Si me fuera dado seleccionar lectores navegantes, como el destino lo hace con sus elegidos, preferiría a aquellos que aún tengan capacidad de asombro, inocencia, que se sorprendan por el tamaño de una ola y se sobresalten por el estampido de ese rayo que iluminó toda la nocturna tempestad y les enseñó el significado de la palabra macabro.
Me refiero a esos navegantes que aún no se extasiaron porque no han visto un rayo de sol poniente atravesar una soberbia ola alcanzante, rebotando alocadamente en su interior como un brillante buscapié que al fin logra su libertad iluminando nuestro asombro.
No es que los otros -entre los que me incluyo, lamentablemente- no deban, no merezcan o no puedan leer estas palabras. Que no… que no… Pero es que temo que conforme se gane experiencia, se pierda sensibilidad, esa sensibilidad absolutamente indispensable a la hora de meditar sobre lo hecho por un navegante.
Vito Dumas sigue siendo un mascarón. Un mascarón de la proa que muchos tenemos en nuestra alma de marinero, si es que la propia experiencia no la anestesió. ¿Por qué recordarlo? ¿Por qué hablar de él de vez en cuando? ¿Qué lo transformó en referente inevitable a la hora de las verdaderas obras cumbres, si hubo muchos que navegaron más que él y ciertamente fueron peor recibidos en esos mismos mares y de más de uno jamás se supo?
Carezco de una respuesta definitiva porque creo que hay más de una, pero de todas las que se me ocurren elijo decir que en este momento recuerdo a Vito porque era un soberano ignorante. En mi opinión -absolutamente cuestionable- es justamente esa ignorancia la que amarra a Dumas a las bitas de ese muelle casi desierto que reservamos solo para los muy, muy pocos.
Imposible de emular. Si alguien deseara intentarlo, no podrá hacer lo mismo que él hizo, aunque use su mismo barco, alimentos, reloj, velas, ropa y recorra su estela con obsesiva exactitud. Eso no lo iguala a Vito, de la misma forma que una perfecta reproducción de un cuadro no iguala al original. Ser “como” no es lo mismo que “ser”, sin aclaraciones que sólo anhelan indulgencias.
Tal supuesto navegante que hiciera exactamente los mismos viajes que Vito, no lo igualará. No porque tenga menos valor lo que vaya a intentar -¿cómo tasarlo?- sino porque es “diferente”, de una diferencia cualitativa abismal. Los posibles emuladores de Dumas inevitablemente largarán amarras con algo que Vito carecía: ellos zarparán sabiendo que se puede, aunque luego les vaya la vida en ello.
Intentar algo ignorando si se puede lograr. He ahí el desafío mayor. Ser o no ser el primero. He ahí la hamletiana cuestión.
Ser segundo es lo mismo que ser último. Tardé años en llegar al tuétano de ese concepto. Prima facie, parece una autoexigencia patológica, apoyada sobre un ego de dimensiones homéricas. También parece la expresión de un modelo invalidante, es decir, algo tan inmenso, tan sublime tan imposible, que solo un dios puede lograr. Y si esa frase se la decimos al propio hijo… bueno…bueno… Pavada de imagen le dejamos. (Vito hijo me decía que su padre siempre se la repetía. En mi opinión… terrible).
Me podrán decir que Vito tenía la íntima convicción de poder hacer lo que hizo, que poseía una infinita fe en sí mismo y que zarpó absolutamente convencido de su triunfo. Pues sí, así era su personalidad, pero por favor ¡no confundamos hinchazón con gordura! Por más convencido de algo que uno esté, creer significa dar por cierto algo sin la evidencia que lo sustente y obviamente, creer… no es sinónimo de estar en lo cierto. Los siglos han sembrado el fondo del mar con excelentes navegantes convencidos.
El inmenso abismo existente entre el convencimiento de la propia creencia y la certeza sólo se salva cruzando el impredecible puente colgante de la experiencia. Vito –como otros muchos en diferentes facetas del quehacer humano- , es mi mascarón porque zarpó ignorante en busca de su verdad.
Que hoy escriba esto, es mi minúsculo homenaje a esa ignorancia que, tripulada por la voluntad y la decisión, halló la verdad perseguida. No porque le fuera revelada.
Por: Ricardo Cufré, Escritor y Navegante.
Por: Redacción