
Canal Chacao
Hasta ahora, desde que hemos zarpado de Rosignano, hicimos navegación exclusivamente oceánica. A partir de Higuerillas, nuestra última escala, nos queda aún una pequeña porción de mar de unas 700 millas, (casi la distancia Buenos Aires – isla de Florianópolis), para acceder al Canal Chacao, un paso hacia las aguas íntimas de Chile y en mi opinión el comienzo de uno de los paisajes más bellos del mundo para navegar. El tipo de navegación cambiará radicalmente pues navegaremos por los célebres Canales Australes Chilenos hasta salir al Océano Atlántico. Con un par de pequeñas excepciones, no más aguas abiertas hasta dentro de un tiempo.
SI bien esas 700 millas parecen mucho, cuando uno se acostumbra a miles de ellas, siente que nuestro ansiado canal se halla “a un tiro de piedra”. Los pocos días de navegación fueron pasando sin novedad y al final estábamos a pocas horas de la entrada al canal de marras. Ahora tenemos una regata contra el fuerte SW que se espera que llegue ¿Arribaremos a tiempo a las aguas seguras o antes nos visitará el frente frío? Durante toda la última noche cayó una tenue llovizna que aún perdura, pero no logra diluir el excelente humor que hay horas antes de cada llegada a puerto.
Luego de navegar a través de una liviana neblina, a las 0700 hs al fin ponemos proa a la entrada del difícil Canal Chacao, canal que separa el extremo norte de la isla de Chiloé, del Chile continental. Es un canal difícil, pues tiene corrientes de mareas muy fuertes (hasta los 6 nudos) y cuando la dirección de la corriente es opuesta a la del viento, se generan los famosos “escarceos” es decir, zonas de oleaje muy desordenado, sin ritmo ni dirección claros que son peligrosos para las embarcaciones menores.
Por supuesto, como no podíamos correr el riesgo de que el SW nos encontrara desprotegidos, teníamos que cruzar el canal Chacao de W a E, cuanto antes, rumbo a la Cordillera de los Andes, dejando al Pacífico en popa. El problema era que dada la hora de nuestro arribo, lo haríamos en los últimos momentos de la corriente saliente y como soplaba del NW, la componente W del viento era contraria a la corriente de marea. Debíamos ralentizar nuestra velocidad para poder entrar en el intervalo cuando las aguas estuvieran quietas (estoa) o ya haya comenzado la marea entrante e ir con ella.

Debido a los escarceos, el andar de la Adriática era un verdadero pandemónium. La proa parecía epiléptica y era imposible mantenerla enfilada hacia algún lado. Todo era gris. El sol había salido, pero no se lo veía pues una muy gruesa capa de nubes cubría absolutamente todo el cielo. Por momentos, la suave lluvia se transformó en nieve y quizá sea ésta la primera vez que nieva sobre la Dama Roja, al menos durante una navegación. Según la información que solicité a Radio Faro Corona (la radio del acceso al puerto de Ancud), estábamos entrando con marea a favor, sin embargo, los instrumentos informaban lo contrario pues la velocidad sobre el agua era mayor que la velocidad sobre el fondo del mar y debía ser a la inversa.[i]
Aguas internas de Chile
Ancud ha sido puerto internacional hasta comienzos del siglo XX. Fundada en 1768 como puerto y fortaleza para resguardar el tráfico a y desde el Cabo de Hornos, Ancud se convierte en la ciudad mejor ubicada en la Isla de Chiloé y es declarada capital política y militar de este territorio. Recién en 1982 se traslada la capital de la región a Puerto Castro, en la misma isla.
Muchas nubes bajas y algo de viento. Las montañas y casitas de la costa juegan a las escondidas entre las nubes. Ancud es sobrenatural. Fondeamos casi con 90 metros de cadena. Nunca usamos tanta cadena ni antes, ni después. Perdimos la noción del tiempo. Nos fuimos a dormir exhaustos y cada uno despertó cuando su cuerpo así lo quiso. Estamos todos desfasados con nuestros relojes internos. Algunos esperan la cena, pero es la hora del almuerzo, otro se despierta a la hora de ir a dormir. Temporalmente todo es confuso y como la capa de nubes anula las sombras y los contrastes, sólo sabemos que es de día, pero no qué hora es.
Al día siguiente de nuestro arribo hay mucho por hacer y poco tiempo, como de costumbre. La jornada laboral a bordo es larga. Estamos a casi 3 millas del puerto, pues no se puede fondear en cualquier lado y además hay tráfico de ferries. Nos comunicamos con un servicio de lanchas para poder desembarcar y embarcar. Como era extremadamente caro, hemos decidido organizarnos para hacer todo en un sólo viaje de ida y vuelta. Filippo se dirige a tierra con Damiano y Marco. Tienen mucho por hacer allá, además de los papeles de la arribada. Yo decido quedarme a bordo para organizar las tareas y llevarlas a cabo.

Estamos recuperados gracias a un sueño reparador y hay sol. Los ánimos son excelentes y cada cual hace el trabajo que le corresponde. Por la tarde me llama Fil por radio. Debo hacer un plan de navegación para presentar a la Armada, como es de rigor. El plan consiste en explicar la derrota a navegar, nombrado cada canal, seno, paso, etc. Obviamente informar sobre las escalas previstas, escalas provisionales y caletas donde guarecerse en caso de contingencias climáticas. Declarar la cartografía de abordo relativa al derrotero a seguir, equipos de radio en funciones, etc. Por supuesto, ese plan puede ser rechazado pues en realidad no se puede ir por donde uno desea.
La razón de esta exigencia, a primera vista y en especial por tripulaciones de turistas extranjeras, parece un exceso de celo, propio de los militares. Para un europeo es casi inconcebible tener que declarar por donde voy a ir a navegar, con el lujo de detalle que exigen las reglamentaciones chilenas. Sin embargo, tales reglamentaciones son más que comprensibles cuando a uno se lo explican: lo intrincado de la geografía insular chilena es de tal grado, que si fuera permitido ir por cualquier lado, sería muy difícil o imposible llegar a tiempo para hacer cualquier rescate, suministro de apoyo o evacuación de personas. Puede parecer exagerado, pero conmino a verificar lo que digo revisando cartas náuticas de baja escala o por Google Earth. En cambio, yendo todos por los mismos lados, la función de la Armada Chilena, como la de cualquier otra en similares circunstancias, se simplifica muchísimo.
Debido a que hice este viaje en dos oportunidades, yo ya conocía estas reglas y sabía cómo presentar lo que solicitaban las Autoridades Portuarias de Ancud. Por otra parte, como ya dije, formaba parte de mi trabajo solucionar todo lo que estuviera al sur del Ecuador mientras que Filippo se haría cargo de todo lo que estuviera al Norte. El Ecuador era, así, una especie de Tratado de Tordesillas horizontal, entre Fil y yo. Me tomó varias horas, rehacer de memoria gráficamente el recorrido “legal” pero cumplimos y el plan fue aceptado sin chistar.
La Armada Chilena lleva adelante una excelente tarea de guarda de sus más que complicadas y peligrosas costas y tiene (o tiende a tener) absolutamente todo bajo control. La abrupta geografía en donde debe desarrollar sus funciones, que más parece un catálogo de geometría fractal que una costa, no le deja otra alternativa que ser eficiente y exigente. Dentro de estas exigencias, a los navegantes deportivos –sean o no chilenos- se les pide el cumplimiento de un estricto plan de navegación del cual no apartarse y también -como a toda embarcación de cualquier tipo- se les solicita que dos veces al día den su posición por radio (a las 08:00 y 20:00). He hablado con varios veleristas de distintas naciones y en general lo comprenden. Hay otros que no, que se sienten “observados” en demasía. Absolutamente siempre la Adriática ha cumplido con estos requisitos.
Ese Plan de Navegación entra en el sistema de la Armada y digitalmente se lo retransmite a todas las Capitanías de Puertos de la ruta a seguir, de tal forma que cuando llegamos a un puerto ya saben quiénes somos, por dónde vinimos, a dónde vamos y etc. Cuidan muy bien sus aguas y a quienes navegan en ellas.
Hoy es 7 de febrero. Por la mañana todos hicimos trabajos livianos a bordo pero igual, pese a que era mi turno de desembarque para conocer Ancud, decidí quedarme a descansar y que otro ocupara mi lugar. Yo había estado en dos oportunidades anteriores en Ancud. En realidad, me es imposible no hacer absolutamente nada a bordo o sea que seguí con algunas tareas menores. Mañana zarpamos para Puerto Castro, en donde nos espera un grupo de biólogos. Seremos 15 personas a bordo.
A las 0500 del 8 de febrero nos levantamos y una hora más tarde estaba levando el ancla. Hace mucho frío, pero sin viento. Parece que tendremos un lindo día de navegación, pese a las gruesas nubes. El comienzo del viaje debía ser cruzar el correntoso Canal Chacao, en dirección hacia “adentro”, es decir hacia la cordillera. Para eso era necesario tener corriente a favor. Como hay que dar parte por radio en el momento de la partida, aproveché y nuevamente solicité las horas propicias para navegar en sentido W – E.
Siguiendo las instrucciones, zarpamos confiados. Aún no amanecía y el canal tenía sus aguas sin olas pues aún no había viento. La velocidad del barco era buena, unos 7 nudos a motor. Cuando estábamos en pleno Canal, notamos que la costa pasaba muy despacio hacia atrás. Comienza el amanecer y al ver mejor hacia tierra, corroboramos nuestra sensación de estar casi parados respecto de ella. La conclusión era obvia, estábamos navegando a contracorriente, y ya se comenzaban a ver algunos pesqueritos chicos que salían hacia el mar, en dirección contraria. La deducción era sencilla: si ellos salen es porque nosotros estamos equivocados. Nuevamente nos habían dado la hora errónea para navegar en el sentido en que queríamos hacerlo.
Podríamos haber seguido durmiendo las 3 horas que ahora debíamos esperar fondeados cerca de la costa. Pero no todo está perdido. La quietud era total e intentamos continuar el descanso, por aquello de que “en navegación se come y se descansa cuando se puede”. Ferdy se ofreció para quedarse “de guardia” mientras dormíamos confiados. Tomó su bolsa de dormir, la puso al sol, sobre el cockpit y se metió adentro. Sus ronquidos “de guardia” aún hacen eco entre las montañas, buscando a la Adriática para regresar a Italia.
La navegación por el Canal Chacao hacia el W, fue inolvidable. No sólo porque al timonel se le exige mucha concentración debido a las corrientes y al gran tráfico marítimo que hay, especialmente en la zona del cruce de los ferries, sino por el hermoso paisaje que lo acompaña en ambas orillas. A poco de navegar, pasamos frente al modesto “Puerto Elvira”, en donde el amigo Alberto Mantellero posee su cabaña de verano en un lugar paradisíaco. Lamentablemente en su jardín no estaba izada la bandera blanca con el gran loro verde, señal de que se puede desembarcar e ir a tomar unos buenos Piscos Sour o Vainas Chilenas a su casa. Con mucho cuidado arribamos al área de intenso tráfico de ferries. Nos cruzaron 4 en ambas direcciones y me divertí bastante calculando las velocidades y los rumbos para pasar entre ellos sin recibir ningún toque de sirena por alguna situación comprometida. El cielo aún continuaba plomizo y espeso de nubes. Sin embargo, al llegar al Golfo de Ancud…

Rumbo al Sur
… se abrió otro mundo en el cielo. El agua se tornó brillante, de un profundo azul intenso. Un sol joven, vital y a proa, apenas se elevaba por sobre la Cordillera de los Andes y se distribuía en toda la superficie del agua, en cada cresta de ola, repitiéndose, por millones. Como si se hubiera roto alguna inmensa bolsa repleta de diamantes y éstos se hubieran caído entre nuestra barca y la montaña. El cielo, de un celeste perfecto, estaba moteado de blanquísimas y pequeñas nubes de formas redondeadas, voluptuosas, como pintadas por Miguel Ángel. Sus bordes superiores brillaban como si fueran de nácar fosforescente.
En este golfo abandonamos la dirección E de navegación y viramos hacia la derecha, estribor, hacia el sur infinito. En este preciso momento comenzaba la verdadera etapa difícil del viaje (la “más” difícil comenzará con el cruce del Golfo de Penas, pero falta un poco). Ahora, realmente bajábamos a otro nivel de “desprotección” de la civilización. Junto con el aumento de latitud, íbamos a ganar más soledad, aislamiento logístico de todo tipo y frío. Todavía estábamos en la zona en donde predominaban los vientos del SW, pero ahora los navegaríamos en aguas encerradas, con costa cercana, costa peligrosísima, rocosa, acantilada, con muy pocos lugares de refugio y éstos, para barcos que tengan 4 metros de calado. Esta costa enfrenta a los vientos y no abundan las “calas” con la forma adecuada para poder entrar, y hallar un lugar de fondeo seguro, protegido.
Tomamos rumbo S nuevamente, dejando la inmensa y hermosa Isla de Chiloé hacia nuestro estribor, que comenzó a pasar como un cine monumental. Sus colinas y valles, de un verde intensísimo, nos mostraron un paisaje de cuentos, apenas salpicados por pequeñas casas. Bosques de un oscuro verde y altísimos árboles estaban esparcidos por todos lados. Esos verdes contrastaban con el celeste del cielo y el intenso azul del agua de una manera que era imposible dejar de admirarlos. Muy pocos caminos, sinuosos, son como delicadas nervaduras de una hoja verde colosal. Si no nos dicen que estamos en Chile, bien podemos pensar en Escocia. La isla de Chiloé tiene una belleza sobrenatural, de una fuerza irresistible.
A nuestra izquierda, el agua del Golfo de Ancud finaliza al pie de la inmensa cadena montañosa de cumbres blancas. Conforme se acerca a la costa, el azul se va oscureciendo más y más. A proa y algo a babor por sobre las crestas de las altas montañas de los Andes del Sur, se eleva un pico hermoso, mucho más alto que el resto. Es el Corcovado, que da el nombre al próximo golfo que deberemos cruzar pero dentro de algunos días. Tan lejos está.

El aire tiene otro olor. Ya no es “marino”. El viento acaricia las islas antes de llegar a nosotros, toma olor a bosques, se calienta con las rocas al sol y nos regala un aroma diferente, con tibios y ocultos mensajes del paraíso. A bordo las rutinas de siempre, pero realizadas bajo este excepcional buen tiempo, son cumplidas con entusiasmo cercano a lo patológico.
Comienzan a aparecer las primeras “granjas de piscicultura” en donde se crían los salmones que se exportan. Absolutamente todas son modernas, perfectamente organizadas, con claras señales de mantenimiento constante. Están señalizadas de día, pero de noche no es tan sencillo verlas. En las cartas náuticas sólo a veces están señaladas, por lo que no realizamos una navegación más cerca de la costa.
Es increíble la cantidad de canales pequeños, islotes y caletas que hay en esta zona. La costa es muy recortada y lamentamos todos no tener más tiempo para poder recorrerla como se merece. Suelen cruzarnos por proa y por popa, diferentes embarcaciones de trabajo. Es muy intenso el tráfico marítimo en esta zona, debido a la actividad pesquera.
Continuamos navegando, eligiendo las rutas para llegar a Puerto Castro, la capital de esta isla de Chiloé. Castro está metido en el fondo de una maraña de canales con recorridos muy caprichosos. Como son canales angostos, seguramente podremos gozar mucho del paisaje.
El atardecer nos sorprende, pese a que no vemos más el sol ponerse en el mar. Y no lo veremos por mucho tiempo. Estamos encajonados entre montañas, nos son vedados el amanecer y el atardecer. Comienzan a acompañarnos más aves y hace aparición una de las más famosas, la que no vuela y es, como la especie humana, el otro único vertebrado que camina erguido: el pingüino[ii].
Excelente nadador, el pingüino es sumamente gracioso. Deja tras de sí como una suave estela que sugiere un tipo de propulsión secreta, con la que puede alcanzar muy altas velocidades de navegación en inmersión.
Dejé el timón a Filippo y fui a cenar. A mi regreso, casi me caigo del asombro: un cielo inmensamente negro, puro, lleno de estrellas, cruzado por la Vía Láctea, me esperaba para hacerme compañía. Este mismo cielo nos acompañó hasta Castro, a muy pocas horas de distancia.
La navegación entre los canales fue sumamente divertida. Las opciones eran tantas que debíamos meditar muy bien cuál elegir pues, aunque teníamos las cartas a veces aparecían dudas. Hay que andar con mucho ojo. La sonda se transforma en un elemento fundamental en estas aguas desconocidas para nosotros. Permanentemente hay que buscar en el agua o en la costa las señales que indican las cartas y los libros de derrotas. Es muy fácil perderse o chocar con una roca semisumergida, rodeada de decenas de metros de agua profunda, un traicionero puñal de piedra que como una aguja se levanta desde el fondo pero no llega a aflorar en la superficie. Navegamos lentamente a vela y a motor porque las curvas de los canales son muy pronunciadas y a veces las velas no pueden trabajar correctamente.
Por estos canales somos protagonistas de algo que nos llena de orgullo a todos. Creemos ser el primer barco de la historia que navega con sus luces de posición alimentadas por energía eléctrica almacenada y generada por una técnica absolutamente novedosa, que no hay en otro barco. Estamos usando el sistema instalado por la empresa ENEL, desarrollada por el departamento de Nuevos Sistemas de Generación de ENEL Investigación, cuyo responsable es el Ing. Franco Donatini, cordial amigo de todos nosotros.
Así, Puerto Castro comparte el honor, al ser el primer puerto de la historia en recibir a un barco con este sistema eléctrico, lo que hemos informado a los medios locales.
Las pocas luces de tierra que aparecían a ambos lados de la Adriática ahora ya aparecen con más frecuencia y a veces, agrupadas. Es señal inequívoca que estamos llegando al puerto. Nadie habla a bordo. Hay mucha tensión pues el canal es muy estrecho, la profundidad va disminuyendo rápidamente y estamos a motor, lo que no es garantía de nada. De vez en cuando, algún sonido de la costa indica que algo se mueve o está vivo. Todo es negro, excepto el cielo. Como de costumbre en estos casos de navegación con visibilidad nula o restringida en lugares cerrados, Filippo va al timón y yo al Radar, y hablamos conectados por radio. En la pantalla del radar utilizo la menor escala, la de un octavo de milla y así aparecen perfectamente dibujadas ambas márgenes del canal. Informo a Filippo sobre las curvas que se avecinan y suelo indicarle el momento de la virada. Él verifica las profundidades y decide finalmente la maniobra.
Sólo escuchamos el suave ronroneo del motor, que parece un gato semidormido. De pronto, del negro más absoluto y a nuestro estribor, aparece un racimo de luces: Puerto Castro. Algunas decenas de metros más y caemos a esa banda. Ya estamos en el tramo final del largo y sinuoso canal. La profundidad es crítica. Un error y nos varamos. Las luces del poblado se reflejan en el agua pues ésta está casi hecha un espejo. Todas ellas nos alcanzan por el agua como largos y sinuosos tentáculos de colores que nos atraen suavemente. Parecen sargazos de luz.
Aviso por radio a la Capitanía de Puerto de nuestro arribo. Luego de algunos intercambios de opiniones con Filippo, decide fondear. Estamos en los primeros minutos del 9 de febrero. Hemos llegado y nos espera Patricio Roversi (una de las autoridades de “Velisti per caso”) con un nuevo grupo de científicos. Pero ahora… a dormir.


La mañana siguiente llegó con toda la luz imaginable. Luego del café, salgo a cubierta y veo un muy pequeño barco de vela, amarillo, de unos 6 metros, fondeado a unos 100 metros nuestro. Aparentemente nadie a bordo. Por su estado, parecía haber andado mucho. Su nombre era “Harrier”.
Hemos recibido a algunos curiosos a bordo y casi nadie tuvo tiempo de desayunar. Cuando cerca del medio día se retiraron, Damiano y Marco se abalanzaron a la cocina. Por suerte nos quedó tiempo para preparar el barco para recibir a los invitados. Nos avisan por radio que hay dos personas italianas en la Capitanía de Puerto que desean venir a bordo. Les mando el dinghy para pasar a buscarlos. Llueve bastante. A su regreso, resultaron ser los nuevos cámaras.
Filippo ya está en tierra hace un rato largo para encontrar y organizar a los invitados, pero las comunicaciones telefónicas con él no son buenas, por lo que coordinar las tareas y la logística no es sencilla. Se ausentará un par de días para cumplir con sus obligaciones como periodista de investigación. Ese par de días en que científicos, cámaras y capitán recorren diferentes lugares de la isla nos queda el barco solo y realmente gozamos de la comodidad y tranquilidad.
Luego de finalizar con las tareas encomendadas por nuestro capitán, Ferdy, Damiano y Marco fueron a tierra a buscar hotel para las visitas. Por lo que tardaron en regresar a bordo, creo que más que buscar un hotel deben haber construido uno a gusto de los científicos. Cuando regresaron, tarde, el viento ya soplaba unos 20 nudos, una velocidad molesta para estar en la amarra y además, con esta intensidad se escucha perfectamente el zumbido en la jarcia. Este zumbido en realidad es algo agobiante. Es el primer movimiento del célebre “Concierto para Palo de Aluminio, Amantillo y Driza de Mayor, en la tonalidad de Obenquillo menor sostenido, ejecutado por la Camerata di Popa de La ADRIÁTICA; dirigida por el Maestro Giuseppe Eolo. Son sus movimientos: allegro escorante, rolido assai y navegante ma non troppo. Duración: indeterminada”. Un verdadero clásico en la programación musical de cualquier velero que se precie.
Cuando al fin regresaron todos éramos como 13 en el barco. La cena fue maravillosa y el nuevo grupo de científicos creo que será sumamente agradable. Tarde a la noche recibimos una visita inesperada: la lancha patrullera de la Capitanía de Puerto. Se nos ordenaba cambiar el lugar de fondeo y movernos hacia el norte un par de cientos de metros. Luego de un breve cambio de opiniones en el que les expliqué que por el calado nuestro estábamos limitados, nos permitieron quedar, pero con cuidado porque iban a caer los restos de los fuegos artificiales…
Yo no salía de mi asombro: en mi larga vida náutica es la primera vez que se me ordena cambiar de lugar un barco fondeado por la potencial ¡caída de fuegos artificiales! Luego de lavar absolutamente toda la vajilla, justo salí al cockpit y comienzan los benditos fuegos. Era el aniversario de la fundación de Puerto Castro y realmente tuvimos mucha suerte pues el espectáculo era muy bonito. Ver fuegos de artificio flotando en la oscura quietud de las aguas del canal… realmente un momento único. Más suerte…imposible.
Al día siguiente cargamos 1550 litros de combustible y luego, Damiano, en un alarde de valentía, se puso el traje de neopreno y buceó para engrasar la hélice, que descansaba en el agua helada. Ese fue el comienzo de las tareas a bordo. Hay mucho para hacer y todos tenemos las nuestras. Sigue nublado y es mejor que nos vayamos acostumbrando, pues a medida que ganemos latitud, el clima será más nuboso, lluvioso y frío.
Como sucede casi siempre en los viajes largos, el tema del abastecimiento del gas suele ser complicado. Distintos tipos de gas, de tamaños de garrafas y de válvulas, lo complican todo. Luego de caminar con garrafas vacías a cuestas, la solución hallada es comprar las garrafas locales chilenas y su válvula, haciendo a bordo las conexiones necesarias pues nuestras garrafas no se pueden recargar en todo Chile.
Luego de terminar mis tareas, tomo una corta licencia de un par de horas para caminar. Voy a tierra y recorro librerías. Como de costumbre compré más libros de los que podré leer en el resto del viaje y de los próximos 3 que haga en el futuro. Caminar me es una sensación rara, porque a bordo, se camina mucho, pero la distancia más larga es la eslora del barco. Ahora en tierra, puedo andar más de 22 metros sin necesidad de regresar al punto de partida. Con mucho detenimiento miro los árboles, acercándome a ellos. También las caras de las personas me llaman la atención. Siempre acostumbrado a las mismas semanas tras semanas, ver otras diferentes me sorprende. Trato con la gente y veo que la amabilidad chilena continúa en el sur. Absolutamente todos son muy respetuosos y abiertos, de fácil palabra al extranjero.

Al regresar al barco, ya en el muelle de la Capitanía, se me acerca un señor alto, mayor que yo, de unos 70 años. Es inglés y se presenta como el capitán y único tripulante del “Harrier”, el pequeño velero amarillo fondeado cerca nuestro. Obviamente lo invito a bordo para charlar. Se llama Julián Mustoe y es un arquitecto retirado que está haciendo una verdadera proeza: el viaje completo de Charles Darwin. Como navegamos en sentido contrario, ambos tenemos información muy valiosa para el otro y por supuesto nos las brindamos sin reservas.
Por él nos enteramos que el tiempo incómodo que nos sigue desaparecerá luego del Golfo de Corcovado y se establecerán los vientos predominantes del Norte, lo que estábamos esperando ansiosamente. En cambio, le informo que a él le espera lo contrario, por lo que a ambos nos conviene el cambio: navegaremos con vientos francos ambos. Ferdy se agrega a la charla y le pregunta sobre su barco. Julián responde que no sabe nada, pero que es un barco excelente e ignora quién lo construyó y en dónde. Entonces, la sorpresa: Ferdy le dice que es un Pandora 23, construido en la Argentina, uno de los barcos más populares en Buenos Aires y que realmente le sorprende que haya ido a parar a Inglaterra. Sabe de lo que habla pues hace 25 años que Ferdy vende barcos en Buenos Aires. Inútilmente ambos tratan de descubrir la “genealogía “del barco, pero no llegan a resultado alguno. Julián no sale de su asombro, no sólo por haber desvelado una incógnita sobre su leal “Harrier”, sino porque nunca se hubiera imaginado hallar la respuesta en el sur chileno, de boca de un argentino a bordo de un velero italiano que está haciendo una navegación por el mismo motivo que él. Otro misterio del mar.
Un poco de historia
La Isla Grande de Chiloé es una isla que forma parte del Archipiélago de Chiloé. Por agua, se accede a Puerto Castro luego de atravesar un intrincado laberinto de canales entre islotes y roquedales. La isla tiene unos 180 kilómetros de longitud de norte a sur y un ancho promedio de 50 kilómetros. Es atravesada de norte a sur por la Cordillera de la Costa, que recibe los nombres locales de Cordillera del Piuchén o de San Pedro en su parte norte y de Pirulil en la sur.
El área se caracteriza por su gran actividad marítima, por la fuerte presencia religiosa manifestada en sus iglesias y festividades, por su artesanía en fibras, lana y madera; por los palafitos (construcciones sobre pilares en agua) y principalmente por las tradiciones de sus habitantes.
En 1558, el conquistador español García Hurtado de Mendoza inicia una expedición que toma posesión de estas islas para la corona española. En 1567 comienza el proceso de conquista en Chiloé, fundándose la ciudad de Castro. La isla fue originalmente bautizada con el nombre de Nueva Galicia, pero ese término no prosperó y se mantuvo la voz huilliche Chiloé, que significa «lugar de chelles” (el “chelle” es una gaviota blanca con la cabeza negra).

Verdaderas joyas de la arquitectura en madera, las Iglesias de Chiloé son muchas y variadas. Los jesuitas, encargados de la evangelización, construyeron capillas por todo el archipiélago y para 1767 ya habían 79. Hoy se pueden encontrar más de 150 templos de madera al estilo tradicional. Destaca su Catedral, que es la única en el mundo construida totalmente en madera y además está en funciones. Tras la expulsión de la población jesuita en 1767, la Orden Franciscana asumió la asistencia religiosa de la isla desde 1771.
Hoy es una zona bastante aislada, pero en aquellos años de la conquista española y luego de la independencia sudamericana el asilamiento era tal que el proceso de Independencia de Chile pasó inadvertido en Chiloé y, de hecho, fue el último reducto español en Sudamérica. Pasó a formar parte de Chile sólo en 1826, es decir 8 años después de que Chile lograra su independencia de la corona española.
En el siglo XIX fue centro de abastecimiento de los balleneros extranjeros. Desde mediados del siglo XIX y hasta principios del siglo XX, Chiloé fue el principal productor de durmientes para ferrocarriles en todo el continente. A partir de entonces comenzaron a formarse nuevos pueblos para dedicarse a la industria, así nacieron los poblados de Quellón, Dalcahue, Chonchi y Quemchi. Desde 1895 se fueron entregando tierras a colonos europeos y también a grandes industrias productoras.
Con el auge de la ganadería, se comenzó a ocupar la zona interior de las islas, pues antes sólo se ocupaban las costas. Con la construcción del ferrocarril entre Ancud y Castro en 1912 se completó la ocupación de las tierras interiores de la isla. Este ferrocarril hoy se encuentra fuera de servicio.
A finales del siglo XX, Chiloé siguió el modelo impuesto en todo Chile y experimentó cambios en sus sistemas de vida. Las nuevas empresas de acuicultura y las salmoneras, trajeron beneficios para los chilotes, como la necesaria generación de empleos, pero también problemas, como la alteración de los ecosistemas.

Con una intensa lluvia comenzamos el 13 de febrero, sin embargo las tareas se suceden sin descanso. Hace 5 días que está soplando NW y los lugareños dicen que nunca sucede esto. Notoriamente va aumentando el frío, pero eso no acobarda a la tripulación y luego de terminar sus trabajos, desembarcan para ir a tierra. Sólo tres quedamos a bordo: Filippo, la tranquilidad más absoluta y yo, lo que me permite aprovechar para leer un poco. Hace varios miles de millas que no leo. No hay tiempo. Esta vez, me dedico a aprender algo de la cultura mitológica de Chiloé y la encuentro increíblemente rica, colmada de dioses, brujos, duendes, monstruos, etc. Hay narraciones de todo tipo.
Una de las más conocidas es el mito del Caleuche, un barco fantasma semejante al del Holandés Errante. Su nombre proviene de la unión de dos voces Kaleutun (mudarse, transformarse) y Che (gente). El Caleuche es un barco grande, a vela, y navega iluminado cuando hay neblina. Siempre hay grandes fiestas a bordo con una música irresistible. Navega a gran velocidad tanto en la superficie como bajo el agua. Cuando completa su tripulación con navegantes atraídos por las canciones, se torna invisible y desaparece instantáneamente, dejando como estela un extraño ruido de cadenas y lejanos acordes de una música cautivante.
Quienes vieron al Caleuche, describen a sus tripulantes como hombres deformes que caminan en una sola pierna, pues la otra la tienen doblada sobre la espalda. Ser marinero del Caleuche significa desaparecer sin dejar rastro. Luego de un año de servicio tienen una licencia de sólo un día para regresar a sus casas y visitar a sus familiares. Aparecen en la casa entre la neblina y dejan la paga de su contrato de cien años de trabajo a bordo, una bolsa llena de monedas de oro y joyas. No aceptan comida ni bebida alguna. Parecen muertos vivientes. Cuando se despiden de su gente, siempre dan una mano muy fría. Nunca más regresan. Otro barco mítico es el Lucerna, grande como el mundo y por eso se nos va la vida en intentar recorrerlo.
Por supuesto, hay animales míticos. “Toros unicornio”, que corren en desbandada al atardecer, derribando montes y desbordando lagunas, hay “Caballos Marinos” que en su lomo transportan a los 13 brujos de La Mayoría. Otro de los mitos más comunes es “La Pincoya”, una diosa de extraordinaria belleza de la que depende la abundancia o escasez de los mariscos y peces de los canales e islas.
También existe el “Trauco”, un hombre enano, de menos de un metro de alto, muy feo, deforme, repelente. No camina sobre sus pies sino sobre muñones y lleva un hacha de piedra o un bastón de madera llamado “Pahueldún”. Tiene la fuerza de un gigante y con su hacha derriba árboles con sólo 3 golpes. Se esconde en los bosques, arriba de los árboles. Cuando alguien pasa, le silba y si éste lo mira, se queda malo, como embrujado. Ataca a las vírgenes pues con su poder logra que a éstas les parezca irresistible. Odia a los hombres y si alguno lo enfrenta, le larga un aliento que lo deja deforme.
Es curioso el mito de los entierros. Abundan historias sobre éstos en el archipiélago. Son entierros realizados por españoles o comerciantes locales que no han sabido dónde guardar la riqueza obtenida y murieron sin revelar el secreto. En la noche de San Juan se ven llamas que se encienden y apagan, indicando dónde está sepultado algún tesoro. Si la llama es roja, se trata de oro, si es blanca, el entierro es de plata. Cuando arden tres llamitas como noctilucas, son huesos de algún indígena sin bautizar. La gente dice que hay entierros que arden y otros que suenan. Cuando se escucha ruido a cadenas arrastradas, golpes de martillos contra metales o voces de ultratumba, es que existe oro enterrado. No cualquiera puede ver las llamas o escuchar los sonidos que indican los lugares donde hay tesoros. Sólo los afortunados. Aparecen en la noche de San Juan o en las de luna nueva y cuando hallan un entierro dejan una vela encendida en el lugar, y ésta se va sumergiendo lentamente, como arrastrada por una mano.
Hay decenas de ritos y criaturas mitológicas en la cultura chilota, a cuál más interesante, pero debo abandonar su lectura pues comienza a llegar la gente. También en la Adriática tenemos nuestros mitos y ritos. Filippo cocina y yo lavo. (Créanme que es mucho mejor que a la inversa).
La de hoy será la última noche en Puerto Castro. Mañana partimos hacia Melinka, un pequeño puerto de pescadores en una de las islas del archipiélago de las Guaitecas, luego de atravesar el siempre complicado Golfo del Corcovado, dado que este gran golfo, como el de Penas, más al sur, está abierto al mar y recibe toda la fuerza de éste, tanto en viento como en olas. Estas olas rebotan en la cordillera y regresan. Se forma entonces un doble sistema de olas que, cuando esta malo, no perdona.
Me despido de todos y voy a descansar, pues dentro de pocas horas tendré mucho trabajo. La lluvia continúa bautizándonos con secretos nombres. Lánguida, Billie Holliday desgrana su tristeza de terciopelo en mis auriculares…
Notas al pie:
[i] . Luego de fondeados, me fijé en la Tabla de Mareas del área y resultó que la información recibida de la radio era errónea y habíamos entrado con la última parte de la marea saliente, la que iba en dirección al océano. Más de una vez hemos recibido información contraria a la opinión de la naturaleza.
[ii] Cabe aclarar que el pingüino camina erguido de nacimiento en cambio los humanos debemos aprenderlo. Si no somos entrenado para ello, seguiremos caminando en 4 patas, como los niños ferales hallados y estudiados. La bipedación es natural en el pingüino pero aprendida en el humano quien, obviamente , tiene “por default” la base psicomotriz que le permite mantenerla.
Escritor y navegante