
Buenos Aires. La disposición de China de actuar como superpotencia global amenaza la hegemonía de Estados Unidos tras la caída del Muro de Berlín. China ha duplicado el gasto de las fuerzas armadas desde el 2008 y dispone actualmente del segundo presupuesto en defensa del mundo. La capacidad científica y tecnológica, en los últimos diez años, se ha triplicado en particular en materia espacial y de internet. La inversión en investigación y desarrollo desde el 2000 crece a un ritmo del 22,8% anual y en investigaciones básicas al 15%. Fuentes especializadas señalan que para el 2025 la inversión en ciencia y tecnología de China podría ser comparable a la de Estados Unidos.
Esta competencia, que algunos académicos llaman transición de poder y otros la trampa de Tucídides, alberga riesgos de conflicto. También plantea una serie de circunstancias dónde el divorcio entre ambos no es del todo sencillo de concretar. Cualquier medida de desconfianza afecta una intensa interdependencia económica bilateral y, a la vez, toda acción para dañar al otro daña a sí mismo y a terceros países.
Nunca antes en la historia de la humanidad se ha visto una rivalidad de esta intensidad y naturaleza. Tampoco de posibles consecuencias al abarcar, por efectos de la globalización, a la amplia mayoría de los países del mundo al ser China el principal exportador mundial y el segundo mayor importador.
El gran desafío diplomático del presente es cómo gestionar esa competencia global y evitar una confrontación militar, directa o indirecta. También como actuarán, uno u otro, ante la posibilidad de irrupción de otros actores relevantes en el escenario asiático y con presencia creciente en el ámbito global. India y Japón son quizás las potencias regionales que más preocupen a Beijing, tanto en términos comerciales, militares como tecnológicos.
Taiwán es otro punto sensible que inquieta a Beijing. La resistencia de la isla a la unificación parece haber reducido la paciencia diplomática del gobierno chino, con tintes cada día más nacionalistas. La asistencia militar de Estados Unidos ha sido esencial para frenar la aspiración de una sola China.
En este marco volátil, en el que la cuestión Hong Kong puede jugar un papel de mayor simbolismo confrontativo, la competencia entre Estados Unidos y China adquiere una dimensión muy peligrosa en un cuadro de situación que ya reconoce el status de una virtual segunda guerra fría. Estados Unidos estaría promoviendo una coalición internacional contra China que incluiría a Japón, Australia, Nueva Zelandia, Indonesia y, entre otros, a India. La Unión Europea, aunque expectante, es otro vértice en el marco de la reorientación de la OTAN al escenario asiático.

China, por su parte, se prepara también para sumar voluntades diplomáticas e incluso militares. Rusia, por ahora, es el aliado principal. Otras potencias como Irán, adquieren relevancia estratégica como fuente de suministro de petróleo y agente de contención de las minorías musulmanas con la intención que el chiismo chino tenga prelación respecto a las corrientes sunitas de los 11 millones de la etnia uigur. En ese sentido, la guía de Teherán parece ser central para contener una población musulmana sunita que Beijing vincula con el extremismo islamista. Desde el 2018, Naciones Unidas ha puesto el foco en campos de detención de musulmanes sin cargos, juicio y condenas penales.
La agenda del mundo post pandemia se complica. Temas de puja comercial se entre mezclan con cuestiones de seguridad global. La inestabilidad que plantea este cuadro de creciente desconfianza, atenta contra la indispensable atmósfera para la recuperación económica y comercial mundial tras la pandemia. A la falta de un sistema multilateral de contención se suma la ausencia de una diplomacia activa para dirimir diferencias. Una combinación de circunstancias que requiere que la comunidad internacional reclame, con urgencia, moderación.
Por: Dr. Roberto García Moritán | : @RGarciaMoritan
Por: Redacción