Marina Higuerillas
La marina Higuerillas está enclavada al pie de las primeras y bajas estribaciones de la montaña en una especie de pequeño anfiteatro natural, sobre el cual se ha construido un condominio. Pertenece a la localidad de Con Con, vecina a la famosa Viña del Mar, ambas ubicadas en una hermosa costa con caletas, bahías, etc.
Debido al plan de trabajo a bordo y las tareas a llevar a cabo vinculadas al proyecto, Higuerillas es, sin dudas, la escala más importante del viaje. Por suerte, dudo mucho que estemos menos de dos semanas en este lugar.
También con esta marina estuve en contacto meses antes de llegar, coordinando nuestro arribo con otras actividades vinculadas a él. Apenas llegados, el primer problema a resolver era la electricidad de tierra y me llevó 6 horas lograr que la Adriática tuviera abastecimiento correcto en función de sus necesidades. Una vez resuelto eso, había agua caliente para todo el mundo, lo que fue aprovechado para ducharnos y parecernos lo más posible a un ser humano. No teníamos tiempo que perder pues en dos días se llevaba a cabo una importantísima recepción a bordo y el barco debía estar perfectamente presentable. Además de responsables del estado del barco, también, algunos de nosotros haríamos de “guías” a bordo para todas las visitas y autoridades chilenas e italianas que habrían de visitarnos.
Al evento estaban invitadas altas autoridades del Gobierno de la República de Chile, el Embajador de Italia en Chile, Cónsul Italiano, Agregados Navales de la Armada Italiana, Almirantes de la Chilena, presidentes de diferentes instituciones comerciales, presidentes de grandes empresas y por supuesto, los medios gráficos y televisivos, además de numeroso público.
El evento se había organizado no sólo por el arribo de nuestro velero sino por el hecho de que en él estaba instalado el dispositivo para almacenar hidrógeno que luego se transformará en electricidad a bordo, evitando el uso de las baterías comunes, altamente contaminantes. Ese artefacto fue instalado por la empresa ENEL, italiana, principal sponsor del proyecto y como esa empresa tiene una filial en Chile, por lo tanto, las autoridades de ENEL Chile y una de las más altas de la casa central en Italia iban a estar en el evento.
Nuestro papel de “guías” a bordo consistiría en contestar las preguntas referidas al viaje, explicar todo lo referente al barco y más importante dentro de este marco, poder explicar y hacer entender a los visitantes cómo funciona el dispositivo instalado y lo que éste significa desde el punto de vista del cuidado del medio ambiente.
Uno de los más altos ejecutivos de ENEL Italia, el Ingeniero Franco Donatini, llegó a la Adriática y lo hizo trayendo unas delicatesen italianas que fueron muy bien recibidas. Quiero destacar que Franco es el otro tripulante externo de la barca pues se ha ganado un lugar entre nosotros. Nos ha visitado cada vez que ha podido, en diferentes lugares del mundo a los que hemos arribado y se ha amoldado a la vida de a bordo con la misma naturalidad con que sonríe. Ha tenido la amabilidad de apoyarnos en las explicaciones de la parte técnica del dispositivo instalado a bordo, dado que él es el jefe del proyecto. Ha sido un verdadero placer haberlo conocido y trabajar con él.
La primera noche en Higuerillas, fuimos a cenar a un restaurante. Nada de comer parados, apoyados contra el palo o un mamparo, con las piernas abiertas para no caernos. Una cosa tan sencilla como comer en una mesa horizontal y quieta sólo se valora cuando no se la tiene, como todas las comodidades cotidianas que no nos damos cuenta que existen.
El 15 de enero nos levantamos a las 07:00 porque hubo mucho trabajo. A media tarde llegaba el periodismo y todo debía estar impecable. No me sorprende, sino que me enorgullece que la Adriática sea tan exacta en el cumplimiento de sus fechas de arribo, algo tan importante para los invitados. Y digo que no me sorprende pues hubo varios meses de planeamiento previo por parte de Filippo y es todo suyo el mérito no sólo del plan, sino de la regulación de los tiempos durante los trayectos.
De todas las tareas que hubo que hacer para dejar a la barca como nueva, hubo una particularmente incómoda y difícil: lavar la línea de flotación. Casi 22 metros se dice fácil, pero no teníamos mucho tiempo y las incrustaciones de algas y caracolillos eran realmente difíciles de sacar por su fuerte adherencia y por la posición corporal del trabajo. Me fui de exploración por toda la marina y tomé prestado un hermoso bote a remos cuyo propietario aún no sabe cuán generoso e importante ha sido su aporte para la causa de la Adriática. Orgulloso de mi hallazgo, regresé remando, me puse al costado del casco y comencé la ardua labor.
Los preparativos para recibir a las visitas
Obviamente teníamos menos tiempo que antes por lo que apelamos al viejo y sabio consejo marinero que se utiliza sólo en casos de emergencia -o sea siempre- y recomienda “limpiar sólo lo que se ve”. Y así fue como sólo limpié la línea de flotación de popa a popa… del lado que iba a salir en las fotos y en la TV, que era la banda de estribor, la que daba al muelle de las visitas. La otra, daba… daba pena. Todo el mundo alabó la limpieza del barco… lo cual delata que no navegan.
Casi al caer la tarde al fin pude reunirme con mi viejo camarada de armas, el Contralmirante Daniel Arellano que tantas horas de su tiempo nos regaló para que siempre fuéramos bien recibidos en los puertos de las aguas de su jurisdicción. Vino a Higuerillas con su Sra. esposa y el momento fue sumamente emotivo. Ambos abrazados y a los gritos, como lo que éramos la última vez que nos vimos 40 años atrás: dos adolescentes. Durante el tiempo que hemos navegado por las aguas chilenas, la Adriática tuvo su ángel de la guarda.
El trabajo a bordo era frenético. La sensación de que nos faltaría tiempo para cumplir con todos los preparativos era constante. La noche anterior a la reunión aún quedaban cosas sin resolver.
Durante el mediodía y la tarde siguiente, el evento resultó todo un éxito. Las autoridades invitadas quedaron muy complacidas, los sponsors muy satisfechos, los organizadores muy orgullosos y nosotros muy cansados. No faltó ninguna de las altas autoridades invitadas y la Presidente de la República de Chile, Sra. Bachelet, tuvo a bien enviar en su nombre a la Ministro de Energía y Minería. Muchísima gente durante horas visitó la barca y luego diversos medios gráficos y televisivos informaron del hecho.
Luego de las obligaciones protocolares, nuestra vida en la marina cambió completamente. Otra vez la Adriática se llenó de gente, pero los collares, vestidos y corbatas fueron reemplazados por herramientas, repuestos y cajas de todo tipo. Los nuevos visitantes no ocupan mesas con manteles y adornos con flores, sino la sala de máquinas, el salón, los cockpits… Luego de mucha espera y alguna burocracia aduanera, al fin llegaron los esperados repuestos del motor que esperábamos recibir en Panamá para hacer allá el trabajo que ahora deberemos hacer acá.
Panamá. Qué lejano suena eso y cuántos momentos de preocupación nos trajo el hecho de que no nos cumplieran los plazos de reparación. Tener que salir con un motor que no inspira confianza es estar obligado a prevenir con mucha más antelación todo, hacer reservas de días por si hay algún percance y esa reserva sólo se consigue a costa de disminuir el descanso en las escalas, especialmente si hay que cumplir con fechas de arribo que son prácticamente inamovibles.
La nave convertida en un taller mecánico
Comenzaron los trabajos y la suave música del evento de ayer fue reemplazada por los típicos ruidos del trabajo a bordo, golpes, taladros, cortes etc. Otra obra de teatro. Otra cortina musical. Poco a poco la vida a bordo se va tornando más y más incómoda. Los técnicos del motor hacen su trabajo, los de ENEL y la tripulación, los suyos. La Adriática otra vez esta despanzurrada por dentro. En su interior parecería que hubieran llovido tuercas, arandelas, tornillos, herramientas, papel, partes, tubos, mangueras… Pero así es cuando se repara un barco. Al principio el desorden va creciendo, hasta niveles inimaginables y da la sensación de que jamás se podrá guardar y ordenar todo. Pasan los días y la cosa empeora en vez de mejorar. En todos los barcos es igual. El desorden crece como la espuma del champagne en una delgada copa.
Las aguas de la marina no son calmas nunca. El Océano Pacifico permanentemente envía sus ondas del SW hacia la costa y éstas penetran en el puerto. De vez en cuando, los revestimientos de madera del interior de la Adriática crujen por este balanceo y pareciera que es la propia barca la que se queja por las curaciones que le están haciendo, pero como un animal dócil que sabe que es por su bien, se deja hacer.
Las imprescindibles y casi siempre leales amarras a veces son un verdadero castigo. El camarote que compartimos con Filippo se halla muy cerca de la popa y la Adriática está amarrada, justamente, por la popa. Los cabos de la amarra crujen acompasadamente conforme se tensan y aflojan por las suaves sugerencias de las olas que nos llegan. Como el casco es metálico, ese chillido se transmite adentro de nuestro camarote, que hace las veces de una gran caja de resonancia. A veces es una tortura aún para quienes estamos acostumbrados. Es mejor llegar a la cama completamente extenuado y dormirse rápido.
Con muy buen sentido de la oportunidad, Filippo ha dado dos días de licencia a la tripulación, a condición de que sea por turnos. Es la primera licencia desde que salimos de Rosignano y realmente las caras lo agradecen. Rápidamente se organizan los dos turnos sin problemas. (Obviamente, Fil y yo somos del tercer turno: No tenemos licencia). Ferdy se va a Santiago (capital de Chile) a visitar a un amigo (eso fue lo que nos dijo…), luego Manu y Marco desaparecieron del barco con rumbo secreto, pero regresaron para dormir.
Merece mencionarse la amabilidad y educación con que los chilenos nos han recibido y tratado durante toda nuestra estadía. Son sumamente cálidos y muy bien dispuestos con nosotros. En la marina, prácticamente todo su staff se puso a nuestra disposición para cualquier cosa que necesitáramos. Sería muy injusto de mi parte no destacar -dentro de todo este marco de cooperación- la paciencia que nos tuvieron en el restaurante Marcelo y Carlos, los camareros y la generosidad de su propietario, Don Miguel, al permitirnos decenas de veces el uso de su teléfono, elemento indispensable para poder organizar nuestro trabajo, coordinar a los proveedores de repuestos y resolver la infinidad de problemas y complicaciones de un barco en reparaciones en un puerto extranjero.
Con Filippo hemos pasado horas planeando los próximos pasos de la navegación en los reservados de ese restaurante, que permiten al mar entrar y sentarse en la misma mesa que nosotros. Horas calculando millas, tiempos, combustible, eligiendo rutas, caletas donde pasar la noche, caletas de emergencia donde escondernos en caso de temporales. También allí, hemos mantenido una larga reunión con dos Contralmirantes, el amigo Daniel y Alberto Mantellero, un personaje cuya historia personal merece un libro ella sola.
A Alberto lo conocí 10 años antes, hablando por radio cuando llegaba a Chile procedente de Galápagos. Al año siguiente, otra vez nos encontramos por radio, pero esta vez yo llegaba de Nueva Zelanda, en plena vuelta al mundo. Nos cruzamos en uno de los canales y sólo nos pudimos saludar agitando nuestros brazos. Él, “allá arriba”, en el alerón de un inmenso buque, y yo “acá abajo” en la cubierta de un velero catamarán. Pasaron diez años y la vida nos regaló la oportunidad de conocernos personalmente. Cosas del mar.
Alberto no dudó un instante en poner toda su experiencia de marino y práctico de los temibles canales fueguinos al servicio del proyecto. Junto con Daniel, ambos nos han obsequiado esos secretos que no aparecen en los libros. Una parte del éxito de nuestra segura navegación por esas peligrosas aguas se debe a ellos, sin duda.
Por supuesto, el que podía según sus obligaciones hacía un poco de turismo local. Mi turismo se centró en ir una y otra vez con Filippo y quien deseara acompañarnos, al restaurante “del Gigi y sus hijas”, a escasos 300 metros del barco. Ir a Higuerillas y no ir a lo de Gigi no es ir a Higuerillas. Es indescriptible. Hay que ir, sentarse en esa hermosa terraza frente al mar y dejarse llevar. Comer lo que Gigi decida, hecho como a Gigi se le ocurra. El bistec de lomo no tiene nada que envidiar a los argentinos y lo dice un argentino. La cerveza es de las mejores del mundo (Chile tiene muy buena calidad de agua natural de montaña y exporta cerveza a… ¡Alemania!). Gigi es imperdible.
A los nueve días de llegados, se retira el personal técnico de ENEL, todos ya “de la Gran Familia Adriática”. Han cambiado algunas partes del dispositivo de almacenamiento de hidrógeno, paneles solares e instrumental eléctrico. También se fueron los mecánicos, el lavador de tanques (había mucha agua en uno de ellos) y el técnico electrónico que vino de Buenos Aires a reparar todo el sistema del piloto automático, el amigo Zorzoli, otro de nuestros tripulantes externos. Como los técnicos, también un día se tuvo que desembarcar Manu, luego de tantas millas juntos. Una verdadera injusticia que no pudiera conocer la próxima etapa, la más lejana de su patria, la más difícil, la que nos iba a exigir más aún. Manu, el compañero inseparable de Marco dejó un hueco en algún lugar del barco, porque se llevó un pedazo con él. Sentí mucho su partida y por largo tiempo.
Apenas el barco estuvo en condiciones de navegar, se aprovechó la oportunidad para hacer fotos y una breve travesía por la bahía del Puerto de Valparaíso. En ese viaje se grabaron imágenes de Susy y Filippo, que serán utilizadas en alguna producción televisiva.
Un adios nada fácil
Nuestra estadía en Higuerillas tuvo a otra protagonista importante. Joven, de una belleza superlativa, pelo largo negro como sus ojos y una sonrisa adictiva. La tripulación la conoció en la piscina de la marina y así, Javiera Mac Lean, se transformó en la “mascota” del barco. Atendía el pequeño bar muy cerca de las rocas y hacía los mejores Pisco Sour de este lado de la galaxia. Luego del trabajo a bordo, Marco, Ferdy y Damiano migraban hacia el sector sur de la Marina e invertían en piscos y sonrisas. Javiera nos regaló un CD con una música que nos cautivó y que también fue nombrada música oficial de la barca. De hecho, nos acompañó absolutamente todo el regreso. Sin duda fue su manera de abordar nuestra memoria y continuar navegando con nosotros.
Pero lo que realmente ha llevado a Javiera a transformarse en una de las más brillantes estrellas en el cielo privado de la Adriática, fue su talento de dibujante y pintora. Hizo unos retratos de algunos de nosotros que realmente nos asombraron. El día de nuestra partida, nadie quería irse y me regaló un dibujo de toda la tripulación que guardo como lo que es: Un verdadero tesoro. Me consta que lo hizo con el alma, como para dejar un pedazo de ella en nosotros. En mí, lo logró.
Conocí a Javiera muy tarde, casi antes de zarpar. El “hola” estuvo muy cerca del “adiós”, del mismo adiós que fuimos repitiendo a cada uno de quienes han construido nuestro mundo en la Marina Higuerillas. Son despedidas con un mimetizado sabor triste, ese sabor a “nunca más”, al verdadero adiós. Y así, entre adioses, promesas y dibujos, un buen día levamos anclas e Higuerillas pasó a ser parte de la estela de nuestra vida. Vino todo el mundo a despedirse. Hasta Gigi –propietario del restaurante- y una de sus hijas, Samuela.
El 30 de enero se presentó excelente para la navegación y no tan bueno para el alma, pues me cuesta zarpar. Pese al cansancio acumulado por todo trabajo realizado, en Higuerillas me he sentido como en mi casa. ¿Quizá sin darme cuenta he permitido que mi mano se caliente en la del amigo, olvidando el sabio refrán marinero de Vito Dumas? ¿Quizá esta sucesión de llegadas y despedidas ya son demasiadas en mi vida y comienzan a pesar las despedidas y a anhelarse las llegadas?
A las 11:00 hs. Escucho otra vez la primera orden de cada etapa de navegación: “¡Cuando querás, Ric!”, me dice Fil desde el timón. Hizo el ancla sabiendo que soy yo quien corta todo lazo nuestro con la tierra. Exactamente en el momento en que el ancla zafa del fondo y comienza a elevarse vertical, ahí, en ese instante cambia nuestra condición. De ser terráqueos pasamos a ser marinos, a no depender de tierra. En el muelle algunos saludan, otros sacan fotos. Estamos a metros de distancia aún, pero en mundos diferentes, pues ya no estamos. Quienes se despiden de nosotros saludan a sus recuerdos.
Ancud a una semana
Italia está cada vez más lejos. Aún debemos aumentar mucha latitud y cambiar de océano para comenzar el regreso. A veces es demoledor pensar que estamos tan lejos y debemos alejarnos aún más para poder regresar. Para llegar al punto a partir del cual estaremos regresando, falta todavía navegar un tercio de todo el continente sudamericano. El tercio más difícil, el sur de ambas costas, la pacífica y la atlántica.
El puerto de Ancud será nuestra escala próxima. Está sólo a 700 millas, pero con viento en contra esperamos recorrerlas en no menos de una semana. Quizá sea la última navegación larga en aguas abiertas a contrapelo de la naturaleza. Si bien la primera parte de los canales chilenos no la haremos a favor del mar, la llevaremos a cabo en aguas cerradas, por lo que las ondas en contra serán completamente diferentes. En Ancud comenzará el verdadero viaje para el cual nos hemos preparado tanto. Náuticamente hablando, hasta ahora no fue más que eso: prepararnos.
La verdadera personalidad del Pacífico Sur que hasta ahora estaba más o menos disimulada se hizo sentir desde que zarpamos pues se presentó muy soleado, frío y ventoso. Los días que siguieron continuaron sin sol y con mucho más viento… de proa, como corresponde. De todas formas, existe la posibilidad de matizar esta etapa haciendo una corta escala intermedia de unas horas o sólo un día, en Quiriquina, una pequeña isla metida dentro de la Bahía de Concepción, para visitar la Escuela de Cadetes de la Armada de Chile y donde frente a la Base Naval de Talcahuano (en la península) se halla fondeado el Monitor “Huáscar”, hoy museo flotante y quizá el buque de la Armada Peruana de más brillante campaña militar de su historia. Fue capturado por Chile en la Batalla Naval de Angamos, el 8 de octubre de 1879[i] y mantenido en un estado de conservación original de tal excelencia, que en el año 1995 la Armada de Chile fue honrada con el premio «Maritime Heritage Award» otorgado por el World Ship Trust.
Esta escala no prevista pero sí deseada por todos por un par de motivos (de los cuales uno era el verdadero interés en visitar ese barco), tuvo que ser anulada casi cuando estábamos por llegar, debido a que había caído el viento totalmente y tuvimos que reemplazarlo por el motor. Si hacíamos la escala no podríamos llegar a tiempo al Puerto de Ancud, en donde nos esperaban varias personas para continuar el plan de navegación previsto en Italia.
Pasamos frente a la boca de la Bahía de Concepción en una hermosa noche de luna. Con su luminosa invitación el faro nos tentaba a entrar y fondear en aguas tranquilas, pasar una noche agradablemente dormidos y hacer las visitas al día siguiente, pero lamentablemente pudimos sobreponernos a su canto de sirena.
¿Solo un cambio de humor?
El otro motivo por el cual deseábamos hacer esa escala es que por primera vez desde que zarpamos desde Rosignano, aparecieron los primeros síntomas de un cambio de humor general. La vida de abordo estaba mutando. No había vida social. Comenzamos a repetir las rutinas como autómatas: dormir, hacer guardia, comer algo de parados y regresar a dormir. Habían desparecido los almuerzos entre todos, o las conversaciones entre nosotros. Recuerdo que hubo 2 días en que no le vi la cara a Marco.
El horario de nuestras guardias definía el de nuestras vidas y como aquellas no se superponían, éstas tampoco. Entiéndase bien, no había mal humor a bordo en absoluto, simplemente nos fuimos deslizando en silencio hacia la esencia de la navegación: cumplir con las funciones de cada cual y nada más, olvidando lo humano. Éramos sólo una tripulación efectiva que cumplía su misión. Nada más.
El viaje de la Adriática continuaba sin problemas, según lo planificado, pero nuestro viaje interno, quizá no. No estoy hablando por todos, sólo narro mi personal parecer en función de lo que viví, las caras que vi y las palabras que escuché, dichas como por descuido. Somos profesionales y sabemos que no debemos dejar impregnar nuestro trabajo con nuestras emociones, pero antes que profesionales somos seres humanos y a veces, un pequeño gesto o un prolongado silencio dicen mucho.
¿Quizá la hermosa estadía en Higuerillas penetró en nosotros más de lo que creímos, minando nuestro ánimo marinero? Si fue así no lo sabremos nunca pues no había opciones: había que seguir. Y seguimos rumbo al sur, a ese infinito sur del mundo.
Mar en contra y motor. Otra vez la eterna complicidad entre el ruido, el movimiento y la escora. Desde Panamá. Lo sabíamos y lo aceptamos así, pero eso no quita que lo suframos.
La anteúltima noche de navegación antes de arribar a Ancud no sólo fue hermosa, sino que nos regaló algo increíble: un cometa con dos colas. Levemente por encima de la cruceta baja de estribor, contrastando en un negrísimo firmamento, había dos colas tenues, como un spray en forma de “V” cuyo vértice apuntaba hacia proa. Con los prismáticos se podía observar perfectamente. Momentos antes “alunecía”, es decir, salía la luna llena por nuestro babor, el Este. Sólo los bordes de las nubes que estaban por sobre la Cordillera de los Andes se iluminaron, como un contorno de millones de noctilucas. Poco a poco, una inmensa luna algo amarillenta empezó a asomar por las cumbres de las montañas y rápidamente su borde superior llegó a la estrecha capa de nubes. Un par de minutos después, la luna, ahora sí, libre de obstáculos, empezó a trepar por el cielo, diluyendo en su luz a las estrellas que la rodeaban. El inmenso negro del cielo se tornaba gris oscuro alrededor de la luna. El mar estaba completamente calmo, como mi espíritu. Estaba con Filippo en el cockpit en ese momento. Uno de los dos ocupaba la guardia del otro, pues jamás la compartíamos.
No hacía frío en absoluto. En las últimas horas el tiempo se había suavizado notoriamente. Miro más las montañas que las velas y la proa. Detrás de nosotros, cada vez más cerca, hay dos grupos de 3 luces cada una. Son los vértices de un triángulo muy conocido por todos los marinos del mundo. Veo un punto rojo, a su izquierda uno verde y arriba de los dos, en el medio de ambos, uno blanco. Un triángulo que puede ser mortal: un barco que nos alcanza y nosotros estamos exactamente en su proa. Hay dos barcos en esa situación. Los veo en el radar. Se acercan lentamente. Deben ser dos pesqueros que van al mismo puerto de Ancud. No hay peligro alguno. Ferdy, recostado en “su” banda de estribor, cuenta las estrellas o mira el cometa.
Rompiendo este mágico hechizo, en determinado momento le pido a mi compañero si es tan amable de traer té, sin saber que este pedido le impediría ser testigo de algo casi sobrenatural. Mi culpa será eterna, pues lo que se perdió Ferdy por hacer el té es la entrada a la atmósfera de un aerolito gigantesco, de intenso color verde, muy brillante, que luego se rompió en dos pedazos que continuaron con su trayectoria hacia la muerte. Duró bastante, quizás unos 3 o 4 segundos, pero para mí fue eterno. Jamás había visto algo similar. Estrellas fugaces sí, pero esto, nunca. Me quedé pasmado, mudo y emocionado por este regalo del mar.
El día siguiente continuó siendo maravilloso con un cielo casi sin nubes ni frío con mucho sol. Al medio día, no recuerdo quién, decidió ir al cockpit a tomar sol. Por supuesto, la idea fue muy bien aceptada y adoptada por el resto. Lo que comenzó en forma natural devino en la primera reunión social en mucho tiempo a bordo, que sirvió para recuperar la vida en común que tenuemente se nos había ido escapando sin darnos cuenta.
Sin grandes novedades continúo la jornada de navegación y al dejar mi guardia a las 23 horas me encuentro para cenar un par de inmensas fuentes de… “Lasagnas verdes” hechas por Filippo “para mí” sin duda alguna. Sabe que es mi plato preferido de todas las exquisiteces que él hace (es un verdadero chef) y tuve que esperar casi 4 años para que las hiciera nuevamente. La última vez que las comí con él fue a bordo del catamarán en el cual hemos navegado juntos tres años.
Paulatinamente, durante la noche el clima fue empeorando, aunque el viento rotó al NW -claro aviso que luego iba a entrar el frente frío del SW-, lo cual era peligroso con costa a sotavento, como teníamos. Era todo cuestión de pocas horas. Aunque sea presagio de tormenta, el viento que recibíamos del NW fue el primer “viento a favor” desde que partimos de las ¡Islas Galápagos!
Nota al pie:
[i] El monitor “Huáscar” operó el resto de la Guerra del Pacífico (Chile – Perú, Bolivia 1879) bajo bandera chilena. Posteriormente, durante la Guerra Civil de 1891, participó en la contienda en el bando de los congresistas. Formó parte de la Escuadra hasta 1897, fecha en que quedó de baja en Talcahuano por la explosión de una caldera. Se le restauró como reliquia histórica en 1934. Entre 1951 y 1952, se inicia la total restauración del monitor, con la intención de dejarlo tal como lucía en 1878, y que se convirtiera en un santuario en el cual se veneraran las Glorias Navales de Chile y Perú. Desde esa fecha, el monitor continúa con un estricto programa de manutención, lo que asegura su conservación por muchos años más, para que pueda continuar siendo no sólo una reliquia, sino un santuario flotante a las Glorias Navales de ambas Naciones.
Escritor y navegante