No emerge donde obligan los mapas ni tiene una absurda frontera norte cruzada la cual “se llegó” a ese sur máximo. Este cortante lugar, donde conviven lejanas emociones con blancas geografías que presagian inapelables fríos, no comienza inmediatamente detrás de una señal en la ruta. Uno no llega al Fin del Mundo cuando lo lee en un cartel que le da la bienvenida.
Uno llega cuando sabe y siente que el resto de la humanidad está a sus espaldas. Súbitamente uno se da cuenta que “se es” Fin del Mundo. El sur, anterior y vacío, se apodera de nosotros con leves mordiscos que nos van quitando cosas cotidianas que nos parecen inmutables. Uno lleva su pedazo de civilización consigo –un celular inútil, un ordenador que molesta cargarlo, una cámara de fotos que promete vivir nuevamente lo mismo, incapaz de fotografiar todo lo que se ve y nada de lo que se siente.
Hace unos días, en navegación, Alice me preguntaba si podríamos navegar cerca de la costa para poder estar comunicados. Eso me demostraba que ella aún no había llegado al sur, pese a que estaba dentro de él. En su Europa natal, estar cerca de la costa significa poder hablar por teléfono, tener internet y el universo en cualquier yema.
En las costas patagónicas no. Sobre sus infinitos acantilados, sólo hay nada y las pocas ciudades-desafío costeras están separadas por centenares de kilómetros de fría distancia, encerradas entre albas y ocasos puros, cargados de luz y vientos. Alice irá descubriendo que, en Patagonia, la señal de teléfono es un trébol de 4 hojas.
Llegaremos al sur cuando sintamos que hay nada con pequeños puntitos de algo, un raro sarpullido que no se resigna. Podría decirse que un viaje al sur en cierto sentido es un viaje al pasado y es eso, esa sensación de desprotección que uno recibe, lo que hace terriblemente magnético al mundo austral.
Un cielo completamente diferente desconcierta al viajero oriundo del norte. No va a hallar su estrella Polar, madre de todos los viajes de los navegantes europeos y único faro fiable que guió conquistas y comercio. Tardaron siglos en animarse a navegar sin la Polar, por eso no cruzaban al sur del Ecuador: en el Sur no hay estrella Polar. No hay mamá en el cielo.
Hubo épocas en que cuando esa estrella se escondía bajo el horizonte embarcaban los horrores, los fantasmas del mar, la desesperación por el regreso. La única certeza que ofrece el sur es que no las hay. A uno lo espera la soledad o, quizás, un monstruo peor mezcla de dioses y demonios: uno mismo.
Ese desconcierto cósmico, esas nuevas constelaciones, tomarán las manos del viajero del Norte y lo llevarán, lentamente, a caminar hasta el sur del Sur. Aumentará su sorpresa cuando se sienta muy solo dentro de extensiones inmensas. Poder caminar horas en montañas y lagos, o planicies infinitas, o navegar aguas que prometen que detrás de ellas sólo hay más, sin ver a nadie no es algo a lo que estemos acostumbrados. No somos ralos.
Uno llegó al Sur cuando, en una fría playa de piedritas grises, mira hacia el sur y ya sabe que no hay nada más, como si hubiera llegado a la puerta abierta de un planeta vacío.
A bordo se aprende que la soledad puede ser una excelente compañía según los demonios y ángeles que llevemos dentro. En una noche cualquiera fondeados en una negra caleta podemos ir a cubierta y dejar dentro del barco nuestra “sucursal” de humanidad.
Sentiremos un silencio nuevo, condimentado con la certeza de que no hay nadie en kilómetros. Sentiremos una mezcla de sensaciones opuestas. La sorpresa infantil ante esa magnificencia oscura dará paso a la percepción de que la gente que amamos está en otra galaxia y no sabrán que los pensamos. Esa sensación vendrá mechada con un poco de angustia, de frustración, de nostalgia, de necesidad de que esté a nuestro lado, porque querremos compartir la nada con ellas.
El fin del mundo quizás no sea un lugar donde él finalice, sino donde comencemos cada uno de nosotros, despojado de todos y de todo, a sentir que somos… y dejaremos de serlo.
Créanme, se puede llegar al Fin del Mundo.
También en velero.
Por: Ricardo Cufré, navegante y escritor.
Por: Redacción