
Antofagasta
El puerto nos recibió con un profundo aroma, mezcla de marisco y huano. Acostumbrados al aire puro del mar, este nuevo olor se me aparecía como muy notorio, evidente. Estamos a metros del Trópico de Capricornio y en enero. Al medio día, el sol cae casi vertical y la temperatura del aire sumada a la de los bloques de rocas del puerto creo que hacía que el olor de la zona se incrementara aún más.
Por esas casualidades (o sea, por razones que no conocemos) el área del muelle a donde nos han autorizado a amarrar tenía una alta concentración de detritus de aves, totalmente secos por el calor y de un intenso color blanco.

Para nosotros era imposible evitar abordar o desembarcar sin mancharnos y pegarnos ese olor a la ropa, con lo cual, por más duchas que se haya tomado previamente, igual uno no quedaba “presentable”. Como la altura del muro sobre el barco sobrepasaba y en mucho la altura humana del más alto de nosotros (Gianni), tuvimos que improvisar una escala, con cuerdas y transformarnos en verdaderos escaladores. Aún en pleamar debíamos escalar en uno u otro sentido. Las manos, las puntas de los zapatos y a veces partes de la ropa, quedaban indefectiblemente marcados y olorosos.
Casi no se trabajaba en el puerto y todo era una gran desolación, dentro de la cual habían construido unos grandes galpones de almacenaje, surcados por calles. Dado que también es una terminal de contenedores, las distancias a caminar para salir del puerto eran bastante grandes, por lo que antes de planear cualquier salida lo pensábamos muy bien en función de optimizar el esfuerzo.
Cuando Filippo y yo juntamos suficiente coraje, decidimos desembarcar y, con los papeles del barco, dirigirnos a las oficinas de la Autoridad Portuaria para cumplir con el trámite habitual de entrada a un país. Trepamos la pared, luego nos sacudimos la ropa como pudimos y allá fuimos.
La zona de cargas del puerto era inmensa y obviamente sin árboles. Un desierto de cemento y pavimento, hermano menor del famoso Desierto de Atacama, lugar de destino de algunos de los alumnos que forman parte del proyecto. Diferentes mercaderías de todo tipo y tamaño estaban perfectamente apiladas en diversos sitios el área. El puerto de Antofagasta es muy importante y es la vía económica con apertura a oriente no sólo del norte de Chile, sino del de Argentina y de Bolivia, país que carece de salida al mar desde la derrota militar ante los chilenos, a finales del siglo XIX. El calor que emanaba del suelo se nos trepaba por las piernas sin ningún tipo de misericordia. Bastaba mirar un poco hacia abajo para percibir la reverberación de la imagen producida por las columnas de aire caliente que suben como invisibles rulos que nos abrazan y abrasan. Ningún ser vivo excepto nosotros se encontraba en esa zona en ese momento. Al rato de andar entre hirvientes contenedores, galpones y grúas móviles de extraños brazos (especiales para operar con esos contenedores), llegamos a la moderna caseta de control de seguridad portuaria. Explicamos quienes éramos y que buscábamos y los guardias apostados muy amablemente nos indicaron el camino para alcanzar el edificio de la Capitanía de Puerto.

Antofagasta se reveló como una ciudad de tamaño regular, con vida plena y todos los ruidos acordes a una ciudad moderna. Tener que cruzar esperando la luz verde del semáforo era una acción que no hacíamos desde la zarpada y me pareció algo rarísimo. Me sentía una persona que había nacido en la selva y por primera vez llegaba a una ciudad. El calor acompañaba cada paso nuestro, recordándonos el infernal verano en el Trópico de Capricornio.
Llegados al edificio de la Capitanía, explicamos quienes éramos y para mi sorpresa, el oficial que nos recibe pregunta quién era de los dos el Sr. Cufré. Habiendo arribado hacia media hora y casi convencido de no haber tenido tiempo para cometer delito alguno en territorio chileno, admití ser yo.
“El Almirante Daniel Arellano Walbaum le envía sus saludos Sr. Cufré y le dice que cualquier problema que tenga lo llame a su teléfono particular, que le entrego en este momento”. Y acto seguido, el amable oficial me da un número de móvil.
Debo aclarar algo antes de seguir con el relato. El actual Almirante y yo habíamos sido compañeros de armas del Liceo Naval Militar Argentino hacía miles de años atrás. Meses antes de la zarpada de Rosignano, recibí en Palma de Mallorca el pedido de Filippo de hacerme cargo de toda la logística, cartografía, burocracia y etc. de la parte de Sudamérica. Explicaba este pedido no sólo mi idioma y conocer los lugares por donde navegaríamos, sino por mis casuales relaciones personales con altos jefes de las Armadas Chilena y Argentina. Estas relaciones se debían a un lejano pasado común pasado juntos en una institución naval militar y al hecho que las edades de todos ellos eran las que normalmente se tiene al llegar a los importantes cargos que mis ex compañeros habían alcanzado en cada arma. Formó parte de mi trabajo previo a la zarpada del Proyecto Darwin, establecer contacto con varias de estas altas jerarquías y además de solicitar las autorizaciones correspondientes, asegurarnos una especial atención a nuestra querida Dama Roja y sus ocupantes, durante todas las millas que navegáramos en las difíciles aguas de cada quién.
Como puede apreciarse, no hay nada de meritorio de mi parte y sí mucho de suerte, pues estas imprescindibles relaciones personales con ambas instituciones navales no hubieran sido posibles unos escasos dos años antes ni después del momento en que la Adriática navegaba por las aguas más peligrosas de todo el Proyecto Darwin. La gente justa en el momento justo. El cosmos quiso que yo formara parte de esa irrepetible conjunción planetaria. Nada más.
Vía mail, días antes de la llegada a Antofagasta estuve en contacto con el Almirante desde a bordo, avisando de nuestra llegada y del puerto elegido. En forma cotidiana nos enviaba informes meteo proporcionados por el eficiente Servicio Hidrográfico y Oceanográfico de la Armada Chilena (SHOA) y nos ha dado alguna indicación que sólo conocen lo que han navegado muchos años esas aguas, como es el caso del Almirante Daniel Arellano W.
Ese es el motivo del por qué mi identidad era conocida y fue requerida escasos segundos después de cruzar el umbral de la puerta de la Capitanía de Puerto de Antofagasta. Aprovecho en estas líneas para agradecer sinceramente todas las acciones que en aras de facilitarle las cosas a la Adriática ha realizado mi antiguo y querido compañero de Liceo, hoy viejo lobo de los duros mares australes y Almirante de la Armada de la República de Chile.
En la Capitanía nos informaron que una comisión de funcionarios de la Armada iba a hacer todo el trámite de entrada en una visita a bordo. Nada más cómodo para nosotros pues habría oportunidad de charlar amenamente como marinos que somos todos, compartiendo alguna bebida que haga fluir fácilmente las anécdotas que cada quién pudiera tener sobre los mares que ha recorrido. Para nosotros iba a ser una buena oportunidad de comenzar a extraer preciosos datos de navegación por las difíciles aguas de esta parte de la costa chilena. Antes de marcharnos de la Capitanía, de lo primero que nos informan es que habíamos llegado justo, pues estaba siendo radiado un aviso de temporal del SW por dos días. Lo normal en verano. Mejor que nos fuésemos acostumbrando pues a partir de ahora, el Océano Pacífico no iba a hacer honor a su nombre. Lo dicho: Magallanes tenía un dudoso sentido del humor.
Regresamos Fil y yo a la barca y las amarras ya comenzaban a desperezarse luego de un largo sueño que comenzó en Panamá hace ya mucho tiempo. Las suaves ondas del puerto indicaban que afuera de la alta escollera el mar ya estaba comenzando a ponerse movido por la acción del viento que estaba arribando. Al rato llegaron las autoridades portuarias y en cuestión de minutos habían concluido con su labor de migraciones, aduana y bromatología. El resto del tiempo, sirvió para cambiar experiencias de nuestro viaje por indicaciones a seguir cuando zarpemos hacia el sur.
Otro recibimiento que teníamos era el del presidente del Yacht Club de Antofagasta, el Sr. Christián Muñoz a quien también había contactado muchos meses antes para informarle de nuestro arribo el 6 de enero (lo hicimos con 2 días de adelanto. No está nada mal “Adriática Airways”). Lamentablemente debido a nuestros 4 metros de calado, fue imposible acceder a la rada del simpático club que, como todo club náutico que se precie, podrá no ser una potencia en yachting, pero jamás podría no ser una potencia en gastronomía y para nuestro deleite el restaurante del Club de Yates Antofagasta hacia sobrado honor a esa tradición.
Un poco de historia
No hay acuerdo sobre el origen y el significado de la palabra Antofagasta. La teoría relaciona a la palabra Antofagasta con el vocablo «Antofagasti» (que en dialecto “chango” significa Puerta del Sol), También, probablemente sea una palabra compuesta que proviene del “diaguita” o “kakán” meridional «anto» (o hattun, que significa grande), «faya» (o haya, que significa salar) y «gasta» (que significa pueblo), teniendo entonces la apalabra Antofagasta el significado de «Pueblo del Salar Grande». Según otra teoría, puede ser una palabra compuesta que proviene del “quechua” anta (que significa cobre) y pakay (que significa esconder), siendo un topónimo que significa «Escondrijo del cobre”.
Lo curioso de todo esto, las tres teorías tienen una fundamentación nada débil, dado que la ciudad se halla cerca de un salar inmenso, también cerca de minas de cobre de las más grandes del mundo y además, al estar casi exactamente en el trópico de Capricornio, la idea de “puerta del sol” no es nada errónea, dado que los antiguos incas y pueblos periféricos eran sumamente cultos en cuestiones de astronomía.
Dejando a los filólogos continuar sus investigaciones, la historia nos dice que la ciudad de Antofagasta fue fundada por el gobierno boliviano en 1868, dos años después de haber acordado con Chile que el límite entre las dos naciones era el paralelo 24º de Lat. Sur. Antofagasta quedaba levemente al norte de ese paralelo. Además de ser un área en donde confluían tres países (Chile, Bolivia y Perú más al norte) también confluían muy grandes intereses económicos, debido a la explotación del cobre, de la sal y del nitrato. El nitrato, además de variados usos en la industria agroquímica, era fundamental para la fabricación de pólvora, y pasado mediados del siglo XIX, la pólvora pasó a ser un material de gran valor económico y estratégico pues en Europa ya comenzaban los síntomas del desmembramiento de los antiguos imperios, que culminarían con la Primera Guerra Mundial. Se formaron varias empresas mixtas entre particulares chilenos e ingleses, cuyos intereses económicos terminaron entremezclándose con los geo-políticos.
La chispa de la guerra entre Bolivia y Chile fue el aumento unilateral decretado por el gobierno de Bolivia de un impuesto a las exportaciones de nitrato que de Bolivia hacía la compañía concesionaria que era Chileno-Británica. Los chilenos decían que ese aumento no era legal porque había un tratado previo que lo prohibía por 25 años. El gobierno boliviano respondía que ese tratado firmado oportunamente aún no estaba vigente porque no tenía la aceptación del Congreso de la Nación, aunque hubiese sido firmado por la Asamblea Nacional Constituyente Boliviana. Ambos gobiernos aumentaron sus amenazas y Chile ocupó Antofagasta con tropas, pero en forma pacífica dado que los bolivianos no oponían resistencia alguna por carecer de efectivos militares. Desde ese entonces, no sólo esa área pasaría a ser territorio chileno, sino que Bolivia perdería su tan necesaria salida al mar para no recuperarla jamás. A partir de ese momento, Chile tendría al Norte un vecino más fuerte que Bolivia: Perú.
Sea como fuere, la Antofagasta que conocimos es un importante centro cultural, con universidad de diferentes facultades, museos, teatros, cines, etc. Llama la atención la arquitectura moderna de algunas de sus áreas, en franco contraste con la clásica y aún más, la antigua. Todavía se conservan casas de madera de la época anterior a la ocupación militar chilena de 1879.
Desde el punto de vista logístico, Antofagasta ofrecía a la Adriática un buen lugar para plantearse llevar a cabo determinadas reparaciones y así lo hicimos. Como ya era habitual hubo mucho por hacer. Algunas cosas se pudieron, otras no y debimos esperar a nuestra próxima escala: Higuerillas, a media hora del puerto de Valparaíso.
Durante todo el sábado 6 de enero me dedique al cambio y reparación de los faroles de las luces de navegación, pues cuando un barco recibe mucho castigo de mar por proa, como fue nuestro caso, no hay estanqueidad que lo soporte. El agua de mar penetró en ambos faroles, causando estragos. Todos teníamos algo para reparar o simplemente mantener. De vez en cuando, algún curioso se animaba y nos miraba desde arriba del muelle. El sábado culminó con una opípara cena en el Club Náutico. Una maravilla.
El día siguiente nos tenía preparada una sorpresa. Nos vinieron a buscar Luis, Carlos y Sebastián, navegantes chilenos socios del club, con quienes nos hicimos muy amigos y nos invitaron a un impresionante asado que se hizo en el club, con motivo de nuestro arribo. El asado tenía varios tipos de carne, achuras y ensaladas. Abundantemente regado con excelente vino chileno el asado duró varias horas y para cuando hubo que decretar su lamentable fin, varios de nosotros estábamos con unas inmensas ganas de nada. Ayudó a ese estado de feliz trance, el descubrimiento del famoso “Pisco Sour” tradicional y exquisita bebida chilena, que a partir de ese momento se la declaró bebida oficial de nuestro velero. El agradecimiento al Dr. Carlos Solar, timonel del exquisito asado.
Si bien es cierto que no podíamos utilizar el espejo de agua de este club debido a nuestro gran calado, también lo es el hecho de que estuvimos en estrecha relación con el Club de Yates de Antofagasta. Colaboraron inmensamente en esa buena relación, además de su presidente ya mencionado, los socios Carlos Solar, Luis y su hijo Sebastián, navegantes todos. Espero que hayan podido cumplir su sueño del viaje a N. Zelanda en su velero “Surazo”.
Aunque llevó mucho tiempo, no todo fue reparar cosas en Antofagasta. Hubo un programa cultural a seguir y se cumplió. Un grupo de nosotros acompañamos a Gianni al Museo Geológico y luego tuvimos el inmenso honor de tener al reconocido geólogo Dr. Guillermo Chong, indiscutida autoridad internacional, quien nos dio un panorama geológico de todo Chile. Luego de esa hora y media de “conferencia personalizada” puedo asegurar que Chile es, además de bellísimo, un país infinitamente más interesante de lo que un mero color en el mapa sugiere. Luego recorrimos las diferentes dependencias de la Universidad. Esa noche, también arribaron a la barca las dos estudiantes de Gianni.
Muy lamentablemente nuestras obligaciones impidieron a Filippo y a mí estar presentes cuando Gianni tuvo que desembarcar e irse. Me apenó mucho su partida y me contaron que a él también le costó irse. Ahora, hecho un verdadero marinero, regresa a sus mares, que son las aulas y los laboratorios. ¡Ojalá volvamos a vernos Gianni!
La noche anterior a la zarpada fue muy movida y dudo mucho que alguien haya dormido como corresponde. Todas las amarras trabajaron y nos trajeron recuerdos de otra noche, mucho peor, en Porto da Praia, en Cabo Verde. Esta vez no rompimos amarras, pero tuvimos que regularlas muchas veces durante las horas de sueño. La razón del oleaje no era meteorológica, sino operativa: entraban y salían remolcadores pues había tráfico de buques entrantes y salientes. Estos remolcadores levantaban una ola importante para nuestro tamaño de barco.
Luego de hacer una gran compra en el supermercado local, concluimos los papeles habituales de zarpe. El momento de la partida fue tan anodino como el de la llegada, y de hecho tienen algo en común: No había nadie en el muelle. Nos despidieron algunos pájaros marinos que estaban en el techo de chapa del gran depósito vacío que estaba a un par de decenas de metros nuestro. Un puerto vacío, silencioso, tan ajeno a nosotros como nosotros a él. En un puerto comercial un velero es, ciertamente, un “sapo de otro pozo”. Desde el punto de vista funcional, nuestra breve estadía en el puerto de Antofagasta fue incómoda, pero por otro lado, nos dieron autorización para usar las aguas portuarias, lo que no siempre sucede y además un servicio para disponer de los residuos generados durante el viaje y en el puerto mismo.
Nos fuimos casi al atardecer, alrededor de las 20:30 h. Luego de la ardua tarea de largar las amarras (6 diferentes, cadenas, ruedas gigantes, aros en el concreto del puerto y en una grieta a la que le enterramos una barra de acero inoxidable con un ojo en su extremo) la Adriática comenzó a alejarse del muelle de piedra. El escaso viento ya sugería el uso del motor desde el comienzo mismo del abandono del puerto.
Rumbo a Higuerillas (Valparaíso)
Habíamos cruzado el rompeolas del puerto y la Adriática comenzaba a acomodarse a la suave onda marina que recibía. Pocos minutos después, dos novedades nos sacaron la tranquilidad de espíritu con que habíamos partido: el motor del enrollador del genoa decidió por sí mismo y desobedeció las órdenes eléctricas que Filippo le daba desde el timón. La otra era aún peor: toda la electrónica de navegación se volvió loca y el piloto automático dejó de funcionar. Los instrumentos del panel externo, el del cockpit del timón, parecían un aviso luminoso de un shopping, sus luces cambiaban del rojo al verde cada segundo. Al principio creí que esa frecuencia de cambio era aleatoria pero luego descubrí, (durante la guardia nocturna, como no podría ser de otra manera) que había un patrón de combinación de colores y una frecuencia constante.
El viaje a Santiago son 4 días, si tenemos suerte con el viento. Pero no hay viento ni piloto automático. Y esto tiene consecuencias muy importantes: hay que repartirse la tediosa tarea de timonear varias horas por día, volver a la esclavitud de la “guarda de timón”, retroceder a la época en que no había sistemas automáticos de gobierno. Dados el tamaño de la rueda del timón y diseño del cockpit de comando, quien gobierna está obligado a timonear parado y con tensión constante en los músculos de los brazos, lo cual cansa.
La noche del 10 de enero fue muy oscura hasta que salió la luna. A nuestro babor, se levantaba la hermosa montaña chilena, que corría paralela a nuestro rumbo. Desde la llegada a Antofagasta tendremos un cambio importante y continuo en el paisaje: la existencia de las montañas a nuestro babor. Ellas no nos abandonarán más hasta exactamente el punto en donde comenzaremos el regreso a casa, o sea el Océano Atlántico. Falta mucho aún. Todavía estamos alejándonos de Rosignano. La Cordillera de los Andes será nuestra “guía chilena” para esta etapa del viaje. De color negro, mucho más negro que el de la noche, esta montaña semeja un gigantesco lagarto dormido. De noche la distancia engaña mucho y la altura de la montaña hace creer que uno está mucho más cerca de ella de lo que realmente está. Otro de los cambios que se nos darán durante esta etapa de Chile, es que jamás volveremos a ver el amanecer hasta que lleguemos al Atlántico. Estamos a “sotaluz” de la cordillera pues tenemos a todo el continente Sudamericano que nos hace sombra.
Todas las mañanas, antes de que el sol emerja por entre las montañas, hay una inmensa claridad celeste que ilumina a todo el mar y va recortando nítidamente el perfil de este gran lagarto echado de Norte a Sur. La primera mañana del viaje es espléndida. Tenemos alta presión y constante, sin embargo, los avisos de viento son incómodos, 30 nudos del Sur y SE. El día continúa hermoso y conforme pasan las horas aumenta el viento y desaparece la formación nubosa del SW.
La costa entre Antofagasta y Valparaíso es alta, quebrada, con montañas bajas que anteceden a las imponentes de la cordillera. Es de color ocre, pero a veces hay grandes extensiones de verde, arriba, no cerca del mar. Hay pocos ríos que llegan al mar, pero a orillas de casi todos ellos hay algún pueblito, seguramente de pescadores.
La República de Chile es una larga escollera que enfrenta al Océano Pacífico Sur. Sus 4200 kilómetros de largo, son todo costa que al llegar a su tercio más austral se rompe, como un espejo, en un millón de fragmentos enloquecidos. La forma que adopta el perímetro de esa costa es realmente asombrosa. En mi opinión, uno de los lugares más bellos del mundo para visitar y navegar. No nos apuremos en llegar, pues junto a la belleza de esa geografía va de la mano el peligro, como a la de una rosa las espinas. Pongamos atención a la ruta más que a la velocidad.
Hace varios días que no hablamos por radio, dado que en el puerto no la utilizamos. Por eso fue un placer escuchar nuevamente a nuestro querido Vasco con su informe climático y algún comentario. En realidad, tenemos varias fuentes de información del pronóstico climático, a las que ahora podemos agregar la del Servicio Meteorológico Chileno, que viene muy bien detallada por áreas. Si no se equivocan nuestros gurúes de los cielos, en los próximos dos días tendremos disminución de viento casi hasta llegar a la calma. Eso sería bueno, pues deberá disminuir la ola y permitirnos avanzar más a máquina. En 3 días más debemos llegar a Valparaíso, por lo que aprovecharemos al máximo el motor según las condiciones de mar que nos toquen. Si quisiéramos navegar a vela deberíamos estar haciendo largos zig-zag y no llegaríamos a tiempo.
Cambió radicalmente el cielo. El limpio celeste dio lugar al gris plomo y aumentó mucho el frío. Debemos ir limpiando mucho el exterior el barco pues en Higuerillas tendremos una muy importante recepción oficial, la más importante de todas las del viaje. No podemos llegar tarde. No podemos no tener el barco en perfecto estado. Comenzamos con la ardua tarea de pulir todos los aceros inoxidables que estén a la vista y el frío no nos ayuda. Excepto los que están de guardia, el resto tiene alguna tarea para realizar, vinculada al orden y limpieza del barco. No es que estemos sucios y desordenados, al contrario, estamos muy bien, pero no es el “standard” esperable para las autoridades y medios que recibiremos a bordo en 3 o 4 días.
El viaje es extremadamente monótono y el color gris del cielo es la causa, junto a oleaje del SW. Por suerte Filippo ha cocinado un pollo al horno con papas y morrones asados que es una delicia y mantiene muy en alto la moral de la tripulación. Con eso, este viejo fenicio se asegura que sigamos trabajando con ganas y no hagamos un motín, pese a la rutina del sueño cortado, a la falta de sol y el eterno movimiento debido a las olas el SW.
El motor sigue trabajando bien, pero igual no nos merece confianza. También hay un ronco sonido acompañado de vibraciones que pertenecen al eje de la hélice y sucede cuando la Adriática monta alguna ola. Aparentemente estaría mal instalada dicha hélice, pero de ser así, nada podemos hacer.
Entre toda esta monotonía, aparecen algunas “perlitas”, pequeñas anécdotas que nos hacen la vida a bordo mucho más llevadera. Esta vez, la víctima del azar es Ferdy, quien desde la partida, hace dos días y medio, deseaba tomar una ducha de agua caliente. Pacientemente, Ferdy preguntaba si había agua caliente esperando que le dijeran que ya había suficiente producida para poder bañarse. Cuando al fin se le informó de que ya había, se metió en el baño y comenzó su maniobra.
Al rato sale y comenta que no había agua caliente y se tuvo que bañar con fría, lo cual sumado al frío que había en el barco, seguramente no había sido una delicia. Cuándo hubo finalizado todo inclusive el perfecto secado del baño (lo que por respeto hacemos todos luego de ducharnos) accidentalmente toca la palanca del comando del agua y la gira hacia la izquierda, en vez de a hacia la derecha, y como por arte de magia llovió un abundante ¡chorro de agua muy caliente!
Llegamos al día 13 y el sacrificio de ponerle motor al barco y arremeter contra la ola da sus frutos. Si nada cambia mañana a la tarde estamos en Higuerillas. Las tareas y guardias se sucedieron según lo paneado y el 14 todo el mundo tomó su ducha y se puso “lindo” para la llegada. La ropa que nos había dado el principal sponsor del proyecto había sido convenientemente guardada para no ensuciarla con el uso cotidiano, por lo tanto, ahora sería la oportunidad justa de usarla, cuando los invitados estén a bordo.
Tres millas antes de llegar a destino, se abre el cielo y la tarde se transforma en una de las más hermosas de la travesía. No podíamos creer esta suerte. Además, la costa es particularmente hermosa, con menos marrón y mucho más verde, aunque no desaparecen las montañas bajas costeras, y detrás la imponente Cordillera.

Hablamos por radio y enviaron un dinghy fuera de la marina para indicarnos el lugar de amarre. También en Marina Higuerillas tenían noticias de nuestra llegada pues me había ocupado de establecer contacto varios meses antes para ultimar los detalles. Fuera de la escollera, esta marina tiene una boya de amarre, de espera. Del dinghy nos hacen señas para que la tomemos. Metros antes de la maniobra de tomar esta boya escucho decir a Fil que se le ha trabado la caja de velocidades del motor. Terminamos la maniobra con el impulso que tenía la Adriática. Ningún problema.
En el lugar hay muchos veleros medianos y pequeños que aprovechan la tarde y están navegando. Poco a poco, todos se van acercando a nosotros. Algunos tripulantes nos saludan con sus brazos. En el dinghy del club, el contramaestre lleva a Filippo a tierra. El color del agua es maravilloso, al igual que la arquitectura del lugar. Las casas en las laderas de las montañas son fabulosas y todo el conjunto es muy bonito visto desde el mar.
Aprovecho la ausencia temporal de Filippo –que fue a Santiago a buscar los repuestos del motor-, y verifiqué el inconveniente de la caja de cambios. Por suerte la falla no era de ella. O se había cortado del cable transmisor de órdenes o se había trabado la palanca en el mando del timón. Suspiré aliviado. Para salir del paso, con un hombre en el motor que accione manualmente la caja a la voz del capitán, es suficiente. Ese hombre fue Emanuel y yo…a mi trinchera de siempre: la maniobra de fondeo.
Entramos a la marina y de esa manera tomamos amarra definitiva en forma impecable. Estábamos en un lugar precioso. El edificio de la marina es muy bonito también –una acertada combinación de maderas y grandes cristales. Dada la eslora media de los barcos del lugar, la Adriática era sin duda alguna la hermana mayor, por lejos, de todos. Y rápidamente llegaron los primeros curiosos, algunos de origen italiano.
Escritor y Navegante