De Curaçao a Galápagos. Ruta roja segunda parte
Curaçao
Cuando se abrieron las puertas de salida del Aeropuerto de Curaçao me ahogó un viento caliente. Soy amigo del frío, no del calor y no sin cierta molestia lamenté tener que dejar esas instalaciones pues me agrada la fresca temperatura artificial que se siente. Más resignado que adaptado, en la inmensa playa de estacionamiento busqué a Filippo, que debía estar esperándome. Otra de las grandes coincidencias con Fil es nuestra proverbial puntualidad. Si alguno de nosotros no llega a la cita con el otro, no importa de qué continente provenga, sin duda algo pasó. Por eso, sólo cuando tuve la certeza de que mi querido amigo no estaba le hice una llamada telefónica.
“Estoy en cama con fiebre hace dos días. Te he enviado a alguien a buscarte”, respondió una voz moribunda e irreconocible. Fil en cama, con fiebre y este calor. Además, dentro de su cabina de la Adriática. No sonaba nada alentador: Capitán afiebrado al horno. Faltan las papas.
Luego de un corto viaje en auto por colinas, puentes y caletas de ensueño, llegamos a la Marina Curaçao, donde se hallaba amarrada –a la inglesa[i]-, mi adorada Dama Roja.
Marina Curaçao es pequeña, nada lujosa, con su varadero repleto de embarcaciones perfectamente ubicadas alineadas y en diferentes estados de alistamiento o reparación. La inmensa mayoría eran veleros y aunque no eran muy grandes, el hecho de estar en tierra montados sobre sus camas o patarrases[ii], aumentaba en mucho la altura de sus arboladuras, dando a todo el conjunto la perspectiva de un erizo de tamaño catástrofe. Atravesando de lado a lado este bosque de carbono, aluminio y acero inoxidable se hallaba mi leal cómplice en el mar, la entrañable Adriática. Tenía cierta ansiedad en verla. Recordaba perfectamente cómo la dejamos hace dos meses, en qué excelente estado de “salud” y cuánto trabajo nos costó.
Quizá por eso, por recordarla, el choque fue tan fuerte. Cuando la vi me invadió un sentimiento de desengaño, de tristeza. Flaca, fané y descangallada…. No podía creer lo que veía: excepto el palo y la jarcia, creo que todo lo demás había sido desmontado. Velas, cabos, cables, bidones, repuestos, basura, herramientas, cajas de todos tamaños, equipos personales, etc. Un verdadero vertedero de desguace naval estaba esparcido por la explanada del amplio muelle. Sólo la montaña de basura que se había desembarcado tenía un diámetro de unos 5 metros y una altura como la mía. (Sé perfectamente que no soy un Watusi, pero… era ¡mucha basura!).
Como puedo, me abro paso entre todo eso y voy al camarote de popa, a presentarme a mi capitán. Con cara más de muerto que de vivo, Filippo me saluda. Intenta una sonrisa que se queda en eso, en el intento. La atmósfera dentro del camarote y del barco era mortal. Mucho calor. La Adriática estaba literalmente desarmada, pero igual inmediatamente cambié de ropa para comenzar la tarea que fuese necesaria.
Como ya les comenté, para trabajar “cómodamente” en la sala de máquinas había que levantar totalmente el piso de la sala de comandos, lo cual corta la circulación interna del buque. Dentro de ese inmenso pozo me encuentro a Gianluca y a Massimo, entre otros, todos técnicos de alto nivel de unos de los grandes sponsors de todo el proyecto. Están trabajando contrarreloj y han venido desde Italia a instalar un dispositivo revolucionario, aunque sea sólo un prototipo de estudio. Se trata de un nuevo tipo de “generador eléctrico” que permite usar esa energía a bordo, evitando utilizar los generadores clásicos, que funcionan a combustibles derivados de hidrocarburos. Así, se evita la consabida contaminación y los peligros inherentes a su clásico almacenaje en baterías, elementos ultra contaminantes. La propagación de la cultura de la protección del medioambiente es uno de los objetivos de este viaje, compartido por el gigante ENEL, que investiga hace tiempo para hallar y desarrollar formas limpias de generar, almacenar y transportar energía eléctrica.
Las tareas a bordo eran muchas e importantes y hasta no finalizarlas no zarparíamos. Dentro del mundo de nuestras obligaciones, sin embargo, teníamos algo relajante: la ciudad de Curaçao. En los días que estuvimos en la Marina no hemos ido mucho a recorrerla, pero sí puedo decir que es una ciudad-puerto que se destaca por lo pintoresco de su colorido. Curaçao es un “Caminito” sin las chapas acanaladas.
Curaçao fue un territorio autónomo del reino de los Países Bajos. A partir de 2010, el actual País de Curaçao[iii], formó parte de las Antillas Holandesas. Su capital y localidad más poblada es Willemstad, que se halla en la costa sur de la isla. No pertenecen a la Comunidad Europea, pero sus ciudadanos tienen pasaporte holandés y los mismos derechos que los ciudadanos europeos. En la colorida Willemstad, entre otras, hay dos cosas que son realmente llamativas: los dos puentes que comunican una parte con la otra de la ciudad, pues ésta está atravesada por un corto canal que desemboca en el mar. Uno de ellos es el imponente puente “Reina Juliana”, que permite el paso de inmensos buques pues tiene más de 60 metros de altura sobre el agua y el otro, el pintoresco puente “flotante-giratorio”.
Este último, es un simple puente de pontones, en uno de cuyos extremos está fijo a la tierra por medio de un eje y en el otro, hay un motor “fuera de borda” de considerable tamaño. Arriba de ese motor se halla su “timonera“, que es una casilla desde la cual el “maquinista” gobierna el puente. Cada vez que un barco desea pasar, avisa por radio unos 5 minutos antes y le abren el puente que sencillamente es una bisagra flotante, con su gozne en tierra. Así sucedió con la Adriática y nos queda el hermoso recuerdo de que alguna vez se haya abierto para nosotros. La Dama Roja pasó orgullosa por el estrecho espacio que nos dejó el Comandante del Puente entre el extremo móvil de éste y el largo tablestacado que formaba el costado del canal. Todos la miraban y no era para menos, la Dama Roja ¡estaba radiante! Habíamos trabajado mucho en eso los días previos.
La gente nativa de Curaçao es diferente a la de varias islas del Caribe. Es sumamente amable con los foráneos. Aunque la época de la conquista y la esclavitud haya finalizado, hay algunas islas en las que persiste cierta inercia histórica de resentimiento y el turista -sin importar su origen- puede sentir que no es tan sutil esa actitud. No es el caso de Curaçao en donde a la alegría y “buena onda” de su gente se le suma el amplio y contrastado colorido de la ciudad.
Cenar en cualquiera de los restaurantes que hay frente al canal de acceso al puerto, lo más cerca posible del puente giratorio puede ser toda una experiencia. Este puente, de noche está graciosamente iluminado por arcadas de luces de colores todo a su largo y verlo girar para dar paso a los barcos es divertido, aunque lo verdaderamente impresionante es el espectáculo del paso de los inmensos petroleros, a unos 50 metros de su mesa. ¡Imperdible!
Pasaban los días y continuaban las obras a bordo. Dimos de baja a la vieja vela mayor por considerar que ya había cumplido sobradamente con su obligación. Miles de millas de noble servicio habían finalizado. De ella rescatamos herrajes y accesorios que nos servirían más tarde. La vela nueva que la reemplazaría había sido confeccionada más alta de lo que correspondía y por lo tanto quedaba arrugada y eso la transformaba en completamente inútil.
Oportunamente se había enviado a reparar y ahora estábamos a punto de izarla para establecerla en forma permanente pues nos iba a llevar por medio mundo. Con bastante esfuerzo la embarcamos y comenzamos su instalación aprovechando la ausencia total de aire. Cuando finalizamos de izarla vimos con sorpresa que ahora era demasiado corta y no alcanzaba a llegar hasta donde debía. Como no había opción ni tiempo, la dejamos así. Unos centímetros de menos no impedirían que se utilizara perfectamente.
El viaje que íbamos a comenzar era muy largo y Curaçao era la ante última escala en la cual estaríamos cerca de la civilización, desde el punto de vista de los servicios técnicos específicos que cualquier velero requiere normalmente en puerto. Una de las cosas pendientes de reparación eran los 2,20 metros de borda de teka que se habían roto en el muelle de Porto da Praia, en Cabo Verde, 4 meses atrás.
Luego de la finalizada la primera Ruta Roja yo había regresado a mi apartamento en Palma de Mallorca y allí hice construir la pieza de teka que se necesitaba, pues me había llevado una angosta “rodaja” de la original, para copiar perfectamente su sección. En la cabina del avión a Curaçao traje un listón de teka de 2,20 m x 6cm x 5 cm. y con la canaleta hecha a todo su largo para que encastrara perfectamente en la borda del barco. Se requería un profesional con sus herramientas para curvar la madera y darle la forma que el barco tiene.
Buscando ese profesional, un día apareció Conrad el carpintero.
Flaco, alto, desgarbado, mal afeitado, de edad indefinida pero más de 60. Su piel era la corteza de un árbol viejo, surcada por profundas arrugas. Olor a tabaco quemado y voz arenosa, mal limada por el alcohol. Profundos ojos celestes y un delicioso inglés -completamente diferente a lo que se escuchaba habitualmente-, sugerían no sólo un diverso origen geográfico, sino social. Bajo un sombrero viejo, pero no tanto como su ropa, la mirada de Conrad hablaba de anteriores y mejores vidas naufragadas hacía tiempo. Ignoro si en los dominios de Neptuno o en los de las cubas de roble. Un cigarrillo que colgaba descuidadamente a una banda de su boca dirigía sus pocas palabras, como si fuera una húmeda batuta gris. Cara delgada, ojos algo juntos, pómulos salientes, cabello corto de opaco oro viejo y un constante gesto sombrío, quizá hijo del cruel cincel de la soledad.
Conrad Vivía en un velero de unos 40 pies que flotaba porque Arquímedes era muy distraído. Ese velero estaba a escasos metros de la Adriática y se accedía caminando haciendo equilibrio por un muelle, que en realidad era un no confiable entramado de delgadas barras de hierro doble “T”. Jamás lo vi entrar ni salir de su embarcación. Como dios, Conrad también estaba en todos lados pero era imposible hallarlo en alguno. Hablaba poco y trabajaba menos, pero lo hacía con la destreza de los artistas. Ásperas como su vida, sus toscas manos no habían perdido habilidad en absoluto. Manipulaba sus herramientas como lo que eran: una prolongación de su mente.
Apenas comencé a explicarle el trabajo requerido me cortó suavemente pero imperioso: understood. Go to your job, I’ll do mine[iv]. Había visto el listón de teka en cubierta, ahora la desnuda borda metálica del barco, con el cairel[v] roto y el trozo faltante. Fue suficiente. Con horarios aleatorios, tardó varios días en hacernos un trabajo que, a lo sumo, no requería más de uno. Pero lo hizo muy bien y en absoluto silencio. Me sorprendió cuando nos dijo el precio, pues creo que no alcanzaba a un jornal. Le pregunté si estaba seguro y respondió con un inapelable of course. Le pagué en el momento y me lo agradeció con un tenue gesto de sorpresa, como si no fuera costumbre del lugar pagar cuando alguien finaliza su labor a total satisfacción del cliente. Me saludó en silencio, tocando el ala de su raído sombrero. Giró, alzó su caja de herramientas con una mano y se retiró erguido. Su pesada carga no hizo mella en la simetría de su espalda. Jamás lo volví a ver.
Conrad podría haber sido un personaje de Conrad. Quizá escapó de “La línea de sombra”. Su trabajo sigue impecable luego de 15 años de mar. Otras personas que me parecieron, si no raras, al menos peculiares, fueron nuestros circunstanciales vecinos de amarra.
Era una familia francesa con unos amigos, en un catamarán muy desordenado. Había dos chicos pequeños que se divertían permanentemente. Qué linda infancia! Pese a que estaban amarrados a nosotros, jamás escuchamos una palabra y nunca nos enteramos cuando ellos bajaban a tierra usando nuestro barco como puente, algo habitual en este mundo náutico. Cierta vez nos pidieron unas indicaciones geográficas, pero no hubo más contacto verbal con ellos.
Una mañana, desperté más temprano que de costumbre y veo a todos los adultos en extrañas y diferentes posiciones, mirando a proa. Ojos cerrados. Inmóviles como estatuas. Meditación, supongo. Obviamente no los interrumpo saludándolos y camino por la cubierta sin hacer el menor ruido.
A media mañana zarpamos para probar el piloto automático con el técnico a bordo. Dimos la necesaria vuelta completa para calibración, aprovechando las tranquilas aguas del puerto de Curaçao. Cuando estábamos ya de regreso, veo que los franceses habían ocupado nuestro lugar en la amarra. Nos hacen señas para saber si nosotros íbamos a amarrarnos en el mismo sitio y les indico que sí. Automáticamente comienzan la maniobra de desatraque y nos dejan libre el lugar, lo que agradecí personalmente cuando hube amarrado y ellos a nosotros otra vez. Buenas prácticas marineras.
A la mañana siguiente, ya no estaban. Ni siquiera los escuché cuando se desamarraban de nosotros. No recuerdo haber tenido vecinos tan discretos y silenciosos.
Al fin, concluimos con las tareas generales y miles de detalles. Estamos “a son de mar” con una nueva barca, pues la Adriática cambió de aspecto externo. Ahora tiene en popa, una arcada de doble caño de inoxidable, llena de instrumental y antenas. Parece una nave espía. Le instalaron paneles solares, aerogeneradores, antenas de todo tipo y forma y hasta un pluviómetro! También hay una turbina hidráulica, para producir corriente. Todo esto está directamente relacionado con el equipo de almacenaje de hidrógeno del que ya les hablé y que luego veremos con más detalle. El objetivo científico no era sólo biológico. A partir de ese momento, seríamos un recolector constante de diversos datos oceanográficos y atmosféricos al nivel del mar, que serían transmitidos on line a Roma. Yo estaba exultante con la parafernalia de nuevos aparatos a bordo. Creo que había más ordenadores que tripulantes.
La última noche anterior a la partida la pasé en el cockpit. El calor adentro me superaba y afuera, una brisa fresca me impulsaba hacia el reino de los sueños. La luna llena estaba exactamente en el cenit. Nunca la vi tan alto. De vez en cuando una nube pasaba cerca de ella y su desquiciado contorno de laberinto se iluminaba.
Hacia San Blas, territorio Kuna Yala
Comenzamos hoy, lunes 6 de noviembre, a navegar la segunda parte, la más larga y dura, de todo este viaje. Anoche nos despidió la luna llena. Buen augurio. Desde que partimos de Rosignano la Adriática ha navegado 8.142 millas náuticas, unos 15 mil kilómetros. No llegamos a la mitad de lo planeado aún.
Antes de zarpar desayunamos y ordenamos el barco de tal manera que el movimiento que tendremos no haga que las cosas tomen vida propia. Viaja con nosotros Gianluca, uno de los técnicos de ENEL que instaló el aparato cuya performance deberemos verificar a lo largo del viaje. Una de las tantas peculiaridades que tiene es que está monitoreado por una computadora “ad hoc“que se halla on line con el centro de recepción de datos en Italia. Allí, los científicos y técnicos de ENEL recibirán todos los datos del medioambiente marino y del aparato generador de electricidad, para evaluar su funcionamiento. Sentimos cierto orgullo pues hasta donde sabemos, la Adriática será el primer barco de la historia, en obtener electricidad a partir del agua de mar y de energía externa. La electricidad quedará a bordo, almacenada fuera de toda batería conocida. No habrá ácidos, ni plomo, ni goma ni plástico y el residuo que todo este complejo proceso produzca será…Bueno, un poco de misterio por el momento.
Los dos primeros días de navegación tuvimos un viento interesante, que le daba a la barca un andar alegre y no nos costó mucho llegar a los 8 nudos. Luego sobrevino la calma chicha y la consecuencia obvia en estas circunstancias: usar el motor.
El sol era realmente mortal y dado nuestra baja latitud y la estación del año, estaba muy arriba sobre el horizonte, casi encima de nosotros, cayéndonos como un castigo divino. Todos huíamos de él. Tomar la guardia e ir a la desguarnecida timonera en popa era cosa de valientes, hasta que se me ocurrió improvisar una sombra, utilizando un paraguas y una morsa portátil. Con ambos elementos lo que antes era una tortura, devino placer: timonear a la sombra. Por supuesto, todos se burlaron de mí. Que un paraguas no es de nautas, que es ridículo, que si me viera el Holandés Errante me pasa por la quilla, que…. Pero el hecho es que cuando vino mi relevo, me pidió que le dejara el paraguas y la morsa. Y a él, su relevo… y así de seguido el resto del viaje!
La falta de viento por otros dos días ayudó que este invento fuera la salvación de todos. La escena se repetía… Uno al timón y el resto, todos juntitos apretujados bajo la sombra de las velas, como el ganado bajo la del ombú.
El cuarto día de navegación nos regaló una lluvia torrencial y un poco de frío, pero sin viento, con lo cual, continuamos a motor. Poco a poco la vida a bordo comenzaba su rutina habitual y por suerte Gianfranco está otra vez con nosotros para “garantizarnos” el atún nuestro de cada día. Desde la zarpada de Curaçao está amenazando a todas las especies pelágicas, quienes le responden con unas risas cuyo eco se oye por todo el reino de Neptuno.
Hubo una novedad que nos sacó de la inocua rutina: no funciona ninguno de los dos molinetes del genoa. Uno ya no funcionaba y lo sabíamos al zarpar, pero no podíamos arreglarlo. El otro es toda una sorpresa. Por suerte no hay viento. Realmente esos molinetes eléctricos son los más poderosos que tenemos a bordo y aunque sea uno deberíamos poder tener, en caso contrario ciertas maniobras se complicarán bastante y eso sólo tiene un significado: mayor riesgo y mayor cansancio. En un viaje de las características de éste, los hermanos riesgo y cansancio no deben formar parte de la tripulación.
Nos movemos bastante debido al mar de fondo y veo con frustrada satisfacción que mi ejemplo de dormir en el piso bajo la escalera de acceso al salón es imitado por otros. Ahora es Gianluca quien utiliza mi lugar, que es el que menos se mueve del barco por estar muy cerca de su centro de gravedad. Parece que la gente aprende rápido algunas lecciones elementales de física.
Gianluca es un verdadero personaje. Es la primera vez que navega en su vida y se atreve a una travesía oceánica, como Macio, el cámara. Es un inconsciente, o confía en nosotros (lo cual ratificaría mi presunción). Sea como fuere, siempre de buen humor, con una inmensa sonrisa a punto de explotar, Gianluca es de esas personas imprescindibles a bordo porque mantienen la buena atmósfera, un verdadero ozonizador humano. Cuando vino a informarnos que todo estaba en orden para empezar a utilizar el complejo sistema instalado, se le notaba en el rostro el cansancio remanente de casi tres semanas de largas jornadas laborales trabajadas en mala posición corporal, como es habitual en las embarcaciones.
Parece que todo funciona perfecto y Gianlu estaba contento (no conoce el mar todavía). El sistema instalado es un prototipo que tiene por objetivo entregar electricidad, obtenida limpiamente de fuentes renovables, esto significa no sólo sin contaminación ambiental, sino sin agotar las fuentes. Como dije antes, uno de los objetivos de la Adriática es llevar este mensaje ecológico y demostrar que no sólo se puede aprovechar racionalmente la energía sino que se puede transformar y almacenar de manera no contaminante. El tipo de sistema instalado está concebido para consumidores aislados de los grandes centros urbanos, que tengan acceso a agua, al viento y/o al sol. Para hacer los experimentos, nadie cumple con esas condiciones mejor que una isla… o un barco en navegación.
Aunque técnicamente tiene su complicación, la idea original es de una sencillez franciscana (como todo lo genial): producir hidrógeno utilizando una energía limpia, inagotable y externa al sistema de producción. Luego, con ese hidrógeno, generar electricidad.
¿Cómo se resuelve a bordo con la instalación llevada a cabo por los técnicos de ENEL? Se toma energía del sol, del viento y del agua que corre alrededor nuestro. Con la energía de esas fuentes inagotables se extrae hidrógeno del agua[vi] y a éste lo almacenamos. Luego, se lo hace pasar por dos electrodos y.. ¡Voila! Tenemos electricidad.
Como todo sistema que produce algo, tiene un “desperdicio”. En nuestro caso, ese desperdicio es …¡¡agua potable!! Una verdadera maravilla.
Hoy se nos presentó un problema que ya va siendo crónico y nos llena de preocupación para el futuro pues otra vez recalentó el motor y estamos sin máquinas. Luego de una revisación el diagnóstico pudo ser mucho peor y por suerte sólo hay que cambiar el rotor de la bomba de agua. Lo complicado está, justamente, en hacer el trabajo, pues se ha levantado viento y mar y es imposible. Es un verdadero peligro sólo el mantener levantada la pesadísima tapa de hierro, que es el techo de la sala de máquinas y simultáneamente el piso del salón de comando. Cuando estemos en condiciones climáticas de hacer el trabajo, lo haremos. Mientras tanto, seguimos navegando.
Una ola
Poco antes de las 2 de la mañana me desperté. La guardia comenzaba a las 3, pero hacía calor y no podía dormir dentro del barco. Fui al cockpit a continuar mi sueño. Cierro los ojos y me dejo llevar por recuerdos y fantasías. Casi ni me doy cuenta cuando la alarma del reloj me informa que ya era mi hora.
A rato llega Macio, mi compañero nocturno por excelencia, con café recién preparado. ¡Maravilloso! Sólo faltan 245 millas para llegar al territorio panameño KUNA YALA. Hace unos días que comenzaron a aparecer los chubascos con más frecuencia. Es lo típico antes de llegar. Llenamos nuestra guardia de filosofía barata y risas hasta que nos relevaron casi al alba. Filippo arriba puntual, como siempre. Pregunta lo usual y le respondo. Y cuando no pregunta, también le respondo. Es mi obligación. La rutina es la verdadera dueña de la vida en el mar y cuando gobierna es garantía de arribada a puerto.
Me fui a dormir. A la mañana había un sol terrible. Por la escotilla de mi camarote, justo arriba de la cama y sobre mis rodillas, entraba una catarata de luz. Imposible seguir durmiendo. Los párpados eran completamente inútiles. La luz los atravesaba y el color piel de ellos hería a los ojos. La temperatura era agradable pues también entraba una brisa fresca acariciándome el cuerpo. Una delicia que además, ventilaba el camarote. El suave balanceo de la Adriática indicaba que la mar estaba mansa, rítmica, suave. Si tuviera que ponerle música, sería de cámara, Respighi.
De a ratos entraba en semiinconsciencia, pero no tanta como para no sentir la brisa que me refrescaba. Totalmente relajado gozaba como muy pocas veces en este viaje, al menos hasta ahora. La línea de sombra era oblicua y como un reloj de sol loco, esa línea se balanceaba pero no al intangible ritmo celeste, sino al acompasado y notorio del mar. Cataratas de luz. Cataratas de aire. Cataratas de …¡¡aguaaa!!
¡Síí! ¡¡Cataratas de agua entraron por la escotilla!! Litros y litros en un segundo. Fue una entrada continua, densa, fría, de transparente agua salada que me inundó la cama, los libros, la ropa, el teléfono y los estantes de mi biblioteca.
Podía ver todo como en cámara lenta. Tardé una nada en incorporarme para cerrar la escotilla y seguía entrando agua a raudales. No era una lluvia, sino una gigantesca jarra de agua que se vertía dentro de un bidón y ese bidón era mi camarote. Para colmo de males había unos centímetros de cabo de la burda de babor que no me permitían cerrar la escotilla. Sin ninguna dificultad los saqué, pero esos dos segundos de atraso fueron más litros de agua arriba de mi cama.
Yo estaba totalmente empapado y la cama, con todo lo que había en ella, era una laguna en la que yo estaba de rodillas. La ropa no me preocupaba, pero un colchón no es nada sencillo de secar, la agenda Palm, que estaba dentro de la biblioteca, estaba inundada por dentro y su panel ya tenía como flores planas de agua, al igual que el celular, que ya no volvió a encender. Varios libros quedaron inutilizados. Un desastre. Por suerte, muchas cosas delicadas las tenía dentro de envases herméticos.
El mar, calmo como antes. Balanceo suave. Voy a la timonería. Filippo estaba muerto de risa y empapado también. No había pasado nada extraordinario. Todo en la más perfecta calma y armonía. Sólo una ola. Una única ola diferente, más alta. Una ola vagabunda, una ola francotiradora, kamikaze, mal educada, con personalidad propia, ninja, psicópata. Un chiste de Neptuno, como para que no nos olvidemos que todo puede cambiar en un segundo, o que todo fue maravilloso no por casualidad ni por sabiduría nuestra, sino porque Él lo quiso. Sin consecuencias graves pero molestas. Una buena broma del Dios de los mares.
Varias horas me tomó lavar todo y a partir de ese instante – por varios días -, cada vez que se podía, sacaba el colchón a secar. El celular murió honrosamente igual que mi agenda Palm, que después de 5 años de fiel servicio, fue víctima del océano casi llegando a puerto. Así son las cosas en el mar.
Me pasé todo el día lavando ropa, secando las paredes de medio camarote, la biblioteca, los pisos. Bajo mi colchón hallé unas cartas náuticas alcanzadas por el agua, pero sobrevivientes. Por suerte, del lado de Filippo no cayó ni una gota (por algo es el capitán. Neptuno respeta las jerarquías).
Trafalgar
Gianfranco sigue intentando pescar. La vergüenza de pasar a la historia habiendo cruzado un océano sin haber pescado nada además de haber perdido 11 presas era muy superior a su fastidio y ganas de quemar el mar con todo lo que tenga adentro.
Estudia los cebos con obsesión de filatelista. Grandes calamares fosforescentes o pequeños, ¿blancos y opacos? ¿Cucharas brillantes y lisas o pequeñas y con escamas grabadas? ¿Pedazos de carne de pez o de vaca? Toda la artillería y sapiencia disponible al servicio de poder pescar a un incauto atún o lo que fuese posible. Lanza el cordel y va dejando que se vaya. En el anzuelo, además de un siliconado calamar ficticio, Gianfranco ha ensartado un ruego secreto a Neptuno, pidiéndole que se apiade de su alma y le permita pescar algo, aunque sea un pez pequeño, enfermo, ciego, distraído y con menos de un día de vida. Algo que se mueva un poco, sea plateado y tenga no menos de dos aletas.
Dos cañas en vez de una. Ahora Gianfranco duplicaba su ofensiva en toda la línea de popa de la nave, pescaba en “estéreo”. Se jugaba el todo por el todo: su honra, su credibilidad, su historia con nosotros. Sabe que mañana llegaremos a territorio Kuna, por lo tanto hoy es su Trafalgar, pero al final del día cuando caiga es sol, ¿quién sería Gianfra? ¿El brillante Nelson o el oscuro Villeneuve?
Nuevamente el mar recibió las tansas y los emboscados anzuelos en sus extremos. Gianfra esperó en silencio, esperó lo necesario. En su cuartel general de la popa del velero, estaba sólo él, como el último francotirador de un ejército en retirada. El resto de la tripulación seguía con sus trabajos habituales, ajena al drama del monje de la caña. El recuerdo de la aparición de aquel humillante tiburón comando, pendía sobre Gianfra y cada tanto alguno “sin querer” lo comentaba como al pasar, con voz lo suficientemente baja como para que todos lo escucharan…
Las nubes aparecen en cantidad. Algunas cargadas de lluvias que nos alcanzan con viento que pasa pronto. A veces, como en un lento y gigante slalom, podemos esquivar los chubascos, filtrándonos entre la claridad que dejan dos de ellos consecutivos. Nuestro barco ha perdido velocidad. El viento ha disminuido bastante y esto le conviene a Gianfranco, pescador sin sandalias, pues cuanto más lento viajemos, tanto mejor es.
Una falsa alarma de pesca. Gianfranco, en su cuartel general, sigue mirando la estela que dejamos, como si se hubiera olvidado algo en Curaçao.
Me voy a dar un baño. Desde la ducha escucho el inconfundible zumbido de la alarma del reel. Nada especial. El balanceo de la barca hace que el chorro de la ducha cambie de dirección y me moje alternativamente la cabeza o el hombro. Sobre mí, siento sordos pasos de gente en cubierta que va caminando a popa. Oigo voces pero no distingo qué dicen. No termino de bañarme cuando suben de volumen y escucho claramente el nombre de Gianfranco. Alguien entra en el salón y baja la escalera hacia la cocina. Regresa rápidamente afuera, a popa. Comienzo a secarme, casi totalmente ajeno a todo. Estoy ya en el camarote y escucho gritos. Intento ver por las pequeñas ventanitas que dan a la timonería. Sólo piernas y bañadores de colores que se mueven de un lugar a otro. Y más gritos. Ahora sí, claramente, esos gritos alientan a Gianfranco hasta estallar en una ovación.
Cuando salgo limpio, seco, perfumado y contento por el baño, Filippo baja por la escalera, con un pescado de regular tamaño (no era un atún) y con una gran sonrisa me dice.. «vas a ver el carpaccio que comemos esta noche..»
Gianfranco, héroe de a bordo, con su sencilla sonrisa, ya puede dormir tranquilo el sueño de los héroes: había pescado! Había derrotado al maleficio! Había resultado ser Horace Nelson y la Adriática su ¡¡H.M.S. Victory !!
El viento cae y el barco, falto de apoyo, se bambolea bastante. Hay mucha mar. La lluvia continuó toda la noche y durante parte de la mañana siguiente. Largas ondas nos empujaban. Entramos en el archipiélago de San Blas sabiendo que no podríamos contar con el motor, por lo que las maniobras no podrían tener ningún error. Tuvimos un repentino viento que, cerca de la costa generó una pequeña tromba, pero sin consecuencia alguna. Estaba lejos, desapareció a los pocos minutos y luego el día tornó a su natural bonanza.
Así, fuimos buscando un lugar de fondeo que cumpla un mínimo de requisitos, por ejemplo, que no tenga más de 13 ni menos de 6 metros de profundidad con las mareas extremas, sin corales, con buen agarre en el fondo, reparado de la onda marina y del viento, bien cerca de alguna playa de fina arena blanca para poder nadar hacia ella y que tenga abundantes palmeras, cosa de tener sombra y jugo natural de coco. En fin, algo sencillito, sin pretensiones.
Así fueron pasando pequeñas playas, bahías, cocoteros. Algunas por una razón, otras por otra, pero el hecho es que tardamos lo nuestro en hallar un lugar que nos convenciera. Dadas las características del lugar no podíamos fallar en la maniobra de fondeo, pues no teníamos máquina y la cosa se pondría difícil. Como había viento, la Adriática tenía mucha inercia y Filippo hubo de dar una vuelta grande para ir frenando y quedar proa al viento en el lugar deseado.
No hubo problema alguno con la maniobra y el lugar estuvo tan bien elegido que a escasos 300 metros había… otro velero. Quiere decir que era un buen lugar. Nuestro vecino tenía bandera francesa y no tuvimos contacto en los días que estuvimos fondeados en el territorio KUNA YALA.
Por: Ricardo Cufré. Escritor y navegante
Notas al pie:
[i] Amarrar “a la inglesa” es hacerlo con el barco paralelo al muelle. Como ocupa mucho lugar, se estila hacerlo “a la mediterránea”, o sea amarrarlo por su proa o popa, solamente. De esa forma, caben más en el mismo muelle.
[ii] Patarrases: troncos o tubos metálicos con que se apoya un barco en tierra. Un extremo del patarrás apoya en el piso y el otro en el casco, quedando el barco bastante parecido a un arácnido gigante.
[iii] El “Curaçao” es un licor elaborado por maceración en alcohol de las cortezas amargas de una variedad de naranja amarga llamada “laraha”, originaria de la isla de Curazao, en las Antillas.
[iv] “Comprendido. Ve a tu trabajo. Yo haré el mío”.
[v] Cairel: una muy aproximada idea sería “el apoyabrazos de madera de una baranda, fijado a la parte superior de la misma”.
[vi] En realidad, decir que “el agua se mueve alrededor del barco” es una idea tan pre copernicana como decir que el sol se mueve en torno a la tierra, como efectivamente se puede observar y llevó a la confusión a casi todos durante tres o cuatro mil años y a la hoguera a algunos inteligentes durante unos seis siglos. Es el barco quien se mueve en el agua y éste es movido por el viento, que a su vez –sin entrar en detalles- existe gracias a la acción solar en la atmósfera. O sea, en última instancia siempre exprimimos al sol, verdadera fuente energética “renovable”. (En realidad, tampoco lo es, pero mejor lo dejamos acá).
Por: Redacción