Esta navegación revestía un carácter especial dado que el destino final era Puerto Navarino, en la isla homónima, constituido en una Alcaldía Marítima dependiente de Puerto Williams, su localidad cabecera, de poco más de mil almas en esos años. Navarino, Williams y Toro son los muelles más australes existentes en América del Sur.
Esta terminal había estado cerrada a la operación de naves extranjeras hasta que la Cámara de Turismo de la Comuna del Cabo de Hornos intercedió ante la Armada chilena solicitándole su apertura, como punto estratégico relevante para el ingreso y egreso por mar. De este modo se facilitaría el flujo turístico desde Ushuaia -justamente enfrente, al norte- de aventureros, montañistas, científicos y fotógrafos en búsqueda de paisajes aún prístinos y vegetación virgen. Exactamente eso haríamos nosotros, llevar pasaje y su carga e inaugurar el segundo cruce internacional marítimo entre nuestros países.
La singladura a seguir no era de las más sencillas, había que cuidar varios detalles previos, como todo lo que se nos exigiría mediante inspección. La Marina del vecino país requería no sólo conocer la legislación marítima vigente, también poseer su cartografía insular, derrotero, faros y señales marítimas, tabla de mareas, pronóstico meteorológico menor a 12 horas y algunos implementos extras que no nos eran exigidos por nuestra Prefectura Naval.
Documentación en manos
Era necesario el chequeo exhaustivo de los datos volcados en el manifiesto, el exacto nombre de los extranjeros embarcados, fechas de nacimiento, números de pasaportes y nacionalidades; un mínimo error en el tipeo sería suficiente para ocasionar problemas ante las autoridades receptoras, a punto inclusive de poder rechazar el arribo.
Por premuras las agencias marítimas acostumbran cometer fallas en la elaboración del despacho, por este motivo solicité personalmente los pasaportes y corroboré todos los datos requeridos, cada número y letra para que no hubiera yerros. En el caso de los apellidos nórdicos, puedo asegurar que es complicado verificar con tantas consonantes. No podía salir nada equivocado en esta primera vez.
Este cruce también era muy particular debido a que además de viajantes europeos estábamos embarcando a un grupo de empleados chilenos pertenecientes a la Dirección de Vialidad, de carreteras y pasos fronterizos. Estos profesionales de la ingeniería, agrimensura, geología y arqueología iban a iniciar los trabajos de ampliación de la ruta Y 905, de 55 kilómetros de extensión hasta Williams. Los mismos portaban con orgullo y cuidado de relojería a sus equipos al subirlos a bordo, como un navegador manipula a un sextante, a la hora de bajar una estrella en el instante propicio.
Partida a toda orquesta
El zarpe obliga a cumplir ciertos rituales y cábalas, como el de dar una sonora campanada y poner siempre la misma música, que en esta temporada era La Cabalgata de las Valkirias de Richard Wagner, no porque fuésemos eruditos de la música clásica, más que nada porque sonaba impresionante en toda la barca y a los extranjeros les agradaba, en especial a los alemanes.
Una vez a bordo y ya sin planchada, después de impartidas las indicaciones de rigor casi igual a las de los aviones, los pasajeros descontraídos accedían a la toldilla y veían de cerca el movimiento de soltar amarras, prestaban atención a algún postrer saludo desde tierra, sacaban sus cámaras y eternizaban imágenes de los más bellos paisajes del mundo, oyendo maravillosa ópera del año 1856.
Durante esos minutos de contemplación comuniqué los datos del embarque a la Prefectura (indicativo L 3 P, Lima – Tres – Papa) por radio VHF, en canal 12, mientras dejábamos a Punta Observatorio por el través de babor y con rumbo a las islas Warden, en busca del famoso Paso Chico que, entre la Península de Ushuaia y las islas Casco y Chata, permite acceder al sector occidental del archipiélago Bridges e iniciar la navegación directa a nuestro destino, derrota ideal para días con poco viento.
¡¡Harto peligro!! ¡¡Guarda el huiro!!
Este pasaje al oeste es conveniente para embarcaciones de porte pequeño o medio, la sonda indica como profundidad mínima los 15 m y con escasez de algas pardas en ese sector –cachiyuyos como la llaman los marinos fueguinos o huiros, como la destacan los pescadores trasandinos-. Esta vegetación marina debe ser evitada para no engancharla con las hélices y porque pueden esconder algún tambor o tronco no visible. ¡¡Harto peligro!! ¡¡Guarda el huiro!!, alertan los chilenos.
Además de seguro, este sector entre islas es de visual muy bonito, compuesto por dos ínsulas bajas, con poca vegetación, pero gran cantidad de aves marinas. Contraste de colores, del gris plomo de la roca volcánica, pasando por tonalidades de verde, culminando en ocres y mostazas, rematados por el blanco del guano del cormorán imperial, el negro de la hembra del cauquén caranca o el naranja del pico del ostrero austral.
Una vez superadas las islas pusimos rumbo 199°, proa a los islotes Hermanos en la costa opuesta, en visual directo para quien tiene buenos ojos, dado que el ancho del canal Beagle en ese meridiano es de unas 4 millas. Si bien la Tierra del Fuego argentina presenta algunas islas éstas son pocas y en número mucho menor a la encontrada en la geografía chilena, más al sur, donde abundan archipiélagos generando caletas, bahías, ensenadas, cabos, golfos y puntas. Exactamente para allí estábamos poniendo proa, a todos esos bajofondos y rocas que acechan a cualquier roda, quilla o pantoque.
La noche anterior había negociado con Poseidón y Eolo para que fuesen condescendientes con la tripulación, al igual que en los trirremes de la antigüedad, rindo culto a estas divinidades para que la aventura marítima tenga un final feliz. En una suerte de sincretismo religioso también teníamos a proa de la rueda de cabillas una estatuilla de Stella Maris, bendecida por un padre emérito del Tigre. A menudo el capitán negocia de la mano de sus creencias, una tempestad nunca es deseada pero cuando navega sólo la tripulación si el barco es confiable, puede ser hasta divertida; en contrapartida, con pasajeros neófitos se precisa que la mar esté calma.
El viaje ese día hacia el sur transcurrió muy sereno, ante la inexistencia de viento y con una veleta oscilando 4 o 6 nudos del sector oeste sudoeste (OSO). Si bien en muchas publicaciones náuticas se dice que el viento predominante es del sector sudoeste (SO), en mi apreciación y apoyado en una década de navegación, en casi todo el canal el predominante es del OSO, normalmente intenso, frecuente en verano y durante el día. Los que miraban al cielo vieron nubes de variadas tonalidades del gris al blanco, partes limpias de celeste y sol transparente, quien mirase a las ondas pudo ver aguas transparentes. Olor, el mismo de casi todo el año, semejante al emanado de un freezer recién abierto.
En aguas chilenas
La sonda empezó a acusar aguas más profundas (500 pies) al llegar al límite de ambos países, a unos 3 cables de la costa a la que arribaríamos. En esa transición de jurisdicciones entré en comunicación por VHF en canal 16 con el Alcamar de Navarino anunciándole el ingreso a aguas chilenas, dándole el rumbo mantenido y la ETA a la isla, con el número de tripulantes y pasajeros, solicitando la debida autorización para el ingreso a la rada y muelle de esa estación marítima. Pusimos el pabellón chileno de cortesía en el mástil, indicando estar surcando aguas de ese país.
El amarre fue seguro, la caleta es un lugar protegido y normalmente las maniobras de aproximación son muy precisas. Allí nos esperaba -mate en mano- Francisco Pancho Filgueira, nuestro agente marítimo a quien entonces no conocía y una gran persona con quien a partir de ese día entablamos una gran amistad que mantenemos hasta hoy. Fuimos recibidos por un marino chileno, vestido y presentado bajo el rigor corriquero que los caracteriza, tan prolijamente como si estuviese en la Comandancia de Valparaíso.
A ese pequeño puerto llevé naves en centenas de oportunidades, nutriéndome de aprendizajes, de la mano de extranjeros y chilenos, que me demostraron que el ser humano es uno solo, con casi mismos sufrimientos, anhelos y sueños, independientemente de su color, credo, bandera o lugar de origen.
Cuántos gratos recuerdos en ese lugar único y de paisaje soberbio, cuántas anécdotas y hermosas vivencias que forjaron mi dote de marino y, principalmente, enriquecieron mi alma en la hermosísima isla Navarino, en los confines del mundo.
Por: Capitán Guillermo A. Burgos | Twitter: @GABurgosOk
Por: Redacción