A la mañana siguiente el tiempo comenzaba a mejorar lentamente. El sol había desaparecido y las nubes cubrían todo el cielo, pero el viento seguía del SW y eso nos convenía pues lo tendríamos casi de popa para ir hacia Perth. Las olas ya eran un poco más chicas. Entonces, con un poco de ayuda del motor de estribor, la genoa, y un solo timón, pudimos gobernar el barco muy bien, dadas las circunstancias.
Pasaron algunos días, y como el mar fue cada más suave, hemos usado el spinnaker más pequeño. Al perder el timón de babor, el velero tiende a desviarse hacia estribor. Por eso utilizamos solamente el motor de estribor, para equilibrar esta tendencia. El motor está siendo usado regulando y es suficiente si hay poco oleaje. Rápidamente hemos encontrado el punto de equilibrio y el barco se gobierna perfectamente con los Autohelms. Momentáneamente estamos yendo relativamente despacio, 6 o 7 kts, pues si aceleramos aumenta mucho la tendencia a desviarse.
Al cuarto día el tiempo empeoró. El mar dejó de estar relativamente suave y el esfuerzo del único timón aumentó mucho, aunque el motor sigue ayudando. Este tiempo regular duró dos días y desapareció. Observo el tiempo y tengo mis dudas de que tengamos otra tormenta. El barómetro sube lentamente, y eso es bueno.
Hace 3 semanas que no recibimos señales de weatherfax, y como quiero chequear la información recibida de Canarias, enciendo el fax en la frecuencia de Melbourne, con pocas esperanzas de recibir algo. Para mi sorpresa, Melbourne transmite maravillosamente bien y puntual. ¡Al fin tenemos pronósticos de nuevo! Desde este momento, y hasta llegar a Nueva Zelanda, hemos tenido 4 recepciones diarias de pronósticos. Siempre correctos y puntuales. ¡Gracias Melbourne!
De un rápido análisis de la carta sinóptica que recibimos, podemos comprobar que, efectivamente, no había peligro alguno de tormenta. El centro de baja nos había pasado por encima, pero de costado, y se alejaba de nosotros rumbo al SE. Hacia la costa occidental de Australia, todo parecía OK. Lo que más me agradaba era que entre Australia y Nueva Zelanda, tendríamos cubierto casi hasta la mitad del Océano Pacífico las emisiones de weatherfax. Luego estaba esperándonos Chile, y listo, todo el regreso ya estaba bajo información.
El tiempo fue mejorando cada vez más, a medida que nos acercábamos a Australia, con rumbo NE. Casi a punto de llegar a Fremantle (faltaban unas 400 millas), encontramos aguas casi calmas. Entonces, le propuse a Bruno instalar uno de los timones de repuesto, maniobra que ya habíamos hecho antes y estábamos “hábiles” en ella.
Aunque parezca mentira en 4 horas de una mañana hawaiana del 17 de enero, hicimos todo el trabajo. ¡Nos mojamos las manos! Literalmente saltábamos de alegría. Viramos rumbo al SE y pusimos proa a Cabo Leeuwin. ¡Otra vez a Nueva Zelanda sin escalas! Aproveché y me bañé otra vez. Limpios y contentos, íbamos a festejar con una cena maravillosa. Con Bruno nos comimos las 8 porciones de puré de papas del envase, con pimientos españoles. Una lujuria. Sin embargo, la alegría no duraría mucho…
Me hallaba en la sala de máquinas de estribor cuando descubrí algo que me dejó mudo: se había roto uno de los 3 tornillos de fijación de la caja de engranajes del timón de estribor al casco. El esfuerzo realizado por ese timón durante los últimos 6 días, había sido mucho.
Sin entrar en detalle extensos, que son muchos, lo pude arreglar con 3 travesaños y 12 cuñas de diferentes tamaños. Nos esperaban 21 días hasta Nueva Zelanda. Durante los 3 primeros casi no dormí. Me parecía que mi arreglo no iba a soportar las tremendas fuerzas que actuaban en los timones, especialmente cuando el barco coleara y cada 3 horas yo revisaba las cuñas y los travesaños, ajustándolos con golpes de martillo. Conforme pasaban los días, me fui convenciendo que el arreglo era mejor de lo que suponía.
Mar de Tasmania
En general, el clima hasta el Mar de Tasmania fue con vientos fuertes, pero a favor. El sol siguió ausente y el color gris predominó de día. No hubo más frío y sí hubo tormentas menores que no vale la pena relatar.
Recuerdo que un hermoso domingo de sol llegamos al Mar de Tasmania. Habíamos decidido no navegar por el Estrecho de Baas. No era necesario correr con los riesgos que ello implica y menos con el sistema de timones “en arreglo permanente”. El primer día de este mar fue hermoso, en cambio el segundo fue pésimo. Pero ya poco importaba… ¡en 3 o 4 días estaríamos en Bluff Harbour, cumpliendo nuestro plan de unir Argentina y Nueva Zelanda sin escalas!
¡Qué emoción fue cuando Bruno trajo la carta del sur de Nueva Zelanda a la mesa de navegación, y luego la de Bluff! Pero el clima aún nos tenía reservado una última y pequeñita trampa. El 6 de febrero, la intensa bruma no dejaba ver nada. Pero en el radar apareció el segundo eco del viaje. Muy claro y fuerte.
Dentro del salón, pasaba horas mirando a proa. Todo era de un gris parejo, lento y sin manchas. De repente una tenue duda. No podía decir que había visto algo. No. Solo una duda en medio del ecuménico gris. Fijé más la mirada y no confié en ella. Muchas veces en el mar uno ve lo que necesita y no lo que hay realmente. Pero la duda persistía.
Tímidamente fue formándose un pequeño gris de una tonalidad algo más oscura. Mi corazón tembló y salí corriendo afuera. Bruno, adujando escotas y esperanzas de llegar de una vez, me miró extrañado. Me paré exactamente en la barra que une las dos proas y casi me caigo al agua por el envión con que llegué. Miraba hacia proa, hacia la niebla. No había nada. La duda desapareció. Otra vez reinaba la certeza gris.
Solo veíamos unos 300 metros hacia cualquier dirección. Muy poco viento. Mucho silencio. Adentro, otra vez. El radar la marcaba clara. Para la retina era invisible. Sentía que debía aparecer. Pero nada. Minutos eternos de gris.
Delicadamente otra vez la duda se fue oscureciendo, adoptando la misma forma que la anterior. No. Casualidades geométricas no. Algo tiene que haber ahí. Unos segundos más tarde… un perfil inapelable. Eso no era una duda. Eso era, eso… era. Mientras corría hacia proa con el corazón en la boca, decía por lo bajo por temor a estar errado otra vez y darle a Bruno un falso aviso…tierra, tiene que ser la isla… ¡tierra! ¡Tierra!
¡Tenía que ser la isla Solander! ¡Merecíamos esa isla!
Cuando mi corazón lo supo antes que el cerebro, pegué el mismo grito desaforado parido en las cofas durante decenas de generaciones de vigías, el grito del fin de lo suplicios, el grito del renacer de las almas a bordo, con el que amanecieron sonrisas y esperanzas de miles de tripulaciones antes que nosotros:
¡Tierraaaa! ¡Brunito! ¡Tierraaaa! Le grité a Bruno y me puse a llorar (otra vez).
Corrí desde la proa al cockpit y nos abrazamos, emocionados… ¡Tierra!¡Tierra! Bruno… ¡Todo era ciertooo! Gritaba yo, mientras saltaba de la alegría intentado abrazar al piramidal, Bruno, que ni se movía. En mi emocionado grito “todo era cierto” estaba concentrado mi agradecimiento a los científicos de todos los tiempos, no sólo a aquellos que posibilitaron navegar a la humanidad, sino a todos. Tengo perfectamente claro que, sin ellos, nada es posible en nuestra civilización.
La navegación no es una ciencia en sí, sino el arte de combinar descubrimientos y teorías que han hecho otros, de utilizar sus consecuencias y predicciones para resolver un problema muy simple: como ir de un punto fijo en la tierra a otro, pisando una alfombra de agua que se mueve y todo esto en el fondo de un océano de aire, que de quieto no tiene nada.
Sin la astronomía, la geometría y las matemáticas, no tendríamos cartas, ni navegación astronómica, sin la física… bueno, sin ella no habría nada. Sin Einstein y su relatividad no tendríamos GPS y todo lo que vino después. La lista es innumerable y merita un libro, inmenso. Los navegantes no somos sino meros aventureros, usuarios de información que costó siglos y sangre adquirir. No olvidemos entonces, a quienes pensaron.
¡Tierra, tierra, tierra!
¡¡¡Tierraaaa!!!, esa explosión de la garganta que transforma el profundo cansancio en nueva energía estaba representado por la Isla Solander. Un triángulo equilátero perfecto, gris oscuro, pequeño aún. Luego, solo unas pocas millas más, un día y medio para llegar al puerto de Bluff. Debíamos navegar por el Estrecho de Foveaux, que separa la isla del sur de Nueva Zelanda de la Isla Stewart, una hermosa y pequeña islita que suele ser visitada los fines de semana.
La dirección del Estrecho de Foveaux es W – E. Sólo unas 90 millas más y terminábamos esta primera y más larga etapa de nuestra vuelta al mundo. Sin embargo… a escasas 6 horas de llegar, se desata una tormenta. ¡del E! Y el estrecho se transforma en innavegable. ¡Una tormenta del E a sólo 6 horas de llegar! Esto era increíble. Podía imaginar a Eolo haciéndonos pito catalán…
Entonces, Bruno decide esconderse en una amplia bahía llamada Tewaewae Bay, en el sur de la Isla grande, prácticamente en el extremo S de la isla del sur de Nueva Zelanda. Y allí pasamos el resto de la tarde y toda la noche. El amanecer del 7 de febrero fue uno de los días más espléndidos que vi en mi vida. (Y el único con sol en los 3 meses de estadía en Nueva Zelanda).
A menos de 200 metros nuestro, una pequeña barca pesquera (“Echo” era su nombre) fue el primer barco que vimos en todo el viaje. Me cansé de hacerles señas y de llamarlos por radio. Ninguna respuesta. Muchos días después ya en el muelle de pescadores del pequeño Bluff Harbour, nos enteraríamos que esos marinos comentaron que “desde un catamarán nos hacía señas un tipo medio loco que saltaba y nos gritaba…”.
Pusimos proa a Bluff. Navegamos bordeando una hermosa costa verde, con acantilados e islas pequeñas. El ruido de las rompientes era una dulce música a nuestros oídos. De repente, algo muy rápido y lejano nos cruza por proa. Era una lancha. Le hago señas y se acerca describiendo una amplia curva. Cuando está a solo un par de metros de nuestro babor, lo saludo.
El timonel de la lancha se da cuenta de mi extraño acento inglés y me pregunta de donde somos. Cuando le contamos la historia no puede creer que él es el primer ser humano que vemos en 77 días y 11877 millas de mar, y que es el primer ser humano con quien podemos hablar “desde el año anterior”. Se va muy confundido, pero por el VHF puedo escuchar que él llama al puerto para avisar que “un catamarán argentino llegó desde la Patagonia y YO soy el primer hombre con que han hablado desde el año pasado”.
Nueva Zelanda
Un par de horas más tarde, entramos al pequeño Bluff Harbour. Un domingo apacible y soleado. Hay muchos veleros pequeños navegando por las aguas del ancho canal natural de acceso. Aparecen las primeras casas, típicamente de la campiña inglesa. La gente nos saluda y nos mira con mucha curiosidad. Tenemos un tamaño descomunal y banderas extrañas.
Algo me conmovió: el color de las aguas del puerto. Me pareció increíble que las aguas de un puerto muy grande, con tráfico de portacontenedores, remolcadores, etc, fueran de color verde casi transparente y que los chicos se bañaran y pescaran en ellas. No vi el menor rastro de contaminación alguna.
Eso me dio el primer botón de muestra de lo que luego iba a ser el más importante descubrimiento del viaje: Nueva Zelanda no es un país, sino una deliciosa cajita de música.
Seguimos las instrucciones del Jefe del Puerto y amarramos al muelle #3, a esperar a las autoridades de Aduana, Migración y Bromatología. Mientras tanto agarré un mapa del mundo y miré lentamente lo que habíamos hecho. Recorro con la vista la trayectoria del viaje y puedo ver absolutamente todo lo que nos pasó en cada punto del mapa. Y nuevamente, se cierra mi garganta por la emoción.
Es posible que, hasta este momento, seamos la tripulación argentina que hizo la derrota más larga sin escalas en toda nuestra historia naval, sea mercante, de guerra o deportiva. 12000 millas. Dos tercios de una vuelta al mundo. Sea como fuere, lo que veo en el mapa ni yo me lo creo. (1)
Ya en Nueva Zelanda, nos enteramos que el velero “Amelia”, de bandera estadounidense y tripulado en solitario por una mujer llamada Karen Thorndike, también estaba dando su vuelta al mundo y en solitario, por una ruta muy cercana a la nuestra en parte su recorrido. Ninguno supo de la existencia del otro y casualmente ambos pusimos proa a Nueva Zelanda. El Amelia zarpó del Puerto de Mar del Plata unos días antes que el Brumas lo hiciera desde Madryn y cuando Bruno y yo nos enteramos ya era tarde, pues ya zarpábamos de N. Zelanda en demanda del Cabo de Hornos y el AMELIA continuaba amarrado en un Yacht Club de Dunedin, unos 200 km. al norte de nosotros. Lamentablemente no pude conocerla personalmente. (2)
Por: Ricardo Cufré, navegante y escritor.
Notas del autor
(1) Nuestro récord duró poco. Con alegría digo que de destruirlo se encargó el mismo Bruno un par años después, repitiendo el viaje con su hermano Pino, pero sin escalas. Nadie se enteró y es hora de desempolvar tamaño triunfo para la navegación deportiva y una tripulación de dos personas que sumaban casi 150 años. Entre Bruno y yo el compromiso original fue de dar dos vueltas al mundo. Una “por abajo” (la que hicimos) y otra “por arriba “, la ruta tropical, la vuelta “linda”, cruzando Panamá hacia el Pacífico, Islas Marquesas, Polinesia, Melanesia, etc, luego el Índico, península Arábiga, mar Rojo, canal de Suez, Mediterráneo, Gibraltar, Canarias, islas de Cabo Verde, Brasil, Buenos Aires y… “su ruta hasta Madryn, donde estaciona”.
Llegado el momento de hacer esa vuelta, Bruno decidió repetir la primera y obviamente me invitó para acompañarlo. Debido a circunstancias personales que deseaba arreglar para lo cual mi presencia era imprescindible, decliné la oferta. Pésima decisión, de la que aún me arrepiento: No pude solucionar nada y me quedé sin la segunda vuelta que, aunque por el mismo frío y gris derrotero, tuvo el ingrediente de ser sin escalas. Con muy buen tino, Bruno invitó a Pino, su hermano mayor y tan aventurero como él. Dos grandes.
Aún hoy, a 19 años después de esa segunda vuelta, Bruno Nicoletti es la única persona en tener 2 vueltas al mundo en catamarán, una de ellas sin escalas y ambas por la ruta de los 40 Bramadores. Sospecho que ese record durará mucho tiempo más.
(2) Karen se transformaría en la primera mujer de esa nacionalidad “dar la vuelta” en solitario. Así se lo reconoció el Libro Guiness y el Cruising Club of América le otorgó la Blue Water Medal en 1999. Su velero fue bautizado AMELIA en honor a su inolvidable compatriota, la aviadora Amelia Earhardt, pionera de la aviación mundial y ejemplo de mujer independiente en una sociedad en la que tal característica “no era bien vista”. Luego de varios e increíbles raids aéreos, intentó el máximo desafío posible: dar la vuelta al mundo. Su avión, llamado ELECTRA, se perdió en el Pacífico Sur a pocos kilómetros de una diminuta isla desierta llamada Howland, entre Perú y Nueva Zelanda, donde la esperaba un barco de la marina estadounidense para reabastecerla de combustible.
Hubo contacto radial hasta último momento, pero Amelia y su navegante Fred Noonan nunca llegaron. Fue el 2 de julio de 1937. Si se desea profundizar sobre este incidente, ingresar en https://historia.nationalgeographic.com.es/a/aviadora-amelia-earhart-pudo-vivir-como-naufraga-isla-hasta-que-murio_10857/1. Una biografía de A. Earhardt en español, se puede leer en https://www.casadellibro.com/libro-amelia-earhart-destino-las-nubes/9789583016806/1112497.
Por: Redacción