan), Marco y Giovanni. Entre otros, se va Salvatore, con evidentes signos de tristeza. Excelente compañero de viaje y con una muy agradable conversación.
El service del motor nos atrasó dos días, pero era imprescindible. Luego de 4 días en la Marina Flamenco y de sólo salir dos veces para cenar a 100 metros de ella, al fin zarpamos rumbo a las Galápagos. Era el 23 de noviembre y no aguantábamos más. Zarpamos sin los repuestos. Pedí que nos los enviaran a Chile.
La idea era pasar un día por la bella y famosa isla Contadora, del archipiélago las Perlas, la misma en donde se alojó el shá Reza Pahlevi, luego de que el Ayatolláh Jhomeini lo invitara gentilmente a abandonar el trono de Irán, cambiando 2600 años de monarquía por vaya uno a saber cuántos de teocracia absolutista. Zarpamos y casi al instante comenzó a cumplirse el pronóstico esperado: Viento en contra, suave.
A poco de navegar, otra vez aparecen problemas con los inodoros. Eso significaba el regreso triunfal a escena del famoso “Código M”. Un trabajo muy pesado y mal oliente. Lo hemos hecho muchas veces en la primera etapa de Rotta Rossa y no deseaba seguir haciéndolo. El sistema de aguas negras de a bordo realmente no funciona como debe.
La navegación hasta el Archipiélago de Las Perlas fue rápida, pero se decidió no hacer escala en él pues no podíamos arriesgar a llegar tarde a Galápagos. Con gran resignación todos aceptamos la decisión de continuar navegando para cumplir con los planes y tiempos previstos: hay gente que nos esperará y cada día de atraso es un hotel a pagar. La ilusión de desembarcar en una playa desierta se desvaneció en todos nosotros. Adiós a mi playa secreta en la islita de los Tres timbales de Arroz conocida casi 10 años antes, donde Mary me cortó el pelo mientras yo miraba el horizonte, sentado en una roca de la playa.
La segunda noche de navegación tuvimos una pequeña tormenta con vientos de poco más de 30 nudos. Nos desvió bastante de la ruta original a seguir. Por suerte, toda la tripulación se comportó como verdaderos profesionales. A la mañana siguiente, cayó mucho el viento y hubimos de utilizar el motor varias horas. Con cada encendido, rogamos para que funcione correctamente la bomba de agua de mar, que ya fue reparada en dos oportunidades.
El viaje continúa con su normal monotonía, sólo rota por un suceso maravilloso: Gianfranco pescó ¡el primer atún! Al fin, luego de un océano y medio de espera, pudo demostrar sus cualidades de pescador de mar. Ahora, gracias a su paciencia y tesón, estamos comiendo carne fresca -y exquisita- todos los días.
Cada vez que se pesca algo, es una tarea popular a bordo tratar de sacar del agua al pobre pez. Excepto yo, que no me agrada la pesca, pero si comer el pescado, todos aportan algo a la maniobra. Uno en la caña (Gianfra o Rómolo “Narcopolo”) otro tirando del sedal con sus guantes (Alessandro “D’Artagnan”), otro con el garfio (Filippo), otro con el agua y el balde y alguna de las chicas con el cuchillo para descamar y luego filetear. Se arma un verdadero pandemónium en la popa y todos se divierten mucho.
La noche del 25 al 26 de noviembre tuvo algo de particular: el segundo misterio del viaje y esto me recuerda que aún les debo la respuesta del primero, sucedido en pleno cruce atlántico[ii].
Pero el actual intríngulis no tenía origen ictiológico. Sobre la banda de estribor, un poco hacia proa, apareció de repente un resplandor muy intenso, como el de una ciudad lejana, tras el horizonte. La dirección era justo hacia Ia Isla del Coco, mi antigua conocida, pero ésta estaba a 277 millas de distancia y entre nosotros sólo había mar. Por otra parte, en esta isla no hay más que un par de casitas de madera y la electricidad consumida se produce por un generador pequeño, el cual se enciende sólo para la hora de la cena. La luz se mantuvo toda la noche, casi en la misma dirección. Diversas hipótesis intentaron aclarar su origen, pero todas tenían algún punto débil que las hacían igual de dudosas. Ese resplandor estaba a pocas millas, pero el radar de largo alcance nada detectaba. Lo curioso es que se mantenía siempre con el mismo ángulo respecto de nuestra proa, sugiriendo que navegaba más o menos a la misma velocidad y rumbo que nosotros. También en esa misma noche sonó la alarma indicando que una de las luces de posición no funcionaba. Era la de babor, la roja. Tarea para el día siguiente.
Hace pocas horas pude contactar por radio a mi amigo el Vasco, que desde Argentina nos pasa los pronósticos del tiempo. Poder hablar con alguien que no está a bordo no deja de ser algo mágico, aunque se deba a la inventiva humana.
Según la información brindada por el Vasco, el tiempo no tendrá grandes cambios: viento del sector SSW y WSW, muy suave, con muy poca ola. Espero equivoque la predicción, pues con esos vientos tardaremos bastante más en llegar y no tenemos mucho margen.
La vida a bordo entró en la rutina normal de todo viaje largo a vela: guardias, dormir, comer, reparaciones de lo que fuera necesario, charlas de cockpit. Hasta ahora es un viaje muy tranquilo y esta tranquilidad se pone de manifiesto en todos nosotros. En especial, en un tripulante sin experiencia alguna de vela, que llegó a bordo cargado de todo el stress y ansiedad que un ser humano puede soportar.
Al finalizar el primer día de navegación, su cara dejaba traslucir un estado de tranquilidad y felicidad plena, casi de monje tibetano en estado de trance. Era otra persona y estaba sorprendido por su propio cambio. Aún la noche de la tormenta no dejó de sentirse plenamente tranquilo. Sus esfuerzos mayores a bordo son la lectura y una atrapante charla por la que me siento particularmente interesado.
El uso del motor se hace necesario cada vez que el viento no nos ayuda. Lejos de traernos tranquilidad a Filippo y a mí, cuando está en funcionamiento nos preocupa que continúe así. A pesar del service necesario que se le hizo (y cuyo resultado se nota) el tema de la crónica debilidad de su sistema de enfriamiento no nos deja tranquilos y siempre esperamos un salto en la temperatura. Estamos muy atentos a eso, para evitar los problemas vividos en la Rota Verde.
Como el tiempo es excelente y las tareas de a bordo lo permitieron, además de las de lavar ropa al mediodía comenzaron las lecciones prácticas de uso del sextante. La parte teórica había sido expuesta en una de las dos cenas que hicimos en Panamá, quedando la práctica para más adelante.
El primer alumno fue D’Artagnan (Alessandro), que con su minuciosidad habitual se tomó las cosas muy en serio y le sacó el jugo al sextante de a bordo. Luego le siguió Giovanni. Para hoy 27 de noviembre, estaba previsto el cálculo de la posición del barco por medio de la observación de la altura del sol al mediodía, sin embargo, el tiempo no nos ayudó pues el cielo estaba casi cubierto.
Cuando la barca ciñe, el movimiento impide casi cualquier labor a bordo. La vida se torna más monótona: guardias y el imprescindible descanso para ahuyentar el cansancio que uno trae acumulado, el físico y el mental.
Estaba durmiendo plácidamente cuando me despertó Marco: ‘Filippo quiere verte’ fue su lacónica frase. ‘Algo pasó. Fil nunca me despierta por nada’. Pensé en alguna rotura, alguna maniobra que requiriera mi presencia.
A los pocos segundos llegué al cockpit y todos estaban alrededor de la mesa. En silencio. ¿‘Una reunión? Qué raro…’ Súbitamente todos comenzaron a cantar el Happy Birthday. ¡Era mi cumpleaños! Había una torta hecha, con velitas fabricadas y con fuego dibujado, una delicia. Me sentí maravillosamente bien, agasajado, felicitado por todos. Las sonrisas de complicidad entre ellos se podían percibir fácilmente y ahora comprendo por qué Testa Rossa batía una rara mezcla en una cacerola: ¡era la pasta de la torta! Con la ayuda de Sabrina y el silencio de todos, durante todo el día me ocultaron los cariñosos planes protocolares que me tenían como principal destinatario.
También hubo una deliciosa botella de champagne chileno, que al abrir soltó su chorro espumoso. Por suerte todo está filmado por la Paparazza de abordo, Sabrina. Luego de brindar, como manda la tradición, compartí el último vaso con Neptuno y Eolo, pidiéndoles solemnemente que nos permitan a todos llegar sanos y salvos a puerto, luego de que nuestra osadía nos lanzara a cruzar sus dominios.
Festejar un cumpleaños navegando a vela en el océano tiene su magia. Ojalá algún día todos puedan hacerlo, aunque sea una sola vez en su vida. Mis 55 años me han llevado rumbo a Galápagos y a 340 millas de distancia de ese maravilloso lugar, que conocí años atrás.
El día veintiocho transcurrió sin novedad. El viento siempre de la dirección incomoda nos obligaba a ceñir todo lo posible y la verdad, la querida Adriática no se distingue por eso. Sus casi 50 toneladas se hacen sentir y su aparejo, vencedor de mil temporales, ya no esta tan afilado como para asegurar un excelente ángulo y mucho menos sin su palo y vela mesana. Sin embargo, ¡allá vamos!
Continúan las nubes cubriendo casi todo el cielo y el viento aumenta. La guardia de la noche al veintinueve se caracteriza por llevar un rumbo nada eficiente en lo inmediato, pero que será muy útil a futuro, cuando haya que ganar más Sur. Al finalizar mi guardia, con la llegada de gente de la siguiente, ordené la virada y adoptamos un rumbo muy bueno que ojalá se mantenga hasta llegar a puerto.
Durante este día sucedió algo muy preocupante y que pudo haber sido una verdadera tragedia: la fatiga de material nos jugó una mala pasada. Yo estaba al timón y todos oímos un ruido fuerte, como un disparo de arma de fuego. Cuando vi lo que era no lo podía creer: se había cortado la soldadura del arganeo donde se fija la burda que estaba trabajando, soportando el esfuerzo de la vela trinqueta[iii].
‘Lasca la scotta dalla trinqueta’ grité desde el timón a Gianfranco que estaba cerca e hizo la maniobra sin dudar. Sin exagerar, creo que se ha salvado el palo de una segura rotura. Justo aparecía Fil al pozetto y le pedí que fuera a arriar la vela. Como se dio cuenta que ya no trabajaba porque su escota estaba filada, sólo me miró y me pregunto: ¿‘Hay otro lugar a donde hacer firme la burda?’ ‘Si’, le respondí, ‘la landa de popa babor del mesana. Ya voy a buscar un grillete’.
Un minuto después, con Gianfranco haciendo de ‘instrumentista’ alcanzándome las herramientas, estaba todo solucionado. Seguíamos navegando. Seguía avante el Proyecto Darwin. Créanme, pudo haber sido trágico. Aquellos navegantes que lean esto, sabrán perfectamente que así es.
Adriática ya tiene algo más de 20 años. ¿Qué otras cosas podrían tener fatiga de material? La preocupación se instaló en la mente de Fil y en la mía. Por lo pronto la primera medida preventiva fue cambiar de lugar el anclaje de la otra burda. La fijamos en la landa simétrica a la de babor recién mudada, antes de que pase nada. El mejor remedio es ‘curarse en salud’, la medicina preventiva. En realidad, con sólo 20 nudos de viento nada debía haber sucedido, pero sucedió. Es preocupante.
El día es realmente hermoso y la cercanía del fin de esta etapa pone a todos en mejor estado de ánimo. Debo reconocer que durante todo el viaje, absolutamente todos los ‘velisti per caso’ han tenido un desempeño formidable: todos han hecho sus guardias, nadie se ha mareado ni nadie se ha quejado por ninguno de los pequeños –a veces no tanto, como el tema de los baños-, inconvenientes de a bordo. Fil y yo hemos tenido suerte otra vez: nos han tocado excelentes personas a bordo. Un verdadero placer conocerlas a todas. Como sucede en este tipo de viaje, cuando uno ya empieza a descubrir las cosas buenas, a hacerse confidente… todos se van. Vienen otros. Así es casi imposible echar raíces en otros. Quizás sea ese el destino del navegante.
A las 0905 hs GMT del uno de diciembre cruzamos el Ecuador. Yo me levanté justo y Sabrina saco la foto. Guardia de Gianfranco, Rómolo y D’Artagnan. A las siete y media de la mañana se ha avistado tierra. Avistado es un decir, en realidad se ha “Radareado” tierra. Luego, entre las nubes muy grises, en efecto se distinguió una costa montañosa, más oscura que las nubes que la rodean.
Estoy revisando la lista de trabajos para realizar. Más de veinte. No veo cómo podremos hacerlo. Seguro haremos los más importantes y el resto… para otro momento. Muy poca gente se da plena idea de lo trabajoso que es el normal mantenimiento de un barco. La imagen predominante es que anda sólo, y no es así, para nada.
Tierra… tierra… en la mirada de todos se enciende una nueva luz. La verdad, este viaje es cansador. La monotonía del viento en contra y las nubes grises dejaron su huella en el ánimo de todos. Es una lucha contra el tedio y el tiempo… Tierra. Cada cual despierta de su sueño a bordo. Cada cual ya está regresando a sus obligaciones terrenales. Comienzan las búsquedas de señales de los teléfonos…Los mails preparando el retorno. La logística del regreso. Lo que fue una aventura para ser llevada a cabo, en el alma de cada velisti per caso ya es pasado. Una anécdota más en su vida. Confío en que Adriática, Fil y yo seamos parte agradable de esa anécdota.
El tiempo triste nos acompaña casi hasta la isla de San Cristóbal. Ya cerca de ella, apenas unas pocas millas, Fil me comenta algo muy curioso: nuestro velero esta navegando en aguas con una ola molesta, de bolina, pero no lejos de nuestra posición, a escasos cien metros, la mar esta con olas mucho más pequeñas e iguales, como rapadas por una máquina de cortar césped. Algo así como un green de golf, pero acuoso. A proa nuestro también nos espera este fenómeno.
Sensiblemente el barco cambia su andar cuando ingresamos en esta zona de aguas regulares. Aumenta la velocidad casi un nudo por la menor resistencia al avance que nos producen las nuevas olas pequeñas. Me recuerda a la primera Rota Rossa, cuando salíamos del estrecho de Gibraltar en busca de Las Canarias.
Miramos la carta y vemos que estamos navegando justo encima de una montaña submarina que de 500 metros pasa a menos de cien. Es de suponer entonces que una lenta corriente submarina trepa por esa ladera y emerge en el área en donde estamos navegando. Y si lo hace en sentido N-S al aflorar se encuentra con el viento de sentido opuesto, generando estas olas atípicas, rodeadas de olas normales. No sé si es cierto, pero la teoría suena convincente. ‘Si non è vero, è bien trovatto…’
Se repiten las mismas preguntas de los invitados: ¿A qué hora llegamos? Son hechas casi al pasar, sin intención, pero denotan la ansiedad por el regreso, el cansancio de los últimos días, el desgaste de la sempiterna rutina del navegante de largo aliento: guardia, descanso, comida, guardia, descanso comida, sin casi posibilidad de otra opción cuando se navega algo incómodo por la escora y movimiento del barco.
Es curioso cómo cambia la vida a abordo según sea la dirección con que el viento llega al barco. Navegar de bolina -viento de ‘adelante’- con una velocidad de más de 5 nudos complica bastante la dinámica del movimiento del cuerpo humano. Es imposible caminar en línea recta, y siempre estamos sometidos a aceleraciones en varias direcciones espaciales. El cabeceo y el rolido atentan contra nuestro equilibrio. Grupos musculares simétricos deben trabajar constantemente en perfecta armonía complementaria para mantenernos verticales. Sentimos que nuestro peso es mucho menor en la dirección de sotavento, y que debemos hacer mayores esfuerzos musculares para nuestros movimientos hacia barlovento. Si caminamos unos pocos metros, percibiremos que es imposible hacerlo en línea recta, y que ni siquiera son constantes los pasos dados.
El permanente cambio de velocidad del barco, con bruscas frenadas por las olas a veces, nos impide un desplazamiento con el típico movimiento rectilíneo y uniforme al que la madre natura nos ha condenado al dotarnos de dos piernas simétricas y de igual potencia muscular. Absolutamente todo se complica. Las acciones más simples como servir un café, se transforman en verdaderos desafíos a la psicomotricidad. Si colocamos una taza bajo la canilla, como lo haríamos en nuestras casas, el chorro de agua no caerá dentro de ella. Y será mucho mejor que calculemos esta deriva al servir un café, pues corremos el riesgo de limpiar todo luego. Colgar una camisa de una percha puede ser algo divertido al ver que la camisa cobra vida propia y se resiste a apoyarse en la pared.
Diez días nos ha tomado navegar desde Panamá hasta las Galápagos. Fueron días de viento suave y en contra, todo un anticipo de lo que nos espera en la próxima etapa a Chile. Estos días fueron cansadores no por el esfuerzo físico sino el mental. Muy monótona la travesía, sin sol y con constante movimiento. Nuevamente deseo resaltar el espíritu de los “velisti per caso”, absolutamente todos han puesto de manifiesto un humor excelente, compañerismo y -quizás lo más difícil-, una generosísima cuota de tolerancia. No es sencillo que personas desconocidas entre sí puedan establecer tan cordiales relaciones personales en un espacio tan reducido como es un barco. Sin embargo, así fue.
Me permito hacer una especial mención a mi amigo Marco quien me ha transformado las aburridas guardias nocturnas sin luna, con poco viento y mucho mar, en interesantísimas charlas. Marco ha abordado la Adriática hecho una inmensa bolsa de problemas y un manojo de nervios. A los dos días no sólo era la persona más tranquila del mundo sino que gozó como ninguno del viaje (primera experiencia en navegación a vela) y a la hora de desembarcarse no solamente no quería hacerlo, sino que era una inmensa bolsa de soluciones y esperanza.
En el último día de navegación hubo un cambio climático espectacular. Luego de más de una semana de ausencia, aparece el sol en toda su magnitud, reviviendo colores. Justo el último día, y ya cerca de la Isla San Cristóbal. Pero no hemos perdido la oportunidad de otro intento de pesca. El héroe fue D’Artagnan esta vez. ¡¡Primera vez que lanza la línea por popa y… ha sacado una Dorada de antología!! Hubo aplausos y felicitaciones para el pescador. (Gianfranco dice que no se enteró…, que estaba durmiendo…).
Sin duda, Galápagos no es selva ecuatorial, aunque la línea del Ecuador la atraviese como un sablazo justiciero que haya querido dividir el mundo en dos pedazos iguales.
Llegada a Galápagos. Isla San Cristóbal. Puerto Baquerizo Moreno
Conforme nos acercamos a la costa, la áspera morfología de las Galápagos se pone de manifiesto. La sequedad del clima gobierna a los colores de la costa. No hay intensos verdes salpicados de aves coloridas. En San Cristóbal (también llamada Chatham) la paleta del pintor es mucho menos generosa, tanto cromática como tonalmente. Los grises y los marrones gobiernan en todos los tonos posibles. Hay mucha roca pelada, acantilados, lo opuesto a lo visto en las islas caribeñas.
Llegábamos a las Galápagos desde Panamá, desde el NE y no es San Cristóbal la primera de las islas del archipiélago. Varias horas atrás, inclusive ayer, habíamos dejado por nuestra banda de estribor a las Islas Darwin (Culpepper), Wolf (Wenman), Pinta (Abington), Marchena (Bindloes) y Genovesa (Dowes of Tower). No vimos a ninguna de ellas.
Dejamos por babor a la inmensa roca “León Dormido” y como la dirección del viento no nos permitía navegar directamente al puerto, ya muy cerca de la costa viramos hacia afuera, hacia estribor, para quedar mejor ubicados en el próximo rumbo al Puerto Baquerizo Moreno, fin de esta etapa. El día era precioso, un sol radiante, pocas nubes, no hacía calor y una brisa fresca del S nos alejaba momentáneamente de nuestro destino.
Todos comenzaron a revisar el barco en busca de sus pertenencias, para ir organizando el desembarco y no olvidarse nada. La luz garantizaba unas bellas imágenes por lo que comenzaron las sesiones de fotografías, acompañadas de los comentarios de que corto había sido el viaje y por supuesto, nadie se quería desembarcar.
Un par de horas más habíamos llegado a la amplia Bahía Wreck, en el extremo SW de la isla y cuando hallamos la enfilación indicada por la carta náutica, viramos poniendo proa directa al puerto. Era media tarde, y el agua tenía un intenso color azul. Conforme nos acercábamos, los diminutos puntitos blancos y rojos iban revelando su significado: casas y techos. Ya distinguíamos antenas y había muchos barcos en la pequeña rada.
Una vez dentro de las aguas del puerto, elegimos un lugar y nuevamente “desempaqué” el cabrestante de su envoltorio de plástico que le hago para protegerlo del agua de mar durante las travesías y estuve listo para fondear. Luego de un intento fallido porque las autoridades portuarias nos pidieron mover el barco unos metros más a popa, dejamos a la viajera Dama Roja perfectamente fondeada en las calmas aguas del Puerto Baquerizo Moreno.
No terminaba de realizar la maniobra aún, cuando una simpática lancha pequeña, con techo, una lancha taxi, con varias personas a bordo, nos daba vuelta alrededor. Había ecuatorianos y un típico lord inglés (o eso parecía) de amplio sombrero claro debajo del cual asomaban una pelirrojas patillas y barba, tez rojiza y una inocultable pero delicada barriga aunque estuviera sentado muy erguido, como su aparente status social le obligaba. Era mi viejo amigo Ferdy, nuevo integrante de la tripulación que se sumaba al proyecto “sólo por 3 meses”.
Antes de que todos concluyeran con los preparativos del desembarco hubo un emotivo brindis a bordo. Algunos, aprovechando que “ya estaban acá”, decidieron tomar algunos días de vacaciones para recorrer este mundo tan alejado del suyo, antes de regresar a su Italia natal.
La Adriática, como embajadora itinerante de Italia, era esperada también en el ámbito oficial. La noche siguiente a nuestra llegada festejamos con un inmenso asado de todo tipo de carnes. Las había rojas, blancas, de tierra, de mar y de aire. Hubo pollo, cerdo, vaca, peces de varios tipos, langosta, mariscos. Increíble, una verdadera carneoteca.
Dado el carácter oficial de la cena, concurrieron a la misma la Sra. Gobernadora del Archipiélago Sra. Grace Unda Romero, su esposo el Sr. Bolívar Pesantes Palma (que también ofició de Agente Marítimo para la Adriática) y nuestro imprescindible “contact man” capaz de solucionar absolutamente todo sin importar el tipo de problema, Fabio Tonelli. Sumados a ellos, estábamos la tripulación y algunos invitados que no se habían ido todavía.
Entre otras cosas mucho más agradables, las Galápagos se distinguen por el nivel de burocracia existente. Como el 90% del territorio insular es parque nacional protegido, las restricciones que esto implica son ecuménicas. Es necesario un permiso absolutamente para todo, con sus correspondientes sellos, pago de tasas y la consabida pérdida de tiempo, tiempo del cual el pobre turista no dispone demasiado.
El sin fin de reglamentaciones vigentes hacen que si un capitán de barco pretende hacer él mismo todos los trámites que la ley le obliga, entonces debe retirarse de la navegación. Listas de pasajeros, rancho, permisos, seguros, documentos y un largo etc.
La solución -quizá nada casual- es hallar una Agencia Marítima que lo haga por él. Desaparecen todos los problemas como por arte de magia. Por suerte para nosotros nuestro Agente era Bolívar “Lord Jim”, como fue bautizado. También lo llamábamos “dios”, porque estaba en todos lados arreglando problemas, comenzando por los nuestros. Siempre nos trajo la autorización de zarpe a bordo, momentos antes de nuestra partida, pero recuerdo un par de veces que, al llegar al puerto siguiente, ubicado en otra isla… estaba Lord Jim esperándonos en una lancha con los papeles en la mano, ¡ya preparados! Llegaba antes que nosotros, que íbamos a vela. Su servicio fue perfecto y hemos ahorrado días de trámites al haberlo contactado. Su trabajo no es gratis… es perfecto y lo recomiendo sin duda alguna para cualquier barco que decida ir a ese archipiélago.
Hacer turismo en Galápagos no es nada barato. Cada vez que un velero abandona una isla debe pagar, y cada vez que ingresa, lo mismo. No importa si ya lo hizo el día anterior. También se paga por persona a bordo, además de la embarcación y se paga por estadía diaria.
La entrada al parque cuesta 100 dólares USA y se estaba pensando en aumentar su costo. Teóricamente los barcos deportivos no sólo no pueden navegar libremente, sino que deben presentar su plan de navegación previamente a la solicitud de zarpe, además de tener la obligación de llevar un guardaparques a bordo (pago, por supuesto) durante todo el trayecto, dure los días que dure, y hacerse cargo de los costos.
Esa noche, la última de nuestros invitados, fue un poco triste. Desembarcaron Marco, excelente compañero de guardias, la delicada Sabrina de espíritu indomable y paparazza de a bordo, Rómolo “Narcopolo” un socio de la Adriática pues ya viene cuando quiere a navegar con nosotros, Alessandro “Dartagnan” y Rita “Testa Rossa” hacedora de ricas tortas de cumpleaños, doy fe. La lancha que los lleva a tierra es tragada por las sombras de la noche. Primero desaparecen sus figuras, luego sus voces, luego el ruido del motor de la lancha. El negro silencio remanente sugiere que nada de lo vivido fue real, que nada existe más allá del cono de la propia luz de la Adriática fondeada al ancla.
Nuestra próxima tarea era ir en busca del equipo de científicos que debía estar con nosotros para ser trasladados de isla en isla por la Adriática. Debíamos ir navegando hasta Puerto Ayora, ubicado en la Bahía Academy, costa SE de la isla Santa Cruz (Indefatigable), distante unas 40 millas de donde nos encontrábamos.
La razón de la ida hasta allí para buscarlos era que el aeropuerto de Galápagos se halla en la pequeña islita de Baltra, al N de Santa Cruz y separada de ésta por un estrecho canal natural de aproximadamente 80 metros de ancho y surcado por aguas muy celestes. Desde el aeropuerto hasta Puerto Ayora hay carretera, pero una vez allí, era más práctico mover la Adriática que moverse ellos con todo el inmenso equipaje científico traído.
Partimos de noche, tarde para llegar muy cómodamente a la mañana siguiente. Bastante fría la noche. Uno podría imaginarse que a principios de diciembre en el Ecuador hace calor… Pues en Galápagos no, al contrario, hace frío y llueve.
Al día siguiente, nublado como casi todos los que vendrían, esperamos al fondeo la llegada de los demás en la rada de Puerto Ayora. Había muchísimos barcos, la mayoría de charter y turismo. Hay un eficiente servicio de lancha taxi, al que se llama por radio. Las tarifas son realmente económicas debido a la gran cantidad de personas embarcando y desembarcando en forma constante.
Estaba adentro del barco, concentrado en mi trabajo, cuando oigo voces nuevas afuera, en la cubierta. Habían llegado los científicos. Extrovertidos como la mayoría de los italianos que han pasado por este barco, se los veía muy entusiasmados por los días venideros pues debían hacer sus investigaciones y toma de datos “in situ”, es decir, acampando en lugares predeterminados de las islas. Nuestra función, sería la de meros transportistas de ellos y sus equipos.
Cuando terminaron de embarcar, les tocaba el turno a los equipos. Nunca vi tantas cajas juntas. No parábamos de embarcarlas, algunas realmente muy pesadas y voluminosas. Habíamos hecho entre todos un pasamanos y parecía el equipaje infinito de un típico “white hunter” inglés de fines del siglo XIX. El problema era la ubicación de todas ellas, así que nuevamente apelamos a la tolerancia de todos para poder colocar cajas y elementos en lugares en donde era absolutamente impropio.
Con muy buen ánimo cada quién cedió un poquito de su “espacio vital” en honor a la ciencia y, sea como fuere, cuando hay espíritu las cosas se solucionan y comenzamos a recorrer las islas con los científicos, llevándolos a donde fuere necesario.
Una de las travesías fue desde Puerto Ayora (Isla Santa Cruz), hasta puerto Villamil, en el sur de la isla de Santa Isabela (Albemarie). Como debíamos ir hacia el Sur y el viento soplaba casi de allí, el viaje no fue todo lo cómodo que hubiéramos querido para nuestros huéspedes, pero tampoco fue una tortura ni mucho menos. De todas formas, como navegamos de noche, para cuando se levantaron ya habíamos recorrido gran parte del camino.
A la mañana salió el sol y como había poca profundidad, el color del agua era extraordinario, tanto más cuando entramos en la Bahía Villamil, dejando por babor el largo arrecife. Era imposible desembarcar esas cajas en nuestro dinghy, por lo que requerimos el servicio de una lancha más grande y robusta. Todos los científicos y sus cajas fueron depositados en esa embarcación y, entre adioses y brazos balanceándose, se fueron alejando hacia tierra.
Con la errónea creencia de que comenzaban para nosotros dos días de vacaciones, tan necesarios a esta altura del viaje, levantamos el ancla de Puerto Villamil y regresamos a San Cristóbal. El tiempo era realmente bueno y la navegación se pudo gozar en plenitud. Todos esperábamos el arribo a puerto para descansar, o hacer un poco de turismo por la isla.
Una llamada recibida en el teléfono satelital tiró por tierras nuestros sueños. Si bien estábamos solos a bordo y sin ninguna obligación logística, ahora había cambiado la realidad y debíamos recibir las visitas de unos periodistas y un científico del M.I.T. para llevarlos a Puerto Ayora y traerlos nuevamente.
Llegamos esa noche a Puerto Baquerizo Moreno. Estábamos muy cansados. Luego de una cena, vino la ducha y a dormir. Mañana tendríamos gente a bordo nuevamente, pero antes deberíamos ordenar, limpiar todo, dejar el barco como si nunca se hubiera usado. Pero esto sería mañana. Ahora… a dormir. Los “jóvenes” de la tripulación (Emanuel, Marco, Gianfranco y Damiano) bajaron a tierra a tomar algo.
Por: Ricardo Cufré. Escritor y navegante
Notas al pie
[i] PAYOL: cada una de las placas que conforman el piso del barco. Son removibles para poder controlar el casco, conexiones eléctricas, hidráulicas, vías de agua, etc.
[ii] Durante aquella guardia de la noche , hablando con Macio, yo había recibido un fuerte golpe en mi omóplato derecho. Estábamos solos y nadie detrás de mí. ¿Qué sucedió? Un pez volador de gran tamaño decidió transformarse en kamikaze lanzándose contra mi. Rebotó y lo encontramos en cubierta. ¡Casi tenía medio metro de largo!
[iii] La trinqueta es una de las velas de proa, de forma triangular y utilizada con vientos proeles de cierta intensidad. La fuerza del viento se transmite a la vela y de ésta para al palo y a la cubierta. Así el barco avanza. Una de las dos sujeciones fijas de la trinqueta está en un punto alto del palo, el que recibe mucha tracción ahí y tiende a curvarse hacia proa. Para que esto no suceda, del punto opuesto del palo sale un cable hacia popa, para evitar esa tracción. Ese cable, o burda, se fija en un punto específico sobre la banda del barco, que es , en definitiva el que soporta todo el esfuerzo, evitando la panza del palo. Justamente, la fijación de ese cable a la cubierta es lo que se rompió. El riesgo de rotura del palo es elevado, por eso la orden fue “aflojar la escota de la trinqueta”, así la vela pierde casi toda su fuerza de tracción liberando al palo de la tensión.
Por: Redacción