
Mi interés cuando inicié escribiendo textos vinculados al pasado era poder repasar un poco del escaso conocimiento que poseo, digo así porque a pesar de constante estudio cuando uno más avanza en la lectura académica verifica, a cada página que queda atrás, que sabemos muy poco en relación a casi todo lo ocurrido.
Muchas veces me pregunto si es bueno escribir nuestras ideas o a quién puede interesarle esto, y la verdad es que no lo sé, lo que me mantiene con voluntad de hacerlo es que me resulta interesante apreciar los aportes de los otros, leer sus experiencias y sus modos de entender al mundo. Creo que amplío mi pensamiento cuando me sumerjo en la visión de otras personas.
Una vez realizada esta confesión a quien aprecia a este tipo de publicaciones sigo adelante pretendiendo reflexión y construcción de conocimiento, alertando de antemano que ésta es apenas una más -y muy sencilla versión- basada en algunas enseñanzas de mis profesores especialistas en Antigüedad Oriental y explico por qué. Este período específico que me parece más lineal o cronológico me estableció pautas para enmarcar o dar hitos, de manera más concreta que en otros donde impera la sensación de tener que interpretar a un espiral de información, con sus idas y vueltas.
Conocemos HISTORIA, al menos como siendo una sucesión de eventos registrados. Ya HISTORIOGRAFÍA es la filosofía o metodología aplicada a esa asignatura, en relación a cómo practicarla y sus conceptos, además de ser el conjunto de obras históricas producidas en un determinado período, tema, lugar o país.
Esta producción citada pretende establecer directrices de explicación o comprensión; cuando elegimos un determinado autor y no otro, optamos por un cierto libro, estamos realizando algunas elecciones entre lo mucho que hay para análisis. Por ejemplo, en el caso del mundo occidental en el cual vivimos, la atención será más enfocada en Grecia que en Roma, al menos en lo filosófico, si nos referimos a lo lingüístico será, al contrario. Estoy convencido que somos esa mezcla, tenemos un cerebro que piensa en griego pero habla en romano.

Es normal que el énfasis en la exposición sea puesto en los períodos más pretéritos que en los del presente, esto porque es mucho más fácil conseguir una visión breve de la historiografía reciente que en la anterior. De la misma manera entendamos que de Grecia formamos nuestra base de barrio, distrito – demos – y con la correspondiente idea de participación política. Hoy la acepción del vocablo democracia se confunde un poco con la representación de libertad individual, posibilidad de expresarse.
Siendo fiel a esta línea de pensamiento, la existencia de “Historia”, entendida como una materia – área reconocida y específica de observación sobre las sociedades humanas – es condición previa para que pueda existir la historiografía. Así siendo, fechamos su inicio en el Mediterráneo y alrededores, en el siglo V antes de la era cristiana.
En la antigua Palestina, ninguno de los pueblos semitas (mismo tronco lingüístico) locales tenía en su glosario alguna palabra que fuese semejante a “crónica”, como comportamiento social o como conjunto de escritos y estudios.
En Egipto, lo más cercano a este concepto es la palabra guenut, traducible como “anales”, aparentemente correspondiendo a relatos sobre hechos pasados, vistos apenas materialmente y no como análisis social. El registro de sucesos adquiría forma de listas de faraones, líderes, genealogías reales o de sacerdotes, relatos o imágenes de acciones militares, acontecimientos aislados.
En esas primeras listas importantes el sentido de tiempo es valorado, como un punto de partida cuando las deidades vivían entre los hombres; revelaciones, órdenes celestiales, como copia constante de documentos. Por mucho tiempo fue vigente la visión cíclica de un tiempo direccionado a los orígenes; el rey apoyado por el bien (Maat) venciendo a los agentes del caos (Isefet). Se notan en esa clase de escritos dos temporalidades, neheh, la cíclica y djet, la lineal.
En tierras faraónicas surgió la noción de que las divinidades crearon el tiempo y también lo que habría en él, es decir, los eventos. Este hecho trajo la posibilidad de una cierta historicidad, al colocar guerras, enemigos históricos, hititas, hicsos, nubios, etc., y así el uso de los oráculos y otros expedientes adivinatorios. De cualquier modo, estas listas de tiempo, rellenas de eventos, no se configuraron como Historia típica.
El conocimiento del remoto Israel viene de una literatura sagrada de religión revelada o del conocimiento de la Arqueología. Vía creencia esa religión puede convencer al creyente que el acto fundador de la revelación es auténtico (las Tablas de Leyes dadas a Moisés), y por lo tanto, también lo son esas leyes e instituciones relacionadas.
A seguir la misma necesidad de demostración de Poder se lleva a otros campos, como las intervenciones de Jehová a favor del “pueblo elegido”, o por el contrario, como castigo a sus enemigos, tales como las desgracias naturales, las plagas, el cerrarse del Mar Rojo a los egipcios, etc. Estos eventos se vuelven algo así como “oráculos” que previenen la destrucción de los rivales, por no estar “amparados” por el Alto.
Así como en la Mesopotamia o Egipto, el reconocimiento no sólo de un punto inicial en la creación del mundo, sino también de otros puntos notables en la trayectoria de Israel, tales como: la alianza de Jehová primero con Abraham, el Primer Templo de Salomón, el cautiverio de Babilonia y el retorno y la reconstrucción del Templo, posteriormente la imagen del Apocalipsis y el mesianismo.
Estas nociones situaban también en el futuro cosas que deberían irremediablemente suceder y crearon una temporalidad lineal mucho más clara que cualquier otra de las civilizaciones orientales. No es la Biblia la única forma de relato del pasado (que contiene mitos de origen, reinterpretados a la luz de la intervención divina, ejemplificadas en las hazañas de Sansón), tampoco el único interés era sacerdotal-religioso. Muchos de los Textos parecen crónicos debido a que la narrativa de la relación de Dios con Israel imponía esa forma de escribir, permitiendo demostrar las etapas de una relación que pasaba de salvación o ayuda a castigo, cuando los elegidos se alejaban de las obligaciones para con su deidad.
En verdad, lo que se aprecia como noción central es la obra de una inteligencia y deseos divinos actuando por el bien de la gente elegida, todo desde una perspectiva moral pero en lucha constante con los límites tercos del hombre.
Esa Divinidad promete, avisa, juzga, condena, castiga, destruye, pero también da la bendición, salva y recompensa. En esa narrativa así contada hay una línea principal, aunque también admite rechazos, fracasos, fines, reinicios, etc. Es necesario siempre recordar que en los Testamentos no tenemos relatos contemporáneos o próximos a los eventos contados, al contrario de las inscripciones militares egipcias, mesopotámicas o persas, aunque sí se cuenta con un resultado de largo proceso de transmisión oral de tradiciones variadas o aun divergentes.

Después del repase oral vemos enseguida la edición que reinterpreta y es tendiente a lo homogéneo efectuada por sacerdotes, a seguir de copias manuscritas sucesivas que también introdujeron modificaciones y variantes de acuerdo a intereses, normalmente de dominación y económicos.No disponemos de inscripciones reales de los hebreos, si hubo tales inscripciones – y unos pocos pasajes del Antiguo Testamento parecen mostrar que sí -, los mismos no se conservaron.
Años atrás en el mes de desarrollo de una feria del libro en Porto Alegre (Rio Grande do Sul) tuve oportunidad de adquirir algunos buenos ejemplares sobre Antigüedad Oriental. Uno de los mismos me llamó la atención: “Familia y Patrimonio en la Antigua Mesopotamia”, tesis de doctorado del historiador brasileño Marcelo Rede.
Después de dos semanas de ardua lectura me atrevo a aseverar que esta obra muestra, de manera impecable, cómo actualmente nos comportamos de modo semejante a nuestros ancestrales, inclusive a aquéllos que nos parecen tan distantes, como los habitantes de las ciudades de Kutalla (hoy Tell Sifr), Nippur (Nuffar) o Babilonia (Bagdad), entre los ríos Tigris y Éufrates. A tener presente, somos expansivos, peleadores, vengativos, fuerte presencia estatal, agricultura preponderante, además de comer cordero, queso, garbanzos, cebollas y tomar cerveza.
En paralelo a esa feria hubo un seminario importante sobre Egiptología y Asiriología (estudios mesopotámicos), en el cual expuso con maestría el especialista Ciro Flamarion Cardoso. En una charla particular con este encumbrado profesional me permití preguntarle sobre si valía la pena profundizarse sobre nociones antiguas e intentar repasarlos al alumno o lector común, él me respondió que sí por ser amante de ese período particular y por creer que toda fuente de conocimiento, por remota que pueda parecer, sin duda es generadora de opinión contemporánea, por analogía, exclusión o comparación.
El profesor Ciro nos dejó físicamente hace 7 años, pero además de su vasta producción académica no legó esta frase célebre: “el pasado se vuelve historia, en nuestra época, a un ritmo alucinante corre atrás de nosotros, está en nuestros talones”.
Extraña paradoja, la historia nos corre de atrás pero el conocimiento histórico siempre está adelante nuestro a ser alcanzado.
Por: Lic. Guillermo A. Burgos | : @GABurgosOk | : @guillermoaburgos
Por: Redacción