
Siempre me gustó caminar y andar en bicicleta, lo he hecho como medio de mantener la forma física, salud y como mecanismo de distracción, mientras lo hago pienso en mis cosas, en lo que voy viendo alrededor. Tiempo atrás, al volver de un periplo en dos ruedas por Buenos Aires, transité por una senda en la cual a lo largo de 2 kilómetros pude notar la existencia de 4 templos: una iglesia católica, otra protestante, un par evangélico y un templo mormón.
Dada tal demostración de los panteones contemporáneos y ya que vivimos indudablemente en un mundo judeocristiano, considero menester que entendamos cómo la sociedad occidental estructuró sus bases alineadas con estas creencias y también de qué manera las mismas nos trazan hoy directrices de comportamientos en grupo.
La religión cristiana convivió unos buenos siglos con el paganismo romano, a su vez legado griego. La filosofía fue fundamental en Atenas, en especial separando la política de la religión. El paganismo había disfrutado durante mucho tiempo del concepto de la moral, que era introspectiva de la élite, única a participar del llamado proceso democrático de ese período.

Pues bien, con el cristianismo en expansión, los filósofos presentaban a este movimiento como un nuevo anexo, volviéndose en las manos de los maestros cristianos, los fundamentos para la construcción de una estructura nueva cuyas exigencias fueron direccionadas a todas las clases, no apenas a los notables, como en el período clásico anterior.
Las exigencias filosóficas antes dirigidas a la clase superior fueron retomadas por guías cristianos, y transmitidas deliberadamente, presentando al cristianismo como una moral realmente universalista, estableciendo un nuevo sentimiento de la Omnipresencia y de la igualdad de todos los hombres ante su ley.
Así siendo, es mi intención realizar una apreciación objetiva sobre el cristianismo primitivo, y no pretendiendo ser original sobre la temática abordada.
La antropología entiende que la perpetuación de las tradiciones de Israel, la lealtad constante de los judíos entre sí y con esas tradiciones, constituyen la cuestión central, común a personalidades judías tan variadas como los discípulos de Jesús de Nazaret.
Raramente se encuentra en la historia del mundo antiguo la necesidad de movilizar todo a servicio de una ley religiosa y simultáneamente accionar plenamente un sentimiento de apoyo entre los miembros de una comunidad amenazada. Los seguidores de Cristo fueron llamados de Secta Nazarena y duramente reprimidos y perseguidos.
A medida que crecían en número fueron refugiándose en las cavernas y montañas de Medio Oriente, período conocido como “fase eremita”; posteriormente y ya en la etapa final se escondieron en catacumbas, previo a ser reconocida y aceptada la nueva religión en Roma.

Lo que surge de estos siglos de insistente interés en la fraternidad de un grupo en peligro continuo, es un sentimiento muy negativo de la intimidad. Lo que hay de privado en el individuo, los sentimientos y motivaciones, los “pensamientos del corazón”, son examinados con mucha atención, como fuente posible de tensiones, que pueden provocar rajaduras en ese concepto solidario ideal de la comunidad religiosa.
En un modelo diferente de persona humana, cuyo corazón es presentado como núcleo de las motivaciones, reflexiones y motivos imaginarios, debe ser simple y unívoco. Es decir, transparente a las exigencias de Dios y del prójimo. Las personas que tienen el corazón doble, se inclinan a la intimidad negativa, que las protege de la mirada de los hombres, pero no de la observación Divina.
Durante el siglo I d.C. ese modelo es apoyado por la firme creencia de que a través de la acción luminosa, un estado actualmente gobernado por la oscuridad destructiva de la duplicidad del corazón, cedería lugar a un tiempo de transparencia absoluta, con relación a los otros y a Dios.
En esas comunidades las tensiones del corazón malvado son eliminadas. Una visión de la fidelidad sin fallas (y por consiguiente la permeabilidad total de las personas privadas a las exigencias de la comunidad religiosa), obsesiona al mundo antiguo en sus últimos siglos. Ese estudio de ayuda y de transparencia a los otros es el estado predestinado y natural del hombre.
El apóstol Pablo enumera en sus cartas la lista tradicional de los grupos antagonistas (judíos, esclavos, libres, griegos, hombres, mujeres y bárbaros) de todas las categorías sociales y religiosas anteriores, que luego del baño purificador de iniciación, se despoja de sus “vestimentas”, para “revestirse” de Cristo. Es el espejismo poderoso de una comunidad unida, una nueva unión, obtenida gracias a la eliminación milagrosa de todas las formas de diferenciación. Los primeros discípulos de Pablo y sus sucesores no son almas simples, humildes y oprimidas, son personas medianamente ricas, que viajan mucho y por eso se encuentran expuestas a un abanico de contactos sociales y de oportunidad de elección. De ello, la “duplicidad de corazón” y su conflicto potencial.
En la comunidad cristiana de Roma, por vuelta del año 120, vivió Hermas, un profeta obcecado por el deseo de preservar el respaldo del “corazón simple”, donde reina la inocencia, libre de la astucia y ambición, propias de los “corazones divididos”. Mientras tanto sus recelos revelan un grupo, cuyos pecados son proporcionales a su suceso en la sociedad. Así el corazón de cristianos influyentes y ricos, protectores de la Iglesia, estaba dividido entre las exigencias de la bondad cristiana y la conducción de sus negocios con sus amigos paganos.
Parte de la historia de las primeras iglesias cristianas, traduce la búsqueda urgente de un equilibrio en personas, cuyo ideal -la lealtad del corazón simple- es constantemente atacado por la complejidad objetiva de su inserción en la sociedad mediterránea.
Veamos lo que la búsqueda de la solidaridad significa en las comunidades cristianas citadinas, anteriores al año 300, dando atención especial a la moral sexual cristiana y la representa, en el ámbito de la Iglesia y ante el mundo exterior, el nuevo ideal contributivo en una nueva forma de comunidad religiosa.
Para que la “sencillez del corazón” sobreviva a las permanentes adversidades de la vida cotidiana es necesaria la fijación de una vida en grupo, estructurada según normas muy condescendientes. Por eso, la paradoja de la ascensión del cristianismo como fuerza moral, en un mundo pagano, alterando profundamente el mundo romano en su final (tardío). Esa dote de simpleza será alcanzada por una disciplina íntima, de un grupo cohesionado, cuyas actitudes no difieren de sus vecinos paganos y judíos, a no ser por la insistencia con que es adoptada. Sin embargo, hay diferencias entre la moral cristiana y los códigos de comportamientos vigentes entre las élites cívicas.
La moral de la primera Iglesia es la del hombre socialmente vulnerable, pues son individuos susceptibles a ser mortalmente heridos por la infidelidad en el matrimonio, por las trampas y por la insubordinación de un pequeño número de esclavos. Los ricos “alimentan” su ciudad, mucho más a enaltecer la condición del cuerpo cívico (ya que los beneficios son absorbidos sobre todo por los ciudadanos), que para aliviar un estado de aflicción humana a la pobreza. Las donaciones celebran el poder y la generosidad de los protectores y el esplendor de la ciudad.
Las comunidades cristianas saben que el mantenimiento de un margen de independencia financiera hacia los humildes es posible gracias a modestas medidas de ayuda mutua, como diezmos y propinas. Asimismo, de la oferta de oportunidad de empleos, con las cuales judíos y cristianos protegen a sus correligionarios del empobrecimiento y, por lo tanto, de la vulnerabilidad frente a los acreedores y empleadores paganos.
La Iglesia Cristiana se adueña de la nueva moral y la somete a un sutil proceso de cambio, que la vuelve universal en su aplicación y, al mismo tiempo, íntima en sus efectos sobre la vida privada del creyente.
En la búsqueda obstinada por lo solidario se inculca en el individuo el sentimiento de la mirada de Dios, el miedo del juicio, y un fuerte sentimiento de compromiso en la cohesión de la comunidad religiosa. A fin de evaluar la extensión de los cambios en los ideales morales, basta analizar a la estructura del casamiento y de la disciplina sexual, que surge en los siglos II y III. A través de esa moral de sexo austera, los cristianos buscaban exprimir la diferencia que los separa de los paganos.

Las comunidades cristianas urbanas, rechazan el divorcio y reprueban el casamiento de viudos y los jóvenes púberes se casan temprano a fin de controlar, gracias a la vida conyugal lícita, las tensiones explosivas de la atracción carnal. Evitando el segundo casamiento, la comunidad garantizaba una reserva permanente de viudos y viudas disponibles y susceptibles a dedicarse a los servicios de la Iglesia.
La renuncia, tanto por la virginidad desde el nacimiento como la castidad adoptada por los cónyuges o viudos, se vuelve fundamento de la dominación masculina en la Iglesia, donde los cargos de dirigentes de las comunidades y el acceso a ellos, se identifica con el celibato casi obligatorio. Eso es porque la sexualidad se vuelve un punto de referencia de fuerte carga simbólica, justamente porque se juzga posible su desaparición en el individuo comprometido que debe probar, de modo más significativo que en cualquier otra transformación humana, las cualidades necesarias a la dirección de una nueva comunidad religiosa.
Finalizando el concepto de esta formación cuasi invisible que nos rige. Si somos hábiles en percibir toda la herencia religiosa que aún hoy nos da forma podremos racionalmente mejorar nuestras conductas a fin de vivir mejor, donde lo fraternal surja espontáneo y no por una amenaza moral, como la que pendía sobre las cabezas sociales de los cristianos primitivos.
Por: Lic. en Historia Guillermo A. Burgos | : @GABurgosOk | : @guillermoaburgos
Por: Redacción