Buenos Aires. El acercamiento diplomático entre Israel y Emiratos Árabes primero y, ahora, con Bahréin es como una primavera geoestratégica en Medio Oriente. Una declaración de paz que supone, entre otras cosas, un cambio de paradigma en una de las zonas del planeta históricamente de mayor convulsión, divisiones étnicas y religiosas. Es probable que Arabia Saudita se sume al reconocimiento de Israel una vez que concluya la presidencia del G 20. Omán, Qatar, Túnez y Marruecos (hasta la intifada de 1994, Rabat y Tel Aviv intercambiaron oficinas de enlace) parecen estar en la misma línea.
La naturaleza de estos acuerdos de establecimiento de vínculos representa el reconocimiento de Israel como Estado con derecho a vivir en paz en la zona. En alguna medida es casi equiparable en sus efectos políticos, a los tratados de paz que suscribieron Egipto y Jordania en 1979 y 1994 respectivamente. Ambos, en su momento, fueron expulsados de la Liga Árabe.
Durante seis décadas Israel era considerado en la diplomacia como casi un paria internacional. La negativa árabe de reconocer la legitimidad al Estado judío (fundado en 1948) y de tener vínculos residía básicamente en la cuestión Palestina. El corolario era que la solución a la convivencia de dos Estados estaba en manos de Israel y mientras esa resolución no ocurriese era objeto constante de condena internacional impulsado a coro por todos los países árabes. Los recientes acuerdos con Emiratos y Bahréin desvanecen los movimientos Israelfóbicos. También rompe el tabú histórico de no hacer tratos con Israel.
Tres de los cuatro Estados que han decidido normalizar relaciones con Israel son sunitas. Bahréin tiene una monarquía sunita y una población mayoritariamente chiita y es probablemente el caso más complicado a futuro ya que no se debería descartar intentos de Irán de desestabilizar el archipiélago, como ocurrió en el 2011. La basa quizás más importante para la supervivencia del reino sea el hecho de ser aliado extra OTAN desde el 2001.
El cambio del tablero geográfico refleja un realineamiento estratégico contra Irán. De hecho, el Presidente de Irán, Hassan Rohani, amenazó a Emiratos y Bahréin por el acercamiento a Israel y por haber roto el consenso musulmán. Siria tiene la misma posición de intransigencia. La Autoridad Palestina tuvo una reacción similar y el grupo Hamas, que domina la Franja de Gaza, lanzó cohetes en advertencia. Estas referencias marcan la fractura del mundo musulmán en Medio Oriente y confirma la natural división y antagonismo entre sunitas y chiitas.
Los acuerdos Abraham reflejan una victoria diplomática para Estados Unidos, que el Presidente Donald Trump ha aprovechado en víspera de las elecciones del 3 de noviembre. Representa un cambio sustantivo en la dinámica de poder a favor de Washington. En términos diplomáticos, Israel es el mayor beneficiario, aunque los acuerdos obligaron al gobierno israelí a descartar la anexión de un 30% de Cisjordania. Palestina ha sido un simple espectador.
Es de esperar que la nueva situación represente una mayor estabilidad y prosperidad e impulse la cooperación regional. Sin embargo, es difícil ser optimista. El enfrentamiento con Irán es un riesgo potencial ante la creciente actitud expansiva de Teherán en la región como es el caso en Irak, Siria y Líbano. La actitud de Irán, que aboga por la eliminación del Estado de Israel, difícilmente ceda. La duda es Turquía ante el islamismo impulsado por el Presidente Erdogan. Sin embargo, fue el primer país musulmán que reconoció a Israel en 1949. Lo que hacen hoy Emiratos Árabes y Bahréin es, en definitiva, lo mismo que hizo Ankara al final de la segunda guerra mundial.
Por: Roberto García Moritán | : @RGarciaMoritan
Por: Redacción