
Exactamente aquí, frente al Cabo FROWARD, viramos a babor e iremos siempre hacia “arriba”, buscando el Norte que hemos dejado hace meses. Con sus 17 horas, la última y más austral de todas será la noche más larga de todo el viaje. De las cuatro guardias diarias de cada uno, ya hace algunos días que nos tocaban tres en la oscuridad. Con certeza, hasta el Atlántico seguirá así. Aún no hallé la manera de describir lo que siento cuando finalizo una guardia de noche e intento dormir sabiendo que mis dos próximos despertares también lo serán entre tinieblas. La lealtad del alba me mantiene cuerdo cada día.
A poco de virar hacia el norte en demanda de la 2da. y 1ra. Angosturas del Estrecho, la soleada tarde devino temporal del NW, casi de proa, debido a nuestro nuevo rumbo y decidimos pasar la noche en una pequeña caleta llamada San Juan de la Posesión, unas 30 millas al sur de la ciudad de Punta Arenas y a un par al sur de Puerto Hambre.
Desolación… soledad… La toponimia austral chilena es hija de las rudas condiciones de los lugares que nombra: Puerto Hambre, Bahía Sepulcro, Cabo Perverso, Bahía Desolación, Seno Última Esperanza, Paso Tortuoso… En medio de todo eso…una ciudad: Punta Arenas, que merece, aunque sea unas pocas palabras pues nació como un sopapo a la adversidad.

En sus doradas mocedades, Punta Arenas fue más importante y rica que Nueva York. Hablamos de los tiempos anteriores al Canal de Panamá. Fue una ciudad “imperial”, en el fin del mundo, alejada de los dioses, en la que sucedía de todo, legal o no. Algo así como Manaos, corazón de un universo verde, pero con vientos, fríos atroces, pero por sobre todo…Eternos. Nacieron muchas fortunas inmensas y la codicia halló campo fértil en esa tierra yerma de clima espantoso.
Todo iba viento en popa hasta que a principios del siglo XX de un tajo seccionaron al continente americano en dos y abrieron el Canal de Panamá, 22.000 muertos después de iniciadas las obras por los franceses y luego finalizadas casi sin víctimas por los estadounidenses.
A partir de reanudadas las obras del canal, Punta Arenas estaba condenada a muerte. Literalmente se derrumbó, luego de más de un siglo de un esplendor desconocido en toda América. El precio de la tierra y las viviendas era la décima parte o menos de lo que había sido. En comparación con los buenos años, ya casi no pasaban barcos por allí. Murió todo. Ahora para poder ir desde Punta Arenas hasta Alaska por tierra hay que cruzar uno de dos puentes (el viejo puente de las Américas y otro finalizado hace pocos años). De ninguno de ellos podemos decir que sea un puente sobre aguas turbulentas, pero sí que ambos sobrevuelan un hilo de agua nueva, un río sin historia, hijo único de hombre y máquina, un extraño río que tiene dos entradas y dos salidas opuestas, agua dulce entre dos océanos de salada, un río al que se entre por donde se entre, se sale retrocediendo un poco, y que la ubicación de nuestros queridos colores rojo y verde de las boyas que marcan el canal, se invierte en la mitad.
Una serpiente con una boca en cada extremo. Eso es el Canal de Panamá. Un río imposible, contra intuitivo… que genera en su centro opuestas corrientes de agua que desembocan en dos océanos diferentes. Bien podría tener la imagen de la cabeza de Jano en su escudo.
A la caleta San Juan de la Posesión entramos de noche, con radar. Durante el día siguiente, El viento seguía del NW fuerte y tuvimos una muy dura navegación de ceñida rumbo a Punta Arenas. Cuando recibí el weatherfax y vi las condiciones climáticas en Hornos, me alegré de que no estuviéramos allí. Lamentablemente por la radio nos enteramos que hubo vientos de 110 nudos y habían desaparecido dos pesqueros de una flota de 6.
Me estremece solo pensar qué hubiera sucedido con nosotros de no haber seguido la recomendación de Commander Weather. Dediqué un inútil y emocionado pensamiento a esos hombres de mar y a quienes los esperaron en vano en puerto. Otra vez los pescadores han pagado el caro y antiguo peaje que a veces Neptuno cobra por transitar sus dominios.
La navegación por el estrecho en este tramo orientado N – S escoltados por la Península Brunswick y la isla Dawson siguió siendo muy dura. Lentamente dejamos por babor la isla Magdalena y nos costó mucho pasar el Cabo San Vicente, límite sur de la segunda Angostura en donde viramos casi 90º a estribor y todo cambió. Ahora, con rumbo casi E nuevamente y estas condiciones de viento y ola, navegamos muy bien algunas horas a 14 kts.
A media tarde, nos sorprendió un ruido infernal en popa. Parecía la cadencia de disparo de una ametralladora antigua. Alarmados, salimos al cockpit y no lo podíamos creer…un helicóptero nos seguía a unos ¡15 metros! Hablábamos por radio, pero como nos veíamos las caras nos hacíamos ademanes mientras conversábamos.
El piloto era de una petrolera y atendía a las plataformas del estrecho. Había escuchado la noche anterior nuestra ligazón radial con los faros y como también navegaba a vela, decidió conocer al catamarán que estaba finalizando la vuelta al mundo. Al rato, deseándonos buenos vientos, se alejó.
Exactamente a la hora de las brujas llamé por radio al último faro chileno de nuestra ruta: Punta Dungeness. Nos despedimos de él agradeciendo el excelente servicio radiofónico recibido en toda nuestra ruta por aguas chilenas y entramos, emocionados, en aguas argentinas otra vez ¡Ya estábamos en casa!


Fondeamos al SSW del Faro Cabo Vírgenes. El haz de luz del faro me acompañó toda la noche. Su resplandor entraba por la ventana de mi camarote. Lo miraba… y parecía un gaucho monumental boleando petreles y albatros con su rayo de luz.
Fue una muy mala noche. Tuvimos que intentar seis veces la maniobra de fondeo pues el ancla no agarraba. A la mañana siguiente, fuimos recibidos por una gran manada de delfines blancos y negros, los “Holando Argentina” -como me agrada llamar a los delfines “Héctor”- que saltaban en todas direcciones. Igual que el año pasado. También recibimos la visita de decenas de aves de todo tipo.

Nos llamaron por radio las estaciones de la Armada y Prefectura, para darnos la bienvenida y fue estremecedor escuchar no sólo el mismo idioma, sino el mismo acento, verdadero DNI oral de cualquier ser humano. En este lugar nos quedamos 3 días, pues el viento cambió… ¡y se puso del N, exactamente hacia donde nosotros queríamos ir! Fue un buen recreo, no sólo para descansar sino para ir haciéndome a la idea del inmediato fin de esto que comenzó un año y medio antes de la zarpada. Curiosamente lo sentía algo ya pasado. Cuando apenas se estableció del WNW, no perdimos tiempo y zarpamos rumbo a Puerto Madryn.
Fueron 4 días de hermosa navegación llenos de sol y aves. La pasamos en cubierta, haciendo absolutamente nada, pero con mucha voluntad. Sólo sintiendo el viento, el sol y su reflejo en el mar. No tuvimos que virar ni una sola vez. Era extraño tener a la Cruz del Sur por popa y a Orión en proao, cuando hasta casi ayer las tuvimos a una en cada banda. De vez en cuando miraba hacia el este, hacia los amaneceres, hacia donde fuimos. Buscaba en vano nuestra popa, nuestra estela.
A medida que ganábamos latitud, la noche duraba menos. Otra vez teníamos que ir hacia Punta Ninfas, la tranquera del Golfo Nuevo. Esta vez para entrar.

Lo hicimos en la hermosa madrugada del 29 de julio, cuando apenas despuntaba un alba purísima. Lejos, por estribor, había un puntito rubí. Apenas el primer tímido resplandor asomó, se recortó la figura de un pesquerito. No había una sola nube, casi no había olas, fue una navegación muy serena, rumbo a casa. Gocé mucho de estas últimas horas a bordo. A las 08:50 hs. arrié la vela mayor por última vez. ¡Cientos de veces finalizan en este instante! Tengo mis ojos húmedos y el abismo de la aventura concluida se presentaba inmenso y tenebroso.
Puerto Madryn recién despierta. Lentamente, nos vamos acercando a la pequeña boya azul que nos espera. De repente escucho el ruido de un motor lejano y levanto mi vista. Un bote de goma viene rápidamente hacia nosotros. Se levantan brazos y escucho unos gritos. Hay sonrisas en las caras.
Tengo la amarra a un metro de mí. Pienso y siento profundamente una gran tristeza. Recuerdo cuando largué esta misma amarra hace varios meses. La tomé con mis manos y la mantengo unos segundos antes de amarrarla. Si no amarro, no termina la vuelta al mundo. Siento ese poder inmenso de alargar el viaje y de finalizarlo cuando lo desee. La misma amarra en mi mano no distingue ni sugiere zarpada ni arribo. Mirando el último horizonte sentencio el punto final y amarro a cada cornamusa. Sentí un desdoblamiento interno y vi nuestro planeta desde el cosmos, con un catamarán navegando a su alrededor. No entendía cómo todo eso, que alguna vez fue proyecto, ya había sido realizado. Cuando finalicé el “cero ocho cero” en la última cornamusa, algo se desprendió de mí, como una mano que soltó la mía para hundirse en el abismo azul. Sentí vacío, no alegría.
Fui hacia popa a abrazar a Bruno y allí permanecí unos pocos minutos mientras él iba a recibir a quienes se acercaron a darnos la bienvenida. Miré hacia el horizonte y vi nuestra popa alejarse, comenzando el viaje. Fue una sensación muy extraña, como estar viviendo dos momentos diversos y simultáneos. Estaba acá y allá.

También vi 20.202 millas de mar, 14 tormentas, 2 tempestades y dos de los tres cabos franqueados. Vi 61 días sin sol de los cuales 47 fueron seguidos. Los meridianos de los lugares más míticos para los navegantes ya colgaban como flecos en nuestra estela. Sin saberlo, fuimos los primeros en dar la vuelta al mundo en catamarán. Vi chapotear lunas color rubí, soles de plomo y de oro, olas piramidales, esmeraldas gigantes que nos empujaban, cielos y aguas de todos los colores imaginables y el huidizo rayo verde que vaticina que no moriré en el mar.
Un eco misterioso nos siguió una noche entera para desaparecer justo antes del alba. Vi lunas trepar cumbres tan blancas como ellas. Vi témpanos turquesas, azules y marrones. Recibimos oportuna ayuda de arriba, conocimos un país maravilloso que me dejó amigos y enseñanzas de vida. Vi una gorda salamandra y ojos aguamarina. Tuve miedo, tristeza, certezas, dudas y angustia. Extrañé hasta el llanto y reí hasta el asma. La Reina de Inglaterra estuvo a nuestros pies, dejamos toda la humanidad por babor y vivimos dos veces un mismo día.
Y todo… En la estela del L.E.H.G. II
FIN
Epílogo
Esta narración que Confluencia Portuaria tuvo a bien llevar a ustedes, para mí fue revivir -dos décadas después- un viaje que cambió mi vida en virtud de sus consecuencias.
Mientras escribía fueron emergiendo recuerdos que he incluido en el presente relato, quizás semilla de futuro libro. Quiero agradecer a Luis Burgos, editor, su paciencia infinita en acomodarse siempre a mis necesidades. He narrado para ustedes, sin pretensión literaria alguna pero sí con la esperanza de mantener vivo en el lector el espíritu de hacer lo que el corazón le pida, aunque sea una vez en la vida y a contramano de lo que se tenga por “sensato”. Me atrevo a un único consejo: la aventura puede ser todo lo loca que se quiera, pero el aventurero no.
¿Qué motivó mi zarpada? ¿Qué me dejó esta vuelta? Averiguar si era capaz y encontrar lo que hay detrás del horizonte. A ustedes les agradezco por incitarme a recordar y a Neptuno… por dejarme pasar.
Ricardo Cufré, Tres Ríos, Costa Rica, septiembre 7 de 2020.
Por: Redacción