Proliferan interrogantes en torno al día después, la “nueva normalidad” y el futuro post- pandémico. Aún no se sabe con certeza cuando se dispondrá de una vacuna que nos proteja contra el coronavirus, cuánto más va a durar la cuarentena (que ya es implementada con criterio geográfico) ni la magnitud precisa de sus consecuencias sociales y económicas.
El grado de precariedad existencial en el que estamos inmersos es evidente y día a día llueven problemas que requieren nuevas soluciones. Sumado a ello, y en consonancia con sus intereses corporativos, la estruendosa cotidianidad mediática lejos está de aportar claridad sobre la realidad que nos toca vivir ni sobre sus posibles salidas, sino que más bien opera en el sentido contrario, es decir, obturando la posibilidad de un debate serio, profundo y de carácter estratégico sobre el proyecto de país que nos merecemos los argentinos.
Nada nuevo bajo el sol. Notificados de ello, las siguientes reflexiones van en la dirección de lo que podemos denominar “el día después” y los desafíos que se nos presentan como nación en un mundo donde la moneda está en el aire. ¿Por qué la moneda está en el aire? Porque lo que ocurre en el mundo no es una crisis circunstancial, de resolución cortoplacista ni consecuencia unilateral del coronavirus. Es una crisis multidimensional y de carácter sistémico, que se venía incubando hace años y que el virus catalizó y puso en total evidencia.
Si con la caída del muro de Berlín se consumó el fin de la Guerra Fría, el coronavirus parece haber dado el golpe de gracia al neoliberalismo y su formato de globalización. Al menos así lo expresa, no sin nostalgia y melancolía, la revista británica The Economist que en su tapa del pasado 14 de mayo tituló: “Adiós globalización. El peligroso atractivo de la autosuficiencia”. Es el sistema – mundo moderno, euro y anglo céntrico, atlantista y colonial (cuyas piedras fundacionales datan de cinco siglos atrás) el que está en crisis orgánica; el virus solo profundiza y acelera cambios que se venían desarrollando progresivamente. Y lo hace de la peor manera, matando seres humanos y obligando al confinamiento social.
Si bien la realidad es por demás crítica y seguramente en el corto plazo se profundicen sus tendencias negativas, también es cierto que ofrece una ventana de oportunidad histórica equiparable a la del período de entreguerras y post Segunda Guerra Mundial en el que Argentina dio el puntapié inicial a un proceso de industrialización, generación de empleo y consecuente integración social.
El descrédito de las ideas neoliberales, el fortalecimiento del Estado Nación como el gran articulador de la vida en sociedad y lo indelegable de muchas de sus funciones (el mercado no puede dar respuestas que protejan a la sociedad), la reafirmación de la salud como un derecho y no una mercancía, la crisis en los países centrales, su debilitamiento y consecuente multipolaridad relativa en términos geopolíticos, son algunos de los factores que permiten pensar en un futuro alternativo al actual. No lo garantizan, pero habilitan su discusión.
Asistimos entonces al momento histórico por excelencia para retornar a la idea concreta del interés nacional, eje vertebrador de un proyecto soberano de país. No en su formato europeo de apetencias expansionistas como los del siglo pasado o de rasgos chauvinistas y xenófobos propios de estos tiempos, sino en clave de legítima defensa de los intereses nacionales de un país periférico cuyo lugar en el mundo se caracterizó por una dependencia histórico – estructural de la cual solo usufructúan ciertas elites cuya panacea es hacer de Argentina el supermercado del mundo.
Ese experimento no funcionó ya que su consecuencia es la exclusión social y un país con una pobreza estructural del 40 %. La discusión pasa entonces por pensar el futuro post pandémico en función del interés nacional (en un proyecto mundial de pluriverso cultural y civilizatorio) y las capacidades nacionales, proyectando un modelo de desarrollo y una política exterior acorde a sus prioridades estratégicas. Dicho postulado se sustenta en la premisa básica según la cual sin bases económicas sólidas es imposible lograr el bienestar social y de lo cual se desprende, a su vez, el imperativo de disponer de una industria nacional que garantice cierta autosuficiencia. Una discusión de estricto carácter político.
¿Qué modelo de desarrollo para qué país?
Para procesar el debate en torno al modelo de desarrollo nacional resultan aclaratorias algunas ideas vertidas por el sociólogo Daniel Schteingart en las que hace referencia a cuatro dimensiones del desarrollo: externa, empleo, tecnología y territorio. La primera refiere a las divisas que provee o ahorra la existencia de un sector y en ella se dirime el crecimiento y la estabilidad macroeconómica del país, mientras que la segunda se relaciona con el potencial que tiene un sector para generar empleo y consecuente inclusión social.
El autor citado plantea como ejemplo el hecho de que la minería o la soja tienen un potencial mucho mayor en la primera dimensión comparada con la segunda mientras que muchas industrias mercado-internistas como el calzado y la indumentaria lo tienen en la segunda. Por su parte, la tercera dimensión está vinculada al potencial que tiene un sector para impulsar el desarrollo tecnológico del país y para derramar esos avances sobre otros sectores a partir de encadenamientos productivos (servicios basados en conocimiento, industrias con intensidad en investigación y desarrollo como la nuclear o satelital, entre otras).
Por último, la cuarta dimensión es la territorial y refiere al potencial de un sector para desarrollar las regiones periféricas del país. Esta dimensión es fundamental y quedó en evidencia con la actual pandemia: Argentina, federal en los papeles, pero unitaria en los hechos, sufre de concentración urbana con macrocefalia del área metropolitana. Así lo deja en claro Pedro Peretti en una reciente nota titulada “Pandemia y latifundio”, donde afirma que a la zona geográfica denominada AMBA le corresponde el 3% del territorio argentino, reúne el 36% de la población y es el epicentro de la pandemia donde se producen alrededor del 60% de los casos de coronavirus. Es una prueba contundente del desafío estratégico que representa la ocupación geopolítica del territorio nacional y su integración armónica. No existe antítesis entre “gobernar es crear trabajo” y “gobernar es poblar”.
Volviendo sobre la primera dimensión, la externa, cabe detenerse un momento. Unido a la capacidad de proveer o ahorrar dólares que tiene un sector está la gestión del comercio exterior. En un mundo ambivalente, incierto y de reclusión sobre las fronteras nacionales, ¿es tolerable que, por ejemplo, aproximadamente el 90 % del principal rubro de exportación del país y, por lo tanto, principal fuente de divisas, esté en manos de no más de diez firmas cerealeras (en su mayoría multinacionales) tales como Cargill, Nidera, Noble, Grain, Dreyfus, Topfer, ADM, Molinos y otras?
Es evidente la asimetría de poder que existe en esta área entre los intereses monopólicos y privados y la capacidad del Estado para intervenir y regular la mera lógica de ganancias económica. Quedar subordinado a estos intereses en el actual contexto de volatilidad internacional representa gran peligrosidad y fragilidad. Lo mismo ocurre con el sector financiero, que junto con el comercio exterior representan núcleos neurálgicos de la economía nacional, revisten importancia estratégica y en la discusión por el día después son tópicos que no pueden obviarse. “¿Quién va a financiar la reconstrucción nacional?” puede hacer las veces de pregunta guía.
Para finalizar, está claro que la coyuntura es de emergencia y que se están tomando medidas en ese sentido. Resolver la urgencia es lo primero, pero si no se tiene un norte estratégico quedamos estancados en un movimiento pendular constante. Y de hecho todo esto suena muy bien en lo teórico, pero resulta muy difícil y tortuoso en la realidad concreta porque, como dice la máxima franciscana, la realidad supera a la idea.
Y la realidad hoy es muy dura porque circula un virus peligroso y porque eso impacta en la economía de muchos argentinos que necesitan trabajar día a día. No obstante, son las ideas fuerza planteadas las que interactúan de forma dialéctica con la realidad y operan sobre ella. Así como también operan los que quieren que Argentina siga siendo una semi-periferia o, peor aún, que la actual crisis nos termine catapultando a ser una periferia en letras mayúsculas, dejando en claro que el día después se comenzó a delinear ayer.
Ante ello cabe recordar que cuando se apuesta a una mirada estratégica se relativizan y neutralizan muchas de las grietas inconducentes que fogonean intereses corporativos y minoritarios para los cuales la mejor respuesta es un proyecto de desarrollo nacional y regional con eje inamovible en la generación de trabajo y que apueste al multilateralismo estratégico como guía de la política exterior. Como dijimos, la moneda está en el aire y en esta encrucijada histórica es momento de discutirlo todo antes de que nos lo impongan intereses ajenos al nacional.
Fuentes: Peretti, Pedro (2020): “Pandemia y latifundio”. Disponible en: https://www.pagina12.com.ar/268385-pandemia-y-latifundio y Schteingart, Daniel (2019): “Un satélite para mi país”. Disponible en: http://www.iade.org.ar/noticias/un-satelite-para-mi-pais
Por: Jesús Rodríguez | :@rodriguezjf10
Licenciado en Relaciones Internacionales por la Universidad Nacional del Centro. Maestrando en Política y Gestión Local de la Universidad Nacional de San Martín. Miembro del Observatorio para el Desarrollo Local.
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