
Buenos Aires. Trump no improvisa. Cada jugada internacional que protagoniza está pensada para impactar en el frente interno. El acuerdo de paz entre Israel y Hamas, firmado en octubre en Egipto, lo tuvo como garante directo. Liberación de rehenes, intercambio de prisioneros, cumbre con líderes árabes y europeos, firma oficial en Sharm el-Sheij. Todo eso ocurrió en menos de una semana, y con Trump en el centro de la escena.
La frase que pronunció en el Parlamento israelí lo resume todo: “Esta será mi octava guerra que he resuelto. Soy bueno haciendo la paz.” Más allá del estilo, el dato es que logró lo que otros no pudieron: un acuerdo con respaldo bilateral, operativo y con impacto inmediato. Y eso, en el tablero internacional, pesa; pero en el tablero doméstico, posiciona.
Jugadas de alto riesgo y diplomacia tarifaria
La estrategia de Trump no se basa en consensos multilaterales, sino en presión directa. Su política exterior se articula bajo una lógica de “apóyenme o les aplico tarifas”, como se vio en su rechazo al Marco Net-Zero de la OMI y a la Agenda 2030. Algunos países ceden, otros resisten, pero todos toman nota.
Cada intervención internacional es de alto riesgo: puede salir bien, como el acuerdo de paz, o puede generar tensiones, como el enfrentamiento con organismos de la ONU. Pero el cálculo es claro: «si el resultado fortalece su narrativa interna, el riesgo vale la pena».
¿Qué se juega en este nuevo escenario?
Para países como Argentina, que exportan energía, alimentos y trazabilidad institucional, este nuevo escenario plantea desafíos. Si el liderazgo internacional se reconfigura por fuera de los marcos tradicionales, ¿cómo se negocian los estándares ambientales, los acuerdos logísticos, las reglas del comercio marítimo?
El Atlántico Sur, que empieza a pesar en el mapa energético global, no puede quedar al margen de esta conversación. La gobernanza portuaria, la fiscalidad ambiental y la cooperación internacional ya no se definen solo en Bruselas o Nueva York. También se juegan en Egipto, en Doha, en los acuerdos bilaterales que se firman sin prensa pero con impacto.
Trump internacionaliza su guerra política. No contra países, sino contra el Partido Demócrata y los marcos que lo representan. Y cada victoria exterior —por simbólica que sea— se convierte en capital político fronteras adentro. Para entender el nuevo tablero, hay que mirar más allá de los organismos: hay que mirar las jugadas.
Director en Confluencia Portuaria