La foto que ilustra la portada de esta nota ha preservado la imagen y la organización de un puente de comando que alguna vez supe ocupar, el de una embarcación flamante en ese momento, la Akawaia (vida o salud en idioma yagán), construida ad hoc para navegar en las hostiles aguas del canal Beagle, totalmente en aluminio, en los astilleros Unidelta, un verdadero y muy veloz tanque de guerra flotante, propulsado por 500 HP.
En los paneles de control, actualmente se mantiene la presencia de un compás magnético (no confundir con brújula), necesario y exigido por la autoridad marítima en la habilitación de los equipos a bordo; de cualquier modo, el arrumbamiento y desplazamiento del barco se controlan con el uso de un preciso navegador satelital. Por hábito y al timonear uno seguidamente corrobora que el rumbo digital 090° que nos indica el GPS coincida con el Este, de la rosa de los vientos del compás.
Si se navega de noche contribuirán a la escasa luz del navegador en el puente la de las teclas del limpiador del parabrisas, la pantalla del detector de gases y los relojes digitales de cada motor que muestran la velocidad, las revoluciones, consumo horas litro, etc. Sumado a la iluminación tenue del teclado de las bombas de achique, reloj indicador de combustible y al esencial equipo de música hacen de la penumbra una costumbre, regida por un viejo adagio marítimo que reza “puente oscuro puente seguro”, indicando que lo más importante es ver bien hacia afuera.
En relación al registro de lo que se ve a proa, de las singladuras en sí, por cuestiones de seguridad en primer lugar y de registro de lo que se está haciendo en segundo, es aconsejable llevar una cámara del tipo “go pro”. La misma puede utilizarse para promover la actividad desempeñada pero lo más importante es en lo relacionado a la seguridad de la embarcación y en lo legal como elemento probatorio de las correctas operaciones de carga y descarga a muelle.
A pesar de disponer actualmente de modelos (programas informáticos) de predicción meteorológica relativamente precisos, siempre es aconsejable disponer de una pequeña estación a bordo con medidores analógicos. Estos bien leídos pueden complementar o ajustar a nivel local lo dicho por los programas informáticos globales que, predicen los erroneamente llamados -para este caso- “tiempo o clima”. Disponíamos de reloj de bitácora, higrómetro, termómetro y manómetro; en la funcionalidad de cada instrumento la sumatoria de poder interpretar la combinación de humedad, temperatura y presión atmosférica y así la probabilidad del surgimiento de nieblas, vientos o de temporales.
Hay que entender que la región donde se trabajaba es enseguida al norte de la cordillera que separa el suroeste de la isla Tierra del Fuego y el Seno del Almirantazgo, al Cabo de Hornos y las islas Wollaston, de la isla Navarino, todo esto en el extremo sur chileno. Este mítico pasaje de océanos es caracterizado por fortísimos vientos que, ocasionalmente sorteaban las montañas y caían sin previo aviso en las aguas del canal Beagle, generando vientos de fuerza 10 en la escala Beaufort, como me ha tocado enfrentar en tres oportunidades y otras tantas de menor intensidad, pero no con menor riesgo de zozobra.
Fundamental entre barcos y estaciones en tierra es la comunicación vía VHF para navegaciones costeras o de rada ría, las más frecuentes. Mi concepto de seguridad y precaución me llevaba más allá de lo necesario, portábamos 3 equipos de emergencia además de la radio fija. Con esto, el rigor de controlar el estado de batería de cada uno de ellos, para no darle chances al azar.
Los rituales a bordo son las acciones que realizamos los marinos expresando un valor simbólico que es común a los navegantes, desde tiempos inmemoriales. Estos gestos o hechos nos integran al colectivo de los que salimos a la mar y, decididamente, respetamos sus formas y demandas, dándoles las debidas formas espirituales y religiosas. La sucesión de hábitos a bordo que han concluido en buenas navegaciones se van acumulando y construyen la ritualìstica a seguir en adelante.
En esto de sentir el amparo del más allá el navegante se aferra a todo lo que tiene, o casi. Por este motivo es que percibimos y corroboramos una suerte de sincretismo, amalgamando conceptos cristianos con el de otras culturas, africanas o paganas. Siempre a mano y visibles en las barcas las imágenes o estatuillas católicas de los protectores de los embarcados: Stella Maris, Nossa Senhora Aparecida, San Telmo, San Silverio o la misma Iemanjá, patrona de los navegantes en la cultura afro de la Umbanda.
Llevamos adelante las diferentes costumbres como un sistema. Cubrimos con el mismo celo las maniobras del zarpe físico como también las ritualísticas, tales como encomendarnos solemnemente a Poseidón, la autoridad religiosa que va a amparar a nuestra singladura en las aguas bajo su jurisdicción. En la misma relevancia el pedido ferviente a Eolo para que no nos envíe vientos adversos. Inclusive son comunes las ofrendas anuales a estas entidades, para que a nuestro bajel no le suceda nada y llegue siempre a destino.
Esto inicia de alguna manera en el primer cruce a la línea ecuatorial, donde en los buques de guerra asume el mando de la nave el suboficial de mar más antiguo, en los barcos mercantes el contramaestre, ambos trayendo a la figura de Neptuno como Rey de los Mares y cargo del bautimo de los infieles, que en verdad son los neófitos, aquéllos que empiezan sus primeras singladuras o inclusive a embarcados de años pero que aún no atravesaron la famosa línea del paralelo 0° o el círculo máximo perpendicular al eje de rotación de la tierra que la divide en el hemisferio sur o norte.
Este ritual pagano nos va a acompañar durante toda nuestra trayectoria naval. Unos más otros menos todos le ofrecemos obediencia y tributo al peligroso e inestable Rector de las aguas, evitando cualquier provocación que pueda desencadenar su ira y con ésta la aparición inminente de tormentas o tempestades. Por todo lo alegado, los marinos no arriesgamos en sus dominios. Mi nombre de bautismo ecuatorial es albacora (una suerte de atún de aguas templadas) y siempre que mi barco suelta amarras le pido su protección para llegar a buen puerto.
Personificando a las fuerzas naturales los dioses helenos eran impredecibles, como miembro fundamental de ese panteón Poseidón sostiene estrictos sensos de justicia, pero ocasionalmente pudiendo ser cruel y vengativo, poniendo barco y tripulación a prueba. A pesar de todo esto ser muy inocente y sin fundamento científico, ¿para qué contrariar las tradiciones mantenidas por la gente de mar durante milenios?
Además, en lo personal estoy siempre atento a la interpretación de los indicios del medio natural. Herencia romana, aves marinas volando hacia el este antes del zarpe son un buen augurio. Delfines en la proa indicando rumbo son una excelente previsión de que no habrá sobresaltos en esa aventura marítica. Asimismo, el avistaje de un albatros siguiendo nuestra estela o al costado del alerón del puente nos presagia que la navegación está siendo custodiada por un espíritu de un marino muerto en el oceáno.
¿Habría mejores guías que éstos para conducirnos al Buen Puerto?
Por: Capitán Guillermo A. Burgos | : @GABurgosOk | : @guillermoaburgos
Por: Redacción