Continúa el misterio…
Pesca: nada. Vientos predominantes: alto porcentaje de vientos contrarios a lo estadísticamente indicado en las Pilots Charts. Los famosos y necesarios “westerlies” se establecieron en forma constante un poco antes de llegar al meridiano de Ciudad del Cabo. Algunos problemas grandes desafiaron a nuestro ingenio para resolverlos. Pérdida del timón de babor por rotura de la mecha y posterior rotura de la fijación de la caja de engranajes del timón de estribor. Casi hacemos una escala en Perth, Australia. El último escollo, el Mar de Tasmania. Primer encuentro con un ser humano una hora antes de entrar a Bluff Harbour, Nueva Zelanda.
Conforme pasaban las horas, el eco comenzó a moverse en el radar, pero no de cualquier manera. Ahora estaba detenido y nosotros nos alejábamos de él. Esta situación se mantuvo por varias horas. Al llegar el alba, las luces no delataron nada. Si algo hubo (para mí lo hubo) ya no estaba. De hecho, el eco seguía en la pantalla, pero más allá del alcance de nuestra vista. Luego lo perdimos pues salió del alcance de las 24 millas del radar. En su retirada volvió a cruzar nuestra zona de alarma nuevamente, sin activarla. Junto al él, desapareció nuestra rueda de bicicleta con rayos curvos en la pantalla del radar y éste siguió trabajando perfectamente.
Por supuesto, este “spielbergiano encuentro cercano” nos anuló el sueño a los dos y, café mediante, comenzaron a aparecer teorías junto con las luces del alba. La única de ellas que podría explicar el hecho (lo cual no alcanza para tomarla como cierta) es que un submarino haya emergido justo entre nosotros y el límite interno de la zona de alarma de nuestro radar. Luego, por alguna razón vinculada o no con la emersión, tuvo que quedarse al garete varias horas. Eso explica por qué no sonó nuestra alarma cuando aparecieron y también explica por qué no contestaron a mis llamados por radio, y por qué yo no pude ver ningún tipo de luz, ni escuchar transmisión alguna de radio.
Hay una hipótesis que explicaría la presencia de “algo” sin que haya sonado la alarma. Cualquier “algo” con suficiente velocidad (no sólo un submarino) pudo haber atravesado el ancho de la zona de seguridad de nuestro radar en el intervalo de los 20 minutos de inactividad del mismo. Pero me inclino a creer – no muy convencido, lo admito -, que sólo un submarino puede no tener absolutamente ninguna luz detectable a 3 millas con binoculares y un silencio absoluto de máquinas durante la navegación hacia nosotros. Además, un submarino puede desplegar medidas de defensa electrónica y eso podría explicar la “rueda de bici” que tuvimos en la pantalla del radar. También un sub emerge para cambiar y cargar aire amén de comunicarse y quizá realizar tareas non sanctas de las que es mejor no saber nada.
Bruno y yo nos moriremos sin saber qué fue este eco, el único misterio de todo el viaje. Pero aún creo que hicimos muy bien en no dejarnos vencer por nuestra curiosidad, manteniendo una prudente distancia. Estábamos unas 800 millas al NE de las Islas Georgias y a partir de este encuentro misterioso aumentamos drásticamente el ancho de nuestra zona de seguridad de radar y disminuimos de 20 a 10 minutos su período de inactividad.
Más frío
Conforme seguimos en estas latitudes, va aumentando el frío. En el salón se la pasa muy bien, pues el calefactor anda de maravillas y si en necesario, encendemos fuego en la cocina, pero los cascos son muy fríos y me obligan a dormir dentro de la bolsa de duvet como en la montaña. Frecuentemente recuerdo a Dumas y no puedo dejar de repetirme la misma pregunta: ¿Cómo hizo lo que hizo?
Lentamente, las olas van aumentando su tamaño, pero el catamarán las navega maravillosamente, sin esfuerzos. Se diría que están hechas para este barco, de la misma forma que puedo decir que el mar y Bruno fueron hechos el uno para el otro. En varios miles de millas navegados junto a él, lo he observado mucho. Tiene cosas de Dumas. Tiene la psicología del “solitario que navega”, una salud de hierro y sentido de competencia. Y, por suerte para quienes lo rodean, a diferencia de Vito, Bruno siempre tiene muy buen humor y modestia.
Durante un par de días, estuvimos entrando en un centro de alta presión. El viento fue calmando y luego recuperándose, a medida que el centro se retiraba. Ahora, el viento es realmente fuerte y del SE. El velero se mueve bastante, pero muy cómodamente. Por primera vez, desde la partida, arriamos todo y nos ponemos al garete. Automáticamente se calma la vida a bordo y todo lo que antes era golpe y movimiento, ahora es un muy suave balanceo que invita a descansar. Todo hace prometer que la noche del 2 al 3 de diciembre será muy cómoda para dormir. Dejamos el radar y las luces activados y nos fuimos a los brazos de Morfeo. Me voy a mi camarote con la música de Eagles y el recuerdo de Soledad.
El tercer tripulante
La mañana ocurrió algo que cambió por completo la vida a bordo. Había regulares condiciones de radio y me encontraba hablando con amigos en Angras dos Reis (Brasil). Al final de esa conversión aparece una voz desconocida que nos informa que hace días que nos venía escuchando y que se decidió a hacer contacto. Resultó ser un radioaficionado que hacía guardias en el Servicio de Radioaficionados de la Armada Argentina. Se llama Miguel y se convirtió, sin duda alguna, en el “tercer tripulante” de nuestro viaje.
Miguel es de esas personas que ignoran casi todo, pero tienen el inestimable talento de saber dónde hallar las respuestas. Y así fue durante el resto de nuestra aventura. Gran parte del éxito se debe a su voluntad y sentido común. La primera información que le pedí, es que me consiguiera la ubicación y posible trayectoria de los centros de baja presión del sur. Los dos días de espera fueron de mucha ansiedad para mi, pues esa información me permitiría una estrategia de ruta que hasta el momento no existía por falta de datos. Estábamos navegando como se hacía antes de la invención de la radio.
Cuando recibimos esos datos (los primeros de una larga serie) con Bruno decidimos recuperar la latitud navegando hacia el NE, hasta alcanzar los 40º S. Iba a ser algo duro, pero era la decisión correcta. ¡Tardamos 10 días para recuperar 10º de latitud! Pero a través de los datos meteorológicos que Miguel nos conseguía de un “amigo” en el Servicio Meteorológico Naval, sabíamos que debíamos seguir en ese rumbo. Miguel tenía “amigos” en todos lados y absolutamente cualquier respuesta que necesitáramos, él la podía conseguir a través de su ejército de radioaficionados.
Gracias a sus indicaciones pudimos hacer varias reparaciones a bordo, e inclusive, revivir a nuestro motor de babor, que hacía días que no quería arrancar. Quizá los más valioso que Miguel nos daba, fue la posibilidad de hablar con nuestros familiares y amigos, todas las veces que nosotros queríamos. También tenía mucha iniciativa y nos organizaba cosas por su cuenta.
Así, por primera vez desde que zarpamos, tuvimos la sorpresa de enterarnos que una radioemisora de nuestro país, Radio LU2 de Bahía Blanca, nos quería entrevistar para su programa náutico, que salía todos los domingos. Cada dos semanas, si las condiciones lo permitían, “hacíamos radio” y emitíamos al aire en directo, un programa náutico. Se comenzaba a saber en nuestro país, que había dos navegantes dando la vuelta al mundo en un catamarán, por los mares del sur. Ese fue el comienzo de una serie de contactos con emisoras comerciales, especialmente a nuestro regreso.
Una mañana, luego de hablar con Miguel, me dispuse a tomar un café. Justo cuando estaba mirando hacia proa y con la taza en los labios, la vi venir. “Uy… uy… uy…” le comenté a Bruno. Aún recuerdo el eco de las palabras, que retumbaban en el interior de la taza. Una ola inmensa terminó de romperse en nuestra amura de estribor y un instante después, otra igual nos golpeó fuertemente el través de estribor. Durante unos pocos segundos, no más de 3 creo, pareció que el pobre Brumas estaba bajo las patas de una wagneriana estampida de caballos.
Casi todos los 14 metros del casco de estribor quedaron bajo agua que, al ser atravesada por la luz, parecía una catarata de esmeralda líquida. En la cocina, absolutamente todo cambió de lugar. Pero hubo cosas sorprendentes como la pava grande, que desde su hornalla saltó por encima de la tetera de vidrio y cayó dentro de una de las piletas, a 3 metros de distancia, sin romper absolutamente nada de lo que había en la mesa de la cocina. Hoyo en uno.
Yo no sabía que Neptuno jugaba tan bien al golf. A medida que el agua de la cubierta regresaba nuevamente al lugar de donde no debería haber salido, el barco se adrizaba ayudado por Arquímedes, un verdadero amigo en estas circunstancias. Quiero aclarar que “adrizar”, en un catamarán no significa lo mismo que en un monocasco. Nunca jamás, en las casi 100.000 millas que al fin de la vuelta al mundo habrá navegado el Brumas bajo toda circunstancia de mar, la escora habrá superado los 10 grados, en los mares más incómodos.
Por esta zona del Atlántico Sur, el viento y las nubes claramente nos indican sus intenciones de quedarse. Hacía 8 días que no había sol y su ausencia se hacía sentir. Nuestra “subida” hacia latitudes menores era muy lenta, debido a la dirección del viento y al estado del mar, totalmente encrespado. Pese al movimiento, la vida a bordo era realmente muy cómoda. Los golpes de ola se sucedían sin cesar y por momentos, un verdadero concierto de distintos ruidos se escuchaba por todos lados.
Pese a ello, una de las rutinas más importantes, cocinar, jamás se vio alterada, al menos hasta ahora. Yo recordaba mis experiencias de toda la vida en veleros tradicionales de un solo casco, y comparaba la calidad de vida a borde de ambos. ¿Cómo convencer a mis amigos de tantas millas compartidas, que realmente existe la “otra vida”, pero no después de la muerte, sino a bordo de un catamarán…?
Los días se suceden casi sin cambios, excepción hecha de pequeñas reparaciones a bordo, cambio de aceite a los motores, etc. Todas las mañanas, y con una constancia digna de un monje tibetano, Bruno copia los libros de bitácora originales de sus viajes en su “notebook”, mientras escuchamos horas de Bach en clavecín. Su idea es imprimirlo y que quede un “libro de viajes del abuelo” para sus 10 nietos. Una idea brillante, digna de ser imitada.
¡Esperando el semanario!
Cada semana, también edita el “Weekly Brumas Herald”, una publicación que duplicó su tirada a 2 ejemplares pues yo he decidido suscribirme. ¡Tener una imprenta a bordo, qué maravilla! (Vito no lo hubiera podido ni siquiera imaginar). El “Weekly Brumas Herald” se imprimen absolutamente todos los datos imaginables relativos a la navegación, estadísticas, distancias, rumbos, vientos, consumo de combustible en cada motor, porcentajes de distancia navegada sobre el mar, sobre el fondo, etc. En realidad, hay cerca de 25 ítems diferentes. De cuando en cuando, también hubo “ediciones especiales”, con mapas de futuros puertos y zonas vecinas a ellos, extraídos de enciclopedias en CD.
Mientras Bruno hacía cotidianamente todo eso, yo cumplía con mi plan de concluir con mi lectura atrasada. (Al terminar el viaje, y teniendo en cuenta el “de práctica” que hicimos antes de zarpar a Nueva Zelanda, habré leído unos 14 libros). En realidad, mi proyecto era escribir un diario de viaje, o el libro el mismo, en mi “notebook”, pero ésta sucumbió en heroico acto de servicio en la Isla del Coco, durante mi estadía de poco más de un año.
Entonces, en tres cuadernos de 100 hojas cada uno escribí, día por día, lo que creí significativo para ser contado luego. No es un libro de bitácora, pues casi no hay datos náuticos (para eso estuve suscripto al “Weekly Brumas Herald”), sino todo aquello que los números no informan, lo humano, anécdotas, relatos de reparaciones, esquemas, etc.
Cuando ambos estamos dentro del salón, automáticamente ocupamos “nuestros” lugares, según sean las tareas que hacemos. Fue muy interesante ver cómo nuestras conductas se fueron adaptando en silencio, y llegaron a una armonía total en donde no existieron las incomodidades “geográficas” en ninguna parte del barco.
Los espacios
Es cierto que el Catana 44 es casi un castillo para dos personas solamente, pero también es cierto que, conforme pasa el tiempo, uno se acostumbra a tener espacio y lo que antes era muy grande, pronto se transforma en “normal”. Es cierto que este acostumbramiento a los mismos lugares para realizar las mismas tareas de rutina tiene sus ventajas, pero también es cierto que, en algunos casos, tiene desventajas.
Yo siempre leía sentado en el extremo de estribor del sofá del salón, y por el modesto tamaño de mis piernas, las apoyaba en la mesa. Un par de libros y de miles de millas después, se me había formado un callo en el extremo del coxis que perduró hasta casi dos meses de llegado a tierra firme. Según mi padre médico mi coxis está levemente más expuesto que lo normal, y esa es la confirmación a su teoría de que yo aún no evolucioné lo suficiente, y sigo teniendo más vestigios de mono que el resto de la humanidad.
El mal tiempo continuaba y, según los pronósticos meteorológicos que recibíamos por Miguel, ahora nos hallábamos entre dos centros de muy baja presión casi en nuestra misma latitud. Mientras el centro que estuviera a nuestra popa y hacia el N fuera el más cercano (aproximadamente 400 millas), prevalecerían fuertes vientos con componente N y eso nos haría muy dura la navegación hacia el NE o ENE durante los 5º que nos faltaban para alcanzar los deseados 40º S y sus “westerlies” generosos. Como el frío había aumentado y se hacía sentir un poco dentro de la cabina, entonces aprovechábamos la salida del aire caliente del calefactor para calentar y secar las botas, gorros de lana y guantes que usábamos cada vez que salíamos a cubierta a realizar maniobras.
Teniendo en cuenta las velocidades y rumbos de nosotros y del centro de baja presión, la velocidad relativa de su alejamiento no era mucha y el cambio de su posición respecto de nosotros era lento. Eso significaba una sola cosa: tendríamos este clima y mar incómodo unos pocos días más, hasta que el centro se aleje de nosotros rumbo al SE y, siguiendo su ruta normal se ubique al S de nosotros. Recién en ese momento cambiaría la dirección del viento y navegaríamos más cómodos y veloces. Pero hasta entonces, sabíamos que no podíamos esperar grandes cambios.
El tamaño de las olas
Las olas son realmente grandes. Con varios días de viento de 35 kts. de promedio se forman olas de gran volumen, armadas con prolijidad. Olas con “presencia”. El catamarán las trepa sin ninguna dificultad. Como hace varios días que tenemos este viento, el mar tiene un solo sistema de olas lo cual es una suerte. La navegación se complica cuando, al cambiar el viento más o menos en forma rápida comienzan a aparecer nuevas olas generadas por él, y aún no han desaparecido las anteriores. Esta reticencia a irse que tienen las olas “antiguas” se debe a que la inercia del agua es mayor que la de las moléculas de aire y entonces, cambiado el viento, las olas se tomarán su tiempo para hacer lo mismo y adecuarse al nuevo. En esos casos, en el mar conviven dos sistemas de olas diferentes, cruzados, que realmente complican las circunstancias de navegación.
Cuando eso sucede, llevar el barco en la dirección deseada es bastante delicado y requiere de una gran atención por parte de quien esté a cargo del timón. Pues puede suceder (en general y ratificando la Ley de Murphy, es lo que siempre sucede) que el sistema de olas mayores no sea el adecuado para nuestro rumbo deseado.
Entonces entramos en la circunstancia medio esquizofrénica de tener que acomodar las velas al nuevo viento, y el casco al antiguo oleaje durante el tiempo que éste tarde en desaparecer o, al menos, perder predominio. Como en el mar todos los barcos son chicos, nos daremos cuenta que deberemos “negociar” con el elemento más poderoso, que no es el viento como mucha gente cree, sino el mar. Por suerte, no estábamos en esas circunstancias, pero… ¿qué pasará cuando el viento cambie y hayamos arribado a los 40º S? ¿Nos acompañarán el viento y el oleaje?
Mientras tanto, y aunque no nos conviene mucho, no estamos orzando tanto. De esa manera podemos cuidar el barco, evitando los golpes innecesarios. No estamos en regata y no tenemos apuro. Si cuidamos el barco, él cuidará de nosotros.
El impacto
Una de las innumerables tardes grises a eso de las 16:00 horas yo estaba en mi baño resolviendo problemas menores. De repente el Brumas recibió el golpe más espantoso que me pueda imaginar. Hoy, sé que fue el peor de toda la historia del catamarán. Veníamos navegando rápido y en un instante de trueno, el barco se detuvo como si hubiera chocado con una pared. El golpe fue a lo largo de toda la banda de babor y sentí claramente que el BRUMAS se había desplazado hacia estribor como si navegara de costado. Aún dentro del baño, quedé incrustado contra la banda de babor del casco. Alguna parte de mi cuerpo rompió el toallero.
Simultáneamente sobre la cubierta se derramó todo el océano. Me dio la sensación de estar dentro de un tambor gigante. El ruido era ensordecedor. Recuerdo que tuve tiempo de sorprenderme y decir lentamente, “¿cuánto tiempo tarda en derrumbarse una ola sobre nosotros?” … “¿Todavía sigue…?”. Por supuesto que yo no podía escuchar lo que decía en mi en voz normal.
La cantidad de crujidos que comenzaron a aparecer me hizo pensar en uno de esos árboles gigantes que se rajan a lo largo, muy lentamente, y caen destrozados. El casco del Brumas estaba gritando de dolor, con un destartalado concierto de crujidos y ruidos de todo tipo. Me imaginé que absolutamente todo estaba fuera de su lugar, en un desorden monumental. Era la desordenada huida en estampida de una orquesta cuyos músicos atropellan sillas, instrumentos, atriles…
Unos segundos después ocurrió algo que me sorprendió profundamente. Desaparecieron los ruidos de dolor y desorden; y el contraste con los sonidos naturales era tan grande que parecía que estábamos navegando en el espacio, en un silencio absoluto. Se esfumaron las bruscas desaceleraciones, y el Brumas comenzó a balancearse ordenadamente, siguiendo el ritmo normal del concierto de Neptuno. Era hora de verificar los posibles daños y de acomodar todas las cosas que, seguramente, estarían desparramadas por todos lados.
Sin salir del baño en un segundo verifiqué que “mi” bodega de proa no tenía ningún problema. Las bolsas de los spinnakers habían amortiguado perfectamente el golpe. Por la escotilla que daba a la cubierta, aún podía ver el agua escurriéndose. Cuando abrí la puerta del baño que daba a mi camarote (en esta parte del viaje, mi camarote fue el de proa, pues el de popa no tiene calefacción), había poco desorden. Sólo alguna ropa en el piso. Tuve suerte.
En realidad, como la cama es doble, tiene 1,5 mts. de ancho, es muy difícil que algo que está sobre ella se pueda caer. En ese momento le pregunto a Bruno si se encuentra bien. Él estaba en el salón durante el golpe y yo aún no lo veía. “¡Ricardo… vení rápido!” me contesta gritando. Pensé lo peor…, que se había quebrado algo imposible de arreglar, pensé en tener que utilizar los trajes anaranjados de supervivencia hasta que nos vinieran a rescatar.
Mientras atravesaba el pasillo para subir por la escalera al salón, encontré toda la despensa de especias en el piso, con los diferentes frascos rodando de un lado a otro, siguiendo el ritmo del mar. Cinco estantes de pequeños frascos y cajas desperdigados en cualquier lugar imaginable. Pero eso no era grave. Cuando llego al lado de Bruno, lo encuentro perfecto, en el medio del salón que estaba bastante desordenado.
Almohadones, paquetes, panes, libros, frutas, cassettes, etc. Todo estaba “ordenado” diferente de nuestro gusto. Miro el mar. No me pareció tan bravo como para semejante golpe. Pero cuando veo irse a “la” ola que nos pasó por arriba y que ahora se alejaba por estribor, no lo pude creer… ¡Era inmensa!
Esto me recuerda al comentario que suele hacer Bruno, respecto de las olas peligrosas. Comparto plenamente su opinión de que el peligro no está en “las” olas, sino en “la” ola. Siempre hay una más grande, o desordenada, o que no leyó el libro de las buenas costumbres marineras. Con “esa” sola ola alcanza para un desastre.
“Fíjate en el calefactor. Me parece que se soltó lo que arreglaste el otro día”, me dijo Bruno. Suspiré aliviado. Si ése era todo el problema luego de semejante bandazo habíamos tenido mucha suerte y, además, este barco estaba muy bien construido. De todas formas, Bruno estaba muy preocupado por los golpes que recibía el Brumas. Como no era urgente el tema con el calefactor, Bruno y yo nos dedicamos a “reordenar” las cosas en sus correspondientes lugares.
Luego de una abundante, exquisita y muy caliente sopa que no calma a la tormenta, pero sí a los nervios, esa noche pudimos escuchar a nuestro querido amigo Rafael, de la Rueda de los Navegantes, quien nos confirmó que, en base a los informes meteorológicos obtenidos de Internet, debíamos seguir hacia el N pues encontraríamos vientos con componente W. Era justamente lo que estábamos haciendo desde hacía una semana, y esa confirmación del cambio de clima nos alegró muchísimo a Bruno y a mí. La decisión de abandonar el sur fue la correcta, aunque la trepada hacia el norte haya sido dura…
Por: Ricardo Cufré, navegante y escritor.
Por: Redacción