Mi sangre de guardia
Continúo con el relato del único accidente a bordo, no sólo del Proyecto Darwin, sino de los 11 años que estuvimos vinculados con la Adriática Filippo y yo.
Me encontraba en la cámara de popa, un lugar en el que, por estar cerca de uno de los extremos del barco, obviamente acentúa más el movimiento. Tuve que coser un botón y en el momento exacto en que estoy atravesando la tela con la aguja –luego de haberla pasado por el agujero del botón-, un traicionero golpe de mar me movió el cuerpo y me pinché un dedo. Parece ser que mi sangre estaba de guardia porque inmediatamente envió una gota a la superficie del dedo, para ver que había sucedido. Mis años de navegante me han enseñado que “cada palo aguanta su vela”, por lo que finalicé el trabajo de costura, guardé las herramientas en su sitio, apreté los dientes, tomé un generoso trago de ron, aguanté como un viejo lobo de mar el dolor y salí a cubierta a cumplir mis obligaciones como si nada hubiera pasado. Lo lamentable es, que por no sé qué razones técnicas, el seguro que todos tenemos no pagó este siniestro ocurrido en la inconmensurable extensión del mar. Como sucede con los seguros, cubren absolutamente todo menos lo sucedido y así, mi pinchazo quedó sin recibir la compensación meritada. La vida está llena de injusticias.
Al mediodía de este sangriento 23 de diciembre, el CapiTano ha abierto un turrón clásico, para festejar la “antevigilia”, una costumbre muy arraigada en su familia y en la zona de su pueblo, Varese. Para mañana y pasado, tenemos grandes reservas de turrones, chocolates, pannetones y bombones. Las fiestas no serán olvidadas.
A media tarde, otra sorpresa. La primera embarcación que se nos acerca desde que zarpamos de Rosignano, hace siglos ya. Era una lancha pequeña, sin techo, tosca, con tres pescadores. El casco azul sostenía un nombre quizá un tanto pretencioso para estas bajas latitudes y poco apropiado para estas aguas tropicales: Polo Norte. Los pescadores quisieron vendernos una hermosa dorada, pero sin éxito. Nos pidieron agua, y por supuesto se la dimos, acompañada de bizcochos y el paquete de cigarrillos de Marco, quien nunca se enteró de su generoso gesto. Los pescadores peruanos se retiran contentos.
Dos millas más tarde se nos acerca otra lancha, vinculada al mismo barco madre que la anterior: esta vez no venden ni piden nada, sino que nos avisan que si seguimos en este rumbo les vamos a cortar una línea de superficie o se nos va a trabar en la hélice. Por suerte estábamos muy cerca de uno de los extremos de la línea, el cual estaba marcado con una caña vertical y una bandera negra en su tope, ambas totalmente invisibles. Por supuesto no tenía luz, lo que de día no importa, pero de noche la cosa cambia. Acá tocamos el tema de la relación “peculiar” entre pescadores y navegantes. Sigamos postergando el tema.
Les hicimos caso y viramos, lo que de todas formas íbamos a hacer pues el nuevo rumbo nos daba mejor hacia Antofagasta. A una milla de distancia, la embarcación madre de las lanchas estaba en el otro extremo de la línea. El reflejo del sol en el agua nos impidió ver dónde estaba la caña con la bandera hasta último momento, en que tuvimos la certeza de dejarlo a unas pocas decenas de metros de nosotros. Como sucede siempre que viramos, para mejorar el rumbo, el viento hace lo mismo, lo que nos coloca -respecto de la dirección a puerto- en la posición simétrica a la abandonada. O sea… nada cambia. La Adriática parece un barco maldito, condenado a navegar siempre con el viento de proa constante, no importando a dónde apunte nuestra proa.
Para variar, hubo un par de tareas diferentes. La primera requirió de una reunión de sabios. Hubo que arreglar un anclaje de la vela mayor a su carro correspondiente, que la sube por el riel del palo. Para ello, el concejo de los tres sabios reunidos (Mennuni, el Capitán y Filippo) meditó la solución mejor y opinó lo que había que hacer. Luego Emanuel y yo hicimos lo que nos pareció y quedó perfecto. La otra tarea era más simple y consistió en instalar un motón al pie del palo, para la tercera mano de rizos. Ya comenzábamos a pensar que luego de Antofagasta comenzarían los vientos cada vez más fuertes -siempre de proa-, conforme ganáramos latitud austral.
En varias oportunidades nuestro Capitán Filippo ha definido a la Adriática como “un barco de trabajo”. Fue profético. Jamás nos imaginamos cuánto trabajo tendríamos para realizar a bordo y en los puertos.
En la radio, nuestro tripulante externo el Vasco Miguel nos informa del clima, el cual no cambiará, sólo aumentará un poco el viento de proa. También aparece por la radio mi amiga Marisa, que está navegando en el Caribe y tiene un problema con mal tiempo: rompió un obenquillo bajo de estribor y solicita ideas para su reparación. Se las damos con Ferdy, que conoce su barco muy bien porque fue quien se lo vendió.
Tal como informa el Vasco, aumenta el viento de proa y con él nuestra escora. Esta inclinación inutiliza el Radar por lo que debemos estar con los ojos muy bien abiertos en las guardias debido a que continúan apareciendo pesqueros pequeños, a veces meras lanchas que son simples botes de 6 o 7 metros, de gruesa fibra, pesados, con motor fuera de borda.
El día 25 pudimos hacer una navegación directa hacia el Sur, lo cual es muy bueno. Por primera vez desde la partida avanzamos en un sentido sin perder en el otro. Siguen apareciendo lanchas pidiendo cosas. La de ahora se llama Caracol y también le damos lo que solicitan, pero ya son varias y no podremos satisfacer a todas de lo mismo: cigarrillos, ron, revistas. Pobre gente. Estamos a 150 millas de la costa y ellos en unos botes sin techo, sin nada. A veces sin comida ni agua ni pesca. Y si no pescan, al llegar a puerto no tienen nada para vender. Esta noche es navidad. Estos pescadores la pasarán en estos botes. Solos y con mucho frío. En mi guardia diurna apareció una bandera por proa. Llamo por radio y me comunico con el pesquero. No hay problema en que sigamos nuestro rumbo y lo pasemos por el W.
Para festejar la Navidad, además de pizza, Fil hizo una torta con chocolate derretido arriba. Exquisita. En este momento tan emotivo, me he empeñado en recordar a gente que quiero profundamente a sabiendas de la condena del marinero: ellas no saben que las pienso. Hubo brindis general, pero dentro de las condiciones existentes: gente de guardia fuera, gente descansando, gente en el salón y más de 30º de escora, lo cual no hace muy cómoda a la vida y de haber llegado Papa Noel, sus renos hubieran tenido un grave problema.
Pese a que estamos en bajas latitudes, (12º S) cada vez hace más frío de noche y para las guardias hay que colocarse los mismos abrigos que para el invierno del Mediterráneo. La más sufrida de las guardias es la de 03 a 06, pues es el alba el momento más frío. Realmente si ahora estamos así, no quiero pensar lo que nos espera en la Latitud 56, agravado por los vientos, que disminuyen aún más la sensación térmica.
El día 27 de diciembre sucedió algo raro. Vimos muchos troncos y tablones de madera flotando. (Estaremos rumbo a Madeira y ¿los instrumentos funcionan mal?) A las 21 horas teníamos 15 nudos de viento aparente y la Dama Roja se resistía a llevar un andar acorde, sólo caminábamos a 2 nudos. A muy buen rumbo, es cierto, pero a este paso íbamos a desaparecer comidos por las aves marinas. Con Fil llegamos a pensar que arrastrábamos algo y una línea de pesca en superficie sería lo más lógico. El hecho es que había muchísima ola de proa y teníamos la Genoa y la Mayor con un rizo, ésta última para evitar la repetición por 4ª vez de la rotura ya descripta. Al rato llegó un chubasco de regular intensidad y elevó la velocidad del viento aparente a 26. La Adriática, sin la fuerza orzante de su ausente mesana, derivó un poco pero comenzó a caminar muy bien. Este chaparrón era muy grande y sobrepasó ampliamente la duración media de estos fenómenos meteorológicos que son de una media hora, más o menos. Esta vez fueron 3 horas de soplar y permitirnos buena marcha.
El chubasco es un fenómeno asociado al paso de unas nubes especiales, las únicas que tienen desarrollo vertical y con hasta unos 15 mil metros de altura. Son los ya conocidos Cúmulus Nimbus (Cb), de los que les he hablado antes. Estos Cb tienen en su interior fortísimas corrientes de aire ascendentes y descendentes y de hecho, son nubes muy peligrosas aún para ser atravesadas por los grandes aviones de línea los que, a diferencia de nosotros, las detectan en su radares y pueden esquivarlas debido a su gran velocidad de vuelo. Una de estas nubes puede desplazarse sobre el mar o la tierra libre de montañas a unos 30 nudos como mucho y un avión de línea vuela a unos 600, por lo tanto tiene capacidad de maniobra más que suficiente.
Parte de estas corrientes de aire escapan hacia debajo de la nube y se esparcen en todas direcciones cuando chocan contra el mar, como una gigantesca trompeta de aire que puede tener varias millas de ancho. Ese es el viento que a veces nos arruina la existencia y como un velero posee velocidades muy modestas de desplazamiento – como mucho 10 u 11 nudos, en nuestro caso-, si estamos por casualidad en la aleatoria ruta de un monstruo de estos, la posibilidad de escabullirnos es casi nula. En realidad, somos los peces en las redes de aire que cuelgan de los Cb como si éstos fueran barcos pesqueros. Por supuesto, la posibilidad de escape de noche es casi nula pues ni siquiera los vemos con claridad. De día, si los divisamos de lejos y según las direcciones que llevemos ellos y nosotros a veces podemos hacer una especie de slalom en cámara lenta entre los chubascos, lo cual mantiene al timonel en estado de atención pues es un gran juego de “policías y ladrones” en el mar.
Lo bueno de este último aguacero tan largo, fue que cuando nos pasó totalmente por arriba, pareció como si estuviéramos deslizando el techo corredizo de un auto y comenzamos poco a poco a ver el cielo. Arriba de nuestras cabezas podíamos ver una nube negra, con espasmódicas luces en su interior, y en la otra mitad del cielo, un millón de estrellas que iban empujando a esta nube con la intención de cubrirnos y regalarnos otra vez su magnífico espectáculo. La noche que quedó luego de la lluvia fue hermosa. Por nuestra proa a babor, la línea negra con relámpagos se alejaba de nosotros, como una estampida enloquecida de caballos luminosos. Por supuesto, el viento disminuyó y como ya se imaginarán, también el andar del barco, aunque no era malo en absoluto.
Envidié un poco a Marco y Emanuel, pues les dejaba la guardia con un cielo limpio y bellísimo, con menos viento, menos ola y la Dama Roja con un andar alegre. No fue mi noche de suerte.
¿Qué le sucede a nuestras baterías?
¡Al fin sol! Hace dos días que estaba nublado pero hoy 28 de diciembre, parece que los dioses se han apiadado de nosotros en la parte climática, no así en la eléctrica. Hace bastante tiempo que tenemos que encender el generador casi 12 horas al día para recargar las baterías. Es obvio que algo pasa con ellas o con su cargador. Sea lo que fuere, no podemos solucionarlo ahora, pero sí sufrir las consecuencias: más consumo de combustible y más ruido. Lo curioso es que desde que salimos de Rosignano hasta que dejamos el barco en las Islas Vírgenes, con 4 o 5 horas diarias de generador, cargábamos las baterías sin problemas.
Poco a poco se iban acumulando tareas para realizar en tierra, pues con esta escora y movimiento es imposible trabajar. Esperaba que no suceda nada que requiera reparación imprescindible y en el momento pues, sea lo que fuere, sería una verdadera tortura llevarlo a cabo. Sin embargo, parece que la Adriática tenía otros planes para mantenernos ocupados.
Había bastante viento y se rompió una de las cintas que mantienen unidas la vela mayor con el carro que la une al riel del palo. Hubo que arriarla y hacer la reparación pertinente. Fueron 2 horas de 2 tripulantes en forma constante. El barco, casi detenido y a merced de las olas, era una verdadera coctelera. Cuando todo estuvo finalmente terminado, izamos la vela otra vez y vimos que el palo curvaba demasiado. Enrollamos la genoa e izamos la trinquetilla por primera vez desde que zarpamos de las Islas Galápagos (la trinquetilla es una vela triangular, de mucho menos superficie que la genoa, y que se establece entre ésta y el palo. Es una vela de corte plano y sumamente fuerte, capaz de resistir a una tormenta si es necesario). El viento arreciaba con más fuerza y hacía que la trinquetilla gualdrapeara muy peligrosamente. Cuando al fin llegó a tope y su escota de sotavento fue convenientemente cazada y ajustada desde el cockpit, hubo algo menos de riesgo en la proa. Aún quedaba la tarea de ordenar todos los cabos de las velas y los rizos que fueron manipulados en las maniobras realizadas. Un gigantesco plato de espaguetis.
Todas las maniobras involucradas en estas últimas dos horas salieron perfectas, nadie se resbaló, ni golpeó y los cabos quedaron ordenados y fijos a sus lugares habituales, como corresponde. Hago esta mención, porque aunque sea esperable que siempre suceda de esta manera, las cosas no son tan simples como parecen cuando el movimiento es mucho, la mar moja, las superficies de apoyo de los pies son muy inclinadas y resbaladizas, la visión está muy reducida por la capucha del traje de agua y el frío endurece los dedos que a veces se anestesian por el frío, lo que posibilita no darse cuenta cuando uno se lastima y sigue trabajando quizá agravando la herida. Aunque la tripulación está formada por profesionales de experiencia, nadie está exento de riesgo y menos en estas condiciones de labor. Navegantes famosos en el mundo, con experiencia y sabiduría superiores a las nuestras han dejado la vida quizás por una simple distracción en circunstancias mucho menos riesgosas que las recién narradas. Un triste ejemplo es la pérdida del inmenso navegante francés Eric Tabarly, quizá el más grande de todos nosotros. Un tonto golpe de la botavara en su cabeza y cayó al mar.
Los días comienzan a pasar más lentamente o las millas internas de cada uno se están alargando. Lo cierto es que surgen comentarios referidos a la llegada y eso significa sólo una cosa: ganas de llegar. Y es lógico que así sea, como el hecho de que este deseo aumenta conforme va disminuyendo la distancia faltante. El día más largo es el anterior al arribo a puerto, o éste mismo si se atraca a la noche, tarde.
Una de los días más húmedos fue el 29 desde el alba, momento en que Venus se filtraba por proa, en el alto y estrecho espacio entre la trinquetilla y la mayor. Esa luz brillante era nuestra guía celeste del rumbo a seguir. Para amenizar la guardia un test de habilidad con el timón era tratar de mantener a Venus entre ambas velas. Pero con el bamboleo del barco estimo que, lejos de ser habilidoso, tuve mucha suerte durante el tiempo que lo logré. Por supuesto, como en el cielo todo gira, tampoco hay que mantener la proa a un cuerpo celeste, por la sencilla razón de que navegaremos siguiendo una inmensa curva que comienza en el E y pasando por el N en el hemisferio sur, finaliza en el W, dirección casi opuesta a la que vamos. A su debido tiempo, el sol apareció con toda su fuerza. ¿De qué color es el agua cuando se la mira hacia el sol naciente? A veces pienso que es imposible inventar un color nuevo, pero la naturaleza parece que lo hace casi todos los amaneceres. ¿Qué nombre les ponemos a esos nuevos colores? Son colores sin nombre, misteriosos como los abismos que ocultan. A poco de salir el sol, cuando se quitó su pijama rojo, los anteojos oscuros se hicieron imprescindibles.
Conforme el sol se va alejando del horizonte, el azul del mar también va apareciendo y éste se va “azuleciendo” y todos los colores van despertándose poco a poco para ocupar su lugar correspondiente del arco iris. Así también va despertando en mi mente la lista de trabajos a realizar y las rutinarias obligaciones cotidianas, de las cuales la primera es ir a despertar a los relevos pues hace 10 minutos terminó la guardia y me he olvidado por completo de ellos, inmerso en el trance que por suerte aún me producen los amaneceres en el océano.
Esos despertares de Fil
Una hora más tarde, amanece Filippo. Nos cruzamos en el salón, pero no nos saludamos. Sé que él me mira, pero aún no me ve. Nos ponemos a contemplar la carta apoyados en la mesa de navegación, en silencio. Luego miramos la posición del barco. Volvemos a mirar la carta.
“No avanzamos nada…” dice muy bajito intercalando un bostezo luego de la palabra “no”.
“mmm…. “, le contesto en un derroche de oratoria.
Luego de este inteligente diálogo, bajé a la cocina y mientras abría los anaqueles para ir sacando tazas, lo saludo con mi cotidiano “Ciao Fil”.
Si tengo suerte, me mira medio dormido. Si tengo mucha más suerte, intenta una sonrisa, pero si tengo toda la suerte de la galaxia, entonces emerge un inaudible “ciao, Ric”, como en esta oportunidad.
Acto seguido comienza un rito que se repite desde hace varias miles de millas: Le preparo el desayuno al amigo y Capitán. Además de humilde homenaje en honor a su grado, es una pequeña devolución de favores: él cocina para mí dos veces al día, entonces bien puedo yo hacerle el desayuno respetando sus pequeñas manías: café (Illy, si es posible) con leche fifty fifty, no muy caliente, dos de azúcar y acompañado (si hay) de unos pocos de sus bizcochos preferidos (no más de 5), los cuales suele triturar y dejarlos caer en el café con leche (cada loco con su tema). Por supuesto, el Capitán tiene su jarro propio del cual me considero personalmente responsable de su higiene y mantenimiento en excelente estado. Para ello, luego de lavarlo y secarlo, lo guardo alejado de la vajilla de la tripulación en un lugar que garantice su buena salud y que nadie lo tome por error. (Aunque soy su 2do. y poseo ciertos fueros y privilegios, me incluyo entre los que desayunamos con la vajilla popular). Jamás lo dejo en el secador del fregadero. El riesgo a que le suceda cualquier cosa por descuido de alguien o un traidor bandazo del mar lo estrelle contra el suelo es altísimo. No diré por qué, pero es un jarrito de cerámica muy especial del cual hay un sólo ejemplar en el mundo y que llegue sano y salvo a fin del viaje es mi misión secreta con prioridad sobre cualquier función a bordo. [i]
¡Dos veces el mismo pez!
La mañana avanzaba como el velero, lenta y en cualquier dirección menos la correcta. El excelente humor de todos devino asombro ante lo que sucedió.
Ante el descrédito general que flotaba en el ambiente, Gianfranco tomó unas horas de descanso y le cedió su lugar a Emanuel, para que continuara con el intento de sacar del mar algo más que un anzuelo reluciente. Hubo quien aseguró que tendríamos otro pájaro para comer y Emanuel prometió no volver a pescarlos. Hace los preparativos y lanza un anzuelo de tres puntas, un “robador”. Como todos estábamos acostumbrados al ritmo de pesca de Gianfranco, lo que menos esperábamos es que “Manu” lograra algo. Pero a los 5 minutos, ante el estupor general, suena la alarma del reel. Gianfra, serio, asomaba su cabeza por la escotilla de entrada al comedor. A los dos minutos, una diminuta dorada estaba saltando en cubierta, como un frijol de ojos desorbitados. Todos aplaudieron y Manu, en un gesto que lo enaltece, arrojó el pequeño pez nuevamente al mar luego de sacarle el anzuelo de la boca, que había dejado tres puntos rojos, genuina firma del robador. Otro cerrado aplauso por la hidalguía deportiva de nuestro querido Manu quien no podía ocultar una sonrisa más de aprieto que de triunfo.
Volvió a intentar lanzando otra vez el mismo anzuelo robador y la cantidad de hilo que se estila. La barca continuaba con un andar sobrio y vivaz (por no decir lento y movido) pero avanzaba lo suyo. De vez en cuando, una ola rompía en proa y los flecos últimos de su espuma alcanzaban a la mitad de la carroza, nunca a popa.
De repente, otra vez la alarma del reel rompía la roja monotonía. Manu toma rápido la caña y verifica que el cordel efectivamente tenga más tensión que lo normal. Comienza a recolectar y ¡otro pez! ¡Dos en diez minutos! Gianfranco, que no lo podía creer, estaba al borde de las convulsiones con espuma. La nueva presa también era pequeña como la anterior. Y cuando Manu comenzó a sacarle el robador de la boca, descubrió con asombro que ¡era el mismo pez anterior, con los tres puntos rojos en la boca! Increíble. Por supuesto que lo arrojó al agua. Esta vez, Manu se abstuvo de pescar, no vaya a ser cosa que el despistado pez mordiera otra vez el único anzuelo del Pacífico Central.
Finaliza el año
Ha cambiado un poco de dirección el viento y por primera vez en días estamos a una velocidad respetable y en buen rumbo. Se termina el año 2006 en pocas horas. Qué rápido pasó todo.
Para comenzar los festejos del cambio de año, aunque estamos en el 30 de diciembre, para el almuerzo Fil cocinó una dorada que pescó Manu, de tres formas diferentes: al pan, al aluminio y a la sal. No quedaron vestigios de ninguna de las tres versiones.
Las guardias y reparaciones menores continúan su repetida función cotidiana, pero hoy hubo algo diferente que nos impresionó a todos, a quien más, a quién menos: por radio el Vasco nos informó que, ¡ejecutaron a Saddam Hussein y que había naufragado un ferry en Java, ¡con 891 muertos! Este accidente me tocó el alma y estuve el resto de día bastante sensible con el tema naufragios, el cual vino recurrentemente a mi cabeza, en especial en la guardia. Se repetía en mi mente la típica imagen de las viejas documentales de la Segunda Guerra Mundial, de barcos transportes torpedeados, partiéndose en dos y entre explosiones y humaredas infernales, formaban con el casco herido una inmensa “V” antes de ser tragado todo por el mar. Sin huellas, en silencio, como si nunca hubiera sucedido nada.
Hoy se va el 2006. Hay sol, viento y movimiento. No es una “giornatta molto particolare” porque quizás estamos más cansados de lo que creemos y no hay ambiente festivo. El día transcurre como uno más. De vez en cuando alguna mención al hecho. A mí me trajo el recuerdo de otras oportunidades en que estuve embarcado en fechas similares y siempre aparece la imagen de que en el mundo todos están de festejo y van levantando sus copas, conforme el giro de la tierra les va indicando la medianoche local. Una verdadera “ola” de brindis, besos y buenos deseos recorre el mundo por un día.
Lamentablemente unos pocos minutos al año dura el único ritual humano que no reconoce fronteras religiosas: el festejo por haber dado nuestra casa una vuelta alrededor del sol, un dios inalcanzable pero visible, que da y quita vida, del cual sin duda alguna todos coincidimos en que nos da la energía que posibilita la vida en el planeta. En esos pocos minutos, mezclados entre besos, música y burbujas, todos somos helioteístas.
En mi última guardia nocturna del año 2006, quiero decir que mi amigo Ferdy ha sido un compañero excepcional. En este confesionario flotante en que se transforma el cockpit de los veleros durante las guardias de noche, hemos compartido muchos más fríos que calores, quizá tantos silencios como filosóficas charlas, confesiones, anécdotas, heridas que no cerraron y anhelos. Con su sana costumbre de hacer té antes de la guardia Ferdy ha logrado dos cosas: llegar tarde a las guardias casi siempre y lo que prometía ser un castigo de 3 horas transformarlo en una amable y tibia velada frente a una estufa a leña, mirando caer la nieve tras los bowindows con una copa de tibio Rémy Martín en la mano, que saboreamos lenta y cómodamente apoltronados en un Chesterfield sobre una gran piel de tigre. Con Ferdy nos hemos desplumado a conciencia. Hemos analizado etapas de nuestras vidas, errores y aciertos. Por supuesto, también hemos pasado muchas horas en el más absoluto de los silencios (en especial aquéllas en que intentábamos contar nuestros aciertos). No dudaría en compartir muchas más guardias con él, a condición de que llegue con té caliente. Siendo las 22 h me retiro contento pues hasta el año que viene no hago guardia, sin embargo, me llevo el recuerdo del reciente naufragio de Java.
Como tantas veces en mi vida, las 00 h del 31 de diciembre, me sorprendieron dormido. Me llama la atención el hecho de que debido a mi situación geográfica, toda mi familia entró en el 2007 antes que yo, lo que no sucede hace años. A las 0355 h de la mañana de este 1º de enero, 5 minutos antes de comenzar la primer guardia del año, me como el flan que me correspondía en la “última cena” del año pasado. Ahora que lo pienso puedo decir con total certeza cuál fue mi comida inaugural del año: un flan que hizo Filippo. ¡Un buen augurio!
No hay viento. El mar es un espejo de mármol negro en el que se refleja todo el universo. Cómplices en el silencio, nos ponemos de acuerdo en no hablar, para no romper este hermoso hechizo. Por popa, una luna casi llena nos empuja hacia la Cruz del Sur, que está colgada de nuestras crucetas y en algún impreciso momento, Ferdy deja caer una frase maravillosa, “El mar le enseña al cielo a sostener las estrellas”.
¿Quizá las estrellas lo escucharon? Unos minutos después, como una sonrisa sideral, una inmensa estrella fugaz cae en dirección a Antofagasta. ¡Excelente! No hay mejor augurio. Llegaremos bien. Los dioses nos sonríen y la luna nos ilumina.
Durante la mañana siguiente, la sensación de “ya llegamos” era algo concreto, se sentía a bordo como se siente la brisa o el frío. Sólo faltan 470 millas, menos de 100 horas. Una nada, apenas un instante, dentro de nuestras escalas internas habituadas a manejar otras dimensiones de tiempo y espacio. Sin embargo, poco a poco nos damos cuenta de que no será tan rápido. El viento decae casi totalmente y además de no impulsar a la Dama Roja, el mar se empecina en frenarla, enviándole repetidamente su oleaje del SW, un oleaje que nace en los confines del mundo, allá abajo, en las latitudes blancas donde finalizan los continentes y comienzan los misterios.
Es el segundo día que estamos a motor, rogando que no aparezca problema alguno. Se han hecho los cálculos para que lleguemos a tiempo y en función del combustible, deberíamos poder arribar si no cambian las actuales condiciones. La vida en la barca es bastante incómoda, lo que aparece manifestado en comentarios casuales, pero que antes no aparecían. Me hace pensar que somos nosotros los que quizá tengamos más bajo el nivel de tolerancia, pues en realidad, los parámetros de velocidad, escora, calor, frío, viento, no han cambiado. En cambio, sí han cambiado dos variables que son subjetivas, aumentando ambas: el cansancio acumulado y las ganas de llegar. También ambas son inversamente proporcionales a la distancia faltante.
El tiburón ¿se come?
Un suceso fuera de lo común nos mantuvo distraídos un poco: se pescó un tiburón de poco más de un metro de largo. La primera presa del año. El resultado no fue el esperado. En general su carne no nos gustó, lo cual explicaría por qué la gente sólo come las aletas del tiburón. Lo que no se explica es por qué no lo hicimos nosotros. Otro misterio del mar.
Seguíamos casi sin viento, por lo que sólo necesitábamos que el motor aguantara unas horas más. Luego de haber tenido tantos problemas, desde el océano anterior y en forma constante controlábamos la presión de aceite y la temperatura del agua con obsesiva repetición. Filippo no se cansaba de repetírnoslo, lo que dio sus buenos resultados, porque todos lo hacían en forma automática.
El viento seguía sin aparecer y el calor, como las olas en contra, sin irse. El nivel del combustible estaba muy bajo. Llegaríamos con lo justo, pero el peligro era que se taparan los conductos de combustible con la basura que hay en los tanques, que se revuelve cuando queda poco líquido en ellos. El regular ronroneo que salía por el caño de escape ya se había mimetizado perfectamente con todos nosotros y creo que no nos molestaba más hacía tiempo. Seguramente, al llegar a puerto y apagarlo, descubriríamos el “ruido” del silencio.
Por las noches en la radio, nuestro leal Vasco continuaba enviándonos los pronósticos del tiempo. Parecían copias unos de otros. Más de lo mismo: poco o ningún viento, marejada del SW.
En el amanecer del 4 de enero, Ferdy divisa tierra. El humor a bordo fue muy bueno durante toda la travesía, pero esa noticia hizo revivir el jardín que hay en las almas de cada uno de nosotros. ¡Tierraaa!
El calor era insoportable casi y viendo la árida costa con los prismáticos, parecía que las montañas de la Cordillera de los Andes temblaban (quizá de emoción por nuestra llegada). Cuando estuvimos a una distancia prudente, llamé por radio para pedir las instrucciones pertinentes de amarre.
El puerto de Antofagasta es un puerto comercial, no deportivo. Esto significa que no está preparado para satisfacer las necesidades de un barco de esa característica y a veces, un puerto comercial es tremendamente peligroso para un pequeño barco. Sólo el oleaje producido por un remolcador puede destrozar a un velero de fibra haciéndolo golpear contra los altos muros de piedra, que son los muelles de los barcos grandes. Por otra parte la altura de los muros de piedra hace que subir y bajar de un velero sea una tarea de montañistas más que de navegantes. Pero era el único puerto que nos podía recibir (sin obligación ninguna y sabiendo que ocuparíamos un lugar que impediría amarrar a un barco de porte).
A las 1230 h hora de Chile atracamos a una inmensa pared de piedra casi toda blanca, debido al huano de las aves marinas. Las Islas Encantadas habían quedado 3200 millas y 24 días por nuestra popa y Rosignano ya era una ciudad mitológica, de otro mundo. Y de este mundo era un nuevo y buen marinero, Gianni, un “turisti per caso” transformado en verdadero “velisti per caso”.
Notas al pie:
[i] En caso de fracasar, tengo siempre afilado mi corta uñas para hacerme el Hara Kiri.
Escritor y Navegante