Ushuaia. La cuestión ambiental transita por un momento de auge, en momentos en que la relación entre humanidad y naturaleza al parecer dista bastante de encontrarse en equilibrio. Es decir que, en este mundo de constantes cambios, nos preocupa que algunas cosas no cambien tanto, como el medio natural, al que necesitamos saludablemente estable si queremos un futuro que nos garantice calidad de vida.
El desafío, claro está, pasa por sostener la estructura productiva y tecnológica humana, aquella que posibilita la generación de condiciones que garanticen los mínimos de la igualdad social, a la vez que se busca consolidar un esquema de avance material en bajo los parámetros del desarrollo sustentable.
Es por eso que muchas veces hemos advertido sobre el significado de la fenomenal expansión que han tenido las cuestiones ambientales. Desde los órganos estatales hasta organizaciones sociales y políticas, empresarios y vecinos. Todos tienen una noción, al menos vaga, de lo que significa lo ambiental. Y en realidad todos tienen algo de razón. Es que la conceptualización de «lo ambiental», ha ganado mucha difusión y admite, a su vez, muchos significados.
¿Dónde centrar las miradas?
Tal vez muchos no lo sepan, pero los gérmenes del concepto de ambiente, surgieron ya a fines del siglo XIX, cuando los naturalistas, preocupados por el impacto que generó la naciente era industrial, crearon la corriente ecologista conservacionista, sostenida por algunos sectores de la aristocracia europea, portadoras de ideas románticas, relacionadas a la estética del paisajismo, mientras que en los Estados Unidos fue sustentada por quienes se horrorizaban por la explotación forestal excesiva que amenazaba vastas áreas naturales. En el fondo, se trataba de una óptica reaccionaria en la medida que rechazaba el progreso y deseaba regresar al anterior estado de cosas. La historia del desarrollo del sistema capitalista les demostraría de forma permanente los límites de su voluntarismo.
Entrado el siglo XX, surgió en las antípodas de las posiciones naturalistas, una corriente que los especialistas han denominado “humanista crítica”, de raíces anarquistas y socialistas, que opuso a la obsesión por conservar inmaculado el medio físico, la necesidad de un cambio social profundo centrado en las demandas de los sectores más pobres de la población.
Estas dos posturas, extremas en sus fundamentos, recibieron una respuesta que buscaba un equilibrio de acuerdo a las necesidades del nuevo ordenamiento planetario producto de la finalización de la II Guerra Mundial. En efecto, después de 1945, comenzó a gestarse un ambientalismo más equilibrado, que contemplara el cuidado del medio natural, sin entorpecer el desarrollo de las actividades económicas, rescatando el mejoramiento de los estándares de vida de la población gracias a los avances de la ciencia y la técnica.
En plena Guerra Fría, naturalistas y humanistas continuaron su enfrentamiento no sólo como grupos de opinión, sino que se valieron de un novedoso formato, las Organizaciones no Gubernamentales (ONG), para generar militantes capaces de realizar acciones desde la movilización ciudadana. Sin lugar a dudas, por su vigencia y poder de persuasión, hoy Greenpeace constituye la más conocida de ellas.
Cuando el enfrentamiento cobró verdadero impacto mediático, el arco político mundial se vio obligado a fijar posición. Es en este contexto cuando se produjo en Estocolmo la célebre Conferencia de la Organización de Naciones Unidas en 1972. Allí se prefiguró el actual campo del conocimiento medioambiental y sus definiciones son las que subyacen a las ópticas y opiniones de los voceros de organizaciones internacionales, piedra fundamental en la que se basan todas las declaraciones y documentos elaborados por ellas hasta el día de hoy.
¿Ambiente para quiénes?
Este brevísimo repaso por la historia del pensamiento ambiental, nos demuestra que muchas de las cosas que se plantean en los debates actuales en la ciudad contemporánea no son nacidas de la simple coyuntura. Están en las raíces mismas de la configuración mental del complejo mundo que vivimos.
Reconocerlas nos posiciona, nos brinda un campo seguro desde el cual poder partir, enriquece y fortalece nuestras prácticas discursivas y solidifica cualquier política pública, porque parte desde escudriñar los orígenes de las visiones que sustentan los reclamos u apoyos hacia una gestión política determinada.
¿Acaso no abreva el naturalismo en aquellas posturas que ven con malos ojos el avance de las urbanizaciones sobre el bosque? A quienes sostienen esas ópticas, les enseñará saber qué les ocurrió a sus antecesores: el árbol no sólo les tapó el bosque, sino las necesidades del equilibrio social en su conjunto.
¿Debe el medio natural pagar las consecuencias de las desinteligencias entre quienes sostienen posturas extremas en materia ambiental con capacidad de influir en las agendas públicas? Especialistas en la materia sugieren que el mayor logro de la Conferencia de la ONU en Estocolmo en 1972 fue que se reconociera una visión ecológica del mundo, que entre otras cosas, incluyó la premisa de que el hombre es obra y artífice del medio que lo rodea, hasta el punto en que estos dos aspectos del medio humano (el natural y el artificial) son esenciales para su bienestar.
Por una conciencia ambiental superadora
El ámbito político debe continuar tomando apunte de este fenómeno, fortaleciendo los estamentos públicos, profesionalizando las áreas de incumbencia y capacitando al conjunto de la ciudadanía, dotándola de instrumentos de formación e información socioambiental. También es importante mantener un especial celo por revisar y actualizar en forma constante la legislación para evitar lagunas jurídicas allí donde la ciudadanía espera soluciones concretas.
Una toma de conciencia superadora, que dé cuenta del real alcance del fenómeno socioambiental, allanará los senderos para el éxito de las decisiones que se adopten como políticas públicas en el presente y hacia el futuro. Es un camino válido para generar una planificación socioambiental con sólidas bases teóricas que no necesita de grandes parafernalias inquisidoras sino muchas veces de consensos sociales mínimos.
Por: Lic. Virginia Rizzo | : @Rizzo_Virginia | : @rizzo.virginia
Licenciada en Ciencias del Ambiente – Directora del Observatorio Socioambiental
Por: Redacción