Estancia en Galápagos. Tortugas y algo más
ALIEN
Luego de dejar a los científicos, creímos que tendríamos un par de días de vacaciones, pero un llamado telefónico de los armadores derrumbó esa expectativa. Debíamos regresar a buscar a otra gente. Zarpamos inmediatamente hacia Baquerizo Moreno puerto al que llegamos esa misma noche, tarde y muy cansados. Luego de una cena, vino la ducha y a dormir. Mañana tendríamos gente a bordo nuevamente, pero antes deberíamos ordenar, limpiar todo, dejar el barco como si nunca se hubiera usado. Pero esto sería mañana. Ahora… a dormir. Los “jóvenes” de la tripulación (Emanuel, Marco, Gianfranco y Damiano) bajaron a tierra a tomar algo. Los sabios, responsables y visionarios (Filippo y yo) nos fuimos a recargar baterías a nuestras cuchetas.
Entre sueños comencé a escuchar un sonido a aire comprimido. Me di como explicación que era “el aire de los tanques de combustible de popa, que entra o sale por el respiradero según el balanceo del barco al mover el nivel del líquido.” Me acomodé nuevamente en la cama para seguir con mi importante tarea onírica.
Pasó cierto tiempo y ese sonido seguía igual. Levemente más molesto, pongo un poco más de atención y me dio la impresión de que no venía desde las entrañas del barco, sino desde fuera y además me doy cuenta de que era rítmico y el barco ya no rolaba. Eso bastó para que el sueño desapareciera por completo y pusiera más atención al sonido misterioso. Conforme iba recuperando mis sentidos, especialmente la percepción espacial del oído, pude determinar claramente que el sonido no sólo venía de afuera, sino que lo hacía de popa y entraba a la cabina por mi tambucho, el mismo por donde entró aquella catarata de agua.
Me recliné en la cama y puse la oreja justo debajo de la escotilla. Era clarísimo: el sonido era la respiración de un ser vivo. Pensé en alguno de los chicos que vino con alguna copa de más y se quedó a dormir afuera, quizás con su cabeza en alguna mala posición y eso obstruía un poco sus vías respiratorias para producir ese sonido peculiar. Cuando me iba a acostar nuevamente el sonido cambio al de una ronca exhalación. ¡Eso no era un tripulante de la Adriática y dudaba que fuera humano!
Me acerqué al tambucho y miré hacia fuera por la estrecha rendija que quedaba semi abierta. Nada. Sólo el negro de la noche. Silencio por unos instantes. Escuché otra vez el sonido de aire comprimido y esta vez, contesté yo, resoplando tratando de hacer el mismo sonido. Por respuesta recibí el mismo soplido externo.
Agudicé mi visión y no vi nada. La noche, negra y estrellada cubría al barco de un manto de tranquilidad. Otra vez el soplido misterioso y ahora sí, abrí la escotilla con fuerza. El chirrido de sus bisagras parecía el de las puertas del castillo de Drácula. Comencé a soplar más fuerte pero casi me congelo en la mitad de la maniobra. De la nada se levantó a 5 cm de mi cabeza, la de una inmensa foca bigotuda, me sopló todo su aliento en mi cara y supongo asustada como yo, además me gruñó muy fuerte.
Si del susto no me infarté ahí, no me infarto más. Moriré de cualquier cosa menos de un susto. Empecé a gritarle para ahuyentarla y ella me respondía en su dialecto foquil, tan molesta como yo. Salí corriendo de mi cuarto. Quería espantarla pues son animalitos muy lindos en los acuarios, pero tienen la mala costumbre de hacer sus necesidades en las cubiertas de los barcos ¡y la nuestra es de teka! Iba a ser un verdadero problema limpiarla luego y que no quede ni rastro. Cuando llegué al cockpit de maniobra, aún seguía recostada, con la cabeza arriba de mi tambucho. Se irguió en un segundo y me hizo frente. Quise espantarla a los gritos, pero ella gritaba más fuerte y me toreaba mostrándome unos dientes que no los tiene un dobermann entrenado en el infierno.
Lo que menos quería era pasar a la historia de la Adriática como el primer tripulante mordido por una foca y además limpiar sus recuerdos en la teka. Recordé que, perteneciendo a la raza humana tengo derecho a pensar, lo que hice fue tomar la manguera de la ducha de popa y comenzar a tirarle un chorro de agua a los ojos.
La intrusa de cuero se puso furiosa, pero no podía ver, entonces trataba de sacar su cabeza de mi línea de fuego, o de agua, mejor dicho. Seguía elogiándome a los gritos en su dialecto bigotudo pero ya comenzaba su torpe retirada. Tropezando con absolutamente todo lo que hay en cubierta, inició su marcha atrás: Cuando llegó a la borda, en un movimiento de esos que nos hacen pensar que no tienen huesos, se dobló sobre sí misma y se coló por la línea inferior del guardamancebo y la cubierta, rumbo al agua. No se escuchó ni un sonido de su perfecta zambullida. Se perdió en la noche líquida, casi sin molestar a las estrellas reflejadas. Con una linterna revisé el área de la contienda bélica y por suerte estaba limpia.
Qué agilidad que tienen estos bichos. Trepar a la Adriática no es nada sencillo y menos aún llegar a donde llegó. Sin embargo, ahí estaba, tirada cuán larga era, durmiendo y roncando plácidamente.
La mañana siguiente amaneció nublada y la cubierta sin recuerdos de foca. A la mitad de mi café, hizo su aparición Gianfranco quien había pasado la noche en el muelle porque era tarde y nadie lo quiso traer a bordo y ya no había ¡lanchas taxis! Un rápido desayuno y ya casi llegaron los nuevos invitados.
Zarpamos bajo un cielo gris y poco a poco se fue levantando un viento que no hizo pasar un momento muy agradable a los huéspedes. Recibíamos viento del Sur y debíamos ir hacia el Oeste, por lo tanto, decidimos dejar la diminuta Isla Santa Fe (Barrington) a nuestro babor, de esa forma y aunque sea sólo por una media hora, el mar se calma un poco. Esta islita se halla un poco después de la mitad del recorrido y el pequeño recreo permitido a bordo, sirvió para dar más fuerza y aguantar el tramo restante. Las casi 7 horas fueron algo molestas y las caras mejoraron mucho cuando ya faltaba muy poco para el fin del viaje.
Todos fueron a sus respectivos hoteles y por fin pudimos tener medio día para recorrer la Isla. Con Filippo y Ferdy alquilamos un taxi y fuimos al extremo Norte, llegando hasta el angosto canal que separa esta isla de Baltra, muy llana y seca, en donde está el aeropuerto.
Fue un viaje muy interesante y visitamos algunos lugares curiosos. Por ejemplo, “Los gemelos” dos depresiones de terreno, de contorno circular, 80 o más metros de diámetro y unos 70 de profundidad. Causados por erupciones volcánicas, en realidad son como gigantescas burbujas piroclásticas que se han solidificado y luego derrumbado su cúpula superior, quedando estos dos grandes hoyos, cubiertos de vegetación.
Llama poderosamente la atención el cambio climático conforme subimos en altitud. Hay partes en que la ruta llega a los 600 metros sobre el nivel del mar y realmente estamos dentro de una nube. Por supuesto, la cara norte de la isla a esa altura es fértil, dado que tiene humedad y el viento no se la lleva, pues es la cara de sotavento. De vez en cuando, al costado de la ruta aparecen señales indicando que tienen prioridad de paso las aves caminadoras que cruzan la ruta.
La isla esta surcada por muchísimos canales o ríos subterráneos que alguna vez fueron de lava. Hay lugares en los que se ha derrumbado la parte superior del terreno quedando al aire libre el río de lava solidificada. Lo que más me impresionó son las formas que adopta la lava sólida. No es fácil describirlas y además, su interpretación, como la de las nubes, es subjetiva. Hay zonas, pocas, de la isla que parecen otro planeta. Muy verdes, hasta con lagunas rodeadas de un pasto que nada tiene que envidiarle a los “greens” de golf.
De regreso fuimos a ver las inmensas tortugas. Las hay de varios tamaños, y las más grandes parecen un Fiat 500. Tienen una fuerza descomunal. Son verdaderas topadoras. La imagen de animales tranquilos, nada agresivos es totalmente errónea. Ser de lentos movimientos no garantiza que sean inocuos. Basta ver a dos o más de ellas pelearse por la comida. Emiten un ronco sonido, gutural, estirando su cuello, que llega a longitudes impensadas. Se golpean con los cuellos y se intentan morder. Esos picos que tienen son tenazas gigantes y de mucho cuidado. Verlas procrear puede ser algo interesante los primeros minutos, de hecho, no es común ver a una tortuga grande arriba de una mucho más chica y emitiendo algún ronquido cada tanto. Pero cuando a uno le dicen que el acto sexual puede durar dos horas en la misma posición, pierde el interés. (Al menos yo no me quedo dos horas. El porno-quelonio no me seduce).
Otra curiosidad que vimos y recorrimos entera, fue un túnel que finaliza en un restaurante. La verdad, el restaurante tiene el acceso más original del mundo pues hay que caminar casi 400 metros de túnel de lava sólida, inteligentemente iluminado y sumamente interesante de recorrer. El silencio es total. Absoluto. La temperatura es constante todo el año. No hay humedad. Nuevamente, si uno mira con detenimiento y se deja llevar por la imaginación, descubrirá que no está sólo el túnel, sino que lo habitan los seres más extraños y silenciosos que la mente pueda crear. Cuando uno llega al otro extremo lo único que desea es comer y beber algo y al emerger y salir por una cueva al exterior, aparece el restaurante salvador.
Debíamos regresar temprano pues esa misma noche se inauguraba el nuevo muelle del puerto y había una fiesta popular, pero cuando estuvimos de regreso en el barco, el cansancio nos dominó y cenamos a bordo. Mañana temprano debíamos regresar a Puerto Baquerizo con los invitados.
La mañana siguiente amaneció nublada también, y sin olvidar la nada agradable experiencia del viaje de ida, parte de los pasajeros decidieron tomar la lancha rápida para regresar a Baquerizo Moreno. La decisión era lógica, pero las consecuencias fueron lamentables, pues el clima cambió por completo y fue una de las navegaciones más deliciosas que hizo la Dama Roja. Un verdadero placer. Tanto así fue, que se decidió filmar a bordo una “entrevista “al Capitán Fitz Roy, quien comandó al H.M.S. Beagle, que trajo a Charles Darwin a estas islas
Mi querido amigo Filippo, con patillas “siècle XIX “ y coleta, se transformó en el genial Fitz Roy y entabló un sabroso diálogo con Patricio (de la producción de Velisti per Caso) del que se tienen los registros y supongo que se deben haber utilizado para editar los episodios que correspondan, como parte del objetivo de este viaje.
El viaje continuó tan espléndido que parte de las damas presentes, no dejaron escapar la oportunidad de ponerse sus bañadores y tomar todo el sol posible, como buenas iguanas locales. Esta vez pasamos la Isla Santa Fe por el lado sur, y de paso la conocimos en su totalidad. Navegábamos muy rápido y llegamos temprano a destino. Cuando nos encontramos con los traidores que habían abandonado el barco antes de partir, les contamos con lujo de detalles los placeres recibidos y estaban a punto de estallar de la rabia. Justicia de Neptuno.
Apenas dejamos a los invitados zarpamos de regreso inmediatamente, a Puerto Ayora pues a la mañana siguiente debíamos ir a Puerto Villamil a buscar a los biólogos que habíamos dejado a su suerte algunos días atrás. Llegamos a destino y caímos muertos de cansancio. A dormir. Yo, sin cenar.
En la mañana del 13 de diciembre, a las 0700 hs. zarpamos hacia Villamil. A esta altura de nuestra estadía en Galápagos, éramos una ambulancia de urgencias. Ya estábamos algo cansados de repetir los mismos recorridos, pero lo tomamos con mucho humor. Íbamos de uno hacia otro puerto casi sin descansar ni desembarcar con excepción de lo narrado. Puedo comprender que el mismo viaje haya tenido una percepción absolutamente diferente desde el punto de vista de los invitados que de la tripulación. Exactamente lo mismo sucede en un crucero de turismo. Los turistas creen que ser de la tripulación que los atiende es uno de los mejores trabajos del mundo. Craso error.
Nuestra navegación hacia Villamil tuvo niebla total, frío y luego lluvia. Casi sin viento, y luego, el poco que hubo, era de proa. Estábamos obligados a utilizar el motor y eso hicimos. Aprovechamos la falta de ola e hicimos un desayuno medio rápido, al término del cual, nuevamente, se planta el motor. Niebla y corriente en contra. Debemos regresar. Al dar la vuelta, el viento queda a favor y la corriente también, aunque nos acerca peligrosamente a la costa y debemos timonear con mucho cuidado, sin regalarle un grado de desvío.
Avisamos a los biólogos que no podríamos ir a buscarlos por averías en el motor. Cuando llegamos a puerto, sólo con la vela genoa, Filippo se dedicó a buscar la falla en el motor y yo acompañé a Ferdy a la clínica en donde ya lo habían atendido días atrás por un dolor en la espalda producido por un golpe. Le dieron un calmante inyectable, lo que le permitió acompañarme a comprar frutas y después regresar al barco. El motor funcionaba otra vez, luego de repararle algo de la bomba de agua, pero ahora el problema lo tenía uno de los generadores. No funcionaba y no lo podíamos arreglar. Esto sí es grave, pues tenemos que cruzar todo el Pacifico y hasta dentro de un mes no accedemos a la civilización para hallar repuestos. Había algo positivo: las verduras fueron muy bien recibidas pues hacía días que no comíamos y todos las necesitamos. Hubo un almuerzo de ensalada general.
UNA OPINION
Entre otras cosas, la oportunidad de comprar las verduras nos permitió continuar haciendo algo interesante: interactuar con la gente del lugar y ver con los propios ojos qué sucede socialmente en Galápagos. Lo que encontré me decepcionó un poco y si bien la información obtenida puede no ser suficiente ni quizá muy exacta, por lo menos ha formado la opinión de alguien que se preocupó en tratar de ver un poco más allá de lo que venden las agencias de viajes.
No pretendo que esto sea un análisis sociológico ni mucho menos, sino sólo el fiel relato de lo que escuché, observé y lo que me sucedió, por lo que sólo tiene el valor -dudosamente extrapolable- de la sencilla experiencia personal.
Siento que los galapagüeños antes vivían en sus islas y desde hace casi medio siglo lo hacen en un nuevo “país” -el parque- que no solamente no les pertenece, sino que además deben atenerse a las reglas de éste, como si fueran inmigrantes en una nación extranjera. Seguramente hay razones de mucho peso para que la historia haya sido como fue y no de otra manera.
Las Islas Galápagos han experimentado una sorprendente explosión demográfica en los años 80, llegando a los 20 mil habitantes, de los 3500 censados en el 72 y escasos 1000 a 2000 en el 59, año en que se las declaró Parque Nacional. Actualmente la población se estima en 26 mil personas.
Caminando y haciendo preguntas veo que la gente tiene restricciones, todas relacionadas directa o indirectamente con la política del Parque Nacional, un feudo que cubre el 90% del territorio del archipiélago y dueño de un presupuesto más grande que el correspondiente a la población, según me han dicho.
Las verduras compradas, por ejemplo, tienen un precio similar al que pago en Palma de Mallorca -otra isla- y la explicación recibida es que “son importadas” pues no se la puede cultivar en la isla porque no hay tierra autorizada para ello y además “no es autóctona”, y por ende cualquier cultivo humano es una especie introducida, entonces no está permitido.
De ser cierto esto, prácticamente toda la comida es “importada”, además de la energía, claro. También pensé que en realidad a Ferdy y a mí nos vieron cara de extranjeros y nos cobraron el precio local más “la tasa de ojos claros”. Pero mi sorpresa fue mayor cuando verifiqué los precios pagados y me ratifican que son los precios habituales. Todos coinciden en que los alimentos son caros en relación con el sueldo.
En general, los sueldos son muy bajos con relación al costo de vida, y esta peculiaridad se atribuye a que la insularidad y el aislamiento, tienen su costo. Sin embargo, ese costo por insularidad no aparece reflejado en las retribuciones mensuales, que también son “costo”. Un sueldo normal de un empleado es de U$S 300/350 por mes y realmente no alcanza pues a duras penas cubre un alquiler modesto. Por otro lado, tampoco la gente puede buscar alternativas económicas más rentables y expandirse en actividades de producción o comerciales pues todo está muy limitado debido a vivir en un área protegida. Mirado desde el punto de vista de los objetivos del parque, tales restricciones tienen su lógica.
Hubo problemas con los pescadores tradicionales, artesanales, siendo que la pesca es una antigua actividad de primera necesidad, pero desde que se establecieron las normas del Parque, prácticamente no se puede pescar como antes y quienes tienen “licencia” son los únicos habilitados. Por supuesto, las licencias no aumentan en número. La razón es simple: El control de la pesca en defensa de las especies ictícolas. Nada más lógico… ¿No?
Otras de las limitaciones que se me han comentado es la de la residencia. Aún para los ciudadanos ecuatorianos no hay libertad de tránsito y residencia en Galápagos. Está controlada la “inmigración”, pues sencillamente no hay lugar. En efecto, el área urbana no puede expandirse sino a costa de la disminución del área protegida, lo cual no está permitido ni lo estará. También suena lógico.
Se me ha informado que en los últimos años se calcula ingresaron cerca de 1.000 millones de dólares al parque, por diferentes conceptos, entre ellos no están ausentes las donaciones internacionales de diferentes organizaciones ambientalistas y conservacionistas. Dudé de la cantidad y pedí ratificación de la información. Supongamos una cantidad menor, que quien me dijo esto se equivocó de buena fe. Ponga el lector la cifra que le parezca razonable y piense en que una fracción de esa cantidad puede hacer mucho en una población de sólo 20 mil almas.
Aún hoy, los pobladores de Galápagos no tienen resuelto el problema del agua potable. Se han hecho estudios y parece que una planta potabilizadora costaría sólo unos 14 millones de dólares que, al menos para diciembre del 2006, no era factible conseguirlos.
Hay algunas circunstancias realmente cómicas. Me llamó la atención la proliferación de unas llamativas motos chinas, copias burdas de afamadas marcas y modelos occidentales. Pensé que su éxito en el mercado local se debía a su precio bajo y así era. ¿Y por qué cuestan tan poco? Entre otras razones fiscales, me han dicho que porque tienen una cilindrada muy pequeña, que no condice con los modelos originales copiados. (V.G. andar en una Harley Davidson de 150 cc. es, cuando menos, gracioso, paro son como las brujas: Que las hay…Las hay) y por eso son las únicas que tienen circulación permitida en las islas, para disminuir la contaminación atmosférica, y que este tema está muy controlado en los escasos centros urbanos del archipiélago. Otra vez, suena lógico.
Sin embargo, parece que esa lógica carece de continuidad geográfica y no traspasa la línea de costas, porque puestos a cuidar la emisión de gases de motores, en los puertos se pueden ver barcos dedicados al turismo en forma cotidiana desde hace años, viejos, por cuyos motores diésel salen gases negros como para cubrir la isla, además de los accidentales derrames de combustibles y lubricantes al agua. Barcos que en muchos países no lograrían cumplir con las certificaciones básicas de navegabilidad. Eso lo he visto todas las mañanas que he amanecido en algún puerto. Veo que hay mucha energía y medios orientados a evitar la extinción de tal o cual especie -y sin duda que es muy importante- pero casi a fines del año 2006 no pudimos mandar un urgente fax al exterior desde ningún lugar público de Puerto Ayora y me dijeron que así era en todo el archipiélago.
¿Quizás las cosas que me contaron no son así? ¿Quizás sólo me han mentido -a sabiendas o no-, personas que no se conocen ente sí? No lo creo. He hablado con amas de casa, empleados de ferretería, de verdulería, de clínica, de kiosco, etc. He hablado con el que vive la cotidianeidad de Puerto Ayora o de Baquerizo Moreno. También he conversado con personas pertenecientes a la función pública y todos coinciden en que hay un gran atraso en las soluciones de problemas públicos de importancia y noto en todos ellos una especie de entendible resentimiento por los supuestos privilegios del parque y sus funcionarios.
No se me malinterprete, me importa -y mucho- el medioambiente y la biodiversidad y opino que estas Islas Encantadas son uno de los pocos tesoros que nos quedan de la historia genética de ciertas especies de nuestro planeta que hay que preservar. Sin embargo, si por alguna razón la realidad me pone en la amarga disyuntiva de tener que elegir entre una tortuga o una máquina de rayos X para el Hospital de Puerto Ayora, yo no tengo duda alguna de mi elección[i]. También se me ha dicho que hoy (mediados de diciembre del 2006) en las Galápagos no se puede hacer una intervención quirúrgica más complicada que una apendicectomía. Ojalá me hayan informado mal, pues el centro más cercano de complejidad quirúrgica superior a la local se halla a muchas horas de avión, en el continente. Por temor a la respuesta no quise preguntar si alguna vez había muerto algún ejemplar de la especie humana (autóctona o introducida) por falta de logística médica en un área declarada “Patrimonio de la Humanidad”.
Galápagos es un destino turístico muy interesante. La idea de lo exótico en constante peligro de extinción es muy atrayente, “vende bien”. En los últimos años han aparecido agencias turísticas como hongos atrayendo al tan necesario turista que deja dinero. Venir a Galápagos no es barato, y una vez llegado, la permanencia, si uno desea conocer aquello por lo que vino, tampoco es barata. El acceso al parque cuesta U$S 100 dólares por adulto (ignoro si los menores pagan y cuánto), ignoro y se está pensando en llevarlo al doble pues se desea disminuir la cantidad de público, que ya es mucha y trae sus problemas operativos.
En las Islas Encantadas (nombre español de este archipiélago y que a mí me agrada mucho más que el de “Islas Galápagos”) se vive del turismo y ese mayor caudal de gente se empieza a notar en unas islas que aún no están preparadas para recibir las oleadas cada vez mayores de turistas. Comienza la construcción de infraestructura y eso implica demanda de terrenos en un área urbana que no se extiende más y eso significa que comienza también la especulación del valor de la poca tierra existente para construir. Se comienza a percibir el fenómeno de inflación artificial traída por turistas de mayor poder adquisitivo que los locales y aumenta la demanda de productos y servicios.
También es sabido que el turismo es predador por excelencia, del medio ambiente, de la identidad cultural de los locales, tanto más cuando éstos son pocos. Desconozco cuál será la política turística a seguir, pero creo que algo ya deberían definir porque el tema “se les viene encima”. De hecho, se esperaba para el año 2007 la llegada de casi 300 mil turistas -el doble que el año anterior- esto es ¡12 veces la población estable! Me pregunto si se tiene cabal idea del impacto ambiental y cultural que esto significa. ¿No será la identidad cultural de los galapagüeños una futura especie en peligro de extinción? Confío en que quienes tengan la difícil responsabilidad de cuidar de todo esto, tomen las decisiones correctas.
Quizá yo esté exagerando. Ojalá. Y quizás las soluciones pasen simplemente por gestionar los recursos y energías de forma diferente, sin violar el compromiso adquirido por el Estado Ecuatoriano ante el mundo, tal como se declara en los primeros artículos de la Ley Especial para la Provincia de Galápagos (Ley No. 67. RO/278) (18 Marzo 1998).
Que quede muy claro: no es mi opinión que la política del parque sea la responsable de estas falencias. En cambio, sí es mi opinión decir que luego de medio siglo de políticas de estado que apuntalan el conservacionismo, aparentemente es más sencillo salvar a una especie animal de su extinción, que resolver el tema del agua potable o una máquina de rayos “X”. Es la segunda vez que me voy de las Galápagos con la impresión de que la obra social de una iguana es mejor que la de un ser humano. Obviamente no se trata de bajar la calidad de aquella, sino de elevar la de éste[ii].
Casi de noche llegaron los biólogos y sus equipos. Parecían refugiados de guerra. Hicieron sus respectivos trabajos con una gran cuota de desgaste físico. Acomodaron todo lo suyo pues mañana regresan a Italia. No dejan de contar sus anécdotas.
Por la noche hemos recibido la cordial visita a bordo de unos navegantes italianos que se hallaban a bordo del crucero “EDÉN”, fondeado al lado nuestro. Luego de la visita, algunos de nosotros fuimos a cenar afuera por última vez. Veníamos caminando de regreso al barco, cuando nos topamos con un espectáculo realmente maravilloso: decenas de focas durmiendo en una pequeña playa, que se encuentra al lado de la calle por donde veníamos andando. Como la noche era muy bonita, casi medio mundo estaba caminando por la calle y por supuesto, también lo hacían por entre las focas echadas. Estas, sin inmutarse, seguían tiradas en la arena, descansando, resoplando y mirando con sus traviesos ojos a los humanos que pasaban cerca de ellas. Le pregunto a un paseante local sobre esta conducta de los animales y me dice que es común, y que “desde siempre” en esta playita las focas vienen a dormir en perfecta convivencia con las personas. Algo típico del lugar.
La mañana del 15 de diciembre amaneció bastante mejor que otras. Me desperté muy temprano y me puse a lavar la ropa. Luego, uno a uno, como se apagan las estrellas en el alba, se fueron despertando todos. Hoy es un día importante, iremos a Puerto Baquerizo Moreno por última vez y de allí, zarparemos para Chile, debiendo recorrer en línea recta, 1800 millas náuticas, ¿Con el régimen de vientos en contra que sabemos que hay, cuántas millas demás deberemos hacer? La respuesta a ese misterio la tendremos en Antofagasta, cuando lleguemos. Posiblemente sea el doble o casi.
Hicimos mucha limpieza y orden interno pues no íbamos a tener muchas más oportunidades de hacerlo en navegación. Se realizaron las compras de comida necesarias, se hizo una revisión de toda la jarcia. Personalmente me dediqué a poner orden en “chimolandia”, desarmar el cabrestante, engrasarlo y cubrirlo lo más estanco posible, como protección a lo que nos esperaba durante tantos días de mar en contra.
Ya en Puerto Baquerizo Moreno, en la mañana del 16 de diciembre recibimos el combustible pedido. Debimos trasvasarlo a la Adriática, desde unos barriles plásticos que estaban en una lancha, utilizando una manguera de poco diámetro y una bomba eléctrica. Aunque se veía la buena calidad del gasoleo igual lo filtramos antes de cargarlo en los tanques del barco. La tarea de filtrado era tediosa pero imprescindible pues no podíamos correr el riesgo de quedarnos sin motor por alguna obstrucción en el circuito de alimentación de combustible.
La tarea de llenado de combustible es, como todo a bordo de un barco, una labor que tiene procedimientos absolutamente diferentes a su homóloga en tierra, cuando repostamos un auto. Aunque haya una gasolinera en un muelle, la maniobra requiere de mucho cuidado y cualquier capitán cuidadoso (Filippo es uno de ellos) instruye a su tripulación de cómo debe hacerse, siguiendo las peculiaridades de cada barco. En el caso de la Adriática, que tiene cubierta de madera de teka, el derrame de combustible sobre la cubierta sería poco menos que un crimen, pues la madera chupa el combustible derramado y luego es casi imposible, sacar la mancha.
Entonces, el primer paso antes de abrir la tapa de acceso al pequeño recinto especial para colocar el pico de carga es echar bastante agua a la zona. De esa forma, la madera chupa agua y si se derrama gasoil, no será absorbido por ésta. (Es un viejo truco indio). Antes de realizar la maniobra, se debe tener un pequeño tanque transparente en donde poder “catar” el color del combustible y apreciar dos cosas: si esta filtrado y si tiene agua. Debemos tener papel absorbente a mano, guantes, trapos con que proteger diversas partes del barco que sean cruzadas por la gruesa manguera de llenado, evitar la fricción de ésta con el barco porque las mangueras son negras, manchan y los barcos son… blancos en su inmensa mayoría. Luego de tener toda el área bajo control, abrimos las tapas del tubo de acceso de combustible (suelen ser dos, una dentro de la otra), verificando ANTES que NO sea la tapa del tanque de agua. En caso de error, es imposible darse cuenta del daño que se produce y las consecuencias que le puede traer a un viaje equivocar de líquido al llenar un tanque. Luego de abrir las tapas, con sumo cuidado y tapando el orificio de la pistola de carga para que no gotee, lo introducimos en la boca de acceso de combustible. ¿Ya está?…
¡Nooo! Hay que verificar el nivel de combustible restante, cotejarlo con las horas de utilización del / los motores para ver si el consumo más lo que hay en el tanque es aproximadamente la capacidad de almacenaje total, es decir, saber cuánto se va a cargar, pues los medidores de combustible suelen tener errores y no sería la primera vez que hay más combustible de lo que se pensaba y resulta que de repente sale un geiser por la boca de acceso que inunda todo de gasoil.
“Bueno”, dirán, “¿ahora sí, ya podemos cargar?” No se apuren. También hay que asegurarse que por los tubos respiradores de los tanques no se va a desbordar combustible dentro del barco, (especialmente si la carga se hace con el barco moviéndose por las olas) para lo cual, lo mejor es poner algún recipiente debajo de los extremos de los respiradores, si es que se puede. En casos extremos, como el nuestro, siempre había una persona mirando el extremo del respirador, aunque éste tenía un balde debajo.
Ahora sí, podemos dar la orden al vendedor de que abra la válvula y nosotros, servirnos como si fuera una gasolinera. Sin embargo, nada de irse mientras se carga y dejar el grifo “en automático” ¡No! Hay que estar de rodillas en cubierta durante todo el proceso, con el pico en la mano, apretando la palanca, listos a soltarla ante la menor amenaza de “ruido distinto que sale del caño”, y ganarle de mano al posible y siempre sorpresivo derrame, controlando que no se formen burbujas y una de ellas tape el acceso, motivando que salga combustible para arriba. La razón de tal desborde es simple: cuando el combustible entra al tanque, debe salir aire para darle lugar. Si el aire que sale lo hace con menor caudal que el del combustible entrante, puede formarse un “tapón” de aire en alguna curva de la tubería y salir gasoil por el tubo de carga.
Luego de finalizada la carga y verificado que los niveles de combustible marcan el máximo se saca el pico y se lo limpia exhaustivamente con papel absorbente, se lo envuelve con papel limpio y, cuidadosamente sin rayar ni manchar nada con la pesada manguera de carga, se la entrega al vendedor. Acto seguido se cierran ambas tapas y se guarda todo en su lugar. ¿Las rodillas? Tardarán un tiempo en permitirnos estirar las piernas como corresponde y mientras tanto caminaremos un rato como Groucho Marx.
¿Entendido? ¿Si? Pues faltan cosas: prever dónde se depositará la muestra de combustible tomada en el tanquecito ad hoc antes de comenzar la carga y no olvidar que hay que tener a mano una bolsa de plástico a donde poder tirar todo el papel absorbente que contenga combustible y quizás hasta los guantes utilizados, si son de los de cirugía (muy recomendables).
No se olviden de preguntar ANTES de cargar, si aceptan tarjeta, dólares, euros o si sólo aceptan moneda local. En tal caso, se deberá prever una casa de cambios. Si desean cargar combustible el domingo, deberán cambiar el viernes, habiendo averiguado antes el precio del litro de combustible y si el viernes es feriado. Sólo me resta avisarles el tema de las facturas, averigüen antes si el vendedor puede facturarle a un barco de bandera extranjera. Casi siempre hemos tenido problemas al respecto, por la cuestión del IVA, pues casi nadie sabe que sólo deben pagarlo los residentes y en general, los sistemas contables automatizados NO ACEPTAN ventas sin IVA, aunque la ley lo prevea. ¿La solución? ¡Muy simple! Cuando Ud. arriba al primer puerto de un país, luego de cumplir con los trámites de rigor, corra a la dependencia fiscal más cercana (puede estar a cientos de kilómetros) y solicite un número fiscal provisorio, como si fuera residente. Lleve absolutamente todos los papeles del barco más los que se le ocurran, hasta el higiénico. Luego de obtenido ese número -jamás se lo darán en el momento y deberá regresar en otra oportunidad- puede comprar todo lo deseado (cuidado con los fines de semana y feriados administrativos…) con boleta, pues al dejar el país, tiene derecho a que le devuelvan el IVA que pagó. Para eso, deberá ir a otra dependencia fiscal, y realizar el trámite que corresponda. Lo más seguro es que Ud. Ingrese por un puerto y regrese por otro… Que dios lo ayude… o abandone el IVA pagado. Resultado: naturalmente Ud. intentará comprar en negro… ¡pero el propietario del barco le solicitará boletas! (¿Sí, sí, Kafka era navegante?)
Créanme, a bordo nada es tan sencillo como parece, y es aconsejable tener un mínimo conocimiento de las peculiaridades fiscales de los países que se van a visitar. Sugiero recorrer los consulados respectivos antes de partir.
Mejor zarpemos hacia Chile.
Por: Ricardo Cufré. Escritor y navegante.
Notas al pie:
[i] Hemos ido a solicitar hacer una radiografía para la espalda de Ferdy, pues se había resbalado en la escalera de acceso al comedor del barco y golpeado en la columna. Tenía fuertes dolores. En el mismo hospital público me informaron que hace tiempo tenían la máquina fuera de servicio por falta de repuestos. Me derivaron a una clínica privada que sí la tenía y fuimos excelentemente bien atendidos. Posteriormente, una persona vinculada al tema me comentó que en realidad, el hospital de P. Ayora carece de máquina de rayos “X”. ! En mi opinión, Shakespeare tuvo razón: Algo huele a podrido en Dinamarca.
[ii] Cabe aclarar que esa opinión está basada en datos recogidos en el año 2006. Quiero creer que hoy, diciembre de 2020, las cosas han cambiado
Por: Redacción