En general, los días se sucedieron ventosos, pero con el viento a favor. A bordo, la rutina de las tareas tenía el ritmo pausado de un gran animal respirando mientras descansa. Comenzaron a seguirnos los chubascos cada vez con más regularidad. Se podía distinguirlos perfectamente en el horizonte de popa. Totalmente aislados, algunos nos alcanzaban y pasaban por arriba descargando su agua y su viento sobre nosotros, pero no duraban más de media hora. En realidad, podría considerarse como un muy buen servicio de lavado externo del barco. El Brumas estuvo impecable durante toda la travesía.
Los vientos se han calmado un poco y el velero tiene un andar “alegre”, como le gusta definir a Bruno. Han rotado al NW y por las noches casi no hay nubes. Todo lo contrario, acontece de día, pues nunca hay sol.
El Meridiano de Greenwich lo cruzamos en una de las noches más hermosas, el 16 de diciembre, con luna y un muy suave andar del barco. Significó algo muy profundo para mí. Era la primera vez que lo cruzaba en la vida, pues en ninguno de mis viajes en barco -ni en avión-, lo había hecho. He filmado cuando el GPS cambia de signo y los números de la longitud disminuyen, pasan por el “cero” y comienzan a aumentar nuevamente, con signo E. Es realmente emocionante. Con Bruno nos felicitamos. Hemos cruzado la primera frontera y eso nos hace sentir que estamos avanzando pese a todo.
La bendita radio
Por suerte, pude encontrar a Miguel de guardia en la radio, quien me permitió compartir el momento exacto con mis padres. Todos nos emocionamos mucho, especialmente mi madre, que compró un mapamundi en el cual pincha un velerito cada vez que yo puedo pasarle nuestra posición. Si no tenemos más retrasos, en unos 5 o 6 días más cruzaremos el Cabo Agullhas y entraremos en un océano medio raro, que no tiene personalidad propia, pues no tiene las características del Atlántico ni del Indico. Lo he bautizado “Océano Indlántico”. Sus límites son medio misteriosos, pero podríamos decir que se extiende desde el meridiano de Ciudad del Cabo hasta el meridiano más oriental que toque Madagascar. Luego, sin duda alguna, entraremos en el interminable Océano Indico Sur.
Estamos en los 41º S y no vamos a ir más al norte. Queremos pasar bien lejos de la costa de África para evitar problemas con las corrientes. Más adelante, y muy cerca de nuestra ruta se hallan diferentes islitas, con escasa población, generalmente científica. De todas ellas la más grande es Kerguelen. La decisión es clara: ni siquiera pasaremos a distancia de la vista. En realidad, reconozco que me hubiera gustado verlas. Son lugares que jamás en la vida veré, así no es en algún vídeo.
Las hermosas “La Bella y la Bestia” del clima. Una noche de fuerte viento, tuvimos que cambiar el spi por el más pesado de todos, al que bauticé “tanga”, en honor a las diminutas mallas de las garotas. En realidad, este spi tiene el mismo diseño que una de esas mallas, pues es muy alto y de poca base. Esta realizado con la tela más pesada y ha demostrado ser excelente, muy performante y fuerte. En general, lo arriábamos cuando el viento aparente superaba los 40 kts. No queríamos arriesgarlo pues era el único que teníamos de su tipo. Quizás haya sido la vela más útil de todas.
En realidad, estamos en un tramo del camino en que los “westerlies” predominan y casi siempre navegamos solo con spinnakers. Recuerdo una mañana, que tuve que hacer 6 cambios de spi en 3 horas. Ya los odiaba, pero reconozco que nos hacían caminar muy bien. Bruno decía que algo le pasaba al catamarán, pues en la historia del Brumas era normal tener singladuras de 200 millas, mientras que en este viaje lo normal fueron 175 o 180 de promedio.
Océano Indlántico
El paso por este océano tan peculiar ha sido bueno, sin sobresaltos. Lo hemos cruzado totalmente con spinnaker, a unas 1000 millas al S de la costa del continente africano. Unos inmensos pájaros negros con estrellas blancas en la parte superior de sus alas nos han venido a controlar durante un breve lapso. Supongo que forman parte de la fuerza aérea sudafricana. Muy eficientes y educados. Creo que con el vaivén de sus alas nos han deseado buen viaje.
El comienzo de un dudoso verano nos encontró cruzando el meridiano de Capetown. Otro límite cruzado, pero este es algo especial: es el primero de los 3 cabos que deberán quedar a popa y por nuestro babor al completar la vuelta al mundo. Según la tradición, ya puedo usar un aro en la oreja. Sólo me faltan 2.
Realmente de verano, el clima no tiene nada. Seguimos con temperatura bastante fresca y sin sol. La mayoría de las noches, por el contrario, siguen siendo lindas. Las condiciones de recepción de radio estuvieron muy deterioradas, por lo que es una verdadera alegría poder escuchar a Miguel nuevamente, luego de tantos días de silencio de radio. Para nuestra sorpresa, ha preparado una entrevista radial con LU2 Radio Bahía Blanca otra vez. Pasado mañana me tendré que rasurar para parecer un ser humano cuando hable por radio y los oyentes no crean que estoy en un barco pirata.
Cada tanto, insisto en buscar afanosamente algún tipo de compañía en el mar, pero jamás encuentro nada, ni siquiera apareció el “Holandés Errante”. Estamos absolutamente solos.
Océano Indico
Cerca de la fecha de Navidad, el viento volvió a cambiar de dirección y ahora sopla del N. Tuvimos que arriar el spinnaker y establecer nuevamente la vela mayor y la genoa. Qué pena, pues hacía muchos días que estábamos navegando muy cómodamente con spi. Hasta ahora, el Indico nos trata bastante bien, aunque sigue mezquinando el sol y el color gris es el predominante.
Conforme pasaban los días, aparecieron problemas menores que me mantuvieron entretenido y me posibilitaron una variante divertida al cotidiano deporte de la lectura, que, justo es confesarlo, ya me tenía medio hastiado (¡qué feo es leer por obligación!). Así, entre falsos contactos en el arranque del motor de estribor y una sospechosa oscilación en la base del casco de uno de los generadores eólicos, pasaron varias horas en las que estuve ocupado, utilizando las pocas neuronas que no estaban arruinadas por la sal.
El 24 de diciembre ha sido un día muy especial a bordo: ¡hemos cambiado de carta de navegación! Ese es el signo más efímero pero palpable de que realmente nos movemos. Qué rara sensación me da sacar una gran carta, plegarla, sentir que “ya es pasado” y que jamás la usaré nuevamente. Antes de guardarla la miro con tristeza. Es un verdadero cofre en donde quedarán todas las vicisitudes que han sucedido a bordo. Ver el sinuoso collar de cruces oscuras que indican nuestras sucesivas posiciones me hace sentir que hemos construido algo, bordado un poco de historia sobre ese papel que siempre lleva promesas de costas.
¡Cuánta razón en Machado! cuando nos dice que “se hace camino al andar, y cuando uno vuelve la vista atrás, se ve la senda que jamás se ha de volver a pisar…”. Siempre me trajo tristeza esa frase. La misma que siento ahora, que debo guardar la carta “vieja”, esa carta a la que nos aferramos para no caer en el abismo de la incertidumbre y que fue el único altar en donde hallamos las respuestas que nos hicieron sentir que aún pertenecemos al mundo. Siento que la traiciono al arrancarla del único lugar en que ella encuentra el sentido de su propia existencia: la mesa de navegación.
Su sucesora es terrible, un inmenso rectángulo acostado y además, está casi totalmente vacía o.., llena de agua! Sólo en su extremo derecho hay una muy pequeña franja de tierra que representa el comienzo de Australia occidental. Y lo peor de todo es que esta carta sólo representa … la mitad del ¡Océano Indico! Urgentemente la doblo en dos y me olvido del resto. Como los antiguos, me convenzo de que el mundo se acaba en el nuevo pliegue de la carta y que más allá, me comen los monstruos.
Nochebuena fue un mal chiste, pues no fue una noche buena. Con viento de proa de 30 kts. y lluvia. El barco golpeó mucho. En cambio, navidad y año nuevo pasaron sin pena ni gloria, pero con abundante pan dulce y el tiempo en mejoría. El clima durante los últimos días del año fue muy bueno, con vientos a favor nuevamente y el 2 de enero hemos batido el récord de singladuras de todo el viaje: ¡230 millas! Comenzamos el año volando.
La pesca sigue siendo nula. Es una pena, pues un poco de carne fresca nos vendría muy bien, además de la variación del menú. Hace más de un mes que zarpamos y seguimos comiendo ensaladas de lechugas frescas. Qué bien.
Un mar color verde esmeralda
Al pasar los días notamos una novedad muy importante: el agua, decididamente ha cambiado de color. Ahora es verde esmeralda o jade, y no es tan fría como la del Atlántico. Ahorramos algo de combustible, pues ya casi no utilizamos el calefactor. No hace falta. Para llegar a destino, sólo faltan unas 6700 millas, o 5 viajes B. Aires – Río de Janeiro. Si se mantienen las condiciones presentes, que no son excelentes, pero tampoco malas, estimamos unos 42 días, más o menos. No vamos muy rápido pues el mar persiste en tener dos sistemas diferentes de olas.
La tercera noche del año fue hermosa, aunque tuvo lo suyo. Las estrellas brillaban como nunca. El mar estaba tranquilo y el Brumas navegaba muy cómodo, sin esfuerzos de ningún tipo. Veníamos con spi. Yo estaba tirado en el sofá del salón. Las ventanas, encima de él, son muy grandes e inclinadas hacia popa y permiten ver casi todo el medio cielo de proa del barco. Allí estaba “mi” Cruz del Sur a estribor; y Orión, a babor. Nuestra proa, en un rumbo perfecto, apuntaba hacia el medio de las dos constelaciones. Yo dejaba que mi mente revoloteara entre cálidos recuerdos. No tenía sueño y la noche era realmente hermosa.
Permanentemente miraba las estrellas desde mi cómodo lugar. Todas las estrellas del cielo que se me regalaba arriba y a los costados. Cada 10 minutos, verificaba la pantalla del radar y siempre encontraba lo mismo: el típico aroma a radar funcionado, a electrónica encendida, que me recordaba a mis guardias cuando era cadete del Liceo Naval; y círculos concéntricos, verdes y muy luminosos, continuos o en trazos; pero entre ellos, nada. Absolutamente nada. Ningún eco en ninguna de las escalas.
Todas las estrellas
De repente, al mirar las estrellas percibo que algo anda mal, pero no me doy inmediata cuenta de qué es. Era algo con ellas, sin duda, pero no sabía qué. La noche, como el andar del catamarán, era serena. El barco se balanceaba muy suavemente, parecía casi quieto. Sigo mirando las estrellas, esta vez parado en la mitad del salón. Miro lentamente hacia babor…, proa…, estribor… Todas están allí, y sin embargo “algo” no está bien.
Súbitamente me quedo helado. No lo podía creer lo que comenzaba a comprender. Nuevamente vuelvo a mirar las estrellas, pero no para contemplarlas, sino para verificar que estuvieran todas. Y.., sí, estaban todas. ¡Y ese era exactamente el problema! ¡ESTABAN TODAS! ¿Cómo podría yo ver todas las estrellas, incluidas las de proa? ¡Sencillamente porque el spinnaker no estaba!
Rápidamente encendí las luces de las crucetas y salí a verificar la ausencia de la vela. Efectivamente, no estaba. Luego, buscándola en el mar, la hallé en la banda de babor, parcialmente estirada en la superficie.
Desperté a Bruno para que me ayudara a sacarla del agua. Comenzamos la tarea. Ambos estábamos en el travesaño que une las dos proas. Había cierto oleaje que nos complicaba el trabajo, y parecíamos lo viejos gavieros en momentos de cargar las velas en las vergas.
Luego de un arduo trabajo que nos demandó media hora, y ya con todo el spi sobre la red, comenzamos a meterlo por la escotilla de babor. Pudimos ver que el problema fue la rotura de la driza del spinnaker. Luego, el barco lentamente se fue frenando y comenzó a derivar hacia el SE, arrastrando la vela por su banda de babor. De todas formas, esperamos a las luces del nuevo día para revisar la vela y ver los posibles daños. La luna estaba en un cuarto creciente muy angosto. No sé de qué se reía. El viento comenzó a soplar con más fuerza. Establecimos un poco de genoa y partimos muy rápido proa a Nueva Zelanda. A los pocos minutos, los 40 bramadores otra vez nos explicaban por qué se llaman así.
Al día siguiente, vimos con alegría que el spi no había sufrido ningún daño. El único problema era instalar otra driza, y eso significaba que me tenía que subir al palo en cuanto las condiciones del mar lo permitieran. Eso sucedió varios días después, y fue un trabajo un poco complicado y algo doloroso pues si bien el mar no estaba malo, se movía lo suficiente como para que, a 15 metros de la cubierta, me costara mantenerme firme al palo. Por suerte, no tuve que subir hasta el tope, que está 3 metros más arriba. Esa fue la primera de las 3 veces que tuve que subir al palo durante la navegación.
Pasaron los días y lamentablemente el viento volvió a cambiar de dirección y lo estamos recibiendo del NNE con una velocidad de 30 kts. Navegamos con poca vela y pese a todo, recorremos 9 millas por hora. Por primera vez desde que salimos de Madryn, puedo decir que adentro del barco hace calor. Hace días que observo el barómetro y está bajando muy lenta pero continuamente. Recuerdo aquel viejo refrán que en cuestiones climáticas dice: “lo que tarda en venir, tarda en irse…; y lo que rápido viene, rápido se va”. No me gusta nada. Y así llegamos a la tarde del 11 de enero, día fatídico.
Eolo sopla y ¡cómo!
Veníamos navegando rápido con viento del WSW. Sobre el horizonte de popa vemos nubes bajas muy oscuras. Creo que hicimos bien en arriar el spinnaker. Viene más viento. Ya estamos en los 35 kts. De repente el catamarán colea muy pronunciadamente y no puede recuperar su rumbo normal, haciendo una virada de 90º hacia estribor. La genoa pasa rápidamente a la banda de babor, haciendo un ruido estrepitoso, como el de un látigo. Quedamos casi detenidos, paralelos a las olas. El viento ya llegaba a los 40 kts. Las olas comenzaban a crecer rápidamente y las primeras rompientes se estrellaban contra el costado del barco. Bruno, al timón, no puede retomar el rumbo.
El barómetro está alto: 1017 hpa. Le propongo a Bruno enrollar toda la genoa, para protegerla, correr el temporal que se está desatando justo en este momento. Le parece bien. Pasan varios segundos y nada, el catamarán no puede poner la popa al viento y al mar. Esto me trae un amargo recuerdo del viaje anterior, en Punta Dungeness, extremo E del Estrecho de Magallanes, cuando en una noche de tormenta perdimos un timón. No quiero pensar que ahora también perdimos otro…
Como todo fue muy rápido, el único que tiene traje de agua puesto es Bruno, no yo. Por primera vez en 49 días de navegación, salgo al cockpit a hacer maniobras sin mi traje de agua. Como era de esperar, una ola que rompió sobre estribor cae sobre mí. Estoy totalmente empapado. La cosa empeora mucho con el paso de los minutos. El viento alcanza los 45 kts. en forma estable y todo hace pensar que seguirá así. Seguimos atravesados al mar, paralelo a las olas. El Brumas es una pequeña escollera blanca que recibe el golpe de todas las olas del océano. Las olas comienzan a venir más y más grandes. El cielo está casi negro. El frente está muy enojado con nosotros y dentro de poco va a oscurecer totalmente.
Bruno y yo ya nos imaginamos lo peor: perdimos el timón de babor. Solo falta confirmarlo, pero la falta de luz no nos deja ver a través del agua si efectivamente está el timón o no, debajo de la popa de babor. La sensación de impotencia nos aplasta, pues no podemos hacer nada. El barco no responde al único timón que le queda. Las olas son realmente grandes y el viento está llegando a los 50 kts.
Vamos adentro. Nos movemos terriblemente. Los golpes de ola son realmente atronadores. Los 40 bramadores están aullando con furia y nos lanzan un mar que nos golpea continuamente. La situación realmente es delicada. Al rato, miro el anemómetro y marca… ¡56.6 kts! Todo cruje. Todo se cae. Todo se desparrama. Tengo temor y con Bruno hablamos muy calmadamente, sobre la posibilidad de ponernos los trajes de supervivencia. Nos tenemos que agarrar de donde sea, pues los golpes son realmente brutales.
El casco del Brumas se queja del maltrato. Puedo sentir como, con cada golpe de los grandes, primero cruje el casco de barlovento, luego el barco se desplaza y luego se clava en el agua, frenándose instantáneamente y haciendo crujir el casco de sotavento. Los primeros minutos son aterradores. No me animo a mirar el anemómetro otra vez. Bruno trae una bolsa de plástico, hermética y comienza a poner en su interior, un GPS, VHF portátil, batería de repuesto, nuestros documentos, y otros elementos para tener rápidamente a mano si llegara a ser necesario.
Sabemos que no abandonaremos el barco pase lo que pase. Me recuesto en el sofá y siento una rara mezcla de miedo y éxtasis ante el espectáculo que puedo ver: las olas rompen arriba de las ventanas del salón, a escasos 40 cm. de mi cara, y las puedo ver “de abajo”. Es un panorama indescriptible. Una fracción de segundo después de un golpe, el agua que lo produjo cae ante mis ojos… Literalmente, estoy “dentro” la cresta que se desarma sobre nuestro catamarán. Sopapos líquidos.
Ambos estamos serios. Pero Bruno tiene un gesto de dolor: es “su” barco el que sufre. Hablamos muy poco. Pasan los minutos, más lentos que nunca. No creo en Dios y no he rezado. Cuando lo pensé estallé de risa: hubiese sido lo más hipócrita de mi vida: ni siquiera hubiese sido mentirme a conciencia sino una burda farsa, un autoreconocimiento de ser una de las cosas que aborrezco: el oportunismo basado en el miedo, el doblez moral. Tenía miedo, sí, pero mayor eran la angustia y la inmensa frustración de no poder comunicarme con mis amores para decirles que no se pongan tristes si no regreso: que soy feliz haciendo lo que he elegido libremente y que, además, de salir vivo de esta, habré visto un espectáculo sublime.
En mi mente, he hablado con mis padres, mi hermana y mis adoradas Claudine, Soledad y Adriana. Tuve un pequeño diálogo con cada quien. Al final del cual, súbitamente, mi temor desapareció. Me paro y observo al mar por las ventanas de estribor. Lo veo venir. Y le sonrío sin faltarle el respeto. Simplemente le sonrío y le digo “gracias” por mostrarme esta cara suya. El anemómetro marca 74.3 nudos, 137 km/k. Mucho viento, sin duda, pero siento una irracional sensación de seguridad de que esto será sólo una anécdota para contar luego. (Tal como por suerte …fue).
De pronto, todo el Indico cayó sobre nosotros. Yo tuve suerte, pues a mí me incrustó contra el sillón de estribor, pero a Bruno lo tiró desde la cocina hasta el piso del casco de babor, escaleras abajo. Creí que el barco se había partido por la mitad. Adentro, todo era un verdadero infierno. Una vez repuestos del susto, ordenamos un poco. El tiempo iba pasando y aún seguíamos a flote. Encuentro a Miguel en la radio y le explico la situación. Le pido que llame a mis padres y a Mary, la esposa de Bruno, y que les mande saludos, diciendo que todo está OK. Luego, aparece Rafael de Canarias, diciendo que vamos a tener 48 hs. más de mal tiempo. ¡¿48 hs. más de esto?! Espero que se haya equivocado, como ya lo hizo algunas veces.
Sin un timón y escala imprevista
Ya estamos seguros de la falta de timón. Esto significa que no llegaremos a Nueva Zelanda sin escalas. Deberemos ir al puerto más cercano, en Australia, a 10 días de aquí y con un solo timón. Además, hay que pedir varias cosas para reparar y cambiar. Habrá mucho trabajo en Australia… Pero primero, deberemos salir de esto. La tormenta se estabilizó un poco, y voy a mi camarote a intentar dormir.
A las 6 de la mañana, Bruno me despierta. Inmediatamente me doy cuenta que dormí 4 horas y que la situación había mejorado muchísimo. El viento no pasaba del 25 / 30 kts. Esto era un paraíso. El barómetro había bajado 15 hpa. en 7 horas. Todo indicaba que un centro de baja nos estaba pasando por arriba. Y eso significaba que, en uno o dos días, otra tempestad haría subir el barómetro a niveles más normales. Ahora se podía leer 1002 hpa. con tendencia a subir. Poco a poco, el cielo se va abriendo y ¡siii! ¡sale el sol un poco!
Aprovecho para hacer orden y revisar cosas. Sólo encuentro dos roturas, de las cuales creo que puedo arreglar una: una de las patas de soporte del motor de babor se rompió, pero puedo fijarlo con un grueso alambre de aluminio, para que no vibre tanto. La otra rotura no la puedo arreglar: se partió la biblioteca de mi camarote. Dos maderas de 2 m de largo, por 15 cm. de ancho por 2 cm. de espesor se partió. Está instalada en el casco de sotavento de la tormenta. Eso puede dar una idea de cómo golpeaba el mar para que la presión del agua sobre el casco del lado opuesto al golpe haya partido una madera en el sentido de su ancho. Me quedo sin biblioteca sana por el resto del viaje.
La única conclusión que tengo es que este barco está excelentemente bien construido. No se rompió ni se dobló absolutamente nada como consecuencia del tremendo castigo de anoche. Tampoco entró una sola gota de agua por las escotillas ni las ventanas del salón. La poquísima agua que llegó al piso del salón (y que fue secada usando un trapo) se filtró por la puerta de acceso, que como ya dije antes, no es estanca y, en mi opinión, debería serlo. Todo el interior del barco se mantuvo seco. Mis profundas felicitaciones (y agradecimientos) al astillero.
Con cierta sensación de frustración, decidimos ir hacia Perth, a colocar nuevos timones y un nuevo cable de seguridad en la viga que une las dos proas, para desinstalar el pedazo de cadena del ancla que hemos puesto con el mismo fin. Todos estos repuestos deberán ser pedidos al astillero, en Francia. Nos esperan cerca de 2000 millas, con un solo timón. De recibir nuevos centros de baja… uf, otra vez sopa…
Por: Ricardo Cufré, navegante y escritor.
Por: Redacción