
Buenos Aires. La sostenibilidad a largo plazo del sector es incierta. Si bien los clientes de las compañías de cruceros son muy leales, los riesgos de contraer coronavirus y el impacto de las reglas de distanciamiento social en el mar, hicieron que muchos de los intentos por reiniciar la actividad se vieran frustrados.
Para dimensionar el impacto de este cierre virtual de la industria, la Asociación Internacional de Líneas de Cruceros (CLIA), estimó en 25 mil millones de dólares la actividad económica y 164.000 empleos perdidos solo en los EE. UU, hasta noviembre de 2020.
En este presente caótico se prevé que solo los gigantes del rubro (Princess, Carnival y Royal Caribbean) sean los primeros en liderar la recuperación, cuando la pandemia lo permita, a pesar de perder miles de millones de dólares y alrededor del 70% del valor de las compañías.

Mientras tanto, los menos afortunados han quebrado o disminuyeron drásticamente sus flotas, tal el caso de Cruceros y Viajes Marítimos (CMV), compañía que cesó en sus actividades y su flota fue subastada a precios irrisorios. Uno de los barcos adquiridos para ser convertido en chatarra fue el MS Marco Polo.
El Marco Polo fue botado en 1965 para servir la ruta entre Leningrado y Montreal, y operó como un crucero bajo el nombre de Aleksandr Pushkin para Baltic Shipping Company de la Unión Soviética. Luego fue vendido para comenzar a trabajar como un crucero, que se volvió muy conocido, con su nuevo nombre en 1991. Navegó para Orient Lines hasta 2008 y luego CMV.
Hoy se encuentra encallado en la India esperando su último destino, al que llegó con su nombre pintado, ya que el mismo lo utilizó en su último viaje llevando pasajeros, para lo que fue construido. En señal de respeto por los muchos y buenos años de servicio, en su viaje final no utilizó su tradicional nombre.
Por: Redacción | : @ConfluenciaPort | : @confluenciaportuaria
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