El planeta es rehén de una competencia estratégica preocupante. Estados Unidos y China deberían calmar ánimos para evitar que el espiral de represalias recíprocas se convierta en una guerra fría económica del siglo XXI. Una iniciativa en el Senado norteamericano para aplicar sanciones a China por la responsabilidad, entre otros, en la difusión informativa del covid-19, podría ser una gota terminal en el esfuerzo de evitar la continuidad de un clima bilateral que atenta contra la reconstrucción de las economías del mundo afectada por la pandemia. Que el coronavirus sea el nuevo Muro de Berlín sería lamentable en las actuales circunstancias globales al reducir también las perspectivas para establecer un orden internacional colectivo más acorde con los desafíos y nuevas amenazas del presente y futuro.
Los primeros datos económicos y financieros, como de política exterior, reflejan que China se encuentra, en principio, en mejores condiciones que Estados Unidos para restaurar su capacidad productiva. Aunque la economía China se contrajo un histórico 6,8%, los estímulos monetarios puestos en marcha, que incluye baja tasa de interés y una inyección masiva de liquidez en el mercado, contribuirían a un crecimiento estimado del 5% en el 2020. Las medidas adoptadas por Beijing tienen como foco recuperar pilares industriales fundamentales y con mayor énfasis en sectores como la informática y la nueva generación como el 5G y la inteligencia artificial. A fin de abril el 76% de las empresas de capital extranjero había recuperado el 70% de la producción. Esas perspectivas intranquilizan a Washington que puede enfrentar una recuperación más tardía.
Si bien Estados Unidos y China no pueden escapar ante rivalidades estructurales subyacentes, para el profesor de Harvard Graham Allison, un manejo diplomático poco hábil podría intensificar la competencia hasta incluso alcanzar un punto crítico de riesgo militar. También destaca que, aunque la supremacía del arsenal norteamericano no es comparable en términos de armas convencionales o nucleares, China dispone de una capacidad militar lo suficientemente significativa como para reducir los efectos de esa asimetría. Esa circunstancia atenuaría el peligro de exabruptos mutuos en el campo de la seguridad.
Es de esperar que prime la coexistencia. Y que el cambio de época, se traduzca en una de cooperación a pesar de la confrontación. Una asociación en la rivalidad, sería incluso un factor menos negativo que la supremacía de uno u otro en el diseño y restructuración del nuevo orden internacional. Podría incluso tener perspectivas más positivas, desde el punto de vista del universalismo de la diplomacia afectado por el mundo multilateral que nació tras la segunda post guerra dominado por los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Diversos think tanks están abocados a ofrecer fórmulas a Washington y Beijing para evitar repetir experiencias históricas. La Fundación Staunton, por ejemplo, está llevando un concurso semanal con premios económicos considerables, al que ofrezca pistas o lecciones de como mejor manejar la lucha hegemónica entre Estados Unidos y China. La búsqueda de iluminación para la política exterior del siglo XXI, pone de manifiesto el grado de incertidumbre que existe. También de la necesidad de una inyección de diplomática creativa.
Por: Dr. Roberto García Moritán | :@RGarciaMoritan
Embajador, Diplomático de carrera y, entre otros cargos desempeñados, fue Vicecanciller.
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