
El reciente incidente fronterizo entre India y China fue el más violento desde la guerra relámpago de 1962. Aunque ambas partes han mostrado una razonable disposición diplomática de evitar una escalada mayor, aun la presencia militar de los dos países en la zona en disputa del Himalaya, es significativa. Un agravamiento de la tensión tendría la capacidad de contaminar al mundo, perjudicar la recuperación económica global post pandemia y hasta socavar temas de interés mundial como podría ser la lucha contra el terrorismo internacional. También, según la intensidad del conflicto, generar situaciones que podrían alterar la precaria estabilidad entre la India y Pakistán.
Las diferencias entre los dos países tienen distintos orígenes incluso de características étnicas como sociopolíticas. Unas datan de la guerra y la humillante derrota de India. Otras se relacionan con las respectivas ambiciones de convertirse en potencias mundiales y en la influencia política y económica regional que aspira uno y otro en Asia del Sur. Un punto de irritación adicional es el budismo tibetano. Beijing reclama soberanía sobre Arunachal y el resto de la región del Himalaya. India protege al Dalai Lama y al gobierno del Tíbet en el exilio.
La rivalidad sino-india es preocupante al tratarse de dos Estados poseedores de armas nucleares. De acuerdo al Instituto Internacional de Investigaciones para la Paz de Estocolmo (SIPRI), China cuenta con un arsenal de 350 ojivas nucleares e India 150, una diferencia numérica, que en virtud de la enorme capacidad destructiva recíproca, es de virtual paridad. Ese factor actúa de disuasión política y militar. También ambos países son conscientes del costo de un enfrentamiento bélico para las respectivas aspiraciones de proyección internacional, de hecho en 1962 ni India o China utilizaron la fuerza aérea o las respectivas armadas. Esa contención seguiría aun vigente en un cuadro geométrico de complejidad militar dado por el arsenal nuclear y misilistico. Una guerra nuclear regional tendría efectos catastróficos para los contendientes como para todo el planeta.
Desde la perspectiva de Nueva Delhi, China está afectando su seguridad nacional al rodearla militarmente como “una cadena de perlas” que incluye un fuerte despliegue militar en el Tíbet, el acceso a una base naval en Myanmar, la construcción de un puerto de aguas profundas en Hambantota, Sri Lanka, y otro de características similares en Gwadar, Pakistán. La iniciativa de la Ruta de la Seda o la amplia actividad mercante y pesquera de China en el Océano Indico, son consideradas como un encierro geopolítico. La relación especial de China con Pakistán, el adversario histórico de la India, es otro factor que incide en un creciente comportamiento nacionalista por parte de India.
China, por su parte recela del gobierno del Primer Ministro Narendra Modi, que se ha convertido en el principal comprador de armas convencionales del mundo como por los vínculos con Estados Unidos que la ha reconocido como potencia nuclear. También considera que la actitud de la India responde, en alguna medida, a una estrategia de Washington para contener a China y hasta presionarla en el Mar de China Meridional. Desde la óptica de Beijing, el problema fronterizo del Himalaya hace a la integridad territorial, como es también el caso de Hong Kong y Taiwán. Pero el papel de superpotencia emergente, la obliga a medir con equilibrio los riesgos de un eventual enfrentamiento regional. La competencia con Estados Unidos ha adquirido un tenor que ya no le permite tener un exceso de frentes abiertos de manera simultánea.
Es de esperar que el genio nacionalista vuelva a la botella en Nueva Delhi y en Bejing. También que la diplomacia se imponga y se restablezca la armonía entre los dos países más poblados del planeta. La última década mostro una balanza comercial bilateral en ascenso con más de 95 mil millones de dólares en 2019 frente a menos de 10 mil millones de dólares en el 2010. Sería deseable que este camino de intercambio comercial entre dos economías complementarias contribuya a disminuir la histórica desconfianza mutua y a establecer un marco de coexistencia pacífica en la diversidad. La comunidad internacional debería apuntalar esta posibilidad.
Por: Dr. Roberto García Moritán |:@RGarciaMoritan
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