Durante la década que navegué en la Patagonia austral tuve la oportunidad de realizar centenas de cruces, desde Ushuaia a los puertos de la recóndita isla Navarino. Estos servicios se dan en verano, desde noviembre a abril, para cubrir la demanda de viajeros y escaladores del mundo entero que desean galardonarse en la cadena montañosa Dientes de Navarino, la más meridional del continente americano. La característica insular de estos territorios, sumada a las desventajas climáticas, hacen de esta porción subantártica una de las menos pobladas de ese país, en la XII región de Magallanes.
Esta isla se ha desarrollado bastante en la última década pero aún conserva la belleza natural en estado cuasi prístino. El veril norte ha sufrido alguna modificación vial y en Puerto Williams han modernizado las estructuras para barcos y también para la población, cercana a 2 mil habitantes. El borde sur alberga paisajes extraordinarios con todo tipo de accidentes en su geografía. Este poblado, que de mayo a octubre vive de la leña y de la centolla, en el estío es el trampolín para la Antártida y parada obligatoria para muchos veleristas de largo aliento que se atreven al mítico Cabo de Hornos.
Cada arribo a esta terminal portuaria era único, exigiendo amplio conocimiento de zona y uso de meteorología a cada hora por los eventos; dependiendo de la estación del año, nieblas o nevadas en invierno y fuertes ventarrones con lluvias de enero a marzo. Cuando uno creía que la singladura había finalizado todavía faltaba la complicada llegada al embarcadero, cuando al bajar la velocidad el gobierno del barco comienza a perderse. Días antes ya había leído ambos derroteros varias veces y las cartas 13.142 del SHOA (Servicio Hidrográfico y Oceanográfico de la Armada de Chile) y la H-477 B del SHN (Servicio de Hidrografía Naval de la Armada Argentina), para que no hubiese sorpresas evitables.
Frecuentar latitudes altas, a sólo 1000 km del continente blanco, es garantía de tener un alto porcentaje de mal tiempo y presencia de temporales, por una combinación de sistemas de presiones que hacen circular el aire desde el Pacífico hacia el Atlántico sur. Los mismos barren desde el poniente al sur de la cordillera Darwin hacia Hornos con la intensidad famosa que todos conocemos. Lo que sucede es que en determinadas ocasiones, estos fortísimos vientos ocasionalmente trepan dicha cadena y descienden ganando fuerza hacia el naciente, entubándose en el Beagle, sin previo aviso.
Por este factor climático, timonear un barco en ɸ (latitud) 55° demanda mucha atención al pronóstico y experiencia en la rueda de cabillas; de empopada en el canal hay que tomar las ondas favorablemente para deslizarse sin barrenar, usando a la naturaleza en beneficio propio, ya en la zona portuaria para poder realizar las maniobras de arribo con precisión. Además, siempre teniendo en cuenta las rachas que en estos muelles se presentan casi como 270° (weste, en nomenclatura local) y en niveles 7/8 en escala Beaufort (30 a 35 nudos).
En días de temporal -que impedían los zarpes de retorno- los capitanes y las tripulaciones de las lanchas rápidas solíamos hacer noche en alguno de los hostales del pueblo. Durante meses de asiduas estadías fuimos conociendo a los tres más populares: el Coirón, Pusaki y Paso Mc Kinlay y consecuentemente a sus propietarios, en secuencia Carlos Schroder, Patty Cárdenas y Nelson “Bolao” Inostroza, quienes en muchas ocasiones eran nuestros pasajeros hacia o desde Argentina. Por fortuna, pude conocer mucho de estas lindas personas y su modo de vivir en un lugar tan lejano.
Con Bolao hablábamos el mismo idioma dado que era pescador, una vez ganada su confianza, y copa de pisco de por medio, charlábamos sobre erizos, mariscos y artes de pesca. Con el tiempo Bolao fue respondiendo a todas las inquietudes geográficas y de clima por mí propuestas dada su gran experiencia allí. Anoté los detalles más relevantes que me llevaron a aprender sobre el comportamiento del agua en combinación de vientos en superficie en esa costa chilena y cómo interpretar las señales del medio natural. El marino debe tener sensibilidad suficiente para integrarse a este conjunto si desea disfrutar de sus singladuras, brindar seguridad al pasaje o a la carga y llegar a buen puerto.
Asimismo Francisco “Pancho” Filgueira, nuestro agente en la isla también nos ofició de baqueano y nos enseñaba sobre la meteo costera del sector norte, observando el correr de ondas en la superficie del Beagle o las nubes. Pancho, en mangas cortas aun en temperaturas debajo de 5°, acomodaba sus gafas, miraba al cielo, al indómito entorno y adelantaba a qué horas se desataría el vendaval. Rara vez se equivocaba. – Guiie, va a soplar harto, ¡no zarpes ahora! – Cuántas veces escuché esas frases de alerta, muchas las desoí por ser presionado a retornar por el dueño de la naviera y terminamos enfrentando a la furia de las ondas, capeando el temporal y viéndole la cara al diablo de muy cerca.
El piloto debe nutrirse de toda la información disponible y pensar la derrota que va a realizar, más cuando se adentra en pasajes desconocidos con poca profundidad, presencia de piedras o peligros. Buscar referencias de otros marinos, consultar libros descriptivos, bibliografía oficial o avisos a los navegantes actualizados son fundamentales para no colgar el barco en uno de estos escollos. El vocablo “aventurero” circula con buena acepción, pero en mi entender contempla a no seguir las reglas, a la improvisación, a alterar lo convencional y experimentar. Puedo aseverar por vivencias propias que el océano pocas veces perdona, no es para repentinos y sí para quien organiza y planifica meticulosamente, repasando lo bastante a cada travesía.
El rumbo 105° era sostenido desde el faro Les Eclaireurs hasta el faro Punta Gusano, baliza que delimita un bajío importante a sortear llamado Herradura. La profundidad decrece abruptamente de 32 m a 3 m en bajamar, motivo por el cual las naves grandes desvían ese promontorio de arena y contornan la boya Herradura hacia el norte, al ingresar al Beagle en su parte media. Impresiona ver semejante pasaje de agua, con escaso calado posible en el cual se puede ver el fondo arenoso blanco con algunas cáscaras negras de cholgas, blancas de almejas o rosas de centollones.
Esta disminución abrupta del calado hace de esta franja un verdadero talud donde es habitual encontrar ondas altas que, medidas por mareógrafos, pueden viajar del oeste al este en velocidades de hasta 15 nudos. Precisamente en este lugar hay que virar el barco a 90° a estribor, en cuya acción se levanta la popa dificultando la maniobra de timón y la caída célere rumbo sur para adrizar y evitar el bandazo a babor. Una vez que se tiene en visual de proa al muelle es reducida la velocidad a la permitida para zona portuaria o la mínima de gobierno.
La rada de acceso a este lugar es muy particular, por la poca distancia al fondeadero en la playa del aeropuerto, a estribor, y una gran boya de fondeo, con lanchas y chalanas borneando todo lo que sus bozas le permiten, por la amura de babor. Todo un cuidado a tomarse de acuerdo a las condiciones de navegabilidad, considerando la estación en curso y la altura de marea en dársena, factores de total injerencia en el desempeño de las naves en atraques o zarpes.
El muelle Guardián Brito de 70 m de extensión, en formato de T, es utilizado de ambos lados (norte – sur) por el Estado chileno y se encuentra próximo a la costa dada la gran profundidad ya existente a pocos metros de la orilla. Allí se congregan las grises y blancas patrulleras de guerra y la embarcación de los carabineros, pintada de marrón con el gran escudo verde y sus dos fusiles cruzados, como responsable de las fuerzas del orden y la seguridad.
Al llegar al espigón había que contornar los dos buques de la Armada chilena e ingresar a una suerte de callejón sin salida, de muy restringida acción, en cuyo final se encontraba la escala real. Esta maniobra no era nada fácil porque el muelle es muy elevado, hecho que motivaba que los cabos de proa y popa fuesen hacia arriba, a modo de altos y no de largos. Todo era coordinado con la Capitanía de Puerto que nos atendía vía VHF en canal 16, para luego pasar al 14 para las consignas específicas.
Las autoridades chilenas son muy rigurosas en el cumplimiento de la normativa, he aprendido mucho en estas alcaldías, procederes y métodos asimilados que he seguido usando en otros países. A esto le debo adunar la práctica que nos brindaron los pescadores, a quienes a menudo estando en andana les solicitaba datos de esa zona tan especial. Agradezco las muchas enseñanzas de esta gente curtida de sal, con toda la tradición de solidaridad entre embarcados.
Hace una década aún no se disponía de la caleta de los pescadores, obra constituida en una espléndida escollera rompe olas y generadora de abrigo, un sotavento ideal para la protección de los bajeles centolleros y otros menores. Tampoco existía la rampa de transbordadores y la correspondiente terminal que fueron inauguradas oficialmente hace menos de un lustro. En ese entonces los sitios de atraque eran pocos y de complicado arribo: amadrinarse a veleros grandes en el Club Náutico Micalvi o alguna bita libre en los muelles Pratt o Brito.
El zarpe de regreso a Ushuaia sería esta vez muy especial, dado que vi por primera vez a la Sra. Cristina Calderón, considerada Tesoro Humano vivo por el gobierno chileno, por su condición de ser la última hablante nativa del idioma yagán. Esta señora de piel cobriza tiene a su resguardo una parte fundamental de la cultura de los pueblos originarios del extremo patagónico. Los yaganes fueron una etnia que pobló canales y costas, de la Tierra del Fuego y del archipiélago del Cabo de Hornos desde hace no menos de seis mil años.
Adaptados de forma sorprendente al litoral marino estos amerindios han dejado formidable vestigio material por centenas de años, el nomadismo los llevaba a buscar nuevos sitios para obtener los moluscos, que eran su principal ingesta. Al dejar atrás los lugares temporales donde habitaban abandonaban algunos utensilios como arpones o puntas de flechas y, en especial, quedaban los montículos de huesos de aves, desechos de valvas de cholgas y mejillones, hoy constituidos en importantes sitios arqueológicos llamados concheros.
De acuerdo a investigaciones etnográficas estos canoeros tenían escasos ritos o ceremonias formales para la expresión del complejo mundo de sus creencias. Todo lo trascendental les infundía tanto respeto y veneración que ni siquiera entre ellos lo convertían en intercambio de ideas. Con menos razón aún se lo explicarían a los primeros europeos ingleses o franceses, que allí llegaron a catequizar o para explotación económica de los recursos naturales. Lamentablemente, el primer contacto con esos hombres blancos -religiosos o exploradores- inició la lenta y progresiva desaparición de esas etnias preexistentes, con imposición de creencia y de cultura, enfermedades y vicios.
La “abuela Cristina” -como la llaman los willemses- descendió de la camioneta que la transportaba junto a sus acompañantes y se juntaron con algunas personas que habían venido a despedirla al muelle. De una presencia imponente, caminar lento, pasos cortos, piel oscura, mirada adelante, rostro surcado de experiencia y frío; a pesar de ello, una persona lejos de ser vista como una anciana, aun en sus más de 80 en ese momento.
Recuerdo que cuando fui a solicitarle su cédula de identidad para corroborar la lista de pasajeros, me miró y seria me dijo: – me imagino que Ud. no me va a llamar de abuela – inclinando la cabeza hacia un lado. A lo que le respondí, quédese tranquila Señora Calderón, es cierto, tengo edad para ser su hijo, pero no su nieto y es un honor recibirla a bordo.
Esta señora es una persona sobria, austera, bastante reservada con desconocidos, de pocas palabras honrando ese perfil de laconismo típico de su pueblo. Con el tiempo tuve la dicha de llevarla o traerla algunas veces, a los puertos de Williams o Navarino y con la confianza que fui adquiriendo con ella tuve la oportunidad de ir tratándola más, en pocos diálogos que fui atesorando a medida que la recibía en la embarcación, a cada travesía.
Las demoras en obtener las autorizaciones para los zarpes nos han hecho aguardar juntos y con mucho tacto solía preguntarle cosas, en diálogo respetuoso, no en interrogatorio. Muy reservada pero una vez que se sentía cómoda mostraba su cordialidad y sonrisa amplia, siempre muy bien custodiada por su hija, sobrina o nieta quienes la mantenían tranquila, al margen de curiosos.
El museo Yámana de Ushuaia había cumplido hacía poco 10 anos y la Sra. Calderón viajaba para el aniversario y brindar sus enseñanzas de la cultura, rodeada de niños, estudiantes y personas allegadas a la cuestión amerindia. En los ambientes de esta institución había dispuestas muchas miniaturas ilustrativas de la cultura Yagán, en armado didáctico, interesante y educativo, tanto para turistas como para estudiantes locales, con buena reseña histórica exhibida.
A la hora de la partida -ya a bordo- fui hasta su asiento en popa a brindarle personalmente información sobre la duración de la travesía y la meteorología reinante de esa tarde, poco desfavorable, motivo que nos haría mover un poco; le pregunté si estaba todo bien y tranquila, a lo cual me respondió que sí, que no le temía al canal, espejo de agua en el cual había estado hartas veces en canoas y botes cuando niña, pero sí le debía respeto.
Soy muy agradecido a mi profesión que me posibilitó conocer a la Sra. Calderón, depositaria de una cultura de milenios, simplemente maravillosa, formada por grupos familiares reducidos que se mantenían con casi nada alrededor de un pequeño fuego, en la costa o en las canoas. Sobrevivientes admirables en uno de los más rudos, hostiles y extremos ámbitos geográficos del mundo. En el devenir indefectible de las generaciones americanas, las antecesoras siempre aportan, o genética o hábitos sociales absorbidos por quien las sucede, los fueguinos y los willemses lo confirman.
A partir de este hecho tuve la necesidad de empezar a estudiar sobre estos pescadores, cazadores y recolectores costeros. Alacalufes, Kawésqar, Wollaston o Yaganes, pueblos nómades canoeros que navegaron entre estos brazos de mar miles de años antes que nosotros. Los humanos más al sur del mundo que vivieron con recursos ínfimos y una frágil barca de corteza de tronco. ¿Cómo no impresionarse con su resistencia al frío y a la hostilidad de la naturaleza? ¿Cómo no sensibilizarse con los infortunios que les impusieron en nombre de la religión o del modernismo? Muy tristemente fueron exterminados por la ignorancia del europeo de poco más de un siglo atrás que creía poseer una cultura superior.
Escribir estas palabras ha tocado en lo profundo a mi alma de marino, la última yagán y sus ancestros del agua me han hecho reflexionar sobre nuestra propia existencia. Si cada uno de nosotros tiene un propósito en esta vida y la esencia es desarrollarlo y superarse mientras vivimos, puedo pensar que este pueblo cumplió su cometido, vivió y dejó un gran legado.
Su imagen mística seguirá recortada en las márgenes, en su canoa o en su choza. Los Yaganes estarán por la eternidad presentes en cada humo o fuego que se divise en estas latitudes, en cada estela de barco que surque el canal Beagle, por siempre su hogar.
Por: Cap. Guillermo Burgos | :@GABurgosOK
Por: Redacción