

Cuando uno comienza a instruirse desde pequeño en el arte de la navegación, luego de algunos años siente que ya no hay nada más para incorporar a sus conocimientos al respecto. Ya ha conocido y usado todas las ayudas a la navegación, las antiguas y las más modernas; ya ha embarcado en diversos tipos de buques de los más variados tonelajes; ya ha realizado distintas maniobras, sólo o en coordinación con otras embarcaciones; ya ha experimentado la fuerza del mar en medio de temporales y la belleza de navegaciones nocturnas con cielos estrellados que invitan a permanecer en cubierta exterior.
Sin embargo, cuando uno navega llevando pasajeros entre los bajos de las islas Bridges frente a la ciudad más austral del mundo en medio de un mar embravecido, se da cuenta que siempre hay algo más para aprender. El puñado de hombres que en poco más de tres décadas lo ha hecho, sabe a lo que me refiero. Los márgenes de error allí son muy pequeños, no existe cartografía alguna y la poca que hay, no sirve por contener errores y estar desactualizada, simplemente porque a nadie, en su sano juicio, se le ocurriría navegar por allí. La experiencia se va transmitiendo de hombre a hombre y en ocasiones, las imprudencias se pagan caro. Sin embargo, la belleza agreste de esa zona, las vistas que desde ella se obtienen y la presencia de una gran cantidad de especies animales para apreciar, hacen que navegar entre esas islas, se vuelva una experiencia singular que jamás olvidaremos
En lo personal y luego de pasar en el mar gran parte de mi vida, debo reconocer que el Atlántico Sur y particularmente el mar argentino, merecen un especial respeto y consideración por la dureza de su navegación en situaciones hidrometeorológicas adversas. No sólo reciben la influencia de vientos y corrientes de magnitud, sino que también los continuos movimientos de interacción entre las placas Sudamericana y de Scotia identificada claramente en la falla que ha originado al Lago Fagnano, generan en ocasiones oleajes marinos de importancia extrema sumando otro factor de riesgo para la navegación.
Cuando uno surca las aguas del Beagle puede cometer la imprudencia de pensar que, ante la cercanía de la costa, ya está a resguardo. Los vientos predominantes allí, corren en el mismo sentido que el canal por lo que cuando el mar arbola luego de pocas horas de viento constante, capear un temporal con una embarcación menor, puede resultar un desafío importante que reduce los márgenes de error. La dureza del clima aún en temporada estival, la temperatura de las aguas y un fondo agresivo con sectores de roca a baja profundidad, nos llevan a extremar precauciones. No obstante ello, para mí ha sido y será uno de los lugares más bellos y desafiantes que he conocido y en los que he compartido con otros hombres de mar, experiencias que guardaré por siempre en mi memoria.

Aunque no todos han tenido la fortuna de visitar los paisajes fueguinos, la mayoría no desconoce la belleza que emana de las postales que se aprecian desde las aguas del canal Beagle. Antiguo valle glaciario, de la época en que la hoy Isla Grande formaba parte del continente, contaba con masas de hielo que llegaban a superar los 1000 metros de altura. Sólo las cumbres de las montañas más altas sobresalían, formando los característicos nunataks de bordes agudos, sin erosionar y que hoy pueden apreciarse en varios lugares como en la cima del monte Olivia, icono de la ciudad.
Al retirarse los grandes campos de hielo en la última gran desglaciación hace unos 10.000 años, la hoy Tierra del Fuego quedó separada del continente, dejando a la vida que allí se había desarrollado, aislada de tierra firme. Los campos de hielo retrocedieron erosionando todo a su alrededor y permitiendo la entrada del mar que estableció tres diferentes pasos de vinculación entre los dos océanos más grandes del mundo al sur de nuestro continente. Cronológicamente hablando, el primero de esos pasos en ser registrado para la civilización, fue el estrecho de Magallanes hacia 1520; el segundo fue el pasaje Drake hacia 1640 y finalmente hacia 1830 el canal Beagle que, a diferencia de los dos anteriores, no lleva el nombre de su «descubridor», sino el del sloop de bergantín que lo navegó, el HMS «Beagle» al mando del Capitán Robert Fitz Roy.
Este bello pasaje, corre a lo largo de unos 180 km en sentido E-W con una profundidad promedio de 90 metros y si bien no son muchas las islas e islotes que tiene en su recorrido, las dos mayores concentraciones de ellas se encuentran próximas a lo que es hoy, tierra argentina. Dichas islas e islotes han sido colonizadas por avifauna local entre la que se destacan lobos marinos de uno y dos pelos, petreles, pingüinos, cormoranes, cauquenes, albatros y gaviotas. Ello ha hecho que se convirtieran en un punto de atracción para los humanos motivando el desarrollo del turismo náutico del que hoy vamos a hablar.
Si bien desde los albores de la fundación de Ushuaia de mano de la Marina de Guerra allá por 1884, los islotes eran frecuentados por habitantes originarios y colonizadores, la actividad turística náutica organizada tuvo que esperar unos 100 años para establecerse.
Pese a que la familia Padin ya realizaba algunas salidas con la lancha motor Ethel Mary y otros barcos como la lancha Cherka, la Georgina y el B/M Barracuda surcaban las aguas del canal llevando visitantes ocasionales, podemos afirmar que fue la familia Brisighelli la responsable de darle a esta actividad, el impulso que la convirtió en la primera en llevar masivamente turistas en excursiones marítimas.

Originalmente fue el Ángel B a principio de los ’80, del siglo pasado, el encargado de abrir el camino de la empresa Rumbo Sur; a él se sumó el catamarán Ana B en el ’86 y luego el Ezequiel B en el ’94. Solamente haré ahora una pequeña mención del primero de sus buques: el catamarán “Ana B“. Arribó a Ushuaia bajo el mando del Capitán de la Marina de Guerra y luego Capitán de Ultramar don Ricardo Hermelo, nieto de quien fuera segundo comandante del Capitán Irizar (luego Almirante) en la Corbeta Uruguay, encargada de rescatar en 1903 a los hombres de la Antartic que quedara destruida entre los hielos de la Antártida. Aquella expedición sueca al mando de Otto Nordenskjold, contaba entre sus hombres a nuestro alférez Sobral y aquel rescate fue un hito en la historia de la navegación.
Otras familias como la de Moreno Preto se incorporaron al creciente turismo marítimo de Ushuaia que, desde entonces, no cesó en su crecimiento. Así fueron las empresas Tolkeyen y luego Canoero, las que se sumaron con catamaranes más sofisticados y veloces a esta actividad.
Paralelamente a las empresas más grandes, se fueron incorporando a la acción empresas más pequeñas con veleros y barcos de porte menor para cubrir todos los segmentos de la actividad. Entre ellas se destacan la de Héctor Monsalve con su Tres Marías y su velero If y la de Víctor Messina con sus yates Kams y Telienka.

Al margen de la inmensa satisfacción que me brindó el hecho de formar parte de este grupo de privilegiados, conservo en mi recuerdo infinitos momentos compartidos con miles de personas de todas partes del mundo, que se llevaron grabadas en sus retinas, la belleza salvaje de nuestra tierra y la calidez de nuestra gente. Por todo ello, esta actividad, ha sido una de las más gratificantes que me haya tocado desempeñar.
He tenido la fortuna de haber navegado en varias de esas empresas e incluso haber compartido experiencias en un barco propio con mi hermano de la vida, el capitán Guillermo «Willy» Burgos quien aún sigue navegando, pero en aguas más calmas y que, como director de este portal, me ha pedido esta referencia al turismo marítimo de Ushuaia.
Vaya mi especial recuerdo a todos los marinos con los que he compartido estos años en el Beagle y que ya no están entre nosotros, en especial al querido «Gato» Gallardo que ya cumplió con su última singladura al cielo. Y a todos, sin excepción BZ.
Por: Capitán de Ultramar Gabriel Rayes
Por: Redacción