
Mar Caribe
La cálida pesadez húmeda se hace sentir desde la mañana temprano. No hace dos horas que amarramos y el ambiente ya me parece denso. No me agrada el clima del caribe. Jamás lo hizo. Ese calor que comienza desde temprano me resulta bastante incómodo y por supuesto no me ayuda a la hora de trabajar. Hay mucho para hacer y todo requiere de diferentes grados de esfuerzo físico dentro de un casco metálico que rápidamente se sintoniza a la temperatura ambiente.
Esta escala en Guadalupe era una típica «escala técnica». Nada de planes previos excepto el recambio de gente. Todo sería tratar de hacer las reparaciones necesarias a los nuevos problemas aparecidos, para seguir avante con el Proyecto Darwin. Además, en breve comenzaría la «Ruta Verde» -los viajes con invitados y sponsors- y todo debía estar a la perfección, o lo que más nos pudiéramos acercar a ella.

Sin duda, el problema mayor a resolver era el motor. Desde antes de llegar sabíamos que los técnicos iban a venir a bordo pues así había sido programado por medio de varias comunicaciones mantenidas desde el barco.
Para poder trabajar en el motor y hacerle una revisión in situ, es necesario abrir el techo de la sala de máquinas. Pero como ese techo es exactamente el piso del salón de comando, eso significa que desde el punto de vista de la circulación interna el barco queda partido en dos. Un inmenso agujero lleno con un motor y otros aparatos más los mecánicos trabajando, obviamente impide el normal desplazamiento de la gente. Revisar y trabajar en el motor es una real «operación a corazón abierto» que transforma la vida de a bordo ralentizando absolutamente todo.
Cuando los técnicos finalizaron la inspección se nos informa que había algunos tubos de agua picados y todos los anillos-junta de unión de los tubos del sistema de refrigeración estaban mal. El motor era una inmensa regadera verde. No podíamos usarlo en esas condiciones. Fue acertadísima la decisión de Filippo de abstenernos a usarlo los últimos días. De haberlo recalentado mal, hoy no estaríamos leyendo este libro pues no hubiera habido viaje. En vez de una escala, Guadalupe hubiera sido la terminal del proyecto.
Otra tarea imprescindible, pues está vinculada a la seguridad de la nave, es el cabrestante, o sea la máquina para levantar el ancla. El problema era que podíamos fondear, pero no podíamos recuperar el ancla. No podíamos embragar el cilindro superior con el anillo inferior y éste no giraba, entonces la cadena no subía al barco.
Cuando partimos, sabíamos que no íbamos a utilizarlo debido al tipo de derrota a seguir En el océano no se fondea. Pero de ahora en más, con la Ruta Verde como próxima misión, el cabrestante será una pieza fundamental a bordo, pues la Adriática necesitará fondear y levar anclas todos los días en playas diferentes. Repararlo era imprescindible. Por supuesto, el ancla se puede levantar a mano, pero entre su peso y el de la cadena, es más sencillo construir otra pirámide como la de Keops. Lo único que teníamos eran un par de días, que debíamos distribuirlos entre mil tareas diferentes.
Sin entrar en detalles, el problema del cabrestante era muy simple: no se podía acoplar el tambor vertical (llamado poupeé o muñeco, como en el tupí del carpintero) a la corona de barbotines, que es un ancho anillo con cavidades en las que se enganchan con precisión los eslabones de la cadena. La corona de barbotines es un “engranaje para cadenas”. Como la fuerza la transmite el eje vertical a la poupeé, cuando se acopla ésta a la corona, entonces la corona gira y tracciona a los eslabones de la cadena, izando el ancla. Así de simple. Al no poder acoplar el tambor a la corona, ésta siempre gira loca y la cadena no sube. Hacerlo a mano es una labor de egipcios, pero de los de antes.

En el estado en que se encuentra el cabrestante no es más que una enana columna metálica, una cornamusa más. Por supuesto, no hay representante, ni service en la isla y los repuestos tardan en llegar mucho más tiempo de lo que podemos esperar. ¿Cómo repararlo totalmente o al menos recuperar su función principal, que es la de izar? De estas opciones, la primera era imposible. Para la segunda, el cerebro comenzó a funcionar.
De mi mente salían ideas corriendo en todos sentidos, como cucarachas cuando las descubren. Perforaciones, cuñas, soldaduras… Todas posibles soluciones que morían en la mente casi al mismo tiempo en que nacían. Lo que parecía «la» solución, al segundo siguiente le descubría 4 problemas que la tornaban impracticable. Sin embargo, llegué a probar una, con cuñas de madera clavadas entre el espacio existente entre la base la poupeé y la corona. Cuando actue el cabrestante, el mismo giro y la forma del tambor me tiró las 4 cuñas dentro del aparato y perdí media hora en sacarlas. Un fracaso de dimensiones homéricas.
El cerebro debía pensar en una solución práctica, fácil, rápida, segura, que soportara el agua de mar, repetible por cualquiera en cualquier sitio sin ayuda externa y en cualquier condición y, sobre todo, una solución que permita traer el ancla con seguridad de que no se caerá de nuevo durante la maniobra de izado, y el barco se fondee por accidente. (Las consecuencias de esto pueden ser nefastas en determinadas circunstancias).
Resumiendo: se necesitaba una idea poco menos que genial, como todas las que se necesitan a bordo y que, en general, se suelen tener. Más que una solución, necesitaba un milagro.
Cerca del mediodía, el interior de la nave era la antesala del infierno. La circulación de gente era frenética. Bolsos, ropa, botas, trajes de agua, comida, paquetes, todo iba de aquí para allá. Gente que se iba, preparaba sus cosas. Con Filippo y Andrea, seguíamos reparando, haciendo listas de trabajos, organizando.
Mañana llega Elena (la Capitana del Capitán), los propietarios del velero y otros invitados. Hoy se va gente y como Filippo es el único que habla francés, es el traductor oficial y obligado de todos nosotros, con los problemas más variados que pudieran suceder. Eso lleva mucha energía y una cuota infinita de paciencia. San Filippo.
Las cabinas deberán estar impecables, eso significa resolver todo el tema de hotelería en ¡medio día! Llevar ropa personal y toda la de cama a la lavandería. Lograr que la laven, retirarla e instalarla, limpiar profundamente las cabinas, los baños. Verificar que todos los elementos sanitarios estén en su sitio, etc. Igual que en un hotel, sólo que en un espacio mucho más reducido, con personal insuficiente, rodeado de equipos, velas que se secan, herramientas, comida, gente moviéndose, interminables compras de provisiones que invaden todo antes de ser alojadas en sus respectivos lugares, etc. Suenan celulares, gente en el muelle que pregunta cosas, formularios de migraciones, aduanas, pasaportes. Un mundo desordenado, vital e inmenso.
Con Filippo salimos a buscar elementos para hacer reparaciones de todo tipo. Recorremos las dos ferreterías que hallamos. Cada uno tiene en su cabeza los problemas que le toca a resolver, por tanto, cada uno sabe -o cree saber- lo que necesita. Como generalmente no se encuentra (ni siquiera encontramos ¡baldes!), es un verdadero ejercicio de creatividad hallar otra solución en la mente y luego tratar de encontrar lo necesario en los estantes de los negocios.
Estaba yo buscando no sé qué y súbitamente me quedé helado, duro como una estatua de sal, pese a no haber mirado hacia atrás…. Colgadas de una pared de la ferretería estaban mirándome. Perfectas, de varias medidas, robustas, de acero inoxidable, brillantes, simples, fuertes. Cumplían con todas las condiciones excepto una, a la que instantáneamente «vi» como solucionar. Dudaba qué medida comprar y no deseaba regresar. Así que agudicé la memoria y traté de «medir» mentalmente. Elegí dos iguales, de un diámetro determinado. Mi alma saltaba de contenta por la simpleza de la solución. Además… ¡¡eran baratas!! Con Fil nos encontramos en la fila de la caja. Cansados y con calor.
«Y esa sonrisa?» Me preguntó Filippo sin ganas.
» Con el equivalente a unos 14 euros, no sólo tendremos cabrestante, sino que también tendremos un repuesto por si se rompe nuevamente», le contesté triunfante. Cuando le expliqué la idea, sonrió y me miró en silencio. (Máxima medalla que nuestro capitán otorga a sus súbditos. Su silencio es muy importante, pues quiere decir que no objeta nada. Y cuando alguien que sabe no objeta, casi siempre significa que uno está en la senda del buen camino (y yo estaba seguro de que así era).
Cuando llegamos a bordo tomé un par de cosas que necesitaba y fui a proa, al cabrestante, a probar mi teoría, que era por demás simple: unir el tambor y la corona poniéndoles un cinturón fuerte alrededor, que los apriete a ambos simultáneamente. Acababa de inventar ¡el embrague estático periférico!
La abrazadera de acero inoxidable que había comprado era de la medida exacta. Con una larga abrazadera plástica, de esas que se usan para fijar cables, que tenía exactamente el ancho de la abrazadera de inoxidable recién adquirida, instalé un primer cinturón y sobre éste, la abrazadera metálica. Ajusté todo hasta que no pude más. Ambas piezas estaban unidas por ese cinturón, que sería el encargado de transmitir la fuerza de giro del tambor, a la corona.
Le avisé a Fil que iba a realizar la primera prueba, sin cadena, por supuesto. Como era de esperar, al girar el tambor… ¡también giró la corona! La pregunta del millón era… ¿giraría la corona trayendo la carga de una cadena y el ancla?
En el lugar donde estábamos amarrados había unos 6 o 7 metros de profundidad. La prueba iba a ser progresiva, o sea, ir aumentando la carga sobre la corona en forma controlada, de tal suerte que si fallaban siempre izaríamos a mano la menor cantidad de cadena posible.
Entonces el primer intento consistía en tirar el ancla y dejarla colgando del barco, pero por encima del agua. Dejando de lado detalles de maniobra, se colocó el ancla en esta posición, con la cadena amarrada para que no se caiga. Tenía el control eléctrico en mi mano. Era sólo cuestión de apretar el botón «UP» para ver si el cabrestante podía izar el ancla y además pasarla por la rueda de su alojamiento natural, lo que suponía muchísima fuerza instantáneamente pues la dirección de tracción gira 90 grados y el árbol del ancla hace una palanca terrible
Miré al cabrestante, al ancla en pendura fuera del barco y apreté el botón… ¡¡Éxito!! El ancla subía sin problemas y se alojaba en su lugar. La única diferencia con un fondeo real sería que además del ancla, el cabrestante deberá izar no más de 14 metros de cadena vertical (no explicaré por qué, pero casi no fondeamos en profundidades mayores) lo cual, no había duda alguna que lo haría sin dificultad. Luego repetí la maniobra con el ancla en el fondo y… ¡¡Habemus cabrestantem!! Yo me sentía como si hubiera inventado la vacuna contra el virus chino usando un clip y un escarbadientes usado…
Para la tarde, la Monina y Rodolfo se habían ido, por lo que había más lugar a bordo. El desorden interno del barco iba disminuyendo. Alguien regresó con toda la ropa limpia y pudimos cumplir con la parte hotelera del barco. Las tareas de limpieza general continuaban. Son los momentos en que uno desearía tener un barco del tamaño de un zapato. Il Commendatore Gianfranco y Andrea lavaron toda la cubierta de teka con ácido oxálico y quedó preciosa. Poco a poco la Adriática recobraba el esplendor que merecía. Los propietarios podrían estar orgullosos de cómo mimamos su barca.
El calor apretaba. Las heladeras funcionaban a toda máquina y todos nosotros también. Filippo me pregunta si puedo quedarme tres semanas más de lo previsto a bordo, navegando por el Caribe, pues el nuevo capitán se hará cargo de la Adriática más tarde de lo previsto. Jamás negaría una ayuda a un amigo en apuros como ése y acepté el sacrificio que significa ir de isla en isla tomando sol. (Como dicen los yankees «somebody has to do it»).
Esta imprevista extensión de la navegación me permitirá controlar permanentemente la reparación del cabrestante y al momento de dejar el barco en manos del nuevo capitán, saber que está en perfecto estado de maniobra en proa.


Temprano, en la mañana del 28 de abril, el calor ya era insoportable. Había muchas tareas a realizar. Afortunadamente, Gianfranco y Andrea se quedan unos días más y nos ayudarán con todo. Hicimos un plan de trabajo y descubrimos que podríamos tomarnos parte del día, para relax mental. Nos fuimos todos a la Isla Dossier a almorzar pescado asado bajo las hojas de palmeras cocoteras. Playa, palmeras, arena y agua transparente, ingredientes que calman los nervios. Regresamos renovados y con ganas de continuar con los trabajos. Por suerte, para sacarnos los restos del síndrome del “stress del cruce”, hallamos un gurú en la playa que nos dio algunos sabios consejos para llevar paz a nuestros espíritus.
Un pequeño milagro ayudó a aumentar el relax. Se averió el avión en que venían los propietarios del barco y eso nos daba un día más para ultimar detalles en el barco. Maravilloso: Era justo el tiempo necesario para finalizar todo como deseábamos y hacer ciertos y pequeños trabajos de mantenimiento.
Para cuando al día siguiente llegaron los armadores, el motor estaba reparado. Aparentemente todo estaba OK. A eso de las 5 de la tarde, zarpamos rumbo a The Saints, unas bellísimas islas no muy lejos de allí. Este era el verdadero comienzo de la Ruta Verde. Según lo planeado, ninguno de nosotros debería estar abordo en este momento sino regresando a casa, pero a la hora del sacrificio, de la entrega, de poner el hombro por la causa, ninguno de nosotros iba a negar su desinteresado esfuerzo.
Estábamos por alcanzar el extremo Sud Oeste de Guadalupe cuando un espectáculo fuera de serie se dibujó frente a nuestros ojos, delante del sol: ¡una tromba marina! Giraba «como en las películas» levantando agua de su base. Arriba de ella una inmensa nube oscura, el peligroso Cumulus nimbus o «Charlie Bravo» (Cb) en la jerga meteorológica. Este Cb, es la nube asociada a las trombas, pues en un sub tipo de Cbs a veces desarrolla en su base inferior una especie de ubres gigantes de vaca y de esas ubres se desprenden las trombas. Los Cbs se llaman entonces Cbm o Charlie Bravo Mammatus. Por suerte, la tromba nos ignoró por completo y siguió un rumbo que la alejaba de nosotros. Muy amable de su parte.
Aunque 3 trombas más nos acompañaron unas dos horas por la banda de babor, la navegación fue extremadamente placentera y en la cara de los armadores se notaba la alegría de estar a bordo. Cómodamente pasaron las horas y a la noche arribábamos a The Saints, un precioso lugar en donde estuvimos con Filippo 3 años antes, cuando prestábamos servicio juntos en un catamarán. Fondeamos en 13 metros. Mañana se verá si realmente la reparación del cabrestante es confiable o no. Me tengo mucha fe.


En la cena comimos unas pastas exquisitas (fusili) cocinadas y servidas por el armador. Hacía mucho calor y esa noche dormí afuera, tapado por las estrellas.
A la mañana siguiente, se preparó el bote auxiliar y la familia del armador comenzó sus vacaciones. Nosotros, a bordo y solos, comenzamos las tareas del plan trazado. Ahora me tocaba resolver el tema de la filtración de agua que llegaba al piso de la ducha del baño de proa. La solución fue extraer ese piso, mal colocado anteriormente, y reinstalarlo con selladores y etc. Arduo trabajo de casi 3 días, pero dio resultados.
Como si se hubiera coordinado, al finalizar la primera parte del trabajo en el piso del baño regresaron quienes se habían ido a tierra con el bote. Estábamos todos y entonces zarpamos. Ahora vendría la primera prueba del cabrestante.
Dentro de chimolandia, Macio estaba preparado para ir acomodando la cadena del ancla en su caja metálica, conforme entraba izada por el cabrestante (si es que funcionaba). Andrea con el control, Filippo al timón y yo con una pata de cabra en un bolsillo, una bolsita con sal en el otro y cruzados los dedos de los pies. Además de la ayuda de los dioses, también tenía una llave lista para ajustar la abrazadera recién colocada en caso de que la fuerza fuera mucha y sólo girara el tambor pero no la corona de barbotines.
«Cuando quieras», me dice Fil desde la timonera, 22 metros trás de mí.
Le hago señas a Andrea y éste aprieta el botón. Un chirrido agudo indica que se comienza a hacer verdadera fuerza en el cabrestante. Es lógico, pues el viento empuja al barco hacia atrás, tensando más la cadena y aumentando su resistencia a ser izada. Si embargo, como si no hubiera esfuerzo alguno, comienzan a girar el tambor y la corona de barbotines, izando la cadena con rapidez y sin cambios de velocidad. El conocido ruido a eslabones en movimiento era una dulce música a mis oídos. Todo funcionaba a la perfección. Poco menos de un minuto después, la cadena se pone tensa y no sube más. El motor eléctrico se fuerza y de repente gira sólo el tambor pero no así la corona. ¡Mucha resistencia! Debe ser el momento justo en que el ancla esta por zafar del lecho marino. Le digo a Andrea que pare. Le pido a Filippo que avance un metro con el barco mientras con la llave ajusto la tuerca de la abrazadera y otra vez le hago señas a Andrea. Este acciona el botón y esta vez la cadena sube como corresponde. El ancla había zafado del fondo. Cada vez más rápido. Ya se ve la cadena vertical hasta donde el agua lo permite.
De repente, desde las profundidades del mar se ve una confusa imagen oscura que se acerca rápidamente a la superficie. Ahora, que está más cerca se lo ve girar sobre su eje, mordiendo una cadena que lo arrastra hacia arriba. Muy rápida, emerge verticalmente nuestra leal ancla de 65 kilos, llega a la rueda por donde pasa la cadena que la trae a bordo y dando un brusco vuelco de 90 grados hacia popa golpeando ruidosamente con su brazo se acomoda en su lugar. Maniobra perfecta. 40 metros de cadena izados en 40 segundos.
«¡¡Libreee !!», le grito a Filippo, quien da marcha y la barca va en busca de su nuevo destino.
Reviso el tambor, la corona, el cinturón de plástico y la abrazadera. Todo parece original de fábrica. El arreglo está correctamente hecho. Veremos en los próximos días, pero como será «más de lo mismo», no hay razones para suponer que fallará. El cabrestante comienza a ganarse mi confianza.
Proa hacia Guadalupe Occidental. El día es perfecto y la navegación no puede ser mejor. Pasamos el faro «Point du Vieux Fort» y al atardecer fondeamos frente a «Point Malendure» frente al mismo restaurante que habíamos venido a cenar hace 3 años con Filippo. Durante y después de la cena, tuvimos con Sandro, el armador, una larga charla sobre las características de la dura navegación que nos espera en el sur de Chile y de Argentina.
La mañana del 1º.de mayo me encuentra nadando en las cálidas aguas caribeñas. Es muy temprano y comenzar el resto de la vida con un delicioso baño rodeado de un maravilloso paisaje es algo que uno debería tener por costumbre y no apartarse jamás.
Cuando los invitados dejaron el barco, aproveché para continuar con tareas de mantenimiento, las que finalicé antes de lo previsto. Luego, relax con buena música (Nora Jones nuevamente) y natación hasta el almuerzo, inspeccionado cuidadosamente el fondo de la nave, hélice, ánodos, lo que obliga a bucear rodeado de amigables y hermosos peces. No me quejo, pues cuando el otro día acepté ayudar a Filippo durante estos días extras, sabía perfectamente a qué clase de sacrificio me iba a enfrentar. Para eso estamos los amigos.
El atardecer nos recibe en otro lugar paradisíaco: Deshaies. Todos se van a tierra a cenar. Luego de un baño reparador de todo el esfuerzo diario, limpio y perfumando, ceno a la luz de la luna, acompañado de Nora, otra vez.
Cuando regresan de cenar, zarpamos nuevamente. Gianfranco se puso a pescar y para no perder la costumbre, se le escapó el pez. (El No.13). Un hombre de costumbres.
A las 3 de la mañana tomo la guardia con mi inseparable Macio. En cinco días quizá desembarcamos y será el fin de esta etapa para nosotros. Nos espera la otra, la dura. Han pasado dos meses desde Rosignano y parece un año. Han sucedido muchas cosas.
Hacia la mitad de la guardia, sucede algo increíble: desaparecen del radar las islas de Monsterrat (que fue destruida por la erupción del volcán en 1996 y aún se huele a azufre) y Redonda. No sabré jamás por qué extraño fenómeno veo a simple vista dos inmensas islas distantes no más de 7 millas de nuestra posición, y éstas son invisibles al radar. Otro misterio del mar.
El amanecer tiñe de ese rojo especial a algunos recuerdos con quienes comparto este espectáculo. Todas las tareas que habitualmente realizamos a bordo se suceden con la armonía que dan el buen tiempo y el sol. Aunque mayo no es la mejor época para navegar el caribe, hasta ahora tenemos mucha suerte y como la Adriática se balancea muy suavemente y quienes operan las cámaras tienen muy buena luz, los cameramen están en condiciones inmejorables para que realicen su trabajo. Al menos hoy.
Uno de los objetivos del viaje es hacer una película y también, episodios para la tv. por lo que creo que se debe hablar un poco de la gente que tiene la gran responsabilidad de llevar a cabo este trabajo tan especial y que será, en última instancia, el trabajo que permitirá hacer conocer todo lo que estamos haciendo.
El trabajo de los “cámaras” no es tan sencillo como parece. Teniendo en cuenta que tanto Macio como Andrea no son gente de mar, debo destacar que ambos se han “amarinado” excelentemente y están llevando a cabo una tarea de calidad. Constantemente se filma a bordo absolutamente todo. Nadie sabe el resultado final, pues la verdadera historia se realiza cuando se edita el material.
No es sencillo tener siempre mucho y buen material. A veces a bordo no sucede nada extraordinario y debemos apelar a la creatividad para tener algo para contar. Como en toda navegación larga, la rutina -necesaria para muchas cosas- es enemiga de los buenos argumentos. Creo, sin embargo, que se está llevando a cabo un buen trabajo por la muy buena complementación entre los “cameramen” y todos nosotros.
El trabajo de ellos no es sólo filmar. Los he observado y me ha asombrado la cantidad de horas que dedican al mantenimiento de los equipos y clasificación de material filmado. No es sencillo, en un ambiente marino, proteger estos aparatos tan sensibles y delicados. El mero hecho de mantener limpias las lentes es una verdadera proeza. Las exigencias de calidad de imagen obligan a un permanente trabajo de limpiar sin rayarlas. Y no digamos nada de lo difícil que es caminar sin ver dónde se pisa, en una superficie inclinada, resbaladiza y movediza. Creo que mantener el encuadre en estas condiciones es sólo para entendidos. Mientras escribo estas líneas, he tenido oportunidad de ver algunos capítulos de nuestro viaje y he quedado sorprendido por el resultado final. (¡¡No parecemos nosotros!!).
Con un día como hoy, creo que filmar es una muy grata tarea y además ha sucedido algo atípico y que merece sea capturado para la eternidad: nuestro capitán ha pescado y prometió un Sushi para esta noche. Gianfra se hace el distraído.
Durante la tarde se da un leve cambio climático, apareciendo un techo de nubes y para la noche hemos recibido la visita de un chubasco largo, pero como estábamos gozando del exquisito Sushi del capitán, creo que varios no se dieron cuenta de que llovió.

La madrugada del 3 de mayo nos encuentra navegando rumbo a Saba. Esta isla parece salida de un cuento de hadas. Es muy pequeña (8 km2), no tiene playas, sólo un pequeño puerto y hay que trepar un largo camino para llegar a alguno de sus 4 poblados, que en total suman 1200 almas.
El volcán Mount Scenery con 880 mts. y 1064 escalones es la montaña más alta “de Holanda” pues Saba pertenece a las Antillas Holandesas, siendo la más pequeña de las 5. También tiene la pista de aterrizajes comerciales más corta del mundo: 400 metros. La electricidad disponible día y noche llegó en 1970 y la televisión, 5 años antes.
Saba es ideal para los amantes de la tranquilidad. Hasta el deporte que se puede practicar es tranquilo: el buceo. Todo el mar que la rodea es parque natural conservado Tiene unos 30 lugares de inmersión perfectamente señalizados con boyas. No hay discos ni casino. Un paraíso.
Cuando estábamos muy cerca de Saba, nos comunicamos con una de las empresas que brindan el servicio de buceo turístico y nos acercamos a su embarcación. Alguno de los invitados fue a conocer los secretos del mundo silencioso de Saba. El resto llevamos a la Dama de Rojo al otro lado de la isla, para evitar el mar de fondo que venía del S.
El clima seguía empeorando y para cuando los buzos regresaron a bordo, ya estaba todo el cielo gris y amenazaba lluvia con viento. El cielo estaba bastante confuso, con diversos tipos de formaciones nubosas. No era grave, pero tampoco una delicia. Nos soltamos de la boya amarilla a la que nos habíamos amarrado para la espera y zarpamos.

Tenemos viento del NW y se largó una copiosa lluvia. La isla fue cambiando su fisonomía a medida que recibía las nubes. Los alisios han desaparecido. Tenemos unas 90 millas hacia el norte, en busca de Virgen Gorda Sound, una de las Islas Vírgenes Británicas. Como el viento es muy pobre, encendemos motor. Queremos alejarnos lo más posible de Saba pues si hay temporal del NW, no deseamos tener costa cerca.
Comenzamos a navegar entre chubascos de diferentes intensidades. A algunos los podemos esquivar, a otros… Llega la noche y me voy a dormir.
A las 2 de la mañana Fil, me despierta: “hay mucho viento”. El barco se mueve bastante. 35 nudos de proa. Hay que tomar dos rizos a la mayor, apagar la genoa e izar trinquetilla. O sea… hay que tocar todas las velas de proa y luego adujar los cabos.
Las luces de las crucetas confieren a toda la acción un escenario peculiar. Estamos Andrea y yo en la maniobra. El agua está caliente y las olas nos barren. Una, particularmente grande y larga, me empuja por la espalda y por suerte atino a engancharme con el brazo a un obenque bajo. De repente, miro hacia popa y veo a todos espiándonos desde el cockpit, protegidos por la chubasquera. Me causa mucha gracia.
Me pregunto. “¿qué hago acá, mojado, a los golpes, haciendo maniobra nocturna sobre un barco que parece una coctelera y a los 55 años?” y me respondo “gozo de la vida “y comienzo a reírme sin saber de qué. Andrea me mira y también se ríe.
Finalizamos todo, acomodamos los cabos, todo OK. La barca se comporta suavemente y regresamos a la timonería. Filippo y Macio están charlando. Aparece Gianfranco. Nos quedamos y todos nos reímos de la maldita suerte que justo horas antes de finalizar el viaje, nos agarra un pesto. Pero así es el mar. Fil se va a dormir. Y yo lo sigo.
A las 4 de la mañana otra vez me despiertan. Tengo guardia. Estoy muerto. Es la última guardia que nos queda antes de desembarcar. Con Macio brindamos con el poco Mirto que nos queda y además, convidamos a Neptuno. A las 6 despierto a Fil. La tormenta de anoche nos arrastró un poco al W, pero no es problema alguno. En vez de entrar por Gorda Sound, lo hacemos por Round Rock Pasaje. Dejamos a babor a Ginger Island y a estribor los célebres The Baths. Llegamos a las Vírgenes. Es el 4 de mayo.

Damos unas vueltas y Gianfranco, luego de dos semanas… ¡¡vuelve a pescar!! Esta vez, una gran Dorada. Tomamos una boya frente a The Bath.
Hoy es nuestro último día. La verdad, estoy cansado y regresar no me desagradaría en lo más mínimo y más teniendo en cuenta que aún nos falta la etapa más larga y dura. Estamos tomando un café cuando suena el teléfono satelital. Habla Filippo. Al término de la comunicación, me dice riéndose. “¿Ricki, querés quedarte hasta el 13? El otro skipper tiene problemas todavía”.
Termino mi café de un sorbo y también sonriendo le digo: “Si”. (No sé por qué me pregunta ni yo por qué le contesto… si él ya conoce ¡mis respuestas!).
Dejamos a todos los invitados con el dinghy en The Bath y nos vamos a hacer los papeles de migraciones y aduana a Spanish Town y regresamos. Estoy cansado, sucio, hambriento, mal dormido y sin afeitar. Mientras Elena cocina algo, me voy a dar una ducha.
Hoy es un día muy bonito y la vida es otra cosa luego de un baño reparador. El día continúa lento, por suerte. Decidimos pasar la noche en Norman Island, donde está el viejo Flying Clipper, el de la película en Cinerama, transformado en restaurante, donde cenamos con Filippo, cuando navegábamos otro barco.
Gianfranco, Macio y Andrea están cocinando la Dorada. Además, tendremos carpaccio. Es un bello atardecer en Norman. Luego de la cena me quedé dormido sentado un buen rato y después fui al colchón de Gianfranco. Macio, Andrea, Gianfranco salieron y se fueron a tomar algo al “Pirates Bight”.

A la mañana siguiente me desperté con terrible dolor en la zona lumbar, por primera vez en todo el viaje. Es obvio que no soy para los colchones, lo mío es el piso del barco. Ahí duermo perfecto. Parece que “los chicos” se divirtieron bastante anoche…
Luego del desayuno comenzamos con las rutinas de mantenimiento y llegamos a la conclusión de que tenemos muy sucios los tanques de gasoil, pues tenemos problemas con ambos motores de los generadores. Consigo una cita con alguien que hace el servicio de limpieza de tanques. Será el martes que viene, en otro lugar, Soppers Hole. Un lugar precioso, muy lindo puertito en el fondo de una caleta cerca del extremo W de la isla de Tortola.
El día de hoy es realmente hermoso y decidimos ir a las cuevas de Norman Island. Durante el viaje, a motor, tomamos café. Pero se acabó el azúcar y, por error, le puse sal al mío. Intolerable. De Norman, fuimos a Sopper’s Hole a hacer compras y a esperar a la camarera que viene hoy a la tarde.
Llegó la nueva camarera. Se llama Elizabeth y se la pasó limpiando y ordenando pues van a venir los nuevos invitados. La familia del Armador ya se retiró. La pasamos muy bien a bordo con ellos. Realmente muy buena gente. También se fueron ambos Andrea, Gianfranco y Macio, mi compañero nocturno con quien compartí mis guardias desde Rosignano hasta hoy. La ida de ellos es una pérdida muy grande.
Al atardecer llegaron los nuevos invitados, los primeros patrocinadores son: Cristina, Andrea, Enzo y su hijo Nico. Y también al atardecer continuarían ciertos problemas importantes: los generadores. Uno de ellos enciende cuando lo desea. El otro, nunca. Urge limpiar los tanques y filtrar el combustible, aunque sospechamos que éste no les llega.
Nuevamente el día se tornó gris, pero igual llevé a todos a hacer snorkeling a las cuevas de Norman Island. Mientras, Filippo se quedó a bordo reparando cosas. Aún no quedaron perfectamente arreglados ciertos inconvenientes, como ser las aguas negras, por lo que el uso de los sanitarios está perfectamente regulado.
Especial protagonismo está tomando Nico a bordo. El hijo de Enzo es realmente una persona muy divertida, educada y curiosa. Esta última característica hizo que constantemente me preguntara de todo, referente a la náutica. Eso me obligó a desplegar mis dotes de profesor, lo que me agradó mucho. Poco a poco con Nico se fue generando una relación muy afectiva, de la que también formaron parte Enzo, su padre y Filippo.

La “selección natural” que normalmente se da en todo grupo humano hizo que Enzo, Nico y yo formáramos un grupo muy unido, y que hiciéramos muchas cosas juntos en estos pocos días que íbamos a compartir. Creo que la buena atmósfera humana que hubo a bordo con este primer grupo de patrocinadores, hizo que pudiesen tolerar con bastante humor el hecho de que por problemas técnicos ajenos a su responsabilidad, no pudieran gozar de todos los días que les correspondía. Para limpiar los tanques y hacer otras reparaciones, hubo que “usar” del tiempo de ellos y restarles lugares de diversión.
Lejos de hacernos algún tipo de señalamiento, que hubiera sido absolutamente justo, todos han colaborado en lo posible y se han adaptado al medioambiente que les tocó en suerte. (Este es un viaje darwinista). No es habitual en este medio que esto suceda y deseamos expresar nuestro agradecimiento por ello.
El final se iba acercando. Filippo y yo habíamos partido el 11 de marzo y ya estamos con necesidad de regresar. Lentamente íbamos recorriendo diferentes lugares de las Islas Vírgenes, Tortola, Jost Van Dike, Little Jost van Dike, intercalando placer con trabajos. Nico ha sido un excelente compañero de aventura y me ha hecho el regalo más hermoso de todo este viaje: una canción compuesta por él.
Los días se fueron sucediendo entre lluvias, sol y algunas reparaciones menores. Motor y vela también fueron mezclándose cómodamente, como viejos compañeros de ruta que ya se conocen. Y la Adriática, a veces más veloz, otras más lenta, fue llegando hasta el último puerto, al menos para todos nosotros, que nos desembarcábamos: Marina Cay, casi en el aeropuerto.
En Marina Cay tuvimos un encuentro casual, con otro velero. Un suspiro dorado llamado Dharma. Su skipper tuvo la amabilidad de venir a visitarnos. Relato este breve encuentro porque el futuro nos tendría reservado una pequeña sorpresa.
Pero aún faltan mucho tiempo y muchas millas…
Epílogo
Trabajamos mucho con Filippo, Elena y Elizabeth para dejar el barco impecable con el objeto de que la nueva tripulación lo recibiera como mandan las buenas tradiciones marineras. Sólo guardar la vela mayor dentro de su bolsa nos demandó más de una hora de fuertes e incómodos forcejeos a Filippo y a mí.
Arribó el nuevo Skipper, con su tripulación. Entre ellos había una persona llamada Damiano. Nadie podía imaginar el papel que el destino le tenía reservado a Damiano, única persona que perteneció a las tres tripulaciones que tuvo la Adriática en todo el viaje.
Luego de que Filippo pusiera al tanto al nuevo skipper con las novedades del barco, solicitamos que se nos llevara a tierra en el dinghy.
Fuimos separándonos en las diferentes puertas de embarque de los distintos vuelos. Adioses, promesas, abrazos, besos. Para quienes navegan, las despedidas son tan comunes como los atardeceres. Parecen iguales, pero no lo son.
Filippo, Elena y yo nos despedimos en Paris. Ellos tomaban su vuelo a Niza y yo a Madrid. Mientras caminaba hacia mi puerta de embarque pensaba que habían pasado muchas cosas en estos dos meses de navegación, sin embargo, algo muy dentro de mí me decía que no había pasado nada, aún. Hará muy bien la ADRIÁTICA en descansar en el Caribe estos próximos meses.
Le espera todo un inmenso y desolado sur.
Por: Ricardo Cufré, Escritor y Navegante.
Por: Redacción