Mare Nostrum – Previo a la Zarpada
Aunque no habíamos perdido contacto, Filippo y yo nos encontramos casualmente en el Puerto de Palmas de Gran Canaria, casi tres años después de aquella separación cuando desembarcamos del catamarán. Al momento de nuestro inesperado cruce, ambos estábamos a cargo de sendos veleros y se cumplía otra vez aquello de que “a los navegantes, dios los cría …y el viento los amontona.”
La mesa del bar era pequeña y redonda como el mundo, se lo mire desde donde se lo mire aunque -un verdadero toque de humor siglo XXI- hoy haya quienes con sus afirmaciones en contrario me recuerden aquello de “Cosas veredes amigo Sancho, que non crederes.”
Una botella de cerveza ocupaba su centro, en torno a la cual casi orbitaban las dos copas. Ambos charlábamos animadamente de barcos y recuerdos que nos tuvieron de protagonistas a bordo de aquel catamarán.
Súbitamente, Fil cambia de gesto y de tono. Me mira con un tenue indicio de sonrisa y yo comencé a prepararme para algo, pues después de tanto mar juntos … uno descifra al otro antes que éste abra la boca. Apoyó su copa en la mesa y me dijo:
… Míra Riki … (Ese míra Riki -con acento español- siempre fue el comienzo de algo importante)
… tengo un proyecto…
Bajando mucho la voz y acercando su silla -lo que indujo a que yo hiciera lo propio, demostrando mi comprensión de que entrabamos en algo, si no secreto, al menos bastante discreto, siguió diciendo…
… Aunque ya he hablado con los armadores, por el momento es sólo una idea, complicada, difícil y con muchos frentes problemáticos a resolver. Te iba a llamar porque necesito tener un segundo que me pueda reemplazar llegado el caso y ese sos vos. Si no venís, creo que no lo hago ¿Te interesa?
Si bien su tono de voz era realmente íntimo, con toda la intención de no ser escuchado por otros, aún no me había dado una mínima información como para yo pensar en poder tomar una decisión o, peor aún, un compromiso. Por lo tanto, fui muy claro en mi respuesta y mirándolo a sus ojos, en el mismo tono le respondí sin dudar…
…Fil, cualquier cosa que venga en ese tono me interesa…
En veinte años que nos conocemos, esa fue la primera de las dos veces que Filippo Mennuni se rio con muchas ganas. Cuando pudo hablar y yo dejé mi copa en la mesa, comenzó a contarme la idea general.
El año que viene se cumplen 200 años del nacimiento de Darwin y quiero hacer el mismo viaje, con científicos, periodistas, dibujantes o pintores, cameramen, etc. También hay otro motivo; ayudar al único hospital que hay en Cabo Verde, creado con un esfuerzo de décadas por un Padre italiano, el Padre Ottavio. Y también hay motivos docentes con unos alumnos del Institut…
…Pará. Pará tano. Le interrumpí ¡Me encantó! Ya me seguirás informando. Con todo eso me basta. Hablame del recorrido. ¿Haremos la vuelta al mundo de Darwin? (No cabía en mí por escuchar un “sí”, alto y claro).
…Es la idea, pero dependerá del sponsoreo que consigamos, uno de los temas a resolver.
…Y la ruta?
…Zarpamos de Italia, vamos a Canarias, Cabo Verde, Brasil, Patagonia, Cabo de Hornos / Magallanes, subimos por Chile, Galápagos y si seguimos con fondos, vamos a Polinesia. Si no, regresamos a Italia vía Canal de Panamá ¿Qué te parece?
…La idea me encanta. El recorrido no, le dije sin dudar. Lo estás planteando al revés. El trayecto más complicado será el sur de Chile y Atlántico sur. Yendo en ese sentido, tendremos que ir contra la corriente en todos los canales australes chilenos y gastaremos mucho tiempo y combustible. Además, es preferible subir que bajar hacia el sur por el Atlántico debido al rumbo general de la costa argentina y con preeminencia de los vientos W. Por otra parte, no habiendo razones de peso, el área Hornos / Magallanes es mucho mejor cruzarla de W a E y no a la inversa y más aún, con un alto porcentaje de tripulación no acostumbrada al mar.
…Pero Darwin lo hizo así…
…Si, es cierto, respondí, pero en el H.M.S. Beagle y con 72 tripulantes que sabían su trabajo. Nosotros seremos 2 ¿y?
…Tres marineros más que cada dos meses deberán desembarcar y ser reemplazados.
…O sea 5, y el resto gente que no navega. No estoy de acuerdo. Hay que invertir el sentido del viaje. Tenemos poco “peso específico marinero”.
…Pero no es la historia así…Vamos a hacer una película….
…Fil, la película es lo que arma el editor.
Acto seguido, hice unos números y sólo de combustible había un ahorro de unos 22.000 Euros, recuerdo.
Filippo me pidió un informe con las razones de por qué invertir la ruta, para presentar a los armadores. El mismo debía estar firmado por dos personalidades náuticas reconocidas. Con experiencia en esas aguas. Le dije que una firma podía ser la mía, porque yo ya tenía experiencia, pero muy acertadamente me respondió que no. Yo no podía ser juez y parte…
Rumbo a Italia
El solitario tren que tomé en Pisa es un rápido a Roma. Es la primera vez que vengo a Italia y éste, el primer tren que tomo. Todo es nuevo. Todo es raro, excepto mi italiano que es nulo. Espero que la obliteración que hice del boleto sea lo correcto. La máquina que lo estampó hizo un ruido infernal. Subo y camino por el tren, casi vacío, hasta que me siento.
Como un suspiro pasa la estación de Tómbolo. Miro en el mapa y veo que no subí a un tren equivocado. En Livorno sólo sube un pasajero: es un linyera skin head. Carece de zapatos. Sólo tiene medias puestas. A los gritos recita sus poemas y pretende cambiarlos por cigarrillos. Algunos de los innumerables piercings de sus orejas se bambolean cuando él gira la cabeza muy bruscamente. Se aleja, dejándome sólo preguntas. Pienso en qué débil que se es cuando no se conoce la lengua del lugar en que uno se encuentra.
Siguen pasando estaciones y de repente, a escasos 200 metros del tren, entre dos médanos veo el mar. El Tirreno, un mar que desde mi infancia me parece misterioso, lleno de historias. El Tirreno me espera y sólo él conoce mi destino. Aún no he zarpado y me pregunto qué tan largo será el viaje. Hace un par de meses que trabajo para este proyecto, en mi casa, pero lo veía como algo muy lejano. Ahora, en este ruidoso tren sólo me queda una media hora y será el último medio de transporte terrestre en quién sabe cuánto tiempo. Quizá para siempre…
Falta muy poco. Pasamos la estación Querincianella-Sonino en la que no paramos. Un perro enorme olfatea el piso del andén y ni siquiera mira al ruidoso tren que pasa a apenas un par de metros de él. Pocos minutos después, nos detenemos.
Intento un “¿scuzzi, la stazione di Rosignano?” en el extremo del vagón.
“Si. Rosignano”, me responde el pasajero que nunca sabrá que es la primera persona de mi vida a la que le hablo en italiano, ni la satisfacción que me ha dado sin saberlo al responderme algo lógico: ¡me entendió!
Soy el único que baja del tren en Rosignano. Sin embargo, no lo hago solo, me acompaña mi fiel bolso que debe haber navegado más que yo. El andén está completamente desierto. Me asalta una imagen de los westerns: llega el futuro héroe al pueblo, con su caballo cansado, despacio, cigarrillo en la comisura. Su sucio sombrero color tierra y de alas curvadas hacia arriba le da una horizontal sombra hasta media nariz. Nadie sale a recibirlo, aunque alguien lo espía tras las cortinas de alguna ventana del primero y último piso, del Saloon, lo cual indica que los habitantes del pueblo aún no han aprendido que sólo los matones a sueldo usan sombrero negro y de ala plana en los códigos del cine. En el desértico y sucio andén de Rosignano me siento Gary Cooper en la calle principal de A la hora señalada. Sólo contra todos. Faltan los cardos rusos que, empujados por la brisa caliente, crucen rodando la estación.
El tren toca una larga pitada que estremece a todo el hemisferio y parte rumbo a la Eterna. “Todos los caminos van a Roma”. Parece que los rieles también. Con los dedos palpo el lado externo de mi muslo derecho y siento algo duro. Meto la mano y saco, no el Colt, sino el celular. Llamo a Filippo por teléfono para avisarle de mi arribo y me dice que Andrea, un tripulante, me vendrá a buscar. Guardo el Colt. Monto las alforjas en mi hombro y salgo de la estación.
Minutos más tarde, cuando subo al auto pienso que si el proyecto Darwin es como la sonrisa de Federica, quien acompaña a Andrea en el auto, el éxito está asegurado. Ah… Italia… Italia…
Como si me conociera de toda la vida, Andrea me dice “Ricardo, al fin”, mientras me ofrece una cálida mano. Al sentirla me doy cuenta que muchas amarras pasaron por ella pese a su juventud. Necesitaremos de su oficio. Pocos minutos bastaron para que estuviéramos estacionados a babor de la Adriática, en la Marina Cala de Médici.
¡Qué pedazo de barcarrón! Para ir de popa a proa se necesita pasaporte y seguir el palo con la mirada augura tortícolis. Entro y mi sorpresa es mayúscula: para llegar al salón hay que bajar otra escalera más, situada unos 3 metros a proa. Recién estoy en la planta de la mesa de navegación y los camarotes de popa.
El abrazo con Fil fue muy sentido. Hacía casi tres años que no navegábamos juntos y cuatro meses desde nuestro encuentro en Canarias. Casi no hablamos. Sólo pregunté qué debo hacer e inmediatamente me puse a trabajar pues, como corresponde, los barcos siempre están atrasados a la hora de zarpar. La Adriática no era una excepción.
Mi primera tarea fue fijar el dinghy en la proa. Un duelo mano a mano con el mar. El dinghy está muy expuesto y el mar tiene muchas olas a su disposición para tratar de llevárselo o, al menos, hacerme trabajar de nuevo, en alguna fría noche. El tiempo dirá quién ganó a quien. La siguiente tarea fue retirar paneles del techo para pasar cables de instrumental electrónico desde la mesa de cartas hasta la timonería, casi 10 metros a popa. La Adriática era un gran plato de spaghetti. Sólo ese trabajo llevó horas y me hizo olvidar de almorzar. La actividad a bordo era frenética. ¡Había mil cosas por resolver! Toda la gente hacía algo, lo cual me dificultaba reconocer a los tripulantes. No sabía quién era quién.
Me llamaron la atención dos mujeres muy jóvenes que embarcaban cosas a bordo con el entusiasmo de quien colabora en algo con profunda convicción. No cruzábamos palabra alguna, quizá ellas por respeto a mis canas y yo por respeto al idioma italiano.
Sonrisas de compromiso y miradas inevitables de personas que se cruzaban decenas de veces en la misma ruta llevando cosas de tierra al barco. Resultaron ser Donata y Serena, alumnas del Instituto A. Capellini, de Livorno, futuras tripulantes, que trabajaban como alegres e incansables hormiguitas llevando todo lo necesario a bordo, una y otra vez. Estaban acompañadas por dos alumnos, que también aportaban lo suyo al trabajo general.
Llegó la noche y realmente estábamos todos cansados, pero no tanto como para no ir a cenar algo. Fuimos a un lindo restaurante sin muchas pretensiones. Siguiendo la primera de una larga serie de buenas sugerencias de mi capitán, comí una bistecca fiorentina que aún recuerdo.
Como de costumbre, a la mañana siguiente desperté muy temprano. Eso me permitió –sin salir de mi cama-, meditar sobre cómo un amplio camarote puede transformarse en un nefasto depósito de todo, sin dejarnos casi lugar para pararnos. Realmente deberíamos desplegar nuestras mejores habilidades para poner orden a “eso” que parecería ser nuestra cabina por el próximo año y medio.
Amaneció muy frío y ventoso. Luego de un desayuno de sólo un café, regresamos a trabajar. Todos teníamos nuestras tareas y realizarlas nos hacía entrar en calor, ayudándonos a soportar la baja temperatura de la mañana. El día fue de inmenso trabajo contrarreloj. La fecha de partida era inamovible. Sería mañana 11 de marzo, pero aún no habíamos recibido la vela mayor y había mucho por hacer.
Tuvimos la primera cena a bordo y con un invitado, responsable de la parte solidaria con la fundación del Padre Ottavio, en Cabo Verde. También inauguré las lavadas de platos, la primera de una larga serie que se prolongaría por varios mares. Esa noche me dormí con la certeza de que sí zarparíamos mañana pues a último momento, ya tarde, al fin recibimos la vela mayor! El viento alcanzaba los 35 nudos y soplaba justo de la dirección hacia dónde partiríamos mañana. Más incómodo no podía ser.
11 de MARZO. El Día “D”
Temprano por la mañana fuimos afortunadas víctimas de algún conjuro mágico, pues calmó el viento y, suavemente, ¡comenzó a soplar hacia donde debíamos ir! Lentamente el puerto se llenaba de gente. Mucha. Medios de prensa, TV, familiares de los tripulantes, autoridades, invitados, etc. Una inmensa carpa grande, blanca, iba a ser la sede del evento organizado como despedida de la Adriática. Para sorpresa de todos, hicieron su aparición los integrantes de la Banda del Regimiento de Bersaglieri, con sus típicos plumones negros en sus sombreros. Fue un muy emotivo espectáculo. La visión de muchos italianos emocionados me confirmó de dónde recibíamos nosotros, los argentinos, los mismos rasgos de sensibilidad.
Comienzan los discursos, conferencias de prensa, relatos, saludos, risas, reportajes, fotos, gente inquieta… La Marina Cala di Médici era el epicentro de la actividad social de Rosignano esa mañana. Se seguía trabajando a bordo, cargando, reparando, ordenando, distribuyendo. No importa el tamaño de un barco, siempre es chico a la hora de acomodar todo lo que se considera necesario. Los organizadores no se cansaban de repetir a los medios que la Adriática zarparía a tiempo.
Realmente me sorprendió mucho la importancia que han dado a esta partida. No íbamos a la conquista de ningún continente nuevo, sólo un viaje de algunos meses, con propósitos claramente definidos, sin embargo, la emoción, los temores, las risas fueron ganando las caras de todos.
La Adriática estaba repleta de gente. Conforme se acercaba la partida se iba decantado la cantidad y poco a poco fuimos quedando los tripulantes, los que partían llevándose los deseos de los cientos de personas que vinieron a despedirnos. (De sólo recordarlo mientras lo escribo, se cierra mi garganta). Nunca tanta gente me despidió de ningún puerto. Nunca me han regalado tantos cientos de sonrisas. Nunca recibí tantos deseos de buena fortuna como en este pequeño puerto de la Marina Cala di Médici.
“¡Largá amarra Ric!” Casi inaudible desde la proa, la orden de Filippo me atravesó el corazón. En ese preciso instante comenzaba todo. En tierra, alguien me liberó y comencé a cobrar el cabo. Libres. Ya no estábamos unidos a la tierra.
El dormido casco rojo se despertaba poco a poco. Se movió muy suave. Un centímetro, dos… Los primeros de los millones que nos aguardaban, cada uno con su secreto, cada uno con su respuesta.
Conforme la barca se deslizaba lentamente por las aguas calmas, la gente iba desplazándose hacia atrás… Parecía que eran ellos quienes partían. Aumentaron las voces… Era una verdadera apoteosis.
Gritos, besos, sonrisas, lágrimas, promesas, recomendaciones, miradas que decían todo sin hablar. Sentí que se derrumbaba en mí toda la historia de la navegación. Por un instante pude haber sido cualquier marinero de cualquier navío de cualquier siglo, pues en ese mismo instante, todos vemos y sentimos lo mismo. Cuando un barco se va… los adioses son uno, como si sólo fueran dos personas en todo el mundo: una que se va y la otra que se despide con su corazón rebotando dentro.
“¡Voy con ustedes! ¡Llévenme! ¡No te vayas! ¡Volvé pronto!” Detrás de todas las caras, de todos las manos que se movían como desordenadas espigas de trigo acariciadas por un viento indeciso, detrás de los gritos, de las banderas al viento, detrás de los ojos rojos, los plumones negros de los Bersaglieri también nos despedían.
La Adriática, con su proa hambrienta de millas, zarpaba hacia ese mismo puerto de partida, distante casi una vuelta al mundo. Lo que sucediera entretanto, sería un inmenso misterio a resolver en cada ola.
Proa a Cagliari
Pasadas las primeras emociones, nos damos cuenta que ahora comienza la realidad. Somos once personas a bordo. Cuatro alumnos del Instituto Capellini de Livorno (Serena, Donata, Fabio y Alessandro) dos profesores (Silvestre y Fabrizio), un cameraman (Massimo), un “velisti per caso” (Riccardo), un marinero (Andrea), un capitán (Filippo) y quien intenta contarles todo esto, el segundo (el otro Ricardo).
A bordo absolutamente todo es un gran lío. Nadie sabe dónde están las cosas y menos las propias. Casi no se puede caminar dentro del barco. A poco de partir Filippo llama a “formación general” en el cockpit de ceremonias. Escuchamos las órdenes del capitán y los criterios con los que nos regiremos en este barco. Se han decidido las guardias. Me toca de 16 a 20 y de 04 a 08. ¡Excelente! Podré dormir bien y ver todos los amaneceres (Nunca estuve más equivocado en mi vida).
Quienes no están de guardia, comienzan lentamente a poner un poco de orden. Ante la duda, se siguen los claros criterios del capitán. Nos proponemos respetar las ubicaciones de cada cosa de tal forma que siempre puedan ser halladas, aún en la oscuridad. Será religión común a todos ser ordenado y llevaremos al extremo su práctica. ¡Tanto, que hemos estibado las manzanas rojas a babor y las verdes a estribor!
Aún me duele el cuerpo, luego de guardar el compresor de buceo, los tanques y las anclas de fortuna, entre otras decenas de cosas menores. Sin embargo, la experiencia me dice que el mar y el cuerpo se llevan bien. En poco tiempo, se hacen amigos y hay una nueva simbiosis entre tripulantes y Neptuno.
La navegación con rumbo general sur es cómoda y muy ventosa. Nadie da muestras de mareo, pese a que la magnífica Adriática se mueve bastante. Poco a poco va naciendo el orden a bordo, y con él, los espacios libres (no muchos). El camarote que compartimos con Fil es un verdadero depósito de un hipermercado. Llevamos cosas hasta en las camas y dormimos acompañados de cajas, valijas, bolsos, libros, herramientas, cartas náuticas, etc. Espero que durante la travesía vaya desapareciendo algo de todo esto.
Casi sin darme cuenta llega la hora de mi primera guardia. Son las 20 y comparto la obligación con Fabrizio y Serena. No sé si ellos aprenderán algo de navegación conmigo, pero sin duda alguna yo aprenderé mucho italiano con ellos. Serena es alumna del último año del Liceo Naval Capellini, y Fabrizio uno de sus profesores.
De Fabrizio hay algo que impresiona grandemente, es una réplica, un clon de un famosísimo actor hollywoodense: Lee van Cleef (el cowboy más malo que hubo) y de hecho, le ha quedado ese nombre como apodo a bordo. De sonrisa fácil y muy ameno en el habla, quiero agradecerle a Fabrizio su compañía en tantas guardias compartidas. Cuatro horas no pasan rápido, pero si no son amenas, pueden ser una verdadera tortura. Con Fabrizio jamás he sentido el tedio. Y ¿Serena?
Como buena alumna, tuve la suerte de que me preguntara casi absolutamente de todo. Me ha obligado a caminar muy atentamente por todo el amplio mundo de la navegación en cualesquiera de sus formas. En esa guardia, la primera que compartíamos sucedió un fenómeno astronómico ciertamente común, pero que no suele ser percibido ni mucho menos coincidir con todas las guardias que uno hace.
Me refiero al atardecer en el mismo instante que sale la luna, de tal suerte que pueden verse ambos astros con una luz crepuscular. El agua toma, así, uno de los tantos colores indescriptibles e inimitables, dando a todo el cuadro un carácter semi mágico que corta el habla. Tomé a Serena una foto con el cansado sol y otra con la aún medio dormida luna y uno no sabe qué elegir, si al sol, la luna, o la serena mirada de Serena, que refleja lo que el cielo le hace sentir.
Conforme desaparece la luz, aparece el frío. El silencio va apoderándose de nosotros. Es tarde y todos estamos cansados. Se ha nublado y a proa reina el imperio de las tinieblas más oscuras imaginables. De vez en cuando, mecida por el movimiento del barco, alguna frase cosecha algún comentario. Hablo poco y miro mucho a proa. El Tirreno, como todo mar, puede tener escondido algún secreto que no quisiera que me sorprenda.
Pasan lentos los minutos. La noche, fría, sólo promete más de lo mismo. El deseo de que lleguen los relevos va creciendo dentro. En medio de comentarios en voz tenue, me parece haber visto algo a proa. En realidad, no se puede decir “visto” pues todo es negro, pero hay negros que lo son más que otros. A veces, la experiencia ve cosas que los ojos no. Tengo una duda. Fuerzo la mirada, trato de no apuntar los ojos justamente hacia lo que creo “ver”, sino que lo rodeo con la mirada. Es negro, pero un negro diferente. ¡Ahora tengo la certeza de que hay algo a proa!
Es de un negro algo más claro, casi imperceptible. El barco se mueve bastante por lo que el radar sólo me muestra rebotes de ola. Un agujero en las nubes deja pasar algo de luz zodiacal y en menos tiempo de lo que tardo en describir esto, veo a proa un inmenso barco negro, que viene en sentido contrario. Sin luces de navegación, sólo un muy débil resplandor celeste dentro de su puente de mando. Rápidamente doy todo timón estribor y pocos segundos más tarde una silueta tétrica, nos pasa a escasos 60 metros por babor. Lo ilumino con una linterna y sólo veo manchas de óxido en las oscuras chapas. Nadie a bordo, ni el puente. Un barco fantasma. Un espectro del mar.
La experiencia deja mudos a Serena y Fabrizio, pero es excelente muestra de que viejas costumbres marineras no son caprichosas. Mirar SIEMPRE a proa es un seguro de vida, el último que nos queda antes de transformarnos en noticia (con suerte) o incrementar los misterios del mar. No importa el instrumental que un barco posea, a veces los ojos ven lo que los monitores no muestran tan claramente.
Puntuales, a la hora de las brujas los relevos nos liberan de las cadenas. Al fin la cama, o lo que eso sea: la ADRIÁTICA se mueve mucho y todo se derrumba. Me acomodo como puedo entre objetos de todo tamaños y formas. El sueño vence y me duermo pensando en que tengo por delante algunas horas de descanso.
…”Ric, te necesito”. Escucho entre sueños… pero no es un sueño. Es la voz de Filippo.
…Tenemos unos 100 litros de agua en la sentina”, me dice mientras abro los ojos.
…Ok. Voy”.
Salto de la cama arrastrando la sensación de no haber pegado un ojo. No terminó la primera noche, no pasaron las primeras 24 horas del viaje y ya aparecen problemas. Espero que esto no sea un aviso de lo que nos espera. No funciona la bomba de achique principal ni la del fregadero.
Ya tenemos trabajo extra: repararlas. Traigo la aspiradora llamada “Arturito”, en honor al célebre y delicioso robot. Es exactamente igual al él. Solucionamos el problema. Y reparamos las bombas. Sin saberlo aún, Arturito sería un tripulante imprescindible a la hora de vaciar líquidos que no estaban en donde debían.
Lentamente el viento sigue en aumento y el día está nublado. Sopla de un punto muy cómodo, el NE, pero es frío y duro. El día transcurre con el comienzo de las rutinas propias de a bordo, rutinas sin las cuales nunca se llega al éxito en las navegaciones largas.
Avanzamos rápidamente perdiendo latitud. Ya dejamos Córcega por estribor y vamos en búsqueda de Cerdeña. Cruzando el estrecho de Bonifacio, el viento llega a los 40 nudos. La tripulación está de excelente ánimo. Los alumnos y sus profesores gozan de todo esto totalmente despreocupados. Eso indica una cosa: se sienten en buenas manos y sé que no se equivocan.
El sol aparece de vez en cuando, pero el viento comienza a establecerse en los 35 nudos de promedio. La temperatura baja mucho y a media tarde, el Capitán decide hacer noche en el único puerto que tiene la isla en su costa del levante: Arbatax. O sea, hacemos una escala para llegar a la primera escala.
La decisión es acogida con beneplácito por todos. Estamos cansados y con frío. El frío es culpa del clima, pero el cansancio… tiene muchos factores: todo el trabajo de los días (y semanas) previos, el trabajo mental, el viaje en sí… Muchas razones que piden que el cuerpo descanse para seguir siempre de buen ánimo.
La llegada a Arbatax no es un regalo. Aún debemos cruzar el golfo de Orosei, y nos esperan 50 nudos de viento, algo de proa, debido a la conformación de la costa. Navegamos sólo con la vela trinquetilla y la Adriática no da un sólo golpe en el agua. ¡Bien!
Al fin llega lo que se estaba anunciando: un chubasco bastante grande. Lluvia y viento fuerte por popa. Una hora después había pasado, pero el sol ya no sale más. Está oscureciendo con frío y nubes.
Arribamos de noche al puerto de Arbatax. Un enorme y vacío muelle de cemento fue el primer cobijo de la Adriática en su largo viaje. Todos estaban en cubierta y la maniobra de atraque duró pocos segundos. Amarras y defensas ocuparon su lugar casi instantáneamente. Eficiencia nacida de ganas de irse a dormir.
Decidimos una rápida cena fuera del barco y a unos 200 metros hallamos un restaurante en donde dimos rienda suelta a nuestros respectivos caracteres y la alegría fluyó a caudales. Estábamos conociéndonos y todo prometía unas buenas relaciones a bordo.
Las relaciones a bordo no son tema fácil por varias razones. Lo reducido del espacio, las circunstancias de habitabilidad, las edades, las costumbres, etc., son factores que no siempre dan como resultado la necesaria armonía para seguir adelante. Las “chicas” (discúlpenme adoradas Serena y Donata, pero para mí lo eran) eran los menores a bordo y en inferioridad numérica, sin embargo… eran dos más “de nosotros”. (¿O nosotros, nueve más “de ellas?”). Creo que Donata, el menor tripulante de todos los que han navegado en este viaje, tiene 15 años y en el otro extremo estoy yo, que con casi 43 años más soy un verdadero “J Class”.
Entre esos extremos, están todos. Sin embargo, al menos hasta ahora y teniendo en cuenta que las condiciones de navegación no fueron las mejores ni mucho menos, todo hace suponer que tendremos una convivencia excelente.
Regresamos al barco y casi todos deciden aprovechar las duchas del Club en cuyo muelle estamos. Yo estaba muy cansado para semejante despliegue de audacia y en menos de lo que tardo en relatarlo, me encontré en mi cama. Una cosa era segura y muy placentera: ¡no habrá guardia esta noche! Como es mi costumbre, casi siempre, me tiro a dormir vestido (por las dudas) y sin taparme. Mi ducha será maña al levantarme.
Al día siguiente, despierto temprano y cubierto con una manta azul. Mis sospechas se confirman: Filippo me había tapado durante la noche. A lo largo del viaje fueron muchas las veces que esa manta azul delató ese gesto de preocuparse por su tripulación que siempre tuvo Filippo con todos.
La ducha indomable
Decido ir a ducharme antes del desayuno. Voy a los baños del Club y elijo una de las duchas. Me desvisto y ubico bajo ella, prometedora de abundante, necesaria y relajante agua caliente a presión. Introduzco la llave magnética en la ranura “ad hoc” para liberar el agua. En una pequeña pantalla aparece un número de formato digital, cuyo significado desconozco. Espero. Varios segundos después, nada. Retiro la tarjeta y repito la operación una y otra vez. Nada. Cambio de ducha y repito la maniobra. Nada. Cambio una y otra vez de ducha. Nada. Casi congelado –el baño carecía de calefacción- me visto nuevamente y comienzo el regreso -frustrado y rabioso- al barco. Todos se habían podido bañar menos yo.
Me encuentro a Fil, que iba en dirección contraria justamente para bañarse. Le doy la llave magnética. La introduce en la ranura de una de las duchas que minutos antes me había negado la tan necesaria lluvia y ¡sale una catarata de agua hirviendo! Asombrado, insisto yo con la misma llave… y nada. Estoy por explotar. Fil también, pero de risa. Luego de varios intentos cuyos resultados me iban destruyendo más y más, los dioses se apiadaron de mi alma en pena y al fin… me pude bañar. Parece que comenzaron los misterios del mar pues nunca hallé una explicación a lo sucedido.
En el desayuno del Club descubrí el primero de los tres tesoros de Cerdeña: las sardas. Pequeñas y deliciosas, son lo más parecido a un bom-bom que he visto y así era la camarera que me atendió. Posteriormente, en caminatas por Arbatax, ratificaría esta impresión mientras descubría los otros dos tesoros sardos: el mirto y el pecorino, de los cuales devine incurable adicto. El mirto, es la bebida tradicional Sarda. Un licor exquisito, extraído de la planta homónima. Una delicia. Y el pecorino, es un queso hecho con leche de oveja. También fue motivo de una nueva adicción.
Al regresar al barco, el viento aumentó mucho. Retiramos un metro más a la Adriática del muelle por medio de una sencilla maniobra, cazando la trappa. Recibimos la noticia que en Cagliari estaban soplando unos 60 nudos. Eso nos impedía partir y decidimos ir a hacer una caminata.
Un camino serpenteante y sinuoso rodeado de hermosas casitas nos llevó hasta el faro de Arbatax. Vista desde el Faro Capo Bellavista, la Adriática pierde toda su imponencia y parece un pequeño morroncito contra el agua celeste, perdido en la inmensidad del paisaje. Massimo, nuestro cameraman, filmaba todo y por lo tanto tenía que caminar –o correr, según el caso- mucho más que nosotros, para poder cambiar de ángulos.
Al regresar al pueblo, fuimos a tomar algo y además, pude comprar una inmensa horma de pecorino, estacionado y botellas de mirto. Por suerte para mí, quienes en el futuro vinieron a navegar con nosotros han traído de uno y otro pues ya se había corrido la voz de mi nueva debilidad.
La luna llena de esa noche fue delicado testigo de nuestra partida hacia Cagliari, la “1era” etapa del viaje. El viento decayó y con unos cómodos 20 nudos que nos llegaban del lado izquierdo de la nave, pasamos una hermosa noche de navegación. En unas 13 horas deberíamos arribar a la capital sarda. Allí nos esperaba el célebre Gino Ricci, altas autoridades de la Marina Italiana, su banda, los medios, los nuevos tripulantes, etc. Me parece increíble la importancia que le dan los italianos a este evento. Ninguna nube y muchos recuerdos me acompañaron en mi guardia y casi al alba bajé a dormir un poco.
La costa sarda es preciosa y la mañana tenía una luz que le hizo justicia. Nos sobrevolaron dos cazas a reacción y nos alcanzó un gomón antes de arribar a puerto. En el bote venía un fotógrafo e instrucciones para hacer fotos con las banderas y cenefas de los Sponsors. Cumplida la tarea justo cuando se iba el sol, fuimos arribando al antepuerto, donde arriamos la mayor y la trinquetilla. Con el barco impecable entramos en el puerto de Cagliari y atracamos sin novedad a las 13 hs.
Como era de esperar, mucha gente aguardaba impaciente nuestro arribo. Todos deseaban dar una visita al barco y, en la medida de lo posible, creo que hemos complacido a la mayoría. Luego de los reportajes y ya con un poco de libertad, fuimos con Filippo a comprar algunos repuestos para hacer reparaciones.
Pasé horas cambiando dos bombas de agua, instalando una válvula y un filtro. El fregadero ya no tendría problemas.
Por la noche fuimos a cenar a una trattoría “Cipensa Canna”. Por primera vez en mi vida he comido “Vongole Botarga”. No me cabe ninguna duda: Italia es para gozar de la vida en todas sus formas.
Al día siguiente, marzo 15, la zarpada de Cagliari fue a las 10, porque debíamos continuar con las fotos para los sponsors. Cumplido con nuestro compromiso, pusimos proa a la segunda escala prevista: Palma de Mallorca, mi lugar de residencia, a donde estimamos llegar el viernes por la noche.
El día es maravilloso y promete una singladura sumamente placentera, tanto, que estrené mis pantalones cortos.
El grupo humano es realmente maravilloso. Los cuatro alumnos son unos chicos espectaculares, de esos adolescentes que cualquier padre en su sano juicio desearía tener. Se han integrado a absolutamente todas las facetas de la vida de a bordo y han colaborado -mucho- en todas las funciones sin importar si el mar acompañaba o no. Aún en los peores momentos, las sonrisas permanecieron en sus caras y la voluntad no decreció jamás. Algo fundamental en cualquier tripulación. Con Fil, estábamos muy contentos por el comienzo de este largo viaje.
Por: Ricardo Cufré, Escritor y Navegante.
Por: Redacción